Ananda Coomaraswamy — ARTIGOS SELETOS DE AKCMeta :=-
Septuagésimo Aniversário, Alocução
A ALOCUÇÃO DO SEPTUAGÉSIMO ANIVERSÁRIO
(Esta alocución se publicó en el Journal of the Indian Society of Oriental Art, XV (1947).—ED.)
Estoy más que honrado —en verdad, algo abrumado— por vuestra bondad al estar aquí esta noche, por los mensajes que se han leído y por la presentación del libro Festschrift de Mr. Bharatha Iyer. ME gustaría recordar los nombres de cuatro hombres que podrían haber estado presentes si hubieran estado vivos: El Dr. Denman W. Ross, el Dr. John Lodge, el Dr. Lucien Scherman y el Profesor James Woods, con todos los cuales estoy en deuda. La formación de las colecciones indias en el Museo de Bellas Artes se debió casi enteramente a la iniciativa del Dr. Denman Ross; el Dr. Lodge, que escribió poco, será recordado por su obra en Boston y Washington, y también quizás por su aforismo, «Desde la Edad de Piedra hasta ahora, quelle dégringolade»; todavía espero completar una obra sobre la reencarnación que ME encargó el Dr. Scherman no mucho antes de su muerte; y el Profesor Woods era uno de esos maestros que nunca pueden ser reemplazados.
Más de la mitad de mi vida activa ha pasado en Boston. Quiero expresar mi gratitud en primer lugar a los directores y administradores del Museo de Bellas Artes, que siempre ME han dejado enteramente libre para llevar a cabo la investigación no solo en el campo del arte indio sino, al mismo tiempo, en el campo más extenso de toda la teoría del arte tradicional y de la relación del hombre con su obra, y en los campos de la religión y de la metafísica comparadas a los que los problemas de la iconografía son una introducción natural. Estoy agradecido también a la American Oriental Society, cuyos editores, no obstante lo mucho que diferían de mí «por temperamento y educación», como el Profesor Norman Brown dijo una vez, siempre han sentido que yo tenía un «derecho a ser oído», y ME han permitido ser oído. Y todo esto, a pesar del hecho de que estudios tales como los que yo he hecho, ME llevaban necesariamente a una enunciación de doctrinas sociológicas relativamente impopulares. Pues, como estudioso de las manufacturas humanas, consciente de que todo hacer es per artem, yo no podía no ver que, como dijo Ruskin, «La industria sin arte es brutalidad», y que los hombres jamás pueden ser realmente felices a menos que tengan una responsabilidad individual no solo por lo que hacen sino por el tipo y la cualidad de lo que hacen. Yo no podía no ver que tal felicidad está negada siempre a la mayoría de los hombres bajo las condiciones de trabajo que se les imponen por lo que se llama eufemísticamente «la libre empresa», es decir, bajo la condición de la producción para el provecho en vez de para la utilidad; y que no está menos negada en esas formas de sociedad totalitaria en las que el pueblo está reducido, lo mismo que en un régimen capitalista, al nivel de un proletariado. Mirando las obras de arte que se consideran dignas de conservación en nuestros museos, y que fueron una vez los objetos comunes de la plaza del mercado, yo no podía no darme cuenta que una sociedad solo puede considerarse verdaderamente civilizada cuando a cada hombre le es posible ganar su sustento con el mismo trabajo que él querría estar haciendo más que ninguna otra cosa en el mundo —una condición que solo se ha alcanzado en los órdenes sociales integrados sobre la base de la vocación, svadharma.
Al mismo tiempo, querría recalcar que nunca he construido una filosofía mía propia o deseado establecer una nueva escuela de pensamiento. Quizás la cosa más grande que he aprendido es a no pensar nunca por mí mismo; estoy plenamente de acuerdo con André Gide en que «todas las cosas ya están dichas», y lo que he buscado es comprender lo que se ha dicho, sin tener en cuenta a los «filósofos inferiores». Sosteniendo con Heráclito que la Palabra es común a todo, y que la Sabiduría es conocer la Voluntad por la que son gobernadas todas las cosas, estoy convencido con Jeremías de que las culturas humanas en toda su aparente diversidad son solo los dialectos de una y la misma lengua del espíritu, de que hay un «universo de discurso común» que trasciende las diferencias de lenguas.
Este es mi setenta cumpleanos, y mi oportunidad para decir adiós. Pues es nuestro plan, de mi esposa y mío, retirarnos y volver a la India el ano próximo; considerando esto como un astam gamana, «vuelta a casa». Tenemos intención de quedarnos en la India, ahora un país libre, para el resto de nuestras vidas.
Yo no he permanecido insensible a las filosofías religiosas que he estudiado y a las que fui conducido por la vía de la historia del arte. ¡Intellige ut credas! En mi caso, al menos, comprender ha implicado creer; y ha llegado para mí el tiempo de cambiar el modo de vida activo por uno más contemplativo, en el que sería mí esperanza experimentar más inmediatamente, más plenamente, al menos una parte de la verdad de la que mi comprensión ha sido hasta aquí predominantemente lógica. Y así, aunque pueda estar aquí durante otro ano, os pido también que digáis «adiós» — igualmente en el sentido etimológico de la palabra y en el del sánscrito Svaga, una salutación que expresa el deseo «Entres tú dentro de tu propio», es decir, conozca yo y devenga lo que yo soy, no ya este hombre Fulano, sino el Sí mismo que es también el Ser de todos los seres, mi Sí mismo y vuestro Sí mismo.