Así pues, es de la verdad relativa del nombre-y-la-forma de lo que el Comprehensor se libera (namarupad vimuktah, Mundaka Upanixade 3.2.8); aunque sea una verdad válida para los propósitos prácticos, es una falsedad o una irrealidad (anrtam) cuando se compara con la «Verdad de la verdad, la Verdad absoluta, y es por esta falsedad por lo que nuestros Deseos Verdaderos» son obscurecidos. En otras palabras, las «cosas» temporales son a la vez reales e irreales. De hecho, el Vedanta no niega, como ha sido afirmado tan a menudo, una existencia de los temporalia, —«pues no puede negarse la distinta talidad (anyattattvam) de este mundo de ocupaciones, evidenciada por todos los criterios» (Br. S. Bhasya 2.2.31), «la no-existencia de los objetos externos se refuta por el hecho de nuestra aprehensión de ellos» (nabhava upalabdheh, Br. S. Bhasya 2.2.28). En la presente relación es irrelevante que Shankaracarya malinterprete la postura budista, la cual evita los extremos «es» y «no es» (S. 2.17, cf. BG. 2.16). El punto importante es que la postura vedántica está en perfecto acuerdo con la postura platónica, la cual es que las cosas son «falsas» (pseudos = anrta)1 en el sentido en que una imitación, aunque existe, no es «la cosa real» de la que ella es una imitación; y con la doctrina cristiana como la formula S. Agustín en Conf. 7.11 y 11.4: «Yo contemplaba a estos otros debajo de Ti, y veía que ellos ni son completamente, ni completamente no son. Tienen una existencia (esse), porque son desde Ti; y sin embargo no tienen ninguna existencia, porque no son lo que Tú eres. Pues sólo es realmente, eso que permanece sin cambio; el Cielo y la Tierra son bellos y buenos, y son (sunt), puesto que Dios los hizo», pero cuando «se comparan a Ti, no son bellos, ni buenos, ni son en absoluto» (nec sunt). La doctrina vedántica de que el mundo es «del material del arte» (maya-maya) no es una doctrina de la «ilusión», sino que distingue meramente entre la realidad relativa del artefacto y la realidad mayor del Artífice (mayin, nirmanakara) en quien subsiste el paradigma. El mundo es una epifanía; y no es culpa de nadie, sino sólo nuestra, si nosotros tomamos «las cosas que fueron hechas» por la realidad según la cual se hicieron, el fenómeno mismo por eso de lo cual los fenómenos son sólo apariencias2 . Además, la «ilusión» no puede predicarse propiamente de un objeto, puesto que sólo puede surgir en el perceptor; la sombra es una sombra, hagamos lo que hagamos con ella.
NOTAS