El símbolo no es un signo artificialmente construido; aflora espontáneamente en el alma para anunciar algo que no puede expresarse de otra forma; es la única expresión de lo simbolizado como realidad que se hace así transparente al alma, pero que en sí misma transciende toda expresión. La alegoría es una figuración más o menos artificial de generalidades o abstracciones que son perfectamente cognoscibles o expresables por otras vías. Penetrar el sentido de un símbolo no equivale en absoluto a hacerlo superfluo ni a abolirlo, pues se mantiene siempre como la única expresión del significado con el que simboliza. No puede pretenderse jamás superarlo de una vez por todas, a menos precisamente de degradarlo en alegoría, de llenarlo de equivalencias racionales, generales y abstractas. El exegeta debe tener cuidado con ello, pues se cerraría entonces la vía del símbolo que conduce más allá de este mundo. «Mithal» es por tanto símbolo y no alegoría. Los esquemas formados sobre la misma raíz han de precisarse en el mismo sentido. «Tamzil» no es una «alegorización», sino la tipificación, la ejemplificación privilegiada de un arquetipo. «Tamazzol» es el estado de la cosa sensible o imaginal que posee esta investidura del arquetipo, y esta investidura, al hacerla simbolizar con él, la eleva a su plenitud de sentido. Esta elevación puede, en ciertos casos, ser motivo de que se la entienda como hipóstasis.
La rigurosa conexión del símbolo con lo simbolizado, diferencia mejor que cualquier otra cosa el símbolo de la alegoría, pues es imposible quebrar esa conexión, extenderla y dispersarla en una red infinita de significaciones, mediante meras sustituciones que, en el mismo nivel del ser y sobre el mismo plano espiritual, se limitan a reemplazar lo ya expresado por algo que siempre podría ser expresado de otro modo. Transmutación de lo sensible y de lo imaginal en símbolo, retorno del símbolo a la situación que lo hizo nacer: estos dos movimientos abren y cierran el círculo hermenéutico. Es por ello que, si la exégesis de los símbolos abre en altura y en profundidad una perspectiva quizá sin límites, ello no supone en absoluto una regressio ad infinitum en el mismo plano del ser, tal como el pensamiento racional podría objetar. Dicha objeción revelaría un desconocimiento profundo de lo que diferencia la particularidad de un símbolo y la generalidad de una alegoría, la eclosión de una visión simbólica y la cristalización del pensamiento en dogma. No se trata de sustituir el símbolo por una explicación racional, ni de fijar en un enunciado dogmático la evidencia racional así obtenida por reducción. Se trata de alcanzar aquello que fue la experiencia del Alma en un alma, de presentir a qué tiende —no de deducir causalmente de dónde viene— el Acontecimiento que se denomina «wiladate ruhani», nacimiento espiritual.