En un centenar de años de vida póstuma, la obra de Balzac ha cambiado totalmente de perspectiva en su consideración. Después de haber inquietado por los excesos de un romanticismo superfluo, se ha visto con la etiqueta de «realista». Poco a poco se ha ido liberando de su calificativo a medida que nos íbamos dando cuenta de que si Balzac ha sido fiel a una realidad, ésta era la de sus visiones. Resta un paso a dar, y es el comprender que estas visiones no se encuentran aisladas, fragmentarias, sino plenamente dirigidas por una filosofía de conjunto, filosofía que es de inspiración ocultista.
Educado en el catolicismo, por padres nutridos de la filosofía del siglo XVIII, el joven Balzac se separó muy pronto, sufriendo la influencia de las «ideologías». Pero el materialismo no podía satisfacerle, ya que tenía necesidad de una intensa vida interior y sentía la necesidad, para ordenar su visión del mundo social, de una religión. Buscará como consecuencia, y siguiendo el ejemplo de otros muchos espíritus de su tiempo, una ampliación y superación del cristianismo, una religión cuya patente de nobleza fuera el haber sido, bajo formas diversas, la religión de todos los pueblos del pasado-buena garantía para que llegara a ser en el futuro la religión de toda la humanidad-. Y muy pronto, la gran influencia que se va a ejercer sobre él será la de Louis-Claude de Saint-Martin, su predecesor en el colegio de Pontlevoy. Se ha podido asegurar, con buenas razones, que Balzac recibió de Henri de Latouche la iniciación martinista con las enseñanzas secretas y los poderes que implica (véase la obra Martines de Pasqually, de M. van Rynberk, tomo II, pág. 30). Pero en todo caso, la lectura de las obras del filósofo desconocido ha sido un elemento capital en la formación del sistema de Balzac, y basta con leerlo atentamente para darse cuenta de ello. «La luz producía sonidos, y la melodía mecía a la luz; los colores tenían movimiento, porque estaban vivos», dice Saint-Martin en El hombre de deseo; y por su parte, Balzac, en Serafita, asegura: «La luz mecía a la melodía y la melodía mecía a la luz, los colores eran luz y sonido, el movimiento era un Número dotado de palabra…» Es posible multiplicar estos puntos en común y, mejor todavía, mostrar que el vocabulario de Balzac, cuando aborda determinados temas, lo debe todo a este Saint-Martin que nos presenta en su El lirio en el valle, como el padre espiritual de Mme. de Mortsauf.
A la influencia de Saint-Martin se podrían añadir otras en el mismo sentido: Eckartshausen, por ejemplo, y sobre todo Swedenborg. («El swedenborgismo, escribía en 1837, que no es más que una repetición en sentido cristiano de antiguas ideas, es mi religión, con el aumento que le he hecho de la incomprensibilidad de Dios.») De esta manera se forma una especie de evolucionismo espiritualista y místico, la «religión» de Balzac que se expresa principalmente en obras como Louis Lambert o Serafita, pero que impregna todo el pensamiento del creador de La comedia humana. «Políticamente, escribirá un día, tratando de fijar su credo, pertenezco a la religión católica, estoy al lado de Bossuet y Bonald y no ME desviaré jamás. Ante Dios pertenezco a la religión de San Juan, de la Iglesia mística, la única que ha conservado la verdadera doctrina. Éste es el fondo de mi corazón» (Cartas al extranjero, 12 de julio de 1842). (Versão em espanhol do livro de Robert Amadou, Anthologie littéraire de l’occultisme)
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