Corbin (Ibn Arabi) – Agelologia Avicena

En pocas palabras, podría decirse que fue la angelología neoplatónica de Avicena, con la cosmología que le está vinculada y, sobre todo, con la antropología que dicha angelología implica, la que provocó la alarma entre los doctores de la escolástica ortodoxa medieval e impidió que el avicenismo fuese asimilado por la escolástica. Naturalmente, no nos es posible describir aquí el sistema aviceniano en su conjunto,1 pero se evocará principalmente la figura que domina su noética, la «Inteligencia activa» o «agente», el «Ángel de la humanidad», como lo llamó Sohravardí, cuya importancia radica en la función determinante que desempeña en la antropología para la concepción misma del individuo humano. El avicenismo la identifica con el Espíritu Santo, es decir con el ángel Gabriel como Ángel del Conocimiento y la Revelación. Lejos de ver ahí, como se ha insinuado, una racionalización, una reducción del Espíritu al intelecto, vemos en ello, por el contrario, la base misma de esa filosofía profética, que tanta importancia tiene entre los avicenianos y que no puede disociarse de la experiencia espiritual sobre la que aquí vamos a meditar.

Esta Inteligencia es la décima en la jerarquía de los Querubines o puras Inteligencias separadas (Angeli intellectuales), la cual tiene su paralelo en la jerarquía secundaria de aquellos Ángeles que son las almas motrices de las esferas celestes; en cada grado de esas jerarquías, en cada morada en el descenso del ser, se conforman, entre unas y otras, otras tantas parejas o sicigias. Estos Ángeles-Almas (Animae caelestes) comunican a los Cielos el movimiento de su deseo y las revoluciones astronómicas tienen así el carácter de una inspiración de amor siempre renovada y siempre satisfecha. Al mismo tiempo, las «Almas celestes», exentas de las percepciones sensibles y sus deficiencias, poseen la Imaginación; son incluso la Imaginación en estado puro, puesto que están libres de las imperfecciones de la percepción sensible. Son por excelencia los ángeles de ese mundo intermedio en el que tienen lugar las inspiraciones proféticas y las visiones teofánicas; su mundo es propiamente el mundo de los símbolos y de los conocimientos simbólicos, ese mundo en el que vemos a Ibn Arabi penetrando con facilidad desde los años de su juventud. Pueden así entreverse las muy graves consecuencias que resultarán de su eliminación en la cosmología de Averroes. En cuanto a la Inteligencia o Espíritu Santo, es de ella de donde emanan nuestras almas; ella es la que les da su existencia y las ilumina. Todo conocimiento y toda reminiscencia son una iluminación que ella proyecta sobre el alma. Por ella, el individuo humano se vincula directamente al Pleroma celestial, sin necesidad de la mediación de un magisterio o de una realidad eclesial. Sin duda es precisamente esto lo que inspiró a los escolásticos anti-avicenianos su «miedo al Ángel». Este miedo condujo al total obscurecimiento del significado simbólico de relatos de iniciación como los de Avicena o Sohravardí, o de las narraciones místicas que abundan en la literatura persa. A causa del miedo al Ángel no se verá en ellos sino alegorías inofensivas. El alma humana, cuya iniciación esos relatos ponen en imágenes, tiene en sí misma una estructura dual, pues está formada por el intelecto práctico y el intelecto contemplativo. El segundo componente de la pareja de «ángeles terrestres», el intelecto contemplativo, en su estado superior de intimidad con el Ángel del Conocimiento y la Revelación, es denominada intellectus santus y espíritu profético.

En su conjunto, pues, la angelología aviceniana asegura el fundamento del mundo intermedio de la Imaginación pura; hace posible la psicología profética de la que dependerá el espíritu de exégesis simbólica, la comprensión espiritual de las revelaciones, el ta’wil, tan fundamental para el sufismo como para el shiísmo y cuyo significado etimológico es el de «reconducir» una cosa a su principio, del símbolo a lo simbolizado; asegura y fundamenta también la autonomía radical del individuo, pero no sobre lo que podríamos denominar simplemente una filosofía del Espíritu, sino sobre una teosofía del Espíritu Santo. No hay que extrañarse si todo esto puso a la ortodoxia en estado de alarma; lo que Étienne Gilson ha analizado brillantemente como «agustinismo avicenizante», no tiene sino una relación lejana con el avicenismo puro.

[CorbinIbnArabi]
  1. Nos limitamos a remitir al lector a nuestra obra Avicenne et le Récit visionnaire, Bibliotéque Iranienne, vols. 4 y 5, Adrien Maisonneuve, París, 1954. [Reedición posterior en Berg International, París, 1979] Véase igualmente en nuestra Histoire de la philosophie islamique, 1a parte, Col. «Idées», Gallimard, 1964 [reedición en un solo volumen en Col. «Pholio», Gallimard, 1986], los capitulos sobre Avicena y Averroes. 

Avicena, Henry Corbin (1903-1978)