Algazel (ATL) – Intelecto – Luz

INTELECTOLUZ

Decimos, entonces, que el intelecto merece más el nombre de “luz” que el ojo externo, pues por la elevación de su rango escapa a las siete imperfecciones:

— En primer lugar, el ojo no se ve él mismo, mientras que el intelecto percibe a los otros percibiéndose también a sí mismo en sus diversos atributos. El se percibe, en efecto, “conocedor” y “capacitado”, y percibe el conocimiento que tiene de si mismo, el conocimiento del conocimiento de este conocimiento y, así, siguiendo hasta el infinito. Esta es una percepción inconcebible para un órgano corporal. Detrás de esto reside un misterio demasiado largo de exponer aquí.

—En segundo término, el ojo no ve lo que está muy separado ni lo que está exageradamente cercano a él. Para el intelecto, el que esté cercano o distante le resulta indiferente. En un parpadear, el intelecto se eleva a lo más alto de los cielos, y en el tiempo de un guiño desciende hasta el confín de la tierra. Además, cuando se conocen las verdades espirituales, es de toda evidencia que su santa naturaleza lo sitúa más allá de las nociones de proximidad y separación. Es, en efecto, el símbolo de la Luz de Dios, y el símbolo no puede dejar de parecerse a su modelo aunque no tornarse su equivalente. Tal vez esto nos incite a meditar sobre las palabras del Profeta: “Dios ha creado a Adán a su imagen”. Pero prefiero no abordar ahora este tema.

— En tercer término, mientras el ojo no percibe lo que está velado, el intelecto penetra libremente en los dominios del Trono y del Pedestal divino y de lo que está más allá de los velos de los cielos o en el Reino celeste. Esto lo hace tan libremente como si penetrara en su propio universo y en su reino inmediato, su propio cuerpo. De todas las realidades, ninguna se oculta al intelecto. Si también existen velos en el intelecto ello es debido a ciertas propiedades que están ligadas a él mismo, como el ojo que se oculta a sí mismo cerrando los párpados. Sabrás con precisión a que nos referimos en el capítulo tercero de esta misma obra.

— En cuarto término, el ojo percibe el exterior de las cosas y su superficie, pero no su interior, aunque a veces percibe su forma pero no su verdadera naturaleza. El intelecto penetra en el interior, en el corazón de las cosas, y ciñe su naturaleza profunda y su esencia intelegible. Descubre su causa, su razón de ser, su finalidad y su armonía interna (hikma). Encuentra el lugar de su creación, el cómo y el por qué son creadas, de cuántos elementos reales se componen, qué rango ocupan en la Existencia, cuál es su relación con el Creador y cuál es su relación con el resto de Sus criaturas. Todo esto entre otros objetos de búsqueda que no enumeraremos aquí por ser demasiado largo de exponer.

— En quinto término, el ojo ve solamente algunos seres, ya que es incapaz de percibir las realidades intangibles y muchas de las realidades sensibles. No percibe ni los sonidos, ni los olores, ni los sabores, ni el calor ni el frío. El ojo tampoco percibe las mismas facultades de percepción, tacto, vista, olor, gusto, y mucho menos los estados interiores y psicológicos, como la alegría y la felicidad, la aflicción y la pena, la pasión y el deseo, o la fuerza y la voluntad de conocimiento entre todas las cosas que existen y que son incalculables e innombrables. Su dominio, entonces, se ve estrictamente restringido a su campo de acción que es muy reducido, pues no puede ir más allá de los colores y de las formas, lo cual constituye lo más elemental de los seres. En la escala de los seres, los cuerpos son lo más humilde ; y entre los accidentes de los cuerpos, los colores y las formas se sitúan en el nivel inferior. El dominio del intelecto se extiende a todos los seres, tanto a los que se pueden nombrar como a la multitud innombrable constituida por la inmensa mayoría de los otros seres. Se inmiscuye entre ellos, llevando sobre cada uno un juicio seguro y verdadero. La naturaleza secreta de las cosas son transparentes para él, y sus esencias ocultas le resultan evidentes.

¿Cómo podría, entonces, rivalizar el ojo externo con el intelecto y disputarle el título de “luz”? ¡Esto no es posible! Pues él es luz solamente en relación con las otras cosas, pero en relación al intelecto es sólo tinieblas. Más exactamente, el ojo es apenas uno de sus informantes, encargado de ejercer una función inferior referida a los colores y a las formas, sobre los cuales aporta al intelecto los datos a partir de los cuales este último decidirá según su perspicacia y su juicio sin apelación. Los cinco sentidos son los observadores del intelecto. Pero en el interior hay otros, como la imaginación (khayal), la facultad estimativa (vahm), la facultad gogitiva (fikr), la facultad de recordar (dhikr) y la memoria (hifzh). Detrás de estos observadores hay servidores y defensores que le están sometidos en función de su mundo. Se sirve de ellos y los trata según su criterio, mejor aún que un rey a sus esclavos. Sería demasiado extenso desarrollar este tema, sobre él hemos hablado en los capítulos de “las maravillas del corazón” en nuestro “Ihya”.

— En sexto término, el ojo no ve lo que es ilimitado; él ve solamente cuerpos determinados por ciertos atributos, según los cuales un cuerpo es concebido dentro de estos límites. El intelecto percibe los objetos del conocimiento y estos no pueden concebirse limitados. Sin duda, en el preciso momento en que él considera cosas determinadas, los resultados de este conocimiento se le presentan como limitados. Pero la posibilidad de percibir es ilimitada. Sería demasiado engorroso desarrollar en este momento esta cuestión. Pero si quieres puedes tomar como ejemplo las siguientes evidencias: el intelecto aprende los números y la serie de números no tienen fin; puede asir el resultado obtenido doblando el número dos, después el número tres y enseguida todos los números subsiguientes; aquí tampoco se puede concebir límite alguno. El intelecto es capaz de asir toda clase de relación entre los números sin límites concebibles. Mejor aún, él percibe que tiene conocimiento de una cosa, y que tiene el conocimiento de este conocimiento y la posibilidad de no detenerse nunca ¡Y esto tan sólo con un único objeto de conocimiento!

— En séptimo término, el ojo ve pequeño lo que en realidad es grande; percibe el sol como teniendo la dimensión de un rulo, y las estrellas bajo el aspecto de monedas desparramadas sobre un tapiz azul.

Sin embargo, el intelecto sabe que las estrellas y el sol son cien veces más grandes que la tierra. El ojo ve inmóviles a las estrellas y del mismo modo ve las sombras frente a él; tampoco ve, en lo inmediato, al niño en su proceso de crecimiento, mientras que el intelecto comprende que la talla de este niño aumenta y que su crecimiento continúa, que las sombras se mueven constantemente y que en un instante las estrellas recorren un número muy considerable de millas. Es así que el Profeta, habiendo preguntado a Gabriel si el sol había pasado el meridiano y habiéndole respondido el ángel “no y sí”, le pregunta “¿cómo puede ser esto?” y Gabriel le responde: “Entre el momento en el que yo he pronunciado no y en el otro en el que he pronunciado sí, ha recorrido la distancia de cien años”. Los errores cometidos por la vista son múltiples. El intelecto escapa de ellos. Si tú objetas el hecho de que gente inteligente se equivoca, yo te responderé que ellos toman por juicios del intelecto lo que solamente es imaginación, conjetura o creencia. Sábelo. A ellos deben imputarse las faltas. Hemos tratado de todos estos errores en nuestras obras tituladas El Criterio del conocimiento (Mi’yar al-Im) y la Piedra de toque de la reflexión (Mihakk al-nazhar)

Cuando el intelecto se libra de los velos de la conjetura y de la imaginación, lo que resulta muy difícil, no debemos creer que se equivoca. Solamente después de la muerte se librará de estas naturales tendencias. Entonces los velos se caerán y los secretos aparecerán con claridad. Cada uno de nosotros encontrará presente lo que ha hecho de bien o de mal,-y verá un Libro “que no omitirá ninguna mala acción, grande o pequeña”. Y le será dicho: “Te hemos quitado tu velo, y ahora tu vista es penetrante”. Este velo es, entre otras cosas, el de la imaginación y la conjetura. En este momento, quien haya abusado de conjeturas, creencias malas y de ilusorias imaginaciones gritará: “Nuestro Señor «¡Haznos retornar (a la tierra)! ¡Nosotros pensaremos bien!

Después de haber sabido, por lo que precede, que el ojo merece en mayor medida el nombre “luz” que lo que habitualmente se llama así, comprenderás que el intelecto es más digno de este nombre que el ojo. En verdad, hay tan grande diferencia entre los dos, que sería más exacto decir que el único digno y el único con este derecho, es el intelecto.


Precisión

Debes saber, que si bien es verdad que los intelectos ven, no todos los objetos de sus visiones se encuentran en ellas del mismo modo. Algunos están como inmediatamente presentes. Esto es así en lo que hace a los conocimientos necesarios, como, por ejemplo que una misma cosa no puede ser eterna (qadîm) y a la vez tener un comienzo temporal (hâdith), ni ser al mismo tiempo existente y no existente, que una misma aserción no puede ser verdadera y falsa, que la validez de un juicio sobre una cosa determinada se afirma por una cosa idéntica, que la existencia del predicado más adecuado implica necesariamente lo más general, como en el caso de “negro” y “color” o de “hombre” y “animal”. Con lo inverso no ocurre del mismo modo, pues, según el intelecto, la existencia de “color” no implica forzosamente la de “negro” y la existencia de “animal” no implica necesariamente la de “hombre”. Estas son algunas de las proposiciones axiomáticas que concierne a lo necesario, lo posible y lo imposible. Otros objetos que caen bajo la visión del intelecto no se unen siempre a él cuando les son presentados. Este se constriñe a preguntarse, a rozar la piedra para encender la chispa, y tiene necesidad de que se estimule su atención, como es el caso para las verdades de orden especulativo. Y no hay como el lenguaje de la sabiduría (hikma) para estimularlo. Cuando brilla la luz de la sabiduría, el intelecto ve en acto cuando antes solamente tenía la posibilidad de ver en potencia. La más magnífica de las sabidurías es la Palabra de Dios, en particular el Corán. Los versículos del Corán son para el ojo del intelecto lo que la luz del sol es para el ojo externo, pues es por ella que se actualiza la visión. El nombre “luz”, entonces, conviene al Corán como conviene a la del sol. Existe la misma relación de similitud entre el Corán y la luz del sol que entre el intelecto y la luz del ojo. Así podemos nosotros comprender el sentido de Su palabra: “¡Creed, entonces, en Dios, en Su Enviado, en la Luz que Nosotros hemos hecho descender!”, y de esta: “Una prueba es impuesta por vuestro Señor, y Nosotros hemos hecho descender hacia vosotros una luz restellante!”.

Algazel (c. 1058-1111)