Real e Irreal (FS)

Frithjof SchuonCompreender o Islã

A Via

Nuestra intención no es aquí tratar del sufismo en particular y de una forma exhaustiva — otros han tenido este mérito con mayor o menor acierto —, sino considerar la “Vía” (tariqa) en sus aspectos generales o en su realidad universal; así pues, no siempre emplearemos un lenguaje propio exclusivamente del Islam. Vista desde este ángulo muy general, la “vía” se presenta en primer lugar como la polaridad “doctrina” y “método”, o como la verdad metafísica acompañada de la concentración contemplativa; todo puede reducirse en suma a estos dos elementos: intelección y concentración; o discernimiento y unión. La verdad metafísica es, para nosotros, que estamos en la retatividad puesto que existimos y pensamos, a priori el discernimiento entre lo Real y lo irreal, o lo “menos real”; y la concentración, o el acto operativo del espíritu — la oración en el sentido más amplio es en cierto modo nuestra respuesta a la verdad que se ofrece a nosotros; es la Revelación que ha entrado en nuestra conciencia y ha sido asimilada, en un grado cualquiera, por nuestro ser.

Para el Islam, o más precisamente para el sufismo, que es su médula, la doctrina metafísica — lo hemos dicho muchas veces — es que “no hay realidad fuera de la única Realidad”, y que, en la medida en que estamos obligados a tomar en cuenta la existencia del mundo y de nosotros mismos, “el cosmos es la manifestación de la Realidad”; los vedantinos dirían — repitámoslo una vez más — que “el mundo es falso, Brahma es verdadero”, pero que “todo es Atma”; todas las verdades escatológicas están contenidas en esta segunda aserción. Si nos salvamos es en virtud de la segunda verdad; según la primera no “somos” siquiera, aunque “existamos” en el orden de las reverberaciones de la contingencia. Es como si fuéramos salvados de antemano porque no somos y “sólo subsistirá la Faz de Allah”.

La distinción entre lo Real y lo irreal coincide en cierto sentido con la que existe entre la Substancia y los accidentes; esta relación Substancia y accidentes hace fácilmente inteligible el carácter “menos real” — o “irreal” — del mundo, y muestra, a quien es capaz de captarla, la inanidad del error que atribuye carácter de absoluto a los fenómenos. El sentido corriente de la palabra “substancia” indica por lo demás — y eso cae de su peso — que existen substancias intermedias, “accidentales” en relación con la Substancia pura, pero que no por ello dejan de asumir la función de substancias con respecto a sus propios accidentes: son, en sentido ascendente, la materia, el éter, la substancia anímica, la substancia supraformal y macrocósmica — “angélica” si se quiere —, y después la sustancia universal y metacósmica que es uno de los polos del Ser, o que es Su “dimensión horizontal” o Su aspecto femenino. El error anti-metafísico de los asuras consiste en tomar los accidentes por “la realidad” y en negar la Substancia calificándola de “irreal” o de “abstracta”.

Ver la irrealidad — o la menor realidad, o la realidad relativa — del mundo, es al mismo tiempo ver el simbolismo de los fenómenos; saber que sólo la “Substancia de las substancias” es absolutamente real — que ella es, pues, la única real, hablando en rigor —, es ver la Substancia en todos los accidentes y a través de ellos; gracias a este conocimiento inicial de la Realidad el mundo se vuelve metafísicamente “transparente”. Cuando se dice que el Bodhisattva no contempla más que el espacio, y no los contenidos, o que contempla estos últimos considerándolos como espacio, esto significa que no ve más que la Substancia, la cual aparece como un “vacío” con respecto al mundo, o, al contrario, que el mundo se le aparece como un “vacío” en función de la Plenitud principial; hay ahí dos “vacíos” — o dos “plenitudes” — que se excluyen mutuamente, al igual que en un reloj de arena los dos compartimientos no pueden estar simultáneamente vacíos o llenos.

Cuando se ha captado plenamente que la relación entre el agua y sus gotas es paralela a la que existe entre la Substancia y los accidentes, los cuales, por su parte, son los contenidos del mundo, el carácter “ilusorio” de los accidentes no puede ofrecer ninguna duda ni presentar ninguna dificultad; si se dice, en el Islam, que las criaturas son una prueba de Allah, esto significa que la naturaleza de los fenómenos es la de “accidentes”, que revelan, por consiguiente, la Substancia última. La comparación con el agua tiene de imperfecto el que no toma en cuenta la trascendencia de la Substancia; pero la materia no puede ofrecer imagen menos inadecuada desde el momento en que la trascendencia se difumina, en los reflejos, en la misma medida en que el plano considerado participa de lo accidental.

Hay discontinuidad entre los accidentes y la Substancia, si bien hay cierta continuidad muy sutil desde Ésta a aquéllos, en el sentido de que, siendo sólo la Substancia completamente real, los accidentes son forzosamente aspectos suyos; pero en este caso se los considera en función de su causa y en ningún otro aspecto, y así la irreversibilidad se mantiene; dicho de otro modo, el accidente se reduce entonces a la Substancia, es Substancia “exteriorizada”, a lo que corresponde por lo demás el Nombre divino “el Exterior” (Al-Zhahir). Todos los errores sobre el mundo y sobre Allah residen, bien en la negación “naturalista” de la discontinuidad; y por tanto de la trascendencia — mientras que sobre ella hubiera tenido que edificarse toda la ciencia —, o bien en la incomprensión de la continuidad metafísica y “descendente”, la cual no niega en nada la discontinuidad a partir de lo relativo. “Brahma no está en el mundo”, pero “todo es Atmá”; “Brahma es verdadero, el mundo es falso”, y: “Él (el liberado, mukta) es Brama”. Toda la gnosis está contenida en estas enunciaciones, como está contenida también en la Shahada o en los dos Testimonios, o también en los misterios crísticos. Y esta noción es crucial: la verdad metafísica, con todo lo que implica, está en la substancia misma del intelecto; negar o limitar la verdad es siempre negar o limitar el intelecto; conocer éste es conocer su contenido consubstancial y por consiguiente la naturaleza de las cosas, y por esto se ha dicho: “Conócete a ti mismo” (gnosis griega), y también: “El reino de Dios está dentro de vosotros” (Evangelio), e igualmente: “Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor” (Islam).

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