René Guénon — O REINO DA QUANTIDADE E O SINAL DOS TEMPOS
RESÍDUOS PSÍQUICOS
Para comprender lo que hemos dicho en último lugar a propósito del «chamanismo», y que es en suma la razón principal por la que hemos dado aquí esta apercepción de él, es menester destacar que este caso de los vestigios que subsisten de una tradición degenerada y cuya parte superior o «espiritual» ha desaparecido es, en el fondo, completamente comparable al de los restos psíquicos que un ser humano deja tras de él al pasar a otro estado, y que, desde que han sido abandonados así por el «espíritu», pueden servir también a no importa qué; por lo demás, que sean utilizados conscientemente por un mago o un brujo, o inconscientemente por espiritistas, los efectos más o menos maléficos que pueden resultar de ello no tienen nada que ver evidentemente con la cualidad propia del ser al cual esos elementos han pertenecido anteriormente; ya no son más que una categoría especial de «influencias errantes», según la expresión empleada por la tradición extremo oriental, que, todo lo más, han guardado de ese ser más que una apariencia puramente ilusoria. Aquello de lo que es menester darse cuenta para comprender bien una tal similitud, es que las influencias espirituales mismas, para entrar en acción en nuestro mundo, deben tomar necesariamente «soportes» apropiados, primeramente en el orden psíquico, y después en el orden corporal mismo, de suerte que en eso hay algo análogo a la constitución de un ser humano. Si estas influencias espirituales se retiran después, por una razón cualquiera, sus antiguos «soportes» corporales, lugares u objetos (y, cuando se trata de lugares, su situación está en relación naturalmente con la «geografía sagrada» de la que hemos hablado más atrás), por ello no permanecerán menos cargados de elementos psíquicos, los cuales serán incluso tanto más fuertes y más persistentes cuanto más poderosa haya sido la acción a la que hayan servido de intermediarios y de instrumentos. De eso se podría concluir lógicamente que el caso donde se trata de centros tradicionales e iniciáticos importantes, extinguidos desde un tiempo más o menos largo, es en suma el que presenta los mayores peligros a este respecto, ya sea que simples imprudencias provoquen reacciones violentas de «conglomerados» psíquicos que subsisten en ellos, ya sea sobre todo que «magos negros», para emplear la expresión corrientemente admitida, se apoderen de éstos para manejarlos a su antojo y obtener de ellos efectos conformes a sus designios.
El primero de los dos casos que acabamos de indicar basta para explicar, al menos en una buena parte, el carácter nocivo que presentan algunos vestigios de civilizaciones desaparecidas, cuando vienen a ser exhumados por gentes que, como los arqueólogos modernos, al ignorar todo de estas cosas, actúan forzosamente como imprudentes por eso mismo. Esto no quiere decir que a veces no pueda haber ahí otra cosa también: así, tal o cual civilización antigua, en su último periodo, ha podido degenerar por un desarrollo excesivo de la magia1, y sus restos guardarán entonces su huella natualmente, bajo la forma de influencias psíquicas de un orden muy inferior. Puede ocurrir también que, incluso fuera de toda degeneración de este tipo, algunos lugares u objetos hayan sido preparados especialmente en vistas de una acción defensiva contra aquellos que los toquen indebidamente, ya que tales precauciones no tienen en sí nada de ilegítimo, aunque, no obstante, el hecho de vincularles una importancia demasiado grande no sea un indicio de los más favorables, puesto que da testimonio de preocupaciones bastante alejadas de la pura espiritualidad, e incluso quizás de un cierto desconocimiento del poder propio que ésta posee en sí misma y sin que haya necesidad de recurrir a semejantes «ayudas». Pero, si ponemos aparte todo eso, las influencias psíquicas subsistentes, desprovistas del «espíritu» que las dirigía antaño y reducidas así a una suerte de estado «larvario», pueden muy bien reaccionar por sí mismas a una provocación cualquiera, por involuntaria que sea, de una manera más o menos desordenada y que, en todo caso, no tiene ninguna relación con las intenciones de aquellos que las emplearon en el pasado en una acción de un orden diferente, como tampoco las manifestaciones grotescas de los «cadáveres» psíquicos que intervienen a veces en las sesiones espiritistas tienen ninguna relación con lo que hubieran podido hacer o querer hacer, en no importa cuál circunstancia, las individualidades de las que constituyeron la forma sutil y de las cuales simulan todavía mal que bien la «identidad» póstuma, para gran maravilla de los ingenuos que quieren tomarlos por «espíritus».
Así pues, las influencias en cuestión, en muchas ocasiones, pueden ser ya suficientemente malhechoras cuando están simplemente libradas a sí mismas; eso es un hecho que no resulta de nada más que de la naturaleza misma de estas fuerzas del «mundo intermediario», y en el cual nadie puede nada, como tampoco se puede impedir que la acción de las fuerzas «físicas», queremos decir, de las que pertenecen al orden corporal y de las cuales se ocupan los físicos, cause también, en algunas condiciones, accidentes de los cuales ninguna voluntad humana podría ser hecha responsable; únicamente, por esto mismo se puede comprender la verdadera significación de las excavaciones modernas y el papel que desempeñan efectivamente para abrir algunas de esas «fisuras» de las que hemos hablado. Pero, además, esas mismas influencias están a merced de quienquiera que sepa «captarlas», como las fuerzas «físicas» lo están igualmente; no hay que decir que las unas y las otras podrán servir entonces a los fines más diversos e incluso más opuestos, según las intenciones de quien se haya apoderado de ellas y que las dirigirá como quiera; y, en lo que concierne a las influencias sutiles, si se encuentra que ese sea un «mago negro», es muy evidente que hará de ellas un uso completamente contrario al que han podido hacer, en el origen, los representantes cualificados de una tradición regular.