Fissuras Muralha

René Guénon — O reino da quantidade e sinal dos tempos

Las fisuras de la gran muralla
Por lejos que haya podido ser llevada la «solidificación» del mundo sensible, nunca puede ser tal que éste sea realmente un «sistema cerrado» como lo creen los materialistas; por lo demás, ella tiene límites impuestos por la naturaleza misma de las cosas, y cuanto más se acerca a esos límites, más inestable es el estado que representa; de hecho, como lo hemos visto, el punto que corresponde a ese máximo de «solidez» ya está rebasado, y esta apariencia de «sistema cerrado» ahora ya no puede sino devenir cada vez más ilusorio e inadecuado a la realidad. También hemos hablado de «fisuras» por las cuales se introducen ya y se introducirán cada vez más ciertas fuerzas destructivas; según el simbolismo tradicional, estas «fisuras» se producen en la «Gran Muralla» que rodea a este mundo y que le protege contra la intrusión de las influencias maléficas del dominio sutil e inferior (NA: En el simbolismo de tradición hindú, esta «Gran Muralla» es la montaña circular Lokâloka, que separa el «cosmos» (loka) de las «tinieblas exteriores» (aloka); por lo demás, entiéndase bien que esto es susceptible de aplicarse analógicamente a dominios más o menos extensos en el conjunto de la manifestación cósmica, de donde la aplicación particular que se hace de ello, en lo que decimos aquí, en relación al mundo corporal solo.). Para comprender bien este simbolismo bajo todos sus aspectos, importa destacar que una muralla constituye a la vez una protección y una limitación; por consiguiente, en un cierto sentido, ella tiene pues, se podría decir, ventajas e inconvenientes; pero en tanto que está esencialmente destinada a asegurar una defensa contra los ataques que vienen de abajo, las ventajas predominan incomparablemente, y, para lo que se encuentra contenido en este recinto, vale más en suma estar limitado por ese lado inferior que estar incesantemente expuesto a los estragos del enemigo, si no incluso a una destrucción más o menos completa. Por otra parte, en realidad, una muralla no está cerrada por arriba y, por consiguiente, no impide la comunicación con los dominios superiores, y esto corresponde al estado normal de las cosas; en la época moderna, es la «concha» sin salida construida por el materialismo la que ha cerrado esta comunicación. Ahora bien, como lo hemos dicho, puesto que el «descenso» no está todavía acabado, esta «concha» no puede sino subsistir intacta por arriba, es decir, precisamente, por el lado donde el mundo no tiene necesidad de protección, y de donde, al contrario, no puede recibir más que influencias benéficas; las «fisuras» no se producen más que por abajo, y por consiguiente, en la verdadera muralla protectora misma, y las fuerzas inferiores que se introducen por ellas encuentran tanta menos resistencia cuanto que, en estas condiciones, ninguna potencia de orden superior puede intervenir para oponerse a ellas eficazmente; así pues, el mundo se encuentra librado sin defensa a todos los ataques de sus enemigos, y eso tanto más cuanto que, por el hecho mismo de la mentalidad actual, ignora completamente los peligros de los cuales está amenazado.

En la tradición islámica, estas «fisuras» son aquellas por las cuales penetrarán, en las proximidades del fin del ciclo, las hordas devastadoras de Gog y Magog (En la tradición hindú, son los demonios Koka y Vikoka, cuyos nombres son evidentemente similares.), que, por lo demás, hacen esfuerzos incesantes para invadir nuestro mundo; estas «entidades», que representan las influencias inferiores de las que se trata, y que son consideradas como llevando actualmente una existencia «subterránea», son descritas a la vez como gigantes y como enanos, lo que, según lo que hemos visto más atrás, las identifica, al menos bajo una cierta relación, a los «guardianes de los tesoros ocultos» y a los herreros del «fuego subterráneo», que tienen también, recordémoslo, un aspecto extremadamente maléfico; en el fondo, en todo eso, se trata siempre del mismo orden de influencias sutiles «infracorporales» (El simbolismo del «mundo subterráneo», él también, es doble, y tiene igualmente un sentido superior, como lo muestran concretamente algunas de las consideraciones que hemos expuesto en El Rey del Mundo; pero aquí no se trata naturalmente más que de un sentido inferior, e incluso, se puede decir, literalmente «infernal».). A decir verdad, las tentativas de estas «entidades» para insinuarse en el mundo corporal y humano están lejos de ser una cosa nueva, y se remontan al menos hasta los comienzos del Kali-Yuga, es decir, mucho más allá de los tiempos de la antigüedad «clásica» a los cuales se limita el horizonte de los historiadores profanos. Sobre este punto, la tradición china, en términos simbólicos, cuenta que «Niu-koua (hermana y esposa de Fo-hi, y que se dice que reinó conjuntamente con él) fundió piedras de los cinco colores (Estos cinco colores son el blanco, el negro, el azul, el rojo y el amarillo, que, en la tradición extremo oriental, corresponden a los cinco elementos, así como a los cuatro puntos cardinales y al centro.) para reparar un desgarrón que un gigante había hecho en el cielo» (aparentemente, aunque esto no esté explicado claramente, en un punto situado sobre el horizonte terrestre) (Se dice también que «Niu-koua cortó los cuatro pies de la tortuga para poner en ellos las cuatro extremidades del mundo», con el fin de estabilizar la tierra; si se compara a lo que hemos dicho más atrás de las correspondencias analógicas de Fo-hi y de Niu-koua, uno se puede dar cuenta de que según todo eso, la función de asegurar la estabilidad y la «solidez» del mundo pertenecen al lado substancial de la manifestación, lo que concuerda exactamente con todo lo que hemos expuesto aquí a este respecto.); y esto se refiere a una época que, precisamente, no es posterior más que en algunos siglos al comienzo del Kali-Yuga.

Únicamente, si el Kali-Yuga todo entero es propiamente un periodo de oscurecimiento, lo que hacía posibles desde entonces tales «fisuras», este oscurecimiento está muy lejos de haber alcanzado de inmediato el grado que se puede constatar en sus últimas fases, y es por eso por lo que estas «fisuras» podían ser reparadas entonces con una relativa facilidad; por lo demás, por eso no era menos necesaria una constante vigilancia, lo que entraba naturalmente en las atribuciones de los centros espirituales de las diferentes tradiciones. Vino después una época donde, a consecuencia de la excesiva «solidificación» del mundo, estas mismas «fisuras» eran mucho menos de temer, al menos temporariamente; esta época corresponde a la primera parte de los tiempos modernos, es decir, a lo que se puede definir como el periodo especialmente mecanicista y materialista, donde el «sistema cerrado» de que hemos hablado estaba más cerca de ser realizado, al menos en la medida en que la cosa es posible de hecho. Ahora, es decir, en lo que concierne al periodo que podemos designar como la segunda parte de los tiempos modernos, y que ya ha comenzado, las condiciones, en relación a las de todas las épocas anteriores, están ciertamente muy cambiadas: no solo las «fisuras» pueden producirse de nuevo cada vez más ampliamente, y presentar un carácter mucho más grave que nunca en razón del camino descendente que ha sido recorrido en el intervalo, sino que las posibilidades de reparación ya no son tampoco las mismas de antaño; en efecto, la acción de los centros espirituales se ha cerrado cada vez más, porque las influencias superiores que transmiten normalmente a nuestro mundo ya no pueden manifestarse al exterior, al estar detenidas por esa «concha» impenetrable de la que hablábamos hace un momento; así pues, en un semejante estado del conjunto humano y cósmico a la vez, ¿dónde se podría encontrar una defensa por poco eficaz que sea contra las «hordas de Gog y Magog»?

Eso no es todo aún: lo que acabamos de decir no representa en cierto modo más que el lado negativo de las dificultades crecientes que encuentra toda oposición a la intrusión de esas influencias maléficas, y a eso se puede agregar también esa suerte de inercia que se debe a la ignorancia general de estas cosas y a las «supervivencias» de la mentalidad materialista y de la actitud correspondiente, lo que puede persistir tanto más tiempo cuanto que esta actitud ha devenido por así decir instintiva entre los modernos y se ha como incorporado a su naturaleza misma. Bien entendido, buen número de «espiritualistas» e incluso de «tradicionalistas», o de aquellos que se titulan así, son, de hecho, tan materialistas como los demás bajo esta relación, ya que lo que hace la situación aún más irremediable, es que aquellos que querrían combatir más sinceramente el espíritu moderno están, ellos mismos, casi todos afectados por él sin saberlo, de suerte que todos sus esfuerzos están condenados por eso a permanecer sin ningún resultado apreciable; en efecto, aquí se trata de cosas en las que la buena voluntad está lejos de ser suficiente, y donde es menester también, e incluso ante todo, un conocimiento efectivo; pero es precisamente este conocimiento el que la influencia del espíritu moderno y de sus limitaciones hace completamente imposible, incluso en aquellos que podrían tener a este respecto algunas capacidades intelectuales si se encontraran en condiciones más normales.

Pero, además de todos estos elementos negativos, las dificultades de que hablamos tienen también un lado que se puede decir positivo, y que está representado por todo lo que, en nuestro mundo mismo, favorece activamente la intervención de las influencias sutiles inferiores, ya sea por lo demás consciente o inconscientemente. Habría lugar a considerar aquí, en primer lugar, el papel en cierto modo «determinante» de los agentes mismos de la desviación moderna toda entera, puesto que esta intervención constituye propiamente una nueva fase más «avanzada» de esta desviación, y responde exactamente a la continuación misma del «plan» según el cual es efectuada; así pues, evidentemente, es por ese lado por donde sería menester buscar a los auxiliares conscientes de estas fuerzas maléficas, aunque, también ahí, pueda haber en esta consciencia muchos grados diferentes. En cuanto a los demás auxiliares, es decir, a todos aquellos que actúan de buena fe y que, ignorando la verdadera naturaleza de estas fuerzas (gracias precisamente también a esta influencia del espíritu moderno que acabamos de señalar), no desempeñan en suma más que un simple papel de engañados, lo que no les impide ser frecuentemente tanto más activos cuanto más sinceros y cuanto más ciegos son, son ya casi innumerables y pueden clasificarse en múltiples categorías, desde los ingenuos adherentes de las organizaciones «neoespiritualistas» de todo género hasta los filósofos «intuicionistas», pasando por los sabios «metapsiquistas» y los psicólogos de las más recientes escuelas. Por lo demás, no insistiremos más en ello en este momento, ya que sería anticiparse sobre lo que tendremos que decir un poco más adelante; antes de eso, nos es menester todavía dar algunos ejemplos de cómo algunas «fisuras» pueden producirse efectivamente, así como de los «soportes» que las influencias sutiles o psíquicas de orden inferior (ya que, en el fondo, dominio sutil y dominio psíquico son para nos términos sinónimos) pueden encontrar en el medio cósmico mismo para ejercer su acción y extenderse en el mundo humano.