Nosotros, que estábamos en guerra con nosotros mismos, estamos ahora reintegrados y auto-compuestos: el rebelde ha sido dominado (danta) y pacificado (santa), y donde había habido un conflicto de voluntades ahora hay unanimidad. Podemos aludir sólo muy brevemente a otro aspecto muy significativo del Sacrificio, aspecto que se ha puesto de relieve al señalar que la reconciliación de los poderes en conflicto, para la que se ofrece continuamente el Sacrificio, es también su matrimonio. Hay más de una manera de «matar» a un Dragón; y puesto que la flecha (vajra) del Matador del Dragón es un dardo de luz, y puesto que «la luz es el poder progenitivo», su significación no es sólo militar, sino también fálica. Es la batalla del amor lo que se ha ganado cuando el Dragón «expira». En tanto que Dragón, Soma se identifica con la Luna; en tanto que Elixir, la Luna deviene el alimento del Sol, por quien ella es tragada en las noches de su cohabitación (amavasya); y «lo que es comido se llama por el nombre del comedor y no por el suyo propio»; en otras palabras, la ingestión implica la asimilación. En palabras del Maestro Eckhart, «Allí el alma se une con Dios, como el alimento con el hombre, el cual se cambia en ojo para el ojo, y en oído para el oído; así el alma en Dios se cambia en Dios»; pues «lo que ME absorbe, eso soy, más bien que mi propio sí mismo». De la misma manera que el Sol traga a la Aurora, o devora a la luna, visible y exteriormente, diaria y mensualmente, tal es el «matrimonio divino» que se consuma dentro de vosotros, cuando las Personas solar y lunar de los ojos derecho e izquierdo, el Eros y la Psique, la Muerte y la Señora, entran en la caverna del corazón y allí se unen, lo mismo que un hombre y una mujer se unen en el matrimonio humano, y eso es su «beatitud suprema». En esa síntesis del rapto (samadhi), el Sí mismo ha recobrado su condición primordial, «como de un hombre y una mujer estrechamente abrazados», y sin consciencia de ninguna distinción entre un adentro y un afuera. «Ese Sí mismo eres tú».
Así pues, no hay que sorprenderse de que encontremos dicho que «Si uno sacrifica, sin conocer esta Ofrenda quemada interiormente, es como si pusiera a un lado las brasas e hiciera la oblación en las cenizas»; que éste no es un rito que haya de hacerse sólo en los tiempos fijados, sino cada uno de los treinta y seis mil días de toda una vida de cien años; y que, para el Comprehensor de esto, todos los poderes del alma edifican incesantemente su Fuego incluso mientras duerme.
Esta concepción del Sacrificio, como una operación incesante, y la suma del deber del hombre, encuentra su consumación en una serie de textos donde todas y cada una de las funciones de la vida activa, incluidos nuestra respiración, nuestra comida, nuestra bebida y nuestro descanso se interpretan sacramentalmente, y donde la muerte no es nada sino la catarsis final. Y esto es, finalmente, la famosa «Vía de las Obras» (karma marga) de la Bhagavad Gita, donde el cumplimiento de la propia vocación, determinada por la propia naturaleza de uno (svakarma, svabhavatas = to heautou prattein, kata phusin = atender a la propia práctica de uno, de acuerdo con su propia naturaleza), sin motivos auto-referentes, es la vía de la perfección (siddhi). Hemos completado así el círculo, no por una «evolución del pensamiento», sino por nuestra propia comprensión, desde la postura de que la perfecta celebración de los ritos es nuestra tarea, hasta la postura de que el perfecto cumplimiento de nuestras tareas, cualesquiera que sean, es la celebración del rito mismo. Comprendido así, el Sacrificio no es una cuestión de hacer cosas específicamente sagradas sólo en ocasiones particulares, sino de sacrificar (hacer sagrado) todo lo que hacemos y todo lo que somos; es decir, se trata de santificar todo lo que se hace naturalmente, por una reducción de todas las actividades a sus principios. Decimos «naturalmente» adrede, entendiendo la implicación de que todo lo que se hace naturalmente puede ser sagrado o profano dependiendo de nuestro propio grado de consciencia, y que todo lo que se hace in-naturalmente es esencial e irrevocablemente profano.