Colocado en el centro de la “rueda cósmica”, el sabio perfecto la mueve invisiblemente (NA: Es la misma idea que se expresa también por otra parte, en la tradición hindú, por el término Chakravartî, literalmente “el que hace girar la rueda” (ver El Rey del Mundo (RGRM), II, y El Esoterismo de Dante, pág, 55, ed. francesa).), por su sola presencia, sin participar en su movimiento, y sin tener que preocuparse de ejercer una acción cualquiera: “Lo ideal, es la indiferencia (el desapego) del hombre transcendente, que deja girar la rueda cósmica” (Tchoang-tseu, cap. 1º. — Cf. El Rey del Mundo (RGRM), cap. IX.). Este desapego absoluto le hace señor de todas las cosas, porque, habiendo rebasado todas las oposiciones que son inherentes a la multiplicidad, ya no puede ser afectado por nada: “Él ha alcanzado la impasibilidad perfecta; la vida y la MUERTE le son igualmente indiferentes, el hundimiento del universo (manifestado) no le causaría ninguna emoción (A pesar de la aparente similitud de algunas expresiones, esta “impasibilidad” es muy diferente de la de los estoicos, que era de orden únicamente “moral”, y que, por lo demás, parece no haber sido nunca más que una simple concepción teórica.). A fuerza de escrutar, ha llegado a la verdad inmutable, al conocimiento del Principio universal único. Deja evolucionar a todos los seres según sus destinos, y él mismo está en el centro inmóvil de todos los destinos (Según el comentario tradicional de Tcheng-Tseu sobre el Yi-king, “la palabra “destino” designa la verdadera razón de ser de las cosas”; así pues, el “centro de todos los destinos” es el Principio en tanto que todos los seres tienen en él su razón suficiente.)… El signo exterior de este estado interior, es la imperturbabilidad; no la del valiente que se abalanza solo, por el amor de la gloria, sobre un ejército dispuesto en línea de batalla; sino la del espíritu que, superior al cielo, a la tierra, y a todos los seres (NA: En efecto, el Principio o el “Centro” es antes de toda distinción, comprendida la de “Cielo” (Tien) y de la “Tierra” (Ti), que representa la primera dualidad, puesto que estos dos términos son los equivalentes respectivos de Purusha y de Prakriti.), habita en un cuerpo en el que no está (NA: Es el estado del jîvan-mukta (ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta (HDV), cap. XXIII, 3ª ed.).), no hace ningún caso de las imágenes que sus sentidos le proporcionan y conoce todo por conocimiento global en su unidad inmóvil (NA: Es la condición de Prâjna en la doctrina hindú (ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta (HDV), cap. XIV).). Este espíritu, absolutamente independiente, es señor de los hombres; si se placiera convocarlos en masa, en el día fijado todos acudirían; pero no quiere hacerse servir” (NA: Tchoang-tseu, cap. V. — La independencia del que, liberado de todas las contingencias, ha llegado al conocimiento de la verdad inmutable, se afirma igualmente en el Evangelio: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (San Juan VIII, 32); y se podría también, por otra parte, hacer una aproximación entre lo que precede y esta otra palabra evangélica: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (San Mateo, VII, 33; San Lucas XII, 31). Es menester acordarse aquí de la relación estrecha que existe entre la idea de justicia y las de equilibrio y de armonía; y hemos indicado también en otra parte la relación que une la justicia y la paz (ver El Rey del Mundo (RGRM), cap. I y VI; Autoridad espiritual y poder temporal, cap. VIII).). 84 RGSC VII
Esto puede hacer pensar igualmente en la “serpiente de bronce” elevada por Moisés en el desierto (Números, XXI.), y que se sabe que es también un símbolo de la “redención”, de suerte que la pértiga sobre la que estaba colocada equivale a este respecto a la cruz y recuerda igualmente el “Árbol de la Vida” (El bastón de Esculapio tiene una significación similar; en el caduceo de Hermes, se tienen las dos serpientes en oposición, lo que corresponde a la doble significación del símbolo.). Sin embargo, la serpiente se asocia más habitualmente al “Árbol de la Ciencia”; pero es que entonces se considera bajo su aspecto maléfico, y ya hemos hecho observar en otras partes que, como muchos otros símbolos, la serpiente tiene dos significaciones opuestas (Ver El Rey del Mundo (RGRM), cap. III.). Es menester no confundir la serpiente que representa la vida y la que representa la MUERTE, la serpiente que es un símbolo de Cristo y la que es un símbolo de Satán (y eso, incluso cuando se encuentren tan estrechamente unidas como en la curiosa figuración de la “anfibena” o serpiente de dos cabezas); y se podría decir que la relación de estos dos aspectos contrarios, no deja de presentar una cierta similitud con la de los papeles que representan respectivamente el “Árbol de la Vida” y el “Árbol de la Ciencia” (NA: La serpiente enrollada alrededor del árbol (o del bastón que es uno de sus equivalentes) es un símbolo que se encuentra en la mayoría de las tradiciones; veremos más adelante cual es su significación desde el punto de vista de la representación geométrica del ser y de sus estados.). 111 RGSC IX
El simbolismo del tejido no se aplica solo a las escrituras tradicionales; se emplea también para representar el mundo, o más exactamente el conjunto de todos los mundos, es decir, de los estados o de los grados, en multitud indefinida, que constituyen la Existencia universal. Así, en las Upanishads, el Supremo Brahma se designa como “Eso sobre lo cual los mundos están tejidos, como urdimbre y trama”, o por otras fórmulas similares (NA: Mundaka Upanishad, 2º Mundaka, Khanda, shruti 5º; Brihad-Aranyaka Upanishad, 3º Adhyâya, 8º Brâhmana, shrutis 7 y 8. — El monje budista Kumârajîva tradujo al chino una obra sánscrita titulada La Red de Brahma (Fan-wang-king), según la cual los mundos están dispuestos como las mayas de una red.); la urdimbre y la trama tienen, naturalmente, aquí también, las mismas significaciones respectivas que acabamos de definir. Por otra parte, según la doctrina taoísta, todos los seres están sometidos a la alternancia continua de los estados de vida y de MUERTE (condensación y disipación, vicisitudes del yang y del yin) (Tao-te-king, XVI.); y los comentadores llaman a esta alternancia “el vaivén de la lanzadera sobre el telar del tejer cósmico” (Tchang-houng-yang compara también esta alternancia con la respiración, donde la inspiración activa responde a la vida, y la expiración pasiva responde a la MUERTE, y donde por lo demás el fin de una es el comienzo de la otra. El mismo comentador se sirve también, como término de comparación, de la revolución lunar, donde la luna llena es la vida, y donde la luna nueva es la MUERTE, con dos periodos intermediarios de crecimiento y de decrecimiento. En lo que concierne a la respiración, lo que se dice aquí debe relacionarse con las fases de la existencia de un ser comparado con ese mismo que respira; por otra parte, en el orden universal, la expiración corresponde al desarrollo de la manifestación, y la inspiración al retorno a lo no manifestado, así como ya se ha dicho más atrás; según que se consideren las cosas en relación a la manifestación o en relación al Principio, es menester no olvidar hacer la aplicación del “sentido inverso” en la analogía.). 162 RGSC XIV
El comienzo y el fin de una cualquiera de las circunferencias que acabamos de considerar no son pues el mismo punto, sino dos puntos consecutivos de un mismo radio, y, en realidad, ni siquiera puede decirse que pertenecen a la misma circunferencia: uno pertenece todavía a la circunferencia precedente, de la cual es el fin, y el otro pertenece ya a la circunferencia siguiente, de la cual es el comienzo. Los términos extremos de una serie indefinida pueden verse como situados fuera de esta serie, por eso mismo de que establecen su continuidad con otras series: y todo esto puede aplicarse, en particular, al nacimiento y a la MUERTE de la modalidad corpórea de la individualidad humana. Así, las dos modificaciones extremas de cada modalidad no coinciden, sino que hay simplemente correspondencia entre ellas dentro del conjunto del estado de ser del que esta modalidad forma parte, y esta correspondencia está indicada por la situación de sus puntos representativos sobre un mismo radio salido del centro del plano. Por consiguiente, el mismo radio contendrá las modificaciones extremas de todas las modalidades del estado considerado, modalidades que, por lo demás, no deben considerarse como sucesivas hablando propiamente (ya que pueden ser igualmente simultáneas), sino solo como encadenándose lógicamente. Las curvas que figuran estas modalidades, en lugar de ser circunferencias como lo habíamos supuesto primeramente, son las espiras sucesivas de una espiral indefinida trazada en el plano horizontal y que se desarrolla a partir de su centro; esta curva va amplificándose de una manera continua de una espira a la otra, variando entonces el radio correspondiente en una cantidad infinitesimal, que es la distancia entre dos puntos consecutivos de este radio. Esta distancia puede superponerse tan pequeña como se quiera, según la definición misma de las cantidades infinitesimales, que son cantidades susceptibles de decrecer indefinidamente; pero jamás puede ser considerada como nula, puesto que los dos puntos consecutivos no están confundidos; si pudiera devenir nula, no habría entonces más que un solo y mismo punto. 177 RGSC XV
Como ya lo hemos dicho, las dos extremidades de la espira de hélice de paso infinitesimal son dos puntos inmediatamente vecinos sobre una generatriz del cilindro, una paralela al eje vertical (situada por lo demás en uno de los planos de coordenadas). Estos dos puntos no pertenecen realmente a la individualidad, o, de una manera más general, al estado de ser representado por el plano horizontal que se considera. “La entrada en el yin-yang y la salida del yin-yang no están a la disposición del individuo, ya que son dos puntos que, aunque en el yin-yang, pertenecen a la espira inscrita sobre la superficie lateral (vertical) del cilindro, y que están sometidos a la atracción de la “Voluntad del Cielo”. Y en realidad, el hombre no es libre, en efecto, de su nacimiento ni de su MUERTE. Para su nacimiento, no es libre ni de la aceptación, ni de la negación, ni del momento. Para la MUERTE, no es libre de sustraerse a ella; y, en toda justicia analógica, no debe ser libre tampoco del momento de su MUERTE… En todo caso, no es libre de ninguna de las condiciones de estos dos actos: el nacimiento le lanza invenciblemente sobre el círculo de una existencia que ni ha pedido ni ha escogido; la MUERTE le retira de este círculo y le lanza invenciblemente a otro, prescrito y previsto por la “Voluntad del Cielo”, sin que pueda modificarlo en nada (Esto es así porque el individuo como tal no es más que un ser contingente, que no tiene en sí mismo su razón suficiente; por eso es por lo que el curso de su existencia, si se considera sin tener en cuenta la variación según el sentido vertical, aparece como el “círculo de la necesidad”.). Así, el hombre terrestre es esclavo en cuanto a su nacimiento y en cuanto a su MUERTE, es decir, en relación a los dos actos principales de su vida individual, a los únicos que resumen en suma su evolución especial al respecto de lo Infinito” (Matgioi, La Vía Metafísica, pp. 132-133. — “Pero, entre su nacimiento y su MUERTE, el individuo es libre, en la emisión y en el sentido de todos sus actos terrestres; en el “circulus vital” de la especie y del individuo, la atracción de la “Voluntad del Cielo” no se hace sentir”.). 243 RGSC XXII
Debe comprenderse bien que “los fenómenos MUERTE y nacimiento, considerados en sí mismos y fuera de los ciclos, son perfectamente iguales” (NA: Matgioi, La Vía Metafísica, pp. 138-139 (nota).); se puede decir incluso que no es en realidad más que un solo y mismo fenómeno considerado bajo dos caras opuestas, es decir, desde el punto de vista de uno y otro de los dos ciclos consecutivos entre los cuales interviene. Por lo demás, eso se ve inmediatamente en nuestra representación geométrica, puesto que el fin de un ciclo cualquiera coincide siempre necesariamente con el comienzo de otro, y puesto que nos no empleamos los términos “nacimiento” y “MUERTE”, tomándolos en su acepción enteramente general, más que para designar los pasos entre los ciclos, cualquiera que sea por lo demás la extensión de éstos, y ya sea que se trate tanto de mundos como de individuos. Estos dos fenómenos, “se acompañan pues y se completan uno al otro: el nacimiento humano es la consecuencia inmediata de una MUERTE (a otro estado); la MUERTE humana es la causa inmediata de un nacimiento (en otro estado igualmente). Cada una de estas circunstancias jamás se produce sin la otra. Y, puesto que el tiempo aquí no existe, podemos afirmar que, entre el valor intrínseco del fenómeno nacimiento y el valor intrínseco del fenómeno MUERTE, hay identidad metafísica. En cuanto a su valor relativo, y a causa de la inmediatez de las consecuencias, la MUERTE a la extremidad de un ciclo cualquiera es superior al nacimiento sobre el mismo ciclo, en todo el valor de la atracción de la “Voluntad del Cielo” sobre este ciclo, es decir, matemáticamente, en el paso de la hélice evolutiva” (Matgioi, La Vía Metafísica, p. 137. — Sobre esta cuestión de la equivalencia metafísica del nacimiento y de la MUERTE, ver también El Hombre y su devenir según el Vêdânta (HDV), cap. VIII y XVII.). 244 RGSC XXII
Antes de ir más lejos, importa observar todavía un punto, a saber: la distancia vertical que separa las extremidades de un ciclo evolutivo cualquiera es constante, lo que, parece, equivaldría a decir que, cualquiera que sea el ciclo que se considere, la “fuerza atractiva de la Divinidad” actúa siempre con la misma intensidad; y ello es efectivamente así al respecto del Infinito: es lo que expresa la ley de la armonía universal, que exige la proporcionalidad en cierto modo matemática de todas las variaciones. Sin embargo, es verdad que podría no ser ya lo mismo en apariencia si uno se colocara en un punto de vista especializado, y si se considerara solamente el recorrido de un cierto ciclo determinado que se quisiera comparar a los demás bajo la relación de que se trata; sería menester entonces poder evaluar, en el caso preciso en el que uno se hubiera colocado (admitiendo que haya lugar efectivamente a colocarse ahí, lo que, en todo caso, está fuera del punto de vista de la metafísica pura), el valor del paso de la hélice; pero, “nosotros no conocemos el valor esencial de este elemento geométrico, porque no tenemos actualmente consciencia de los estados cíclicos por donde pasamos, y porque no podemos medir pues la altura metafísica que nos separa hoy de aquella de la cual salimos” (NA: Matgioi, La Vía Metafísica, pp. 137-138 (nota).). No tenemos así ningún medio directo para apreciar la medida de la acción de la “Voluntad del Cielo”; “nosotros no la conoceríamos más que por analogía (en virtud de la ley de armonía), si, en nuestro estado actual, teniendo consciencia de nuestro estado precedente, pudiéramos juzgar la cantidad metafísica adquirida (Entiéndase bien que el término de “cantidad”, que justifica aquí el empleo del simbolismo matemático, no debe tomarse más que en un sentido puramente analógico; por lo demás, ocurre lo mismo con la palabra “fuerza” y con todas aquellas que evocan imágenes tomadas del mundo sensible.), y, por consiguiente, medir la fuerza ascensional. No se dice que la cosa sea imposible, ya que es fácilmente comprehensible; pero no lo es para las facultades de la presente humanidad” (NA: Matgioi, La Vía Metafísica, p. 96. — En esta última cita, hemos introducido algunas modificaciones, pero sin alterar su sentido, para aplicar a cada ser lo que se decía del Universo en su conjunto. “El hombre no puede nada sobre su propia vida, porque la ley que rige la vida y la MUERTE, sus mutaciones, se le escapa; ¿qué puede saber entonces de la ley que rige las grandes mutaciones cósmicas, la evolución universal?” (Tchoang-Tseu, cap. XXV). — En la tradición hindú, los Purânas declaran que no hay medida para los Kalpas anteriores y posteriores, es decir, para los ciclos que se refieren a los otros grados de la Existencia Universal.). 255 RGSC XXIII
Hay lugar a considerar todavía otro aspecto bajo el cual la serpiente, en su simbolismo general, aparece, si no precisamente como maléfica (lo que implica necesariamente la presencia del correlativo benéfico, puesto que “bien” y “mal”, como los dos términos de toda dualidad, no pueden comprenderse más que uno por el otro), al menos sí como temible, en tanto que figura el encadenamiento del ser a la serie indefinida de los ciclos de manifestación (Es el samsâra búdico, la rotación indefinida de la “rueda de la vida”, rotación de la cual el ser debe liberarse para alcanzar el Nirvâna. El apego a la multiplicidad es también, en un sentido, la “tentación” bíblica, que aleja al ser de la unidad central original y que le impide alcanzar el fruto del “Árbol de la Vida”; por eso es, en efecto, por lo que el ser está sometido a la alternancia de las mutaciones cíclicas, es decir, al nacimiento y a la MUERTE.). Este aspecto corresponde concretamente al papel de la serpiente (o del dragón que es entonces un equivalente de la misma) como guardián de algunos símbolos de inmortalidad cuyo acceso impide: es así como se la ve enrollada alrededor del árbol de las “manzanas de oro” del jardín de las Hespérides, o del haya del bosque de Cólquida del cual está suspendido “el Toisón de Oro”; es evidente que estos árboles no son otra cosa que formas del “Árbol de la Vida”, y que, por consiguiente, representan todavía el “Eje del Mundo” (NA: Es menester mencionar todavía, desde un punto de vista bastante próximo a éste, las leyendas simbólicas que, en numerosas tradiciones, representan la serpiente o el dragón como guardián de los “tesoros ocultos”; éstos están en relación con diversos otros símbolos muy importantes, como los de la “piedra negra” y del “fuego subterráneo” (ver El Rey del Mundo (RGRM), cap. I y VII); se trata todavía de uno de esos numerosos puntos que no podemos más que indicar de pasada, sin perjuicio de volver a ellos en alguna otra ocasión.). 274 RGSC XXV