aire (Schuon)

Pero hay otra haqîqa que nos gustaría tocar aquí, y es la siguiente: la Presencia divina tiene en el orden sensible dos símbolos o vehículos -o dos « manifestaciones » naturales- de primera importancia: el corazón, dentro de nosotros, que es nuestro centro, y el AIRE que está a nuestro alrededor, y que respiramos. El AIRE es la manifestación del éter, que teje las formas, y es al mismo tiempo el vehículo de la luz, que también manifiesta al elemento etéreo (30). Cuando respiramos, el AIRE penetra en nosotros, y es -simbólicamente hablando- como si introdujera en nosotros el éter creador junto con la luz; respiramos la Presencia universal de Dios. Hay igualmente una relación entre la luz y el frescor, pues las dos sensaciones son liberadoras; lo que en el exterior es luz, en el interior es frescor. Respiramos el AIRE luminoso y fresco, y nuestra respiración es una oración como el latido de nuestro corazón; la luminosidad se refiere al Intelecto, y el frescor al Ser puro (31). 811 FSCI 2

El «recuerdo de Dios» es como la respiración profunda en la soledad de la alta montaña: el AIRE matinal, cargado de la pureza de las nieves eternas, dilata el pecho; éste se vuelve espacio, el cielo entra en el corazón. 819 FSCI 2

30. Los griegos no hablaron del éter, sin duda porque lo concebían como oculto en el AIRE, que también es invisible. En hebreo, la palabra avir designa a la vez el AIRE y el éter; la palabra aor, «luz», tiene la misma raíz. 921 FSCI 2

Reanudando nuestra descripción anterior, pero formulándola de manera algo diferente, diremos que Muhammad es la forma orientada hacia la Esencia divina; esta «forma» tiene dos principales aspectos, que corresponden respectivamente a la base y al vértice del triángulo, a saber, la nobleza y la piedad. Ahora bien, la nobleza está hecha de fuerza y generosidad, y la piedad -en el nivel de que aquí se trata- está hecha de sabiduría y santidad; añadiremos que por “piedad” hay que entender el estado de “servidumbre espiritual” (‘ubûdiyya) en el sentido más elevado del término, que comprende la perfecta “pobreza” (faqr, de ahí la palabra faqîr) y la «extinción» (fanâ’) ante Allâh, lo que no carece de relación con el epíteto de “iletrado” (ummî) atribuido al Profeta. La piedad es lo que nos liga a Allâh; en el Islam, esto es en primer lugar, en la medida de lo posible, la comprensión de la evidente Unidad -pues el que es “responsable” debe captar esta evidencia, y no hay aquí una línea de demarcación rigurosa entre el “creer” y el “saber”- y, después, la realización de la Unidad más allá de nuestra comprensión provisional y “unilateral”, que es ignorancia en comparación con la ciencia plenaria; no hay santo (wâli, “representante” y, por tanto, “participante”) que no sea “conocedor por Dios” (‘arîf bil-Llâh). Y esto explica por qué la piedad -y con mayor razón la santidad, que es su flor- tiene en el Islam un AIRE de serenidad; (17) es una piedad que desemboca esencialmente en la contemplación y la gnosis. 1164 FSCI 3

(4). Por lo que se refiere al Islam en general, se pierde de vista con demasiada facilidad que la prohibición de las bebidas fermentadas significaba un indiscutible sacrificio para los antiguos árabes -y para los otros pueblos que iban a islamizarse-, todos los cuales conocían el vino. Tampoco el Ramadán es un placer, y la misma observación vale para la práctica regular -y a menudo nocturna- de la oración; el Islam no se impuso, ciertamente, por su facilidad. Durante nuestras primeras estancias en ciudades árabes, estábamos impresionados por su atmósfera austera e incluso sepulcral: una especie de blancura desértica se extendía como una mortaja sobre las casas y los hombres; en todo había un AIRE de oración y de muerte. Hay en esto, indiscutiblemente, huellas del alma del Profeta. 1230 FSCI 3

Para volver a la raza blanca, podríamos caracterizarla, a riesgo de repetirnos, con las palabras «exteriorización» y «contraste»: lo que se exterioriza tiende hacia la diversidad, hacia la riqueza, pero también hacia un cierto «desarraigo creador», y esto explica el que la raza blanca sea la única que haya dado a luz varias civilizaciones profundamente diferentes, como hemos señalado más atrás; además, los contrastes que, en el conjunto de los blancos, se producen «en el espacio», en la simultaneidad, en los occidentales se producen en el tiempo, en el transcurso de la historia europea. Añadiremos que, si bien el blanco es un «fuego» inquieto y devorador, también puede ser – es el caso del hindú – una llama tranquila y contemplativa; en cuanto al amarillo, si es «agua», puede reflejar la luna, pero también desencadenarse en huracanes; y si el negro es «tierra», tiene, junto con la inocente macicez de este elemento, la fuerza explosiva de los volcanes (NA: Estas correspondencias se basan en los elementos visibles, que son tres en total. No sabemos cuál es el origen de la clasificación siguiente: raza blanca, agua, linfático, norte, invierno; raza amarilla, AIRE, nervioso, este, primavera; raza negra, fuego, sanguíneo, sur, verano; raza roja, tierra, bilioso, oeste, otoño. Este cuadro, aunque contiene elementos plausibles, suscita serias reservas. El hecho de que la raza roja incluya un tipo que no se encuentra en ninguna otra parte con el mismo grado de precisión y expansión, no autoriza, sin embargo, a considerarla como una raza fundamental, pues también incluye tipos que vuelven a encontrarse en las razas amarilla y blanca.). 1848 FSCR: EL SENTIDO DE LAS RAZAS

A pesar de las reservas que se imponen a priori, quizá deberíamos volver aquí sobre la analogía que hemos establecido entre las tres razas fundamentales o «absolutas», por una parte, y los tres elementos visibles, por otra (NA: Los dos elementos invisibles, el AIRE y el éter, están comprendidos en los elementos visibles, el primero en sentido «horizontal» y «secundario» y el segundo en sentido «vertical» o «primordial»: el fuego y el agua se resorben en el AIRE, que es como su base, viven de él en cierto modo, mientras que el éter penetra todos los elementos, cuya materia prima o quintaesencia (NA: quinta essentia) es. Al hablar de «elementos», no pensamos en el análisis químico, por supuesto, sino en el simbolismo natural e inmediato de las apariencias, el cual es perfectamente válido e incluso «exacto» desde el punto de vista en que nos situamos.), refiriéndonos ahora a la teoría hindú de las tres tendencias cósmicas (NA: gunas): los hindúes, en efecto, atribuyen el fuego – que asciende e ilumina – a la tendencia ascendente (NA: sattwa); el agua – que es transparente y se extiende en sentido horizontal – a la tendencia expansiva (NA: rayas); y la tierra – que es pesada y opaca – a la tendencia descendente o solidificante (NA: tamas). La precariedad de la tendencia ascendente explica las desviaciones grecorromana y moderna: lo que, en los hindúes, es penetración intelectual y contemplatividad se ha convertido en hipertrofia mental e ingeniosidad en los occidentales; en ambos casos se hace hincapié en el «pensamiento», en el sentido más amplio del término, pero los resultados son diametralmente opuestos. La raza blanca es «especulativa» en el sentido propio de la palabra y también en el abusivo: ha influido fuertemente en el espíritu de las otras razas por el brahmanismo, el budismo, el Islam y el cristianismo, pero también por la desviación moderna, sin haber sido influida por ninguna de ellas, como no sea débilmente. La raza amarilla es contemplativa sin hacer hincapié en el elemento dialéctico, es decir, sin sentir la necesidad de revestir su sabiduría con mentalizaciones complejas e inestables; esta raza ha dado origen al taoísmo, el confucianismo y el shintoísmo, ha creado una escritura única en su género y un arte original, profundo y poderoso, pero no ha determinado a ninguna civilización extranjera; ha sido profundamente marcada por el budismo, sabiduría de origen blanco – no es la sabiduría lo que es racial, sino el vehículo humano de la Revelación -, a la vez que ha dado a esta tradición el sello de su genio a un tiempo poderoso y sutil (NA: Aquí habría que mencionar igualmente las civilizaciones americanas precolombinas, aunque haya en ellas, junto al elemento mongoloide, un elemento atlante que quizá es anterior a las grandes diferenciaciones raciales, o que se vincula a los blancos acercándose a los antiguos egipcios y a los beréberes primitivos; América presenta – racial y culturalmente – como una mezcla entre la Siberia mongólica y el Egipto antiguo, de donde el chamanismo, las tiendas cónicas, los vestidos de cuero adornados con colgantes, los tambores mágicos, la larga cabellera, las plumas y los flecos, y, en el Sur, las pirámides, los templos colosales de formas estáticas, los jeroglíficos y las momias. Entre las tres grandes razas de la humanidad no sólo hay, sin duda, tipos debidos a mezclas, sino también, nos parece, tipos que han permanecido más o menos «indiferenciados»; igualmente, se puede concebir que la humanidad primordial, aun sin conocer todavía las razas, poseía esporádicamente tipos muy diferenciados, especies de prefiguraciones de las razas actuales.). Las conquistas de los amarillos se extienden como un maremoto, arrollándolo todo a su paso pero sin transformar a sus víctimas, como lo hacen las conquistas de los blancos (NA: César romanizó la Galia, los musulmanes islamizaron partes de Africa, Europa y Asia, los europeos europeizaron América, pero los mongoles nunca han mongolizado nada; su genio espiritual es demasiado implícito para poder labrar a otras razas.) los amarillos, sea cual sea su impetuosidad, «conservan» como el agua, no «transmutan» como el fuego; vencedores, se dejan absorber por los vencidos de civilización extranjera. En cuanto a la raza negra, es «existencial», ya lo hemos dicho, lo que explica su pasividad y su inaptitud para la irradiación, incluso en el seno del Islam; pero este carácter se vuelve cualitativo y espiritual por la intervención del elemento contemplativo que está en el fondo de todo hombre y que da valor a toda determinación natural. 1866 FSCR: EL SENTIDO DE LAS RAZAS

En cuanto a la divinidad considerada en el aspecto del número cinco, presenta el carácter de la Cuaternidad con la diferencia de que las cuatro funciones son esencialmente consideradas en su relación con el centro o la cima, en un sentido bien estático y centrípeto, bien dinámico y centrífugo. Si tomamos el ejemplo de los elementos – tierra, fuego, AIRE, agua – se los considerará no en sí mismos, sino como modalidades del elemento central, el éter; o también, tomando el ejemplo de las facultades mentales – razón, intuición, imaginación, memoria – se las mirará ya como tendentes contemplativamente hacia el Intelecto, ya como emanando operativamente de él. En cuanto a las cuatro direcciones del espacio, también dependen de un centro, a saber, la consciencia, que establece las relaciones espaciales. Estos ejemplos reflejan una situación hipostática, de la que, después de todo cuanto hemos dicho con anterioridad, no daremos cuenta detallada (NA: En la cosmología mística de la mayor parte de los indios de América del Norte, el quinario se obtiene por el hecho de que el hombre se sitúa en el centro de los cuatro puntos cardinales; por una parte, observa alrededor de sí mismo, estos puntos, pues en cierto modo él es su medida, y, por otra, los contiene en sí mismo, forman parte de su substancia. Hablando muy esquemáticamente, la perspectiva de estos indios se reduce a una vertical dividida en tres planos superpuestos de significado variable, conteniendo cada plano a su vez cuatro polos que corresponden a los puntos cardinales y que son concebidos de una manera bien estática, o bien dinámica; en este último caso, se representa un movimiento circular, a veces centrípeto, a saber, los «cuatro vientos» que en el fondo son las determinaciones cósmicas esenciales.). 2488 EPV: I NÚMEROS HIPOSTÁTICOS Y CÓSMICOS

Los elementos de belleza, sean visuales o auditivos, estáticos o dinámicos, no son solamente agradables, son, ante todo, verdaderos y su atractivo viene de su verdad; éste es el dato más evidente y, no obstante, menos comprendido de la estética. Además, como Plotino hace notar, todo elemento de belleza o de armonía es un espejo o un receptáculo que atrae la presencia espiritual que corresponde a su forma o a su color, si se puede decir; si esto se aplica lo más directamente posible a los símbolos sagrados, vale igualmente, de una manera menos directa y más difusa, para todas las cosas armónicas, luego verdaderas. Así, un ambiente artesanal hecho de una sobria belleza – porque no se trata de suntuosidad más que en casos muy particulares – atrae o favorece la barakah, la «bendición»; no es que cree la espiritualidad, como tampoco el AIRE puro crea la salud, pero es, en todo caso, conforme a ella, lo que es mucho, y lo que es, humanamente, lo normal. 3362 EPV: III FUNDAMENTOS DE UNA ESTÉTICA INTEGRAL

Cuando el dogmatismo religioso reivindica un alcance absoluto para un hecho terrestre -y no discutimos el carácter «relativamente absoluto» de semejante hecho-, el platónico o el oriental recurren a las certidumbres principiales e intemporales; en otras palabras, cuando el dogmático afirma que «esto es», el gnóstico pregunta inmediatamente: «¿En virtud de qué posibilidad?» Para él «todo ha sido ya»; no admite lo «nuevo», sino en tanto que describa o manifieste «lo antiguo» o más bien lo intemporal, la «idea» increada; los mensajes celestiales sin duda tienen, práctica y humanamente, una función de absoluto, pero no son por ello el Absoluto y no salen, en su forma, de la relatividad. Lo mismo sucede con el intelecto «creado» e «increado» a la vez: el elemento «increado» lo penetra como la luz penetra el AIRE o el éter; este elemento no es la luz, pero la transmite y prácticamente no se pueden disociar. 4825 FSRMA: DIÁLOGO ENTRE HELENISTAS Y CRISTIANOS LA VÍA DE LA UNIDAD

Por chamanismo entendemos las tradiciones de origen «prehistórico» propias de los pueblos mongoloides, comprendidos los indios de América (Con excepción de los mexicanos y los peruanos, que representan filiaciones tradicionales más tardías -«atlantinas», según cierta terminología- y que por este hecho ya no dependen del AIRE del «Pájaro-Trueno».). En Asia encontramos este chamanismo propiamente dicho no sólo en Siberia, sino en el Tíbet -en la forma del BönPo-, en Mongolia, Manchuria y Corea; la tradición china prebúdica con sus ramas confucionista y taoísta se vincula igualmente con esta familia tradicional, así como en Japón, donde el chamanismo ha dado lugar a esa tradición particular que es el Shintô. Todas estas tradiciones se caracterizan por la oposición complementaria entre la Tierra y el Cielo y por el culto de la Naturaleza, contemplada en la relación de su causalidad esencial y no de su accidentalidad existencial. Se caracterizan igualmente por cierta escasez en la escatología -muy evidente incluso en el confucionismo-, y sobre todo por la función central del chamán, asumida en China por los Taotsé (No confundir con los Tao-Shi, que son monjes contemplativos.) y en el Tíbet por los lamas adivinos y exorcistas (La demarcación entre el Mön-Po y el Lamaismo no siempre está clara, al haberse influido recíprocamente estas tradiciones.). Si mencionamos ahora a la China y al Japón no es para englobar sus tradiciones autóctonas pura y simplemente dentro del chamanismo siberiano, sino para situarlas en relación con la tradición primitiva de la raza amarilla, tradición de la que el chamanismo es la prolongación más directa y también, es preciso decirlo, la más desigual y ambigua. 4847 FSRMA: CHAMANISMO PIEL-ROJA LA VÍA DE LA UNIDAD

El Este es la Luz y el Conocimiento y también la Paz; el Sur es el Calor y la Vida y por tanto el Crecimiento y la Felicidad; el Oeste es el Agua fertilizante, así como la Revelación que habla en el relámpago y el trueno; el Norte es el Frío y la Pureza, o la Fuerza. Así es como el Universo, a cualquier nivel que se le considere -Tierra, Hombre o Cielo-, depende de cuatro determinaciones primordiales: Luz, Calor, Agua y Frío. Lo que hay de sorprendente en esta calificación de los puntos cardinales es que no simbolizan claramente ni el cuaternario de los elementos -AIRE, fuego, agua, tierra- ni el de los estados físicos correspondientes -sequedad, calor, humedad, frío-, sino que mezclan o combinan los dos cuaternarios de manera desigual: el Norte y el Sur están caracterizados respectivamente por el frío y el calor sin representar los elementos tierra y fuego, mientras que el Oeste corresponde a la vez a la humedad y al agua; el Este representa la sequedad y ante todo la luz, pero no el AIRE. Esta asimetría se explica del siguiente modo: los elementos AIRE y tierra se identifican, respectivamente, en el simbolismo espacial del universo, con el Cielo y la Tierra y por consiguiente con las extremidades del eje vertical, mientras que el fuego -como fuego sacrificial y transmutador- es el Centro de todo; si se tiene en cuenta el hecho de que el Cielo sintetiza todos los aspectos activos de los dos cuaternarios -el de los elementos (Aire, fuego, agua y tierra.) y el de los estados (Sequedad, calor, humedad y frío.)- y de que la Tierra sintetiza sus aspectos pasivos, se observará que las definiciones simbólicas de las cuatro partes quieren ser una síntesis de los dos polos, uno celestial y otro terrestre (Esto significa -si se considera todo este simbolismo a la luz de la alquimia- que en esta polarización las fuerzas complementarias del «azufre» que «dilata», y del «mercurio», que «disuelve» y «contrae», se encuentran en equilibrio; el fuego del centro equivale entonces al fuego hermético en el fondo del atanor.): el Eje Norte-Sur es terrestre y el Eje Este-Oeste es celeste. 4867 FSRMA: CHAMANISMO PIEL-ROJA LA VÍA DE LA UNIDAD

Lo que había de particular y también de trágico en la Ghost Dance se debía a las circunstancias físicas y psicológicas del momento: la desesperación de los indios transponía estas profecías a un porvenir inmediato y les confería además un AIRE combativo completamente opuesto al carácter pacífico del mensaje primitivo; no obstante no fueron los indios quienes provocaron el combate. En cuanto a los prodigios experimentados por algunos creyentes -particularmente los sioux- parecen haber sido menos fenómenos de sugestión que alucinaciones debidas a una psicosis colectiva y determinadas en parte por influencias cristianas; Wovoka siempre ha negado que pretendiera ser Cristo, mientras que nunca negó haber encontrado al Ser divino -lo que puede entenderse de muchos modos- y haber recibido un mensaje; sin embargo no tenía ningún motivo para negar lo primero más que lo segundo (Cf. «The Ghost-Dance Religion», por James MONEY, en Fourteenth Annual Report of the Bureau of Ethnology to the Secretary of the Smithsonian Institution, Washington, 1896, y también: The Prophet Dance of the Northwest, por Leslie SPIER, en General Series in Anthropology, Menasha, Wisconsin, 1935.). Nos parece que no hay base para acusar a Wovoka de impostura, especialmente cuando ha sido descrito como un hombre sincero por los blancos que sin embargo no tenían ningún prejuicio favorable; sin duda la verdad es que Wovoka fue también una víctima de las circunstancias. Para reducir todo este movimiento a sus justas proporciones hay que observarlo en su contexto tradicional, el «poliprofetismo» indio y el «apocaliptismo» propio a cualquier religión, y también en su contexto contingente y temporal, el derrumbamiento de las bases vitales de la civilización de las Praderas. 4891 FSRMA: CHAMANISMO PIEL-ROJA LA VÍA DE LA UNIDAD

En cierto sentido, los mundos son como los cuerpos vivientes y los seres son como la sangre o el AIRE que los atraviesa; los continentes como los contenidos son proyecciones «ilusorias» fuera del Principio -ilusorias porque en realidad nada podría salir de él-, pero los contenidos son dinámicos y los continentes estáticos; esta distinción no aparece en el simbolismo del chorro del agua, pero sí en el de la respiración o la circulación sanguínea. 5053 FSRMA: EL HOMBRE EN EL UNIVERSO LA VÍA DE LA UNIDAD

Frithjof Schuon