He mostrado en un artículo anterior que los conceptos implícitos en los términos «Gradación» y «Evolución» no son alternativas incompatibles, respectivamente verdadera y falsa, sino sólo maneras diferentes de considerar uno y el mismo espectáculo; o en otras palabras, que la noción mítica de una creación del mundo in principio y ex tempore, no es en ningún sentido propio una contradicción de la sucesión y mutabilidad de las especies en el tiempo. Para su mayor esclarecimiento, esta proposición parece requerir al menos una exposición resumida de la doctrina tradicional de la evolución, doctrina en la que se da por supuesto la emergencia de una infinita variedad de formas, pasadas, presentes y futuras.
En esta doctrina, cada una de las formas, cada fenómeno, representa una de las «posibilidades de manifestación» de una «naturaleza siempre productiva», naturaleza a la que puede llamarse el Dios, el Espíritu, Natura Naturans, o, como en el contexto presente, la «Vida», acordemente a la cual nosotros hablamos de las formas de vida como «vivas». Esta Vida es la «Causa Primera» de las vidas; pero las formas que toman éstas vidas las determinan realmente las «Causas Segundas» o «Causas Mediatas», causas a las que hoy día se les llama a menudo «fuerzas» o «leyes», notoriamente las de la herencia. Aquí no se presenta ninguna dificultad por la variabilidad de las especies; la forma que aparece en un tiempo o lugar dado en la historia de un «genus», «especie», o «individuo» siempre está cambiando. Como los «números redondos», todas las definiciones de estas categorías son realmente indefinidas, porque se refieren a «cosas» que siempre están deviniendo y que nunca se paran a ser, y que sólo pueden llamarse «cosas» por una generalización que ignora su variación durante un «presente» más largo o más corto, pero siempre relativamente breve. La doctrina tradicional da por supuesto este flujo, y que la «vida» de cada criatura es un flujo incesante de muerte y de regeneración ( génesis, bhava, «devenir» ). No hay delimitados ni mónadas o egos, sino sólo un uno ilimitado. Cada forma de vida, incluida la vida psíquica, es compuesta, y por consiguiente mortal; sólo la Vida sin comienzo, que viste estas formas como se visten vestidos, y que las agota, puede considerarse como sin fin. No puede haber ninguna inmortalidad de algo que no es inmortal ahora, y que no era inmortal antes de que nuestro planeta fuera, antes de que las galaxias más remotas comenzaran sus viajes. Una inmortalidad para «mí mismo», sólo puede postularse si nosotros excluimos del concepto de nuestro «Sí mismo» todo lo que es compuesto y variable, todo lo que está sujeto a persuasión; y ese es nuestro «fin» ( entelequia ) y nuestro «acabado» ( perfección ) en más de un sentido. La «salvación» es de nuestros sí mismos, como nosotros los concebimos; y si parece que no queda «nada», se acepta que de hecho no queda ninguna cosa; en los términos de la filosofía tradicional, a «Dios» se le llama propiamente «nada», y Dios no sabe lo que él es, debido a que él no es ningún «qué».
Desde este punto de vista, que no excluye en modo alguno los hechos de la evolución como los observa el biólogo, lo que hemos llamado «Vida» — y éste es sólo uno de los nombres de «Dios», acorde a su «naturaleza siempre productiva» — busca la «experiencia». «Hacia fuera, el Auto-Existente horadó los ojos, con lo cual las criaturas ven»; y esto equivale a decir que los ojos han «evolucionado» porque la Vida inmanente deseaba ver, y así con todos lo demás poderes de sensación, de pensamiento y de acción, los cuales son todos los nombres de sus actos, más bien que los nombres de los «nuestros». Debido a este deseo o «voluntad de expresión», hay un «descenso adentro de la materia» u «origen de la vida», universal y localmente, — La circular natura, che’è sugello alla cera mortal, fa ben sua arte, ma non distingue l’un dall’altro ostello — sadasad yonim apadyate. Las diferentes formas de estos nacimientos o habitaciones, son determinadas por las causas mediatas referidas arriba, causas que la ciencia también conoce; y no puede concebirse un comienzo o un fin de la operación uniforme de estas causas. Siempre que, y dondequiera que estas causas convergen, para establecer el entorno o el contexto temporal y espacial sin el que no puede realizarse una posibilidad dada, emerge o aparece la forma correspondiente: por ejemplo, un mamífero no podía haber aparecido en el período silúrico, mientras que no podía dejar de aparecer cuando la operación de las causas naturales había preparado la tierra para la vida de los mamíferos. Cada una de estas formas transitorias de especies y de individuos, reflejan una posibilidad o modelo arquetípico ( pater, padre ) que subsiste en lo que se llama el mundo «inteligible», en tanto que se distingue de nuestro mundo o locus ( sánscrito loka ) de composibles «sensible». Por ejemplo, hay un «Sol inteligible», el «Sol del sol», o el «Sol que no todos los hombres conocen con su mente», diferente del sol físico, pero representado por él; un Apolo diferente de Helios; y de hecho, sólo se hacen imágenes para usarse como «soportes de contemplación» de los poderes invisibles, y nunca de los «dioses visibles». Sólo en la medida en que nosotros pensamos y hablamos de «especies» e «individuos» distintos, debemos hablar también de sus ideas arquetípicas separadas; en realidad, todo lo que fluye ( y pánta rei ) está representado allí en toda su variedad, aunque no en una sucesión temporal, sino de modo que todo puede verse a la vez: «La contingencia, que no se extiende más allá del cuadrángulo de tu materia, está toda pintada en el aspecto eterno».
Las motivaciones o propósitos inmediatos de la vida ( natura naturata — incluido el hombre ) son los de los valores establecidos por las elecciones que se hacen entre las alternativas o contrarios que se presentan por todas partes, elecciones por las que nuestro comportamiento está condicionado, y en relación a las cuales nuestro proceder es pasivo. Pero el propósito final de la vida no es ser un sujeto pasivo, sino ser «todo en acto», y esto significa liberarse de los «impulsos» contrarios del placer y del dolor, y de todos los demás opuestos; ser libres para ser cómo, cuándo, y dónde nosotros queremos, como la Vida es libre, pero las vidas no. Por supuesto, esta doctrina es animista, porque presupone una voluntad que nei cor mortali è permotore; teológica, porque se asume que «todas las cosas buscan su perfección última»; y solipsista, porque la «pintura del mundo» es pintada por el Espíritu de Vida en los «muros» de su propia consciencia, — aunque no individualmente solipsista, porque, en último análisis, hay sólo un único Presenciador, y lo que el espectador «individual» ve es meramente una fracción del espectáculo sinóptico; fatalista, no en el sentido arbitrario, sino en tanto que las andaduras de los individuos están determinadas por una larga herencia de causas, al mismo tiempo que su «Vida» es un testigo independiente, y no está sujeto a ningún destino; y optimista, porque está dentro de nuestro poder subir por encima de nuestro destino, por una verificación de la identidad de nuestro Sí mismo con la Vida que jamás está sujeta y que jamás deviene alguien, sino que está en el mundo y no es de él. La doctrina no es ni monista ni dualista, sino de una realidad que es a la vez una y muchos, una en sí misma y muchos en sus manifestaciones. Y «Eso eres tú».