La mentalidad del estudiante imbuido en ideas democráticas para el que el verdadero nombre de un «derecho divino» puede ser ininteligible es probable que se revele agriamente si se da cuenta que, como recuerda el profesor Bucker, la auténtica noción del reino de Dios, en la tierra, depende de su revelación del sentido profundo de la “realeza oriental”, ya que puede haber olvidado en su legítimo horror por toda dictadura que la definición clásica de “tiranía” es la de «un rey que gobierna para su propio interés».
Y esto no es una presentación unilateral; no seria fácil exagerar la alteración que puede encontrarse en la estima del Cristianismo por un hindú o un budista cuando les da la oportunidad de entrar en un contacto más íntimo con el tono de pensamiento que llevó a Vicent de Beauvais a hablar de la «ferocidad» de Cristo y a Dante a maravillarse de «la multitud de dientes con que el Amor muerde».
¿Contemplan unos un nombre y otros otro? Todos son indicios eminentes del transcendente, inmortal, incorpóreo Brahma: esos nombres son para ser contemplados, alabados y al fin negados. Pues por ellos uno penetra cada vez más profundamente en estos mundos; pero cuando todo llega a su fin, entonces toca alcanzar la Unidad de la Persona» (Maitri Upanishad). Quien conozca este texto y nada de la ciencia occidental, se sentirá sin duda movido a una cordial comprensión cuando sepa que los cristianos también siguen una via affirmativa y una vía remotionis. Quien quiera que haya sido instruido en la doctrina de «liberación de los pares y los opuestos» (pasado y futuro, placer y dolor, etc., las Symplegadas del folklore) se conmoverá ante la descripción que hace Nicolás de Cusa del muro del Paraíso en el que Dios mora, como «construido de contradictorios», por la que hace Dante de lo que está detrás de ese muro «sin polos y fuera del espacio» y «donde cada cosa y cada cual es irradiado». Todos tenemos que darnos cuenta con Jenofonte que «cuando Dios es nuestro maestro, llegamos a pensar del mismo modo».
Pero hay tantos de esos hindúes y budistas cuyo conocimiento del Cristianismo y de los grandes escritores cristianos es virtualmente nulo, como cristianos cultos, cuyo conocimiento real de otras religiones, o incluso de la suya, es virtualmente nulo, porque nunca han imaginado que deben ser vividas esas otras creencias. Precisamente, como no puede haber real conocimiento de un idioma si no hemos participado, al menos imaginativamente en las actividades que el idioma expresa, así no puede haber un conocimiento real de una vida si no la hemos vivido en cierto modo. El mayor de los santos indios modernos ha practicado realmente la doctrina cristiana y la islámica, es decir, ha adorado a Cristo y a Allah y ha encontrado que todo lleva a la misma meta. Podía hablar por experiencia de la igual validez de todas estas «vías» y sentir el mismo respeto por cada una, aunque prefiriendo para sí la única con la cual todo su ser concordaba por nacimiento, carácter y afición. ¡Qué catástrofe habría sido para sus compatriotas y para el mundo si se hubiera «hecho cristiano»! Hay muchos senderos que llevan a la cumbre de una misma y única montaña; sus diferencias serán más evidentes cuanto más abajo estemos, pero se desvanecen en la cima, cada cual querrá naturalmente tomar la que parte del punto en que se encuentra, el que rodea la montaña buscando otro no es un escalador. Nada nos autoriza a acercarnos a otro creyente para pedirle que se convierta en uno de nosotros, pero sí podemos acercarnos a él con respeto como a quien es ya uno de Aquel, o que es y de cuya belleza inalterable dependen todos los seres contingentes.