No es difícil ver por qué adoptó Gautama la doctrina corriente del kamma (acción por el pensamiento, la palabra, la obra). En su forma más simple, esta doctrina sólo afirma que a las acciones siguen inevitablemente las consecuencias, “como un carro sigue al caballo”. Dentro de los límites de la experiencia de una vida se trata simplemente de la ley de causa y efecto, con este agregado: que estas causas se constituyen en carácter, por el cual está determinado en gran parte el futuro comportamiento del individuo.
El kamma no debe confundirse con una predestinación mecánica. No elimina la responsabilidad ni invalida el esfuerzo; meramente afirma que el orden de la naturaleza no se ve interrumpido por milagros. Es evidente que debo tenderme en la cama que yo mismo he hecho. No puedo llevar a cabo un milagro y abolir de un solo golpe la cama; debo cosechar lo que “Yo” he sembrado, y llamo kamma al reconocimiento de este hecho. Es igualmente indudable que mis propios esfuerzos presentes, repetidos y bien dirigidos crearán con el tiempo otro tipo de lecho, y también llamo kamma al reconocimiento de este hecho. Lejos, entonces de inhibir el esfuerzo, la doctrina del kamma enseña que no se puede alcanzar ningún resultado sin “esforzarse duramente”. No hay, por cierto, nada más esencial para la disciplina budista que el “Esfuerzo correcto”.
Si combinamos la doctrina del kamma con la del samsara, “actos” con “peregrinaje”, kamma representa una verdad familiar: que la historia del individuo no comienza con el nacimiento. “El hombre nace como un jardín ya plantado y sembrado.”
Antes de nacer mi madre las generaciones ME guiaron…
Ahora estoy en este punto.
Se puede concebir esta herencia de dos maneras. La primera, cuya verdad es innegable, representa la acción de las vidas pasadas sobre las presentes; la segunda, que puede ser verdadera o no, representa la acción de una particular serie continua de vidas pasadas sobre una particular vida presente. La teoría budista del kamma junto con el samsara no difiere de su prototipo brahmánico al adoptar el segundo punto de vista. Ello puede ser por su ventaja pragmática para explicar una aparente injusticia natural; pues ofrece una respuesta razonable a la pregunta: “¿Quién pecó, este hombre o sus padres, para que haya nacido ciego?” La teoría india replica sin duda alguna: este hombre.
El budismo, sin embargo, no explica de qué manera se mantiene una continuidad de causa y efecto entre una vida A y una vida subsiguiente B, separadas por el hecho de la muerte física; ello se da por establecido1. Las escuelas brahmánicas soslayan esta dificultad postulando un cuerpo astral o sutil (el linga-sarira), un complejo material, que no es el Atman, y que sirve de vehículo de la mente y del carácter y que no se desintegra con la muerte del cuerpo físico. En otras palabras, tenemos un grupo de cuerpo, alma y espíritu, en el cual los dos primeros son materiales, complejos y fenoménicos, mientras que el tercero es “ni así, ni así”. Aquello que transmigra y lleva el kamma de una vida A a otra vida B es el alma o cuerpo sutil (al cual define el Vedanta, completamente de acuerdo con Gautama, como el no-Atman). Es este cuerpo sutil el que forma la base para un nuevo cuerpo físico, al cual moldea sobre sí mismo, efectuando una especie de “materialización” espiritista que se mantiene durante toda la vida. El principio es el mismo dondequiera que renazca el individuo, sea en el cielo, en el purgatorio o en la tierra.
Este punto de vista, aunque es mencionado por los budistas2, no contradice en nada la teoría budista. La validez del dogma del alma-no-eterna sigue siendo indiscutible por la supervivencia de la personalidad tras la muerte; pues tal supervivencia no puede probar que la personalidad constituye una unidad eterna, ni tampoco que algo haya sobrevivido al alcanzar el Nibbana. Podemos decir, por cierto, que el budismo, notablemente en los [wiki]Jatakas[/wiki], da por establecida la supervivencia de la personalidad (hasta el momento de alcanzar el Nibbana). Si no fuera así no habría razón para la fuerte objeción budista al suicidio, la cual se funda en la muy apropiada razón de que hace falta algo más poderoso que una dosis de veneno para destruir la ilusión de “Yo” y “Mío”. Para conseguir esto es necesario el esfuerzo sin desmayo de una fuerte voluntad.
Véase T. W. Rhys Davids, Early Buddhism, pág. 78. ↩
Véase T. W. Rhys Davids, Ibíd., pág. 78. El hecho de que no se mencione la teoría del cuerpo sutil está de acuerdo con la objeción general de Gautama a la discusión de la escatología. Constituye, sin embargo, un tributo al valor del pensamiento budista, el que aun la prueba de la supervivencia de la personalidad no afectaría la doctrina central de la complejidad del alma y su carácter fenoménico. ↩