El estado corporal y el estado psíquico pertenecen ambos a la existencia formal; en su extensión total, el estado sutil no es sino la existencia formal, pero se le llama «sutil» en tanto en cuanto se sustrae a las leyes de la corporeidad. Según un simbolismo de los más antiguos y de los más naturales, el estado sutil se compara a la atmósfera que envuelve a la tierra y que penetra los cuerpos porosos y transmite la vida.
Un fenómeno cualquiera no puede ser verdaderamente comprendido más que a través de todas sus relaciones -«horizontales» y «verticales»- con la Realidad total. Esta verdad se aplica de una manera especial, y de alguna manera práctica, a los fenómenos psíquicos: el mismo «acontecimiento» psíquico puede ser considerado a un tiempo la respuesta a una impresión sensorial, la manifestación de un deseo, la consecuencia de una acción transcurrida, la huella de una disposición típica o hereditaria del individuo, la expresión de su genio y el reflejo de una realidad supraindividual. Es legítimo considerar el fenómeno psíquico en cuestión bajo uno u otro de estos aspectos, pero sería abusivo querer explicar los movimientos y motivos del alma por un único aspecto. Citamos a este respecto las palabras de un terapeuta consciente de los límites de la psicología contemporánea: «Existe un antiguo proverbio hindú cuya verdad psicológica no puede ser puesta en duda: El hombre se convierte en lo que piensa… Si día tras día, durante años, no se hace más que invocar al Hades, explicando sistemáticamente todo lo que es elevado en términos de lo que es inferior, dejando al margen todo lo que en la historia cultural de la humanidad (a pesar de sus lamentables errores y crímenes) se ha considerado válido, no podrá evitarse el peligro de perder el discernimiento, de nivelar la imaginación (una fuente de vida) y de estrechar el horizonte mental».
La conciencia ordinaria sólo ilumina un sector restringido de la psique individual, que a su vez representa una parte minúscula del mundo psíquico. Aquélla, sin embargo, no está separada de éste, su situación no es la de un cuerpo rigurosamente limitado por su extensión y separado de los demás cuerpos; lo que distingue al alma del conjunto del inmenso universo sutil son sus tendencias particulares, que la definen -para emplear una imagen simplificada- como una determinada dirección espacial define al rayo de luz que en ella se mueve. Por sus tendencias particulares, el alma está en comunión con todas las posibilidades cósmicas de tendencia o cualidad análogas; las asimila y se asimila a ellas. Esta es la razón por la que la ciencia de las tendencias cósmicas es decisiva para la psicología. Esta ciencia está presente en todas las tradiciones espirituales; la tradición cristiana -y no sólo ella- está basada en el símbolo de la cruz, que es símbolo de las principales tendencias cósmicas: el trazo vertical de la cruz significa, en su sentido ascendente, la tendencia hacia el origen divino; en sentido descendente ejemplifica la tendencia inversa que va desde los orígenes a las tinieblas; los dos brazos horizontales corresponden a la extensión en el ámbito de un determinado plano de existencia. Estas tendencias están total y claramente representadas en la cosmología hindú con los tres gunas; sattwa es la tendencia ascendente hacia la luz, tamas es la que desciende hasta las tinieblas, rajas es la que se extiende por el mundo; moralmente, sattwa corresponde a la virtud, tamas a la inercia y al vicio y rajas a la pasión.
Los gunas son como las coordenadas a las que pueden referirse los movimientos psíquicos y respecto a las cuales pueden insertarse en un contexto cósmico más amplio. Desde este punto de vista, las circunstancias que han provocado un movimiento psíquico no son importantes; sin embargo, su participación en las tres tendencias fundamentales es decisiva y determina su rango en la jerarquía de los valores interiores.
Las motivaciones de la psique sólo son perceptibles a través de las formas que las manifiestan; así, pues, el juicio psicológico deberá basarse en estas formas. Ahora bien, la participación de los gunas en una forma cualquiera no puede medirse cuantitativamente; esta participación es de tipo cualitativo; en realidad, esto no significa que sea indeterminada o indeterminable: simplemente, a la psicología profana de nuestro tiempo le faltan criterios válidos.
Hay «acontecimientos» psíquicos cuyas repercusiones atraviesan «verticalmente» todas las gradaciones del mundo sutil, ya que rozan en cierto modo las posibilidades esenciales; hay otros -son los movimientos psíquicos ordinarios- que sólo obedecen el oscilar «horizontal» de la psyché; y, en fin, los hay que proceden de los abismos psíquicos infrahumanos. Los primeros, los que se yerguen hacia lo alto, nunca pueden ser totalmente expresados; les es inherente un secreto, aunque a veces las formas que evocan ocasionalmente en la imaginación sean claras y precisas, como las que caracterizan a los auténticos artes sagrados, y, a diferencia de las que derivan de las «inspiraciones» infrahumanas o diabólicas, que como tales formas son ininteligibles: éstas, por su carácter nebuloso, tenebroso y equívoco sólo en apariencia contienen un secreto; se encontrarán fácilmente ejemplos en el arte de nuestro tiempo. Al estudiar las manifestaciones formales del alma, no hay que olvidar que la constitución psico-física del hombre puede presentar fisuras e incongruencias singulares; puede ocurrir que ciertos estados psíquicos de alto valor espiritual no se expresen normal y armoniosamente. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el caso de esa categoría un poco «anárquica» de místicos llamados «locos de Dios», cuya espiritualidad o santidad escapa a la vía de la razón. Inversamente, un estado intrínsecamente patológico y como tal dominado por tendencias infrahumanas y caóticas, puede que exprese, incidentalmente y por accidente; realidades supraterrestres. En definitiva, el alma humana es de una insondable complejidad. (CSMT)