cosmos (RGAI) (SFCS)

En los altos grados de la Masonería escocesa, hay dos divisas cuyo sentido se refiere a algunas de las consideraciones que hemos expuesto precedentemente: una es Post Tenebras Lux, y la otra es Ordo ab Chao; y, a decir verdad, su significación es tan estrechamente conexa que es casi idéntica, aunque la segunda sea quizás susceptible de una aplicación más extensa (NA: Si se pretende que, históricamente, esta divisa Ordo ab Chao ha expresado simplemente primero la intención de poner el orden en el «caos» de los grados y de los «sistemas» múltiples que habían visto la luz durante la segunda mitad del siglo XVIII, eso no constituye en modo alguno una objeción válida contra lo que decimos aquí, ya que, en todo caso, en eso no se trata más que de una aplicación muy especial, que no impide la existencia de otras significaciones más importantes.). En efecto, una y otra se refieren a la «iluminación» iniciática, la primera directamente y la segunda por vía de consecuencia, puesto que es la vibración original del Fiat Lux la que determina el comienzo del proceso cosmogónico por el que el «caos» será ordenado para devenir el «COSMOS» (NA: Cf. El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. III.). Las tinieblas representan siempre, en el simbolismo tradicional, el estado de las potencialidades no desarrolladas que constituyen el «caos» (NA: Hay también otro sentido superior del simbolismo de las tinieblas, que se refiere al estado de no manifestación principial; pero aquí no vamos a considerar más que su sentido inferior y propiamente cosmogónico.); y, correlativamente, la luz se pone en relación con el mundo manifestado, en el que estas potencialidades serán actualizadas, es decir, el «COSMOS» (NA: La palabra sánscrita Loka, «mundo», derivada de la raíz Lok que significa «ver», tiene una relación directa con la luz, como lo muestra por lo demás la aproximación con el latín lux; por otra parte, la vinculación de la palabra «Logia» a loka, verosímilmente posible por la intermediación del latín locus que es idéntica a ésta, está lejos de estar desprovista de sentido, puesto que la Logia se considera como un símbolo del mundo o del «COSMOS»: es propiamente, por oposición a las «tinieblas exteriores» que corresponden al mundo profano, «el lugar iluminado y regular», donde todo se hace según el rito, es decir, conformemente al «orden» (rita).), siendo esta actualización determinada o «medida» a cada momento del proceso de manifestación, por la extensión de los «rayos solares» salidos del punto central donde ha sido proferido el Fiat Lux inicial. 1012 RGAI SOBRE DOS DIVISAS INICIÁTICAS

Por otra parte, el «COSMOS», en tanto que «orden» o conjunto ordenado de posibilidades, no sólo es sacado del «caos» en tanto que estado «no ordenado», sino que es producido propiamente también a partir de éste (ab Chao), donde estas mismas posibilidades están contenidas en el estado potencial e «indistinguido», y que es así la materia prima (en un sentido relativo, es decir, más exactamente y en relación a la verdadera materia prima o substancia universal, la materia secunda de un mundo particular) (NA: Cf. El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. II.) o el punto de partida «substancial» de la manifestación de este mundo, del mismo modo que el Fiat Lux es, por su lado, su punto de partida «esencial». De una manera análoga, el estado del ser anteriormente a la iniciación constituye la substancia «indistinguida» de todo lo que él podrá devenir efectivamente a continuación (NA: Es propiamente la «piedra bruta» (rough ashlar) del simbolismo masónico.), puesto que, así como ya lo hemos dicho precedentemente, la iniciación no puede tener como efecto introducir en él posibilidades que no hubieran estado latentes en él (y, por lo demás, esa es la razón de ser de las cualificaciones requeridas como condición previa), de la misma manera que el Fiat Lux cosmogónico no agrega «substancialmente» nada a las posibilidades del mundo para el que se profiere; pero estas posibilidades aún no se encuentran en él más que en el estado «caótico y tenebroso» (NA: O «informe y vacío», según otra traducción, por lo demás casi equivalente en el fondo, del thohû va-bohû del Génesis, que Fabre de Olivet traduce por «potencia contingente de ser en una potencia de ser», lo que, en efecto, expresa bastante bien el conjunto de las posibilidades particulares contenidas y como enrolladas, en el estado potencial, en la propia potencialidad misma de este mundo (o estado de existencia) considerado en su integralidad.), y es menester la «iluminación» para que puedan comenzar a ordenarse y, por eso mismo, a pasar de la potencia al acto. En efecto, debe comprenderse bien que este paso no se efectúa instantáneamente, sino que se prosigue en el curso de todo el trabajo iniciático, del mismo modo que, desde el punto de vista «macrocósmico», este paso se prosigue durante todo el curso del ciclo de manifestación del mundo considerado; el «COSMOS» o el «orden» no existe todavía más que virtualmente por el hecho del Fiat Lux inicial (que, en sí mismo, debe ser considerado como teniendo un carácter propiamente «intemporal», puesto que precede al desarrollo del ciclo de manifestación y, por consiguiente, no puede situarse en el interior de éste), y, del mismo modo, la iniciación no está cumplida más que virtualmente por la comunicación de la influencia espiritual cuya luz es en cierto modo su «soporte» ritual. 1016 RGAI SOBRE DOS DIVISAS INICIÁTICAS

Mencionaremos también, sin insistir más en ello, otra significación de un carácter más particular, que, por lo demás, se relaciona bastante directamente con la que acabamos de indicar en último lugar, ya que se refiere en suma al mismo dominio: esta significación se refiere a la utilización, para hacerlas concurrir a la realización del mismo plan de conjunto, de organizaciones exteriores, inconscientes de este plan como tales, y aparentemente opuestas las unas a las otras, bajo una dirección «invisible» única, que está ella misma más allá de todas las oposiciones; ya hemos hecho alusión a ello precedentemente, al señalar que esto había encontrado su aplicación, de una manera particularmente clara, en la tradición extremo oriental. En sí mismas, las oposiciones, por la acción desordenada que producen, constituyen en efecto una suerte de «caos» al menos aparente; pero se trata precisamente de hacer servir a este «caos» mismo (tomándolo en cierto modo como la «materia» sobre la cual se ejerce la acción del «espíritu» representado por las organizaciones iniciáticas del orden más elevado y más «interior») a la realización del «orden» general, del mismo modo que, en el conjunto del «COSMOS», todas las cosas que parecen oponerse entre sí por eso no son menos realmente, en definitiva, elementos del orden total. Para que sea efectivamente así, es menester que lo que preside el «orden» desempeñe, en relación al mundo exterior, la función del «motor inmóvil»: éste, al estar en el punto fijo que es el centro de la «rueda cósmica», es por eso mismo como el quicio alrededor del cual gira esta rueda, la norma sobre la que se regula su movimiento; no puede serlo sino porque él mismo no participa en ese movimiento, y lo es sin tener que intervenir en él expresamente, y, por consiguiente, sin mezclarse de ninguna manera con la acción exterior, que pertenece toda entera a la circunferencia de la rueda (NA: Es la definición misma de la «actividad no actuante» de la tradición taoísta, y es también lo que hemos llamado precedentemente una «acción de presencia».). Todo lo que es arrastrado en las revoluciones de ésta no son más que modificaciones contingentes que cambian y pasan; únicamente permanece lo que, estando unido al principio, está invariablemente en el centro, inmutable como el Principio mismo; y el centro, al que nada puede afectar en su unidad indiferenciada, es el punto de partida de la multitud indefinida de estas modificaciones que constituyen la manifestación universal; y es también, al mismo tiempo, su punto de conclusión, ya que es en relación a él como se ordenan todas finalmente, del mismo modo que las potencias de todo ser se ordenan necesariamente en vista de su reintegración final a la inmutabilidad principial. 1020 RGAI SOBRE DOS DIVISAS INICIÁTICAS

En la realización total de ser, hay lugar a considerar la unión de dos aspectos que corresponden en cierto modo a las dos fases de ésta, una «ascendente» y la otra «descendente». La consideración de la primera fase, en la que el ser, partiendo de un cierto estado de manifestación, se eleva hasta la identificación con su principio no manifestado, no puede suscitar ninguna dificultad, puesto que eso es lo que, por todas partes y siempre, se indica expresamente como el proceso y la meta esencial de toda iniciación, desembocando ésta en la «salida del COSMOS», como lo hemos explicado en precedentes artículos, y, por consiguiente, en la liberación de las condiciones limitativas de todo estado particular de existencia. Por el contrario, en lo que concierne a la segunda fase, la de «descenso» a lo manifestado, parece que no se haya hablado de ella sino más raramente y, en muchos casos, de una manera menos explícita, a veces incluso, podríase decir, con una cierta reserva o una cierta vacilación, que, por lo demás, las explicaciones que nos proponemos dar aquí permitirán comprender; sin duda, ello se debe a que da lugar fácilmente a malentendidos, ya sea porque se mire erradamente esta manera de considerar las cosas como más o menos excepcionales, ya sea porque se equivoque el verdadero carácter del «redescenso» de que se trata. 4213 IRS REALIZACIÓN ASCENDENTE Y DESCENDENTE

A este respecto, importa destacar ante todo que el “Huevo del Mundo” es la figura, no del “COSMOS” en su estado de plena manifestación, sino de aquello a partir de lo cual se efectuará su desarrollo; y, si este desarrollo se representa como una extensión que se cumple en todas las direcciones desde el punto de partida, es evidente que este punto coincidirá necesariamente con el centro mismo; así, el “Huevo del Mundo” es realmente “central” con relación al “COSMOS” (El símbolo del fruto tiene también, a este respecto, la misma significación que el del huevo; sin duda volveremos sobre ello en el curso de nuestros estudios (cf. Aperçus sur 1’Initiation, cap. XLIII); y haremos notar desde luego que ese símbolo tiene además un vinculo evidente con el del “jardín”, y por lo tanto con el del Paraíso terrestre). La figura bíblica del Paraíso terrestre, que es también el “Centro del Mundo”, es la de un recinto circular, que puede considerarse la sección horizontal de una forma ovoide tanto como esférica; agreguemos que, de hecho, la diferencia entre estas dos formas consiste esencialmente en que la de la esfera, al extenderse igualmente en todos los sentidos a partir de su centro, es verdaderamente la forma primordial, mientras que la del huevo corresponde a un estado ya diferenciado, derivado del anterior por una especie de “polarización” o desdoblamiento del centro (Así, en geometría plana, el centro único del círculo, al desdoblarse, origina los dos focos de una elipse; el mismo desdoblamiento está también figurado con toda nitidez en el símbolo extremo-oriental del Yin-Yang, que tampoco carece de relación con el del “Huevo del Mundo”); tal “polarización” puede considerarse, por lo demás, como efectuándose desde que la esfera cumple un movimiento de rotación en torno de un eje determinado, puesto que desde ese momento ya no todas las direcciones del espacio desempeñan uniformemente un mismo papel; y esto señala, precisamente, el paso de la una a la otra de esas dos fases sucesivas del proceso cosmogónico que se simbolizan respectivamente por la esfera y el huevo (Señalemos además, acerca de la forma esférica, que en la tradición islámica la esfera de pura luz primordial es la Rûh mohammediyah (‘espíritu de Mahoma’), que es a su vez el “Corazón del Mundo”; y el “COSMOS” entero está vivificado por las “pulsaciones” de esa esfera, que es propiamente el bárzaj (‘intervalo, istmo’ (entre el Principio y la Manifestación)) por excelencia; ver sobre este asunto el articulo de T. Burckhardt en É. T., diciembre de 1937). 6988 SFCS EL CORAZON Y “EL HUEVO DEL MUNDO”

La caverna iniciática, hemos dicho anteriormente, está considerada como una imagen del mundo; pero, por otra parte, en razón de su asimilación simbólica al corazón, representa particularmente el lugar cósmico central. Puede parecer que haya en ello dos puntos de vista diferentes, pero, en realidad, no se contradicen en modo alguno, y lo que hemos expuesto con respecto al “Huevo del Mundo” basta para conciliarlos, e inclusive para identificarlos entre sí en cierto sentido: en efecto, el “Huevo del Mundo” es central con respecto al “COSMOS” y, a la vez, contiene en germen todo cuanto éste contendrá en el estado de plena manifestación; todas las cosas se encuentran, pues, en el “Huevo del Mundo”, pero en un estado de “repliegue” o “envoltura”, que precisamente se figura también, según lo hemos explicado, por la situación misma de la caverna, por su carácter de lugar oculto y cerrado. Las dos mitades en que se divide el “Huevo del Mundo”, según uno de los aspectos más habituales de su simbolismo, se convierten, respectivamente, en el cielo y la tierra; en la caverna, igualmente, el suelo corresponde a la tierra y la bóveda al cielo; no hay, pues, en todo ello nada que no sea perfectamente coherente y normal. 6994 SFCS LA CAVERNA Y “EL HUEVO DEL MUNDO

Ahora, falta considerar otra cuestión particularmente importante desde el punto de vista iniciático: hemos hablado de la caverna como lugar del “segundo nacimiento”; pero ha de hacerse una distinción esencial entre este “segundo nacimiento” y el “tercer nacimiento”, distinción que en suma corresponde a la de la iniciación en los “pequeños misterios” y en los “grandes misterios”; si el “tercer nacimiento” se representa también como cumplido en la caverna, ¿de qué modo se adaptará a él el simbolismo, de ésta? El “segundo nacimiento”, que es propiamente lo que puede llamarse la “regeneración psíquica”, se opera en el dominio de las posibilidades sutiles de la individualidad humana; el “tercer nacimiento”, al contrario, al efectuarse directamente en el orden espiritual, y no ya en el psíquico, es el acceso al dominio de las posibilidades supraindividuales. El uno es, pues, propiamente un “nacimiento en el COSMOS” (proceso al cual corresponde, según lo hemos dicho, en el orden “macrocósmico”, el nacimiento del Avatâra) y por consiguiente es lógico que se lo figure como ocurrido íntegramente en el interior de la caverna; pero el otro es un “nacimiento fuera del COSMOS” y a esta “salida del COSMOS”, según la expresión de Hermes (Cf. A. K. Coomaraswamy, “La Vierge allaitant saint Bernard”, en É.T., diciembre de 1937, pág. 418), debe corresponder, para que el simbolismo sea completo, una salida final de la caverna, la cual contiene solamente las posibilidades incluidas en el “COSMOS”, las que el iniciado debe precisamente sobrepasar en esta nueva fase del desarrollo de su ser, del cual el “segundo nacimiento” no era en realidad sino el punto de partida. 6995 SFCS LA CAVERNA Y “EL HUEVO DEL MUNDO

Aquí, naturalmente, ciertas relaciones se encontrarán modificadas: la caverna vuelve a ser un “sepulcro”, no ya esta vez en razón exclusivamente de su situación “subterránea”, sino porque el “COSMOS” íntegro es en cierto modo el “sepulcro” del cual el ser debe salir ahora; el “tercer nacimiento” está precedido necesariamente de la “segunda muerte”; que no es ya la muerte al mundo profano, sino verdaderamente la “muerte al COSMOS” (y también “en el COSMOS”), y por eso el nacimiento “extracósmico” se asimila siempre a una “resurrección” (Se encuentra igualmente lo análogo de todo esto en el simbolismo de la crisálida y de su transformación en mariposa). Para que pueda ocurrir tal “resurrección”, que es al mismo tiempo la salida de la caverna, es necesario que sea retirada la piedra que cierra la abertura del “sepulcro” (es decir, de la caverna misma); veremos en seguida cómo puede traducirse esto en ciertos casos en el simbolismo ritual. 6996 SFCS LA CAVERNA Y “EL HUEVO DEL MUNDO

Por otra parte, cuando lo que está fuera de la caverna representaba solamente el mundo profano o las “tinieblas exteriores”, la caverna aparecía como el único lugar iluminado, y, por lo demás, iluminado forzosamente desde el interior; ninguna luz, en efecto, podía entonces venirle de afuera. Ahora, puesto que hay que tener en cuenta las posibilidades “extracósmicas”, la caverna, pese a tal iluminación, se hace relativamente oscura, por relación, no diremos a lo que está simplemente fuera de ella, sino más precisamente a lo que está por sobre ella, allende su bóveda, pues esto es lo que representa al dominio “extracósmico”. Podría entonces, según este nuevo punto de vista, considerarse la iluminación interior como el mero reflejo de una luz que penetra a través del “techo del mundo”, por la “puerta solar”, que es el “ojo” de la bóveda cósmica o la abertura superior de la caverna. En el orden microcósmico esta abertura corresponde al Brahma-randhra (el séptimo chakra), es decir, al punto de contacto del individuo con el “séptimo rayo” del sol espiritual (Cf. A. K. Coomaraswamy, loc. cit), punto cuya “localización” según las correspondencias orgánicas se encuentra en la coronilla (Ver L’Homme et son devenir selon le Védánta, cap. XXI), y que se figura también por la abertura superior del athanor hermético (El “tercer nacimiento” podría ser considerado, empleando la terminología alquímica, como una “sublimación”). Agreguemos a este respecto que el “huevo filosófico”, el cual desempeña manifiestamente el papel de “Huevo del Mundo”, está encerrado en el interior del athanor, pero que éste mismo puede ser asimilado al “COSMOS”, y ello en la doble aplicación, “macrocósmica” y “microcósmica”; la caverna, pues, podrá también identificarse simbólicamente a la vez con el “huevo filosófico” y con el athanor, según que la referencia sea, si así quiere decirse, a grados de desarrollo diferentes en el proceso iniciático, pero, en todo caso, sin que su significación fundamental se altere en modo alguno. 6997 SFCS LA CAVERNA Y “EL HUEVO DEL MUNDO

Cabe observar también que, con esa iluminación refleja, tenemos la imagen de la caverna de Platón, en la cual no se ven sino sombras, gracias a una luz que viene de afuera (Esta visión oscura es la visión quasi per speculum in aenigmate de que habla San Pablo (I Corintios, XIII. 12); lo que aparece como manifestado en el “COSMOS” no es, propiamente, sino una sombra o un “vestigio” de la realidad trascendente, pero, por lo demás, eso es lo que constituye su valor como símbolo de aquella realidad), y esta luz es ciertamente “extracósmica”, ya que su fuente es el “Sol inteligible”. La liberación de los prisioneros y su salida de la caverna es una “salida al día”, por la cual pueden contemplar directamente la realidad de que hasta entonces no habían percibido sino un simple reflejo; esa realidad son los “arquetipos” eternos, las posibilidades contenidas en la “permanente actualidad” de la esencia inmutable. 6998 SFCS LA CAVERNA Y “EL HUEVO DEL MUNDO

La salida final de la caverna iniciática, considerada como representación de la “salida del COSMOS”, parece deber efectuarse normalmente, según lo que antes hemos dicho, por una abertura situada en la bóveda, y en el cenit de ella; recordamos que esta puerta superior, designada a veces tradicionalmente como el “cubo de la rueda solar” y también como “el ojo cósmico”, corresponde en el ser humano al Brahma-randhra y a la coronilla. Empero, pese a las referencias al simbolismo solar que se encuentran en tal caso, podría decirse que esta posición “axial” y “cenital” se refiere más directamente, y sin duda más primitivamente también, a un simbolismo polar: este punto es aquel en el cual, según ciertos rituales “operativos”, está suspendida la “plomada del Gran Arquitecto”, que señala la dirección del “Eje del Mundo” y se identifica entonces con la misma estrella polar (Recordaremos a este respecto que, según la tradición extremo-oriental, la estrella polar representa la sede de la “Gran Unidad” (T’ai-yi); al mismo tiempo, si normalmente debe considerarse al eje en posición vertical, según acabamos de decirlo, ésta corresponde también a la “Gran Cima” (T’ai-ki), es decir, a la sumidad de la cúspide celeste o del “techo del mundo”. (Sobre la figuración del “Eje del Mundo” por la “plomada del Gran Arquitecto del Universo”, véase La Grande Triade, cap. XXV)). Cabe señalar también que, para que la salida pueda efectuarse así, es menester que de ese lugar mismo se retire una piedra de la bóveda; y esta piedra, por el hecho mismo de ocupar la sumidad, tiene en la estructura arquitectónica un carácter especial y hasta único, pues es naturalmente la “clave de bóveda”; esta observación no carece de importancia, aunque no sea éste el lugar de insistir en ella (Esto se refiere más en especial al simbolismo de la masonería del Royal Arch; remitiremos también, para este tema, a la nota al final de nuestro artículo sobre “Le Tombeau d’Hermés”, en É. T., diciembre de 1936, pág. 473. (Texto que será incluido en la compilación póstuma Tradition primordiale et formes particuliéres)). 7003 SFCS LA SALIDA DE LA CAVERNA

Falta aún, empero, resolver una apariencia de contradicción, a saber: el norte se designa como el punto más alto (úttara), y, por lo demás, hacia este punto se dirige el curso ascendente del sol, mientras que su curso descendente, se dirige hacia el sur, que aparece así como el punto más bajo; pero, por otra parte, el solsticio de invierno, que corresponde al norte en el año y señala el inicio del movimiento ascendente, es en cierto sentido el punto más bajo, y el solsticio de verano, que corresponde al sur, donde ese movimiento ascendente concluye, es, en el mismo respecto, el punto más alto, a partir del cual comenzará en seguida el movimiento descendente, que concluirá en el solsticio de invierno. La solución de esta dificultad reside en la distinción que cabe establecer entre el orden “celeste”, al cual pertenece el curso del sol, y el orden “terrestre”, al cual pertenece, al contrario, la sucesión de las estaciones; según la ley general de la analogía, ambos órdenes deben, en su correlación misma, ser mutuamente inversos, de modo que el más alto para un orden es el más bajo para el otro, y recíprocamente; así, según la expresión hermética de la Tabla de Esmeralda, “lo que está arriba (en el orden celeste) es como lo que está abajo (en el orden terrestre)”, o también, según las palabras evangélicas, “los primeros (en el orden principial) serán los postreros (en el orden manifestado)” (A este doble punto de vista corresponde, entre otras aplicaciones, el hecho de que en figuraciones geográficas o de otro orden el punto situado arriba pueda ser el norte o el sur; en China es el sur, y en el mundo occidental ocurrió lo mismo entre los romanos y durante parte del Medioevo; este uso, en realidad, según lo que acabamos de decir, es el más correcto en lo que concierne a la representación de las cosas terrestres, mientras que al contrario, cuando se trata de las cosas celestes, el norte debe normalmente situarse arriba; pero va de suyo que el predominio de uno u otro de esos dos puntos de vista, según las formas tradicionales o según las épocas, puede determinar la adopción de una disposición única para todos los casos indistintamente; y, a este respecto, el hecho de situar el norte o el sur arriba aparece generalmente vinculado sobre todo con la distinción de las dos modalidades, “polar” y “solar”, siendo el punto que se sitúa en lo alto el que se tiene orientándose según una u otra de ellas, como lo explicaremos en la nota siguiente). No por eso es menos cierto, por lo demás, que en lo que concierne a los “influjos” vinculados a esos puntos siempre el norte permanece “benéfico”, ya se lo considere como el punto hacia el cual se dirige el curso ascendente del sol en el cielo o, con relación al mundo terrestre, como la entrada del deva-loka; y análogamente, el sur permanece siempre “maléfico”, ya se lo considere como el punto hacia el cual se dirige el curso descendente del sol en el cielo, o, con relación al mundo terrestre, como la entrada del pitr-loka (Señalemos, incidentalmente, otro caso en que un mismo punto conserva también una significación constante a través de ciertos cambios que constituyen aparentes inversiones: la orientación puede tomarse según una u otra de las dos modalidades, “polar” y “solar’, del simbolismo; en la primera, mirando hacia la estrella polar, o sea volviéndose hacia el norte, se tiene el este a la derecha; en la segunda, mirando el sol sobre el meridiano, o sea, volviéndose al sur, se tiene el este a la izquierda; las dos modalidades han estado en uso, particularmente, en China en épocas diferentes; así, el lado al cual se dio la preeminencia fue a veces la derecha y a veces la izquierda, pero, de hecho, fue siempre el este, o sea el “lado de la luz”. Agreguemos que existen además otros modos de orientación, por ejemplo volviéndose hacia el sol levante; a éste se refiere la designación sánscrita del sur como dákshina o ‘lado de la derecha’; y es también el que, en Occidente, fue utilizado por los constructores de la Edad Media para la orientación de las iglesias. (Sobre todas las cuestiones de orientación de que se trata en este capítulo, se remite a La Grande Triade, cap. VII)). Ha de agregarse que el mundo terrestre puede considerarse aquí, por transposición, como una representación del “COSMOS” en conjunto, y que entonces el cielo, según la misma transposición, representará el dominio “extracósmico”; desde este punto de vista, la consideración del “sentido inverso” deberá aplicarse al orden “espiritual”, entendido en su acepción más elevada, con respecto no solamente al orden sensible sino a la totalidad del orden cósmico (Para dar un ejemplo de esta aplicación, por lo demás en relación estrecha con aquello de que aquí se trata, si la “culminación” del sol visible ocurre a mediodía, la del “sol espiritual” podrá considerarse simbólicamente como ubicada a medianoche; por eso se dice de los iniciados en los “grandes misterios” de la Antigüedad que “contemplaban el sol a medianoche”; desde este punto de vista, la noche no representa ya la ausencia o privación de la luz, sino su estado principal de no-manifestación, lo que por lo demás corresponde estrictamente a la significación superior de las tinieblas o del color negro como símbolo de lo no-manifestado; y también en este sentido deben entenderse ciertas enseñanzas del esoterismo islámico según las cuales “la noche es mejor que el día”. Se puede notar además que, si el simbolismo “solar” tiene una relación evidente con el día, el simbolismo “polar”, en cambio, tiene cierta relación con la noche; y es también muy significativo a este respecto que el “sol de medianoche” tenga literalmente, en el orden de los fenómenos sensibles, su representación en las regiones hiperbóreas, es decir, allí mismo donde se sitúa el origen de la tradición primordial). 7012 SFCS LAS PUERTAS SOLSTICIALES

Ahora que hemos terminado la cita, podemos darnos cuenta fácilmente de que la pretendida contradicción, también en este caso, no existe sino en la mente del señor Carcopino; en efecto, en la última frase hay un error manifiesto, e incluso un doble error, que parece verdaderamente inexplicable. En primer lugar, la mención de Capricornio y Cáncer está introducida por iniciativa propia del señor Carcopino; Homero, según Porfírio, designa solamente las dos puertas por su situación respectiva al norte y al mediodía, sin indicar los signos zodiacales correspondientes; pero, puesto que precisa que la puerta “divina” es la del mediodía, ha de concluirse que ésta corresponde para él a Capricornio, lo mismo que para Numenio, es decir que él también ubica esas puertas según su situación en el cielo, lo cual parece haber sido, pues, de modo general, el punto de vista dominante en toda la tradición griega, inclusive antes del pitagorismo. Además, la “salida del COSMOS” y el “retorno a Dios” de las almas no son propiamente sino una sola y misma cosa, de modo que el señor Carcopino atribuye, al parecer sin darse cuenta, el mismo papel a las dos puertas; muy al contrario, Homero dice que por la puerta del norte se efectúa el “descenso”, es decir, la entrada en la “caverna cósmica”, o, en otros términos, en el mundo de la generación o de la manifestación individual. En cuanto a la puerta del mediodía, es la “salida del COSMOS”, y, por consiguiente, a través de ella se efectúa el “ascenso” de los seres en vías de liberación; Homero no dice expresamente si se puede también descender por esta puerta, pero ello no es necesario, ya que, al designarla como la entrada de los dioses”, indica suficientemente cuáles son los “descensos” excepcionales que se efectúan por ella, conforme a lo que hemos explicado en nuestro estudio anterior. Por último, ya se encare la situación de las dos puertas con respecto al curso del sol en el cielo, como en la tradición griega, ya con respecto a las estaciones en el ciclo anual terrestre, como en la tradición hindú, siempre Cáncer es la “puerta de los hombres” y Capricornio la “puerta de los dioses”; no puede haber variación ninguna acerca de esto y, en efecto, no hay ninguna; solo la incomprensión de los “eruditos” modernos cree descubrir, en los diversos intérpretes de las doctrinas tradicionales, divergencias y contradicciones inexistentes. 7022 SFCS EL SIMBOLISMO DEL ZODIACO ENTRE LOS PITAGORICOS

En el cristianismo, las fiestas solsticiales de Jano se han convertido en las de los dos San Juan, y éstas se celebran siempre en las mismas épocas, es decir en los alrededores inmediatos de los solsticios de invierno y verano (El San Juan invernal está, así, muy próximo a la fiesta de Navidad, la cual, desde otro punto de vista, corresponde no menos exactamente al solsticio de invierno, según lo hemos explicado anteriormente. Un vitral del siglo XIII de la iglesia de Saint-Rémi, en Reims, presenta una figuración particularmente curiosa, y sin duda excepcional, en relación con aquello de que aquí se trata: se ha discutido en vano la cuestión de cuál de los dos San Juan es el allí representado. La verdad es que, sin que quepa ver en ello la menor confusión, se ha representado a los dos, sintetizados en la figura de un solo personaje, como lo muestran los dos girasoles colocados en sentidos opuestos sobre la cabeza de aquél, que corresponden en este caso a los dos solsticios y a los dos rostros de Jano. Señalemos aún, de paso y a título de curiosidad, que la expresión popular francesa “Jean qui pleure et Jean qui rit” (‘Juan que ríe y Juan que llora’) es en realidad una reminiscencia de los dos rostros opuestos de Jano. (Cf. nota 5 del capítulo siguiente)); y es también muy significativo que el aspecto esotérico de la tradición cristiana haya sido considerado siempre como “johannita”, lo cual confiere a ese hecho un sentido que sobrepasa netamente, cualesquiera fueren las apariencias exteriores, el dominio simplemente religioso y exotérico. La sucesión de los antiguos Collegia Fabrorum, por lo demás, se transmitió regularmente a las corporaciones que, a través de todo el Medioevo, mantuvieron el mismo carácter iniciático, y en especial a la de los constructores; ésta, pues, tuvo naturalmente por patronos a los dos San Juan, de donde proviene la conocida expresión de “Logia de San Juan” que se ha conservado en la masonería, pues ésta no es sino la continuación, por filiación directa, de las organizaciones a que acabamos de referirnos (Recordaremos que la “Logia de San Juan”, aunque no asimilada simbólicamente a la caverna, no deja de ser, como ésta, una figura del “COSMOS”; la descripción de sus “dimensiones” es particularmente neta a este respecto: su longitud es “de oriente a occidente”; su anchura, “de mediodía a septentrión”; su altura, “de la tierra al cielo’; y su profundidad, “de la superficie al centro de la tierra”. Es de notar, como relación notable en lo que concierne a la altura de la Logia, que, según la tradición islámica, el sitio donde se levanta una mezquita se considera consagrado no solamente en la superficie de la tierra, sino desde ésta hasta el “séptimo cielo”. Por otra parte, se dice que “en la Logia de San Juan se elevan templos a la virtud y se cavan mazmorras para el vicio”; estas dos ideas de “elevar” y “excavar” se refieren a las dos “dimensiones” verticales, altura y profundidad, que se cuentan según las mitades de un mismo eje que va “del cenit al nadir”, tomadas en sentido mutuamente inverso; esas dos direcciones opuestas corresponden, respectivamente, al sattva y el tamas (mientras que la expansión de las dos “dimensiones” horizontales corresponde al rajas), es decir, a las dos tendencias del ser, hacia los Cielos (el templo) y hacia los Infiernos (la mazmorra), tendencias que están aquí más bien “alegorizadas” que simbolizadas en sentido estricto, por las nociones de “virtud” y “vicio’, exactamente como en el mito de Hércules que recordábamos antes. (Los tres términos sánscritos mencionados se explican así en L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. IV: “Los guna… son… condiciones de la Existencia universal a que están sometidos todos los seres manifestados… Los tres guna son: sattva, conformidad a la esencia pura del Ser (Sat), que se identifica con la Luz inteligible o el Conocimiento y se representa como una tendencia ascendente; rajas, la impulsión expansiva, según la cual el ser se desarrolla en cierto estado y, en cierto modo, en un nivel determinado de la existencia; tamas, la oscuridad, asimilada a la ignorancia, y representada como una tendencia descendente”. (N. del T))). Aun en su forma especulativa” moderna, la masonería ha conservado siempre también, como uno de los testimonios más explícitos de su origen, las fiestas solsticiales, consagradas a los dos San Juan después de haberlo estado a los dos rostros de Jano (En el simbolismo masónico, dos tangentes paralelas a un circulo se consideran, entre otras significaciones diversas, como representación de los dos San Juan; si se ve al Círculo como una figura del ciclo anual, los puntos de contacto de las dos tangentes, diametralmente opuestos entre sí, corresponden entonces a los dos puntos solsticiales); y así la doctrina tradicional de las dos puertas solsticiales, con sus conexiones iniciáticas, se ha mantenido viva aún, por mucho que sea generalmente incomprendida, hasta en el mundo occidental actual. 7030 SFCS EL SIMBOLISMO SOLSTICIAL DE JANO

Es fácil advertir, en primer lugar, que las dos partes de la estructura recién descripta figuran la tierra y el cielo, a los cuales corresponden respectivamente, en efecto, la forma cuadrada y la forma circular (o esférica, en una construcción de tres dimensiones); y, aunque esta correspondencia se encuentre indicada con mayor insistencia en la tradición extremo-oriental, está muy lejos de serle propia y exclusiva (En la iniciación masónica, el paso from square to arch (del cuadrado al arco) representa un paso “de la Tierra al Cielo” (de donde el término de exaltation para designar la admisión al grado de Royal Arch), es decir, del dominio de los “pequeños misterios” al de los “grandes misterios”, con el doble aspecto sacerdotal y real para estos últimos, pues el título completo correspondiente es Holy (and) Royal Arch, aunque, por razones históricas que no hemos de examinar aquí, el “arte sacerdotal” haya acabado borrarse ante el “arte real”. Las formas circular y cuadrada están aludidas también por el compás y la escuadra, que sirven para trazarlos respectivamente y que se asocian como símbolos de dos principios complementarios, según efectivamente lo son el Cielo y la Tierra (cf. Le Régne de la quantité et les signes des temps, cap. XX, y La Grande Triade., cap. III)). Puesto que acabamos de aludir a la tradición extremo-oriental, no carece de interés señalar a este respecto que en China la vestidura de los antiguos emperadores debía ser redonda por lo alto y cuadrada por lo bajo; esa vestidura, en efecto, tenía una significación simbólica (lo mismo que todas las acciones de su vida, reguladas siempre según los ritos), y esa significación era precisamente la misma que aquella cuya realización arquitectónica encaramos aquí (El Emperador mismo, así vestido, representaba al “Hombre verdadero”, mediador entre el Cielo y la Tierra, cuyas respectivas potencias une en su propia naturaleza; y exactamente en este mismo sentido un maestro masón (que debería ser también un “Hombre verdadero” si hubiese realizado su iniciación de modo efectivo) “se encuentra siernpre entre la escuadra y el compás”. Señalemos también, acerca de esto, uno de los aspectos del simbolismo de la tortuga: la parte inferior del caparazón, que es plana, corresponde a la Tierra, y la superior, que es arqueada en forma de cúpula, corresponde al Cielo; el animal mismo, entre ambas partes, figura al Hombre entre el Cielo y la Tierra, completando así la “Gran Tríada”, que desempeña un papel especialmente importante en el simbolismo de las organizaciones iniciáticas taoístas (cf. La Grande Triade, cap. XVI)). Agreguemos en seguida que, si en ésta se considera la construcción íntegra como un “hipogeo”, según a veces lo es en efecto, literalmente en ciertos casos y simbólicamente en otros, nos encontramos reconducidos al simbolismo de la caverna como imagen del “COSMOS” en conjunto. 7043 SFCS EL SIMBOLISMO DE LA CÚPULA

El eje, ya esté figurado materialmente en forma de árbol o de pilar central, ya esté representado por la llama ascendente y la “columna de humo” de Agni en el caso en que el centro del edificio está ocupado por el altar o el hogar (En el caso, ya antes señalado, de una habitación dispuesta en torno de un patio interior a cielo abierto (y sin recibir otra luz que la de ese lado interno), el centro del patio está ocupado a veces por una fuente; ésta representa entonces la “Fuente de Vida”, que mana del pie del “Árbol del Medio” (aunque, naturalmente, el árbol pueda no tener allí figufación material)), siempre termina exactamente en la sumidad del domo, e inclusive, a veces, según ya lo hemos señalado, lo atraviesa y se prolonga más allá en forma de mástil, o como el mango del parasol, en otro ejemplo de simbolismo equivalente. Es visible aquí que esa sumidad del domo se identifica con el cubo de la rueda celeste del “carro cósmico”; y, como hemos visto que el centro de esta rueda está ocupado por el sol, resulta que el paso del eje por ese punto representa ese paso “allende el Sol” y a través de él, sobre el cual hemos tratado más arriba. Lo mismo ocurre también cuando, en ausencia de una figuración material del eje, el domo está perforado en su sumidad por una abertura circular (por la cual escapa, en el caso recién recordado, el humo del hogar situado inmediatamente debajo); esa abertura es una representación del disco solar mismo en cuanto “Ojo del Mundo”, y por ella se efectúa la salida del “COSMOS”, según lo hemos explicado en los estudios dedicados al simbolismo de la caverna (Entre los indios de América del Norte, que parecen haber conservado más elementos tradicionales perfectamente reconocibles de lo que generalmente se cree, los diferentes “mundos” se representan a menudo como una serie de cavernas superpuestas, y los seres pasan de uno a otro subiendo a lo largo de un árbol central; naturalmente, nuestro mundo es una de esas cavernas, con el cielo por bóveda). De todos modos, por esa abertura central, y por ella solamente, el ser puede pasar al Brahma-loka (‘mundo de Brahma (Principio supremo)’), que es un dominio esencialmente “extracósmico” (A este respecto, cabe referirse a las descripciones del devâ-yâna, del cual el Brahma-Loka es el punto de llegada “más allá del sol” (ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XXI)); y ella es también la “puerta estrecha” que, en el simbolismo evangélico, da análogamente acceso al “Reino de Dios” (En el simbolismo del tiro con arco, el centro del blanco tiene igualmente esa significación; sin insistir aquí sobre este asunto, recordaremos solo que la flecha es también un símbolo “axial” y además una de las figuras más frecuentes del “rayo solar”. En ciertos casos, se ata un hilo a la flecha, junto con la cual atravesará el blanco; esto recuerda de modo particularmente notable la figura evangélica del “ojo de la aguja”, y el símbolo del hilo (sûtra) se encuentra también en el término sûtrâtmâ (el Âtmâ considerado como un hilo que atraviesa el Universo; ver cap. LXI). (Sobre el simbolismo del tiro con arco, véase el articulo de Coomaraswamy en É. T., octubre-noviembre y diciembre de 1945)). 7062 SFCS LA PUERTA ESTRECHA

La correspondencia “microcósmica” de esta “puerta solar” es fácil de descubrir, sobre todo si se recuerda la similitud del domo con el cráneo humano, que hemos mencionado anteriormente ( (Ver cap. XL: “La cúpula y la rueda”)): la sumidad del domo es la “coronilla” de la cabeza, es decir, el punto donde termina la “arteria coronal” sutil o sushumnâ, que está en la prolongación directa del rayo solar llamado análogamente sushumna, y que, inclusive, no es en realidad, al menos virtualmente, sino su porción axial, “intrahumana” si es dado expresarse así. Este punto es el orificio llamado Brahma-randhra, por el cual escapa el espíritu del ser en vías de liberación, cuando se han roto los vínculos que lo unían al compuesto corpóreo y psíquico humano (en tanto que jîvâtmâ) (A esto se refiere, de modo muy neto, el rito de trepanación póstuma, cuya existencia se ha comprobado en muchas sepulturas prehistóricas, y que incluso se ha conservado hasta épocas mucho más recientes entre ciertos pueblos; por otra parte, en la tradición cristiana, la tonsura de los sacerdotes, cuya forma es también la del disco solar y la del “ojo” de la cúpula, se refiere manifiestamente al mismo simbolismo ritual); y va de suyo que esta vía está exclusivamente reservada al caso del ser “cognoscente” (vid-vân), para quien el “eje” se ha identificado efectivamente con el “séptimo rayo”, y que desde entonces está presto para salir definitivamente del “COSMOS”, pasando “allende el Sol”. 7063 SFCS LA PUERTA ESTRECHA

En apoyo de esta consideración, A. K. Coomaraswamy cita los dos árboles invertidos descriptos por Dante (Purgatorio, XXII-XXV) como próximos a la cima de la “montaña”, o sea inmediatamente debajo del plano donde se sitúa el Paraíso terrestre; mientras que, cuando éste se alcanza, los árboles aparecen restituidos a su posición normal; y así esos árboles, que parecen ser, en realidad, diferentes aspectos del “Árbol” único, “están invertidos solamente por debajo del punto en que ocurre la rectificación y regeneración del hombre”. Importa señalar que, si bien el Paraíso terrestre es todavía, efectivamente, una parte del “COSMOS”, su posición es virtualmente “supracósmica”; podría decirse que representa la “sumidad del ser contingente” (bhavâgra), de modo que su plano se identifica con la “superficie de las Aguas”. Con esta superficie, que debe ser considerada esencialmente como un “plano de reflexión”, nos vemos reconducidos al simbolismo de la imagen invertida por reflejo, a la cual nos hemos referido al hablar de la analogía; “lo que está arriba”, o por sobre la “superficie de las Aguas”, es decir, el dominio principal o “supracósmico”, se refleja en sentido inverso en “lo que está abajo”, o sea debajo de dicha superficie, en el dominio “cósmico”; en otros términos, todo lo que está encima del “plano de reflexión” es recto, todo lo que está debajo es invertido. Por lo tanto, si se supone al árbol erigido por sobre las Aguas, lo que vemos en tanto permanecemos en el “COSMOS” es su imagen invertida, con las raíces hacia arriba y las ramas hacia abajo; al contrario, si nos situamos por encima de las Aguas, no vemos ya esa imagen, que entonces está, por así decirlo, bajo nuestros pies, sino la fuente de ella, es decir el árbol real, que, naturalmente, se nos presenta en su posición recta; el árbol es siempre el mismo, pero ha cambiado nuestra posición con respecto a él, y también, por consiguiente, el punto de vista desde el cual lo consideramos. 7148 SFCS EL “ÁRBOL DEL MUNDO”

Si se compara con el simbolismo bíblico del Paraíso terrestre, la única diferencia notable a este respecto es que la inmortalidad no está dada por un licor extraído del “Árbol de Vida” sino por su fruto mismo; se trata aquí, pues, de un “alimento de inmortalidad” más bien que de una bebida (Entre los griegos, la “ambrosía”, en cuanto se distingue del “néctar”, es también un alimento no líquido, aunque su nombre, por otra parte, sea etimológicamente idéntico al del ámrta); pero, en todos los casos, es siempre un producto del árbol o de la planta, y un producto en el cual se encuentra concentrada la savia, que es en cierto modo la “esencia” misma del vegetal (En sánscrito, la palabra rasa significa a la vez ‘savia’ y ‘esencia’). Es de notar también, por otra parte, que, de todo el simbolismo vegetal del Paraíso terrestre, solo el “Árbol de Vida” subsiste con ese carácter en la descripción de la Jerusalén celeste, mientras que en ella todo el resto del simbolismo es mineral; y ese árbol porta entonces doce frutos, que son los doce “Soles”, es decir, el equivalente de los doce Aditya de la tradición hindú, siendo el árbol mismo su naturaleza común, a la unidad de la cual retornan finalmente (Cf. Le Roi du Monde, caps. IV y XI; puede leerse también lo que en el mismo libro decíamos acerca de la “bebida” de inmortalidad y sus diversos “sustitutos” tradicionales (caps. V y VI)); se recordará aquí lo que hemos dicho sobre el árbol considerado como “estación del Sol”, y sobre los símbolos que figuran al sol como acudiendo a posarse en el árbol al final de un ciclo. Los Aditya son los hijos de Aditi, y la idea de “indivisibilidad” que este nombre expresa implica evidentemente “indisolubilidad”, y por lo tanto “inmortalidad”; Aditi, por lo demás, no carece de relación, en ciertos respectos, con la “esencia vegetativa”, por lo mismo que se la considera como “diosa de la tierra” (Cf. A. K. Coomaraswamy, The Inverted Tree, p. 28), al mismo tiempo que es la “madre de los Deva”; y la oposición entre Áditi y Diti, oposición de que procede la existente entre los Deva y los Ásura, puede vincularse, según la misma relación, con la existente entre el “Árbol de Vida” y el “Árbol de Muerte” a que nos hemos referido en un anterior estudio. Esa oposición se encuentra también, por lo demás, en el simbolismo mismo del sol, puesto que éste se identifica también con la “Muerte” (Mrtyu) en cuanto al aspecto según el cual está vuelto hacia el “mundo de abajo” (A este respecto podrían también desarrollarse consideraciones sobre la relación del sol y sus revoluciones con el tiempo (Kâla) que “devora” los seres manifestados), y es al mismo tiempo la “puerta de inmortalidad”, de suerte que podría decirse que su otra faz, la que está vuelta hacia el dominio “extracósmico”, se identifica con la inmortalidad misma. Esta última observación nos reconduce a lo que antes decíamos acerca del Paraíso terrestre, que es aún, efectivamente, una parte del “COSMOS”, pero cuya posición es, ‘empero, virtualmente “supracósmica”: así se explica que pueda alcanzarse allí el fruto del “Árbol de Vida”, lo que equivale a decir que el ser llegado al centro de nuestro mundo (o de cualquier otro estado de existencia) ha conquistado ya, por eso mismo, la inmortalidad; y lo que es cierto del Paraíso terrestre lo es también, naturalmente, de la Jerusalén celeste, puesto que uno y otra no son,en definitiva sino los dos aspectos complementarios que presenta una misma realidad según se la considere con respecto al comienzo o al fin de un ciclo cósmico. 7163 SFCS EL “ÁRBOL DE VIDA” Y EL LICOR DE INMORTALIDAD

El pâça, en efecto, en el simbolismo hindú, es con más frecuencia un “nudo corredízo” o “lazo” que sirve en la caza para coger a los animales; en esta forma, es uno de los principales emblemas de Mrtyu (la ‘Muerte’) o de Yama (el dios de los muertos), y también de Váruna; y los “animales” a los cuales cogen por medio de ese pâça son en realidad todos los seres vivientes (paçu). De ahí también el sentido de “atadura” o “vínculo”: el animal, así cogido, se encuentra atado por el nudo corredizo que se cierra en torno de él; del mismo modo, el ser viviente está atado por las condiciones limitativas que lo retienen en su estado particular de existencia manifestada. Para salir de este estado de paçu, es preciso que el ser se libere de esas condiciones, es decir, en términos simbólicos, escape del pâça, o pase a través del nudo corredizo sin que éste se le ciña; lo cual equivale a decir que el ser pase por las quijadas de la Muerte sin que ellas se cierren sobre él (Cf. las figuraciones simbólicas de Shinje, forma tibetana de Yama). El ojal del pâça es, pues, como lo dice Coomaraswamy, otro aspecto de la “puerta estrecha”, exactamente como el “enhebrar la aguja” representa el paso a través de esa misma “puerta solar” en el simbolismo del bordado; agregaremos que el hilo que pasa por el ojo de la aguja tiene también como equivalente en otro simbolismo, el del tiro con arco, la flecha que atraviesa el blanco por el centro; y de esto se dice propiamente “dar en el blanco”, expresión también muy significativa en el mismo respecto, pues el paso de que se trata, por el cual se efectúa la “salida del COSMOS”, es también el “blanco” o la meta que debe alcanzarse para encontrarse finalmente “liberado” de los vínculos o ataduras de la existencia manifestada. 7181 SFCS EL “OJO DE LA AGUJA”

Esta última observación nos lleva a precisar, con Coomaraswamy, que solo en lo concerniente a la “última muerte”, aquella que precede inmediatamente a la “liberación” y después de la cual ya no hay retorno a ningún estado condicionado, el “enhebrar la aguja” representa verdaderamente el paso por la “puerta solar”, ya que, en cualquier otro caso, no puede tratarse aún de una “salida del COSMOS”. Empero, analógicamente y en un sentido relativo, puede hablarse también de “pasar por el ojo de la aguja” (Cf. Dante, Purgatorio, X, 16) o de “escapar al pâça”, para designar todo paso de un estado a otro, pues este paso es siempre una “muerte” con relación al estado antecedente a la vez que un “nacimiento” con relación al estado consecuente, según lo hemos explicado ya en diversas ocasiones. 7182 SFCS EL “OJO DE LA AGUJA”

Efectivamente, a este paso “a través del Sol” se refiere más propiamente el simbolismo del ladrillo superior, puesto que, como decíamos corresponde al “ojo” del domo o del “techo cósmico” (y recordaremos a este respecto que el sol se designa también como “Ojo del Mundo”), es decir, a la abertura por donde se cumple (y, en efecto, no puede cumplirse sino “por lo alto”) la salida del COSMOS, estando éste, con los diversos mundos que encierra, representado por el conjunto del edificio en el simbolismo arquitectónico. La correspondencia de esa abertura superior es el Brahma-randhra en el ser humano, vale decir el orificio situado en la coronilla, por el cual la arteria sutil axial sushumnâ está en continuidad constante con el “rayo solar” llamado análogamente sushumna, el cual no es sino el sûtrâtmâ considerado en su relación particular con este ser; así, el ladrillo superior puede ser asimilado también al cráneo del “Hombre cósmico”, si se adopta un simbolismo “antropomórfico” para representar el conjunto del COSMOS. Por otra parte, en el simbolismo zodiacal, esa misma abertura corresponde a Capricornio, que es la “puerta de los dioses” y está referido al deva-yâna, en el cual se cumple el paso “más allá del Sol”; mientras que Cáncer es la “puerta de los hombres” y está referido al pitr-yâna, por el cual el ser no sale del COSMOS (Ver “Les portes solsticiales” (aquí, cap. XXXV: “Las puertas solsticiales”) y “Le Symbolisme du Zodiaque chez les pythagoriciens” (aquí, cap. XXXVI: “El simbolismo del Zodiaco entre los pitagóricos”)); y puede decirse además que esas dos “puertas solsticiales” corresponden, para los seres que pasan por una u otra, a los casos en que la “puerta solar” está, respectivamente, abierta o cerrada. Como lo señala Coomaraswamy, los dos yâna, que están puestos así en relación con las dos mitades del ciclo anual, se refieren al norte y al sur en cuanto el movimiento aparente del sol es, por una parte, un ascenso hacia el norte partiendo de Capricornio, y por otra un descenso hacia el sur partiendo de Cáncer. 7204 SFCS IANUA CAELI

Así, pues, el sol, o más bien lo que él representa en el orden principial (pues va de suyo que se trata en realidad del “Sol espiritual”) (Coomaraswamy emplea a menudo la expresión “Supernal Sun”, ‘Sol Superno’. (La nota del autor, después del término inglés, agrega: “que no nos parece posible traducir exacta y literalmente en francés”, donde, efectivamente, no hay derivado del latín supernus. (N. del T))), es verdaderamente, en tanto que “Ojo del Mundo”, la “puerta del Cielo”, Ianua Caeli, descripta también en términos variados como un “ojo” (Ver “Le ‘trou de l’aiguille’” (aquí, cap. LV: “El ojo de la aguja”)), como una “boca” (Volveremos más particularmente sobre este punto (en el capítulo siguiente)), o también como el cubo de la rueda de un carro; la significacioón axial de este último símbolo es, por lo demás, evidente (Las dos ruedas del “carro cósmico”, situadas en los dos extremos del eje (que es entonces el Eje del Universo), son el cielo y la tierra (ver “Le dóme et la roue” (aquí. cap. XL: “La cúpula y la rueda”)); se trata, naturalmente, de la rueda “celeste”). Empero, cabe establecer aquí una distinción, para evitar lo que, para algunos por lo menos, podría dar lugar a confusiones: hemos dicho, en efecto, en otras oportunidades, con motivo del aspecto lunar del simbolismo de Jano (o, más exactamente, de Ianus-Iana, identificado, con Lunus-Luna), que la Luna es a la vez Ianua Caeli y Ianua Inferni; en este caso, en lugar de las dos mitades, ascendente y descendente, del ciclo anual, sería necesario, naturalmente, para establecer una correspondencia análoga (Análoga, decimos, pero no equivalente, pues, aun en el caso del pitrîyâna, jamás puede decirse que el sol sea Ianua Inferni), considerar las dos mitades, creciente y decreciente, de la lunación o del ciclo mensual. Ahora bien; si el sol y la luna pueden considerarse ambos como Ianua Caeli, ello se debe a que, en realidad, el cielo no ha sido tomado en igual sentido en ambos casos: de modo general, en efecto, el término “cielo” puede emplearse para designar todo lo que se refiere a los estados suprahumanos; pero es evidente, que ha de establecerse una gran diferencia entre aquellos de esos estados que pertenecen aún al COSMOS (Son, propiamente, los estados de manifestación no-formal; debe considerarse que el Cosmos comprende toda la manifestación. tanto no-formal como formal, mientras que lo que está más allá del Cosmos es lo nomanifestado) y lo que, al contrario, está más allá del COSMOS mismo. En lo que concierne a la “puerta solar”, se trata del cielo que puede denominarse supremo o “extracósmico”; en cambio, en lo que concierne a la “puerta lunar”, se trata solo del svarga, es decir, de aquel de los tres mundos que, aun siendo el más elevado, está empero comprendido en el COSMOS lo mismo que los otros dos. Para volver a la consideración del más alto de los tres ladrillos perforados del altar védico, puede decirse que la “puerta solar” se sitúa en su cara superior (que es la verdadera sumidad del edificio en conjunto), y la “puerta lunar” en su cara inferior, pues ese ladrillo mismo representa el svarga; por otra parte, la esfera lunar está descripta, efectivamente, como tocando la parte superior de la atmósfera o mundo, intermediario (antariksha), representada aquí por el ladrillo del medio (Este mundo intermedio y la tierra (Bhûmi) pertenecen ambos al dominio del estado humano, del cual constituyen respectivamente, las modalidades sutil y burda o densa (grossière); por eso, como lo observa exactamente Coomaraswamy al señalar la correspondencia del simbolismo védico de los ladrillos perforados con el de los jades rituales pi y tsung de la tradición china que representan respectivamente el cielo y la tierra, el pi, que es un disco perforado en el centro, corresponde al ladrillo superior, mientras que el tsung, con forma de cilindro hueco por dentro y de paralelepípedo de base cuadrada por fuera debe considerarse como correspondiente al conjunto de los otros dos ladrillos, estando entonces el dominio humano total figurado por un solo objeto). Puede decirse entonces en los términos de la tradición hindú, que la “puerta lunar” da acceso al Indra-loka (ya que Indra es el regente del svarga) y la “puerta solar” al Brahma-loka; en las tradiciones de la Antigüedad occidental, al Indra-loka corresponde el “Elíseo” y al Brahma-loka el “Empíreo”, siendo el primero “intracósmico” y “extracósmico” el segundo; y debemos agregar que solo la “puerta solar” es propiamente la “puerta estrecha” de que hemos hablado antes, por la cual el ser, saliendo del COSMOS y estando por consiguiente definitivamente liberado de las condiciones de toda existencia manifestada, pasa verdaderamente “de la muerte a la inmortalidad”. 7205 SFCS IANUA CAELI

Kâla es propiamente el Tiempo “devorador” (Esta palabra tiene por significado primero el de ‘negro’, lo que nos reconduce una vez más al simbolismo de las “tinieblas”, el cual, por lo demás, es aplicable dentro mismo de la manifestación a todo tránsito de un estado a otro), pero designa también, por transposición, al Principio mismo en cuanto “destructor”, o más bien “transformador”, con respecto a la manifestación, a la cual reduce al estado no-manifestado reabsorbiéndola en cierto modo en sí mismo, lo cual constituye el sentido más elevado en que puede entenderse la Muerte. Se lo asimila también, simbólicamente, al Sol, y sabido es, por otra parte, que el león, cuya máscara (sinha-mukha) adopta, es más particularmente un símbolo solar; esto nos reconduce a lo que exponíamos anteriormente sobre la Ianua Caeli, y Coomaraswamy recuerda a este respecto que Cristo, quien ha dicho: “Yo soy la Puerta”, es también, a la vez, el “León de Judá” y el “Sol de los hombres” (La “puerta solar” (sûrya-dvâra) es la “puerta de la Liberación” (mukti-dvâra); la “puerta” (dvâra) y la “boca” (mukha) son aquí símbolos equivalentes. El sol, en cuanto “Faz de Dios”, está también representado por una máscara de león en un sarcófago cristiano de Ravena). En las iglesias bizantinas, la figura del Pantokrátôr o Cristo “en majestad” ocupa la posición. central de la bóveda, es decir, la posición que corresponde precisamente al “ojo” del domo; y éste, según lo hemos explicado en otro lugar, representa, en la extremidad superior del “Eje del Mundo”, la puerta por la cual se efectúa la “salida del COSMOS” (Ver “La Porte étroite” (aquí, cap. XLI: “La puerta estrecha”)). 7213 SFCS “KÁLA-MUKHA”

Para comprender de qué se trata, es preciso ante todo recordar que, desde el punto de vista tradicional, todo edificio, cualquiera que fuere, se construía siempre según un modelo cósmico; por otra parte, se especifica expresamente que la Logia es una imagen del COSMOS, y sin duda es éste el último recuerdo que de aquello ha subsistido hasta hoy en el mundo occidental. Siendo así, el emplazamiento de un edificio debía ser determinado y “encuadrado” por algo que correspondiera de algún modo a lo que podría llamarse el “marco” mismo del COSMOS; veremos en seguida lo que éste es, y podemos decir ya que el trazado “materializado” por el cordel representaba, propiamente hablando, su proyección terrestre. Hemos visto ya en otro lugar algo análogo en lo que respecta al plano de las ciudades establecidas según las reglas tradicionales (Ver “Le Zodiaque et les points cardinaux” (aquí, cap. XIII: “El Zodíaco y los puntos cardinales”)); de hecho, este caso y el de los edificios tomados aisladamente no difieren esencialmente en tal sentido, pues siempre se trata de la imitación de un mismo modelo cósmico. 7261 SFCS LA CADENA DE UNION

Cuando el edificio está construido, e inclusive cuando ha comenzado a erigirse, el cordel ya no tiene, evidentemente, papel alguno; así, la posición de la “cadena de unión” no se refiere precisamente al trazado que ha ayudado a efectuar sino más bien a su prototipo cósmico, la referencia al cual, en cambio, tiene siempre su razón de ser para determinar la significación simbólica de la Logia y de sus diversas partes. El cordel mismo en esta forma de “cadena de unión”, se convierte entonces en el símbolo del “marco” del COSMOS; y su posición se comprende sin dificultad si, como efectivamente ocurre, ese “rnarco” tiene carácter no ya terrestre, sino celeste (Por eso la asimilación al contorno de un dosel está igualmente justificada, mientras que, evidentemente, no lo estaría para la proyección terrestre de ese “cuadro” celeste); por tal transposición, agregaremos, la tierra no hace, en suma, sino restituir al cielo lo que antes había tomado de él. 7262 SFCS LA CADENA DE UNION

Lo que hace particularmente neto el sentido del símbolo es esto: mientras que el cordel, en cuanto instrumento, es, naturalmente, una simple línea, la “cadena de unión”, al contrario, tiene nudos de trecho en trecho (Estos nudos se llaman lacs d’amour (‘lazos de amor’); este nombre, así como la forma particular de tales nudos, lleva quizá en cierto sentido la impronta del siglo VXIII, pero puede también que haya en ello un vestigio de algo que se remonta mucho más lejos y que hasta podría vincularse de modo; bastante directo con el simbolismo de los “Fieles de amor”); esos nudos son, o deben ser normalmente, en número de doce (El “Cuadro de la Logia” (Tableau de la Loge), por otra parte de hecho inusitado, que figura encabezando la Maçonnrie occulte de Ragon es manifiestamente incorrecto, tanto por el número de nudos de la “cadena de unión” como por la posición harto extraña y aun inexplicable que se atribuye a los signos zodiacales), y corresponden así, evidentemente, a los signos del Zodíaco (Algunos piensan que esos doce nudos implican, al menos “idealmente”, la existencia de igual número de columnas, o sea diez además de las dos columnas de Occidente a las que corresponden las extremidades de la “cadena de unión”. Es de notar a este respecto que tal disposición, aunque en forma circular, se encuentra en ciertos monumentos megalíticos cuya relación con el Zodíaco es no menos evidente). En efecto, el Zodíaco, en el interior del cual se mueven los planetas, constituye verdaderamente la envoltura del COSMOS, es decir, ese “marco” de que hablábamos antes (Remitiremos una vez más, con respecto a la división zodiacal de las ciudades, al estudio al que nos hemos referido (cap. XIII); conviene advertir, en relación con lo que nos queda por decir aquí, que esta división misma asigna sus respectivos lugares a los diferentes elementos cuya reunión constituye la ciudad. Se encuentra también otro ejemplo de “envoltura” zodiacal en el simbolismo extremo-oriental del Ming-tang, con sus doce aberturas, que hemos explicado en otro lugar (La Grande Triade, cap. XVI)), y es evidente que se trata en realidad, según decíamos, de un “marco celeste”. 7263 SFCS LA CADENA DE UNION

Ahora bien; hay aún otra cosa no menos importante: entre las funciones de un “marco”, quizá la principal es mantener en su sitio los diversos elementos que contiene o encierra en su interior, de modo de formar con ellos un todo ordenado, lo cual; como se sabe, es la significación etimológica misma de la palabra “COSMOS” (Puede decirse que nuestro mundo está “ordenado”, por el conjunto de las determinaciones temporales y espaciales vinculadas con el Zodíaco, por una parte en virtud de la relación directa de éste con el ciclo anual, y por otra, por su correspondencia con las direcciones del espacio (va de suyo que este último punto de vista está también en estrecha relación con el asunto de la orientación tradicional de los edificios)). Ese marco debe, pues, en cierta manera, “ligar” o “unir” esos elementos entre sí, lo que está formalmente expresado por el nombre de “cadena de unión”, e inclusive de esto resulta, en lo que a ella concierne, su significación más profunda, pues, como todos los símbolos que se presentan en forma de cadena, cuerda o hilo, se refiere en definitiva al sûtrâtmâ. Nos limitaremos a llamar la atención sobre este punto, sin entrar por esta vez en más amplias explicaciones; pronto tendremos ocasión de volver sobre ello, pues ese carácter aparece más claro todavía en el caso de algunos otros “encuadres” simbólicos que examinaremos en seguida. 7264 SFCS LA CADENA DE UNION

En un libro al cual ya nos hemos referido en otro lugar (Cumacan Gates; ver nuestro estudio sobre “La Caverne et le Labyrinthe” (aquí, cap. XXIX: “La Caverna y el Laberinto”)) Jackson Knight ha señalado que se habían encontrado en Grecia, cerca de Corinto, dos modelos de arcilla, reducidos, de casas pertenecientes a la época arcaica llamada “geométrica” (La reproducción de estos dos modelos se encuentra en la página 67 del libro citado); en los muros exteriores se ven meandros que rodean la casa y cuyo trazado parece haber constituido en cierto modo un “sustituto” del laberinto. En la medida en que éste representaba una defensa, sea contra los enemigos humanos, sea, sobre todo, contra los influjos psíquicos hostiles, pueden considerarse también esos meandros como dotados de un valor de protección, e incluso doble, al impedir no solo a los influjos maléficos penetrar en la morada, sino además a los influjos benéficos salir de ella y dispersarse en el exterior. Por otra parte, puede ser que en ciertas épocas no se haya visto en ellos otra cosa; pero no ha de olvidarse que la reducción de los símbolos a un uso más o menos “mágico” corresponde ya a un estado de degradación desde el punto de vista tradicional, estado en que se ha olvidado el sentido profundo de esos símbolos (Naturalmente, este sentido profundo no excluye una aplicación “mágica”, como no excluye cualquier otra aplicación legítima, pero la degradación consiste en que el principio se ha perdido de vista y no se considera ya sino exclusivamente una simple aplicación aislada y de orden inferior). Por lo tanto, en el origen debió de haber en ellos algo más, y es fácil comprender de qué se trata en realidad si se recuerda que, tradicionalmente, todo edificio está construido según un modelo cósmico; mientras no existió la distinción entre “sagrado” y “profano”, es decir, mientras el punto de vista profano no había surgido aún por efectos de un debilitamiento de la tradición, siempre y en todas partes fue así, inclusive para las casas particulares. La casa era entonces una imagen del COSMOS, es decir, como un “pequeño rnundo” cerrado y completo en sí; y, si se advierte que aparece “encuadrada” o “enmarcada” por el meandro exactamente como la Logia, cuya significación cósmica no se ha perdido, está “enmarcada” por la “cadena de unión”, la identidad entre ambos símbolos resulta por completo evidente: en uno y otro caso, no se trata en definitiva sino de una representación del “marco” mismo del COSMOS. 7270 SFCS ENCUADRES Y LABERINTOS

Otro ejemplo notable, desde el punto de vista del simbolismo de los “encuadres”, está dado por ciertos caracteres chinos que se referían primitivamente a ritos de fijación o estabilización (Estos ritos corresponden evidentemente a un caso particular de lo que en el lenguaje hermético se designa como “coagulación” (ver La Grande Triade, cap. VI)) consistentes en trazar círculos concéntricos o una espiral en torno de los objetos; el carácter heng, que designa tal rito, estaba formado en la escritura antigua por una espiral o dos círculos concéntricos entre dos rectas. En todo el mundo antiguo, las nuevas fundaciones, ya se tratara de campamentos, de ciudades o de aldeas, eran “estabilizadas” trazando espirales o círculos en torno de ellas (A. Waley, “The Book of Changes” en Bulletin of the Museum of Far Eastern Antiquities, n 5, Estocolmo, 1934), y agregaremos que en ello puede verse también la identidad real de los “encuadres” con los laberintos. Con respecto al carácter chie (Escrito chieh4 en el sistema Wade; en otros sistemas, kie, o, raramente, kiái; jiè en la romanización actualmente en uso en China continental. El ideograma se compone de dos trazos verticales coronados por un ángulo en forma de alero. (N. del T)), que los comentaristas recientes traducen simplemente por ‘grande’, el citado autor dice que denota la magia que asegura la integridad de los espacios “encuadrándolos” de signos protectores; tal es la finalidad de los dibujos de bordados en las antiguas obras de arte. Un chie-fu es una bendición que ha sido directa o simbólicamente “encuadrada” o “enmarcada” de ese modo; también una plaga puede ser “encuadrada” para impedir que se difunda. Tampoco aquí se trata explícitamente sino de “magia”, o de lo que se supone tal; pero la idea de “fijación” o “estabilización” muestra con harta claridad lo que hay en el fondo: se trata de la función, que tiene esencialmente el “marco” o “encuadre”, según lo hemos dicho antes, de reunir y mantener en su sitio los diversos elementos rodeados por él. Por otra parte, en Lao-tsë hay pasajes donde figuran esos caracteres y que son muy significativos a este respecto: “Cuando se hace de modo de encuadrar (o circunscribir, ying, carácter que evoca una idea similar a la de heng) los siete espíritus animales y de abarcar la Unidad, se puede ser cerrado, concluso e incorruptible” (Tao-te Kíng, cap. X, traducción inédita de Jacques Lionnet. (Texto levemente diferente en la edición publicada en 1962). (Para éste como para el pasaje siguiente de Lao-tsë, se tendrá en cuenta que, por razones en parte filológicas, las traducciones existentes del Tao-te King divergen, de un modo a menudo muy extremo. (N. del T))); y en otro lugar: “Gracias a un conocimiento convenientemente encuadrado (chie), marchamos a pie llano por la gran Vía” (Ibid., cap, LIII, misma traducción (y misma nota acerca de la edición de 1962)). En el primero de estos dos pasajes, se trata evidentemente de establecer o mantener el orden normal de los diversos elementos constitutivos del ser para unificarlo; en el segundo, un “conocimiento bien encuadrado” es propiamente un conocimiento en que cada cosa está puesta exactamente en el lugar que le conviene. Por lo demás, la significación cósmica del “marco” o “encuadre” no ha desaparecido en modo alguno en tal caso: en efecto, el ser humano, según todas las concepciones tradicionales, ¿no es el “microcosmo”, y el conocimiento no debe también comprender en cierto modo el COSMOS en su totalidad? 7271 SFCS ENCUADRES Y LABERINTOS

Hemos hablado ya en varias oportunidades sobre el simbolismo del hilo, que presenta múltiples aspectos, pero cuya significación esencial y propiamente metafísica es siempre la representación del sûtrâtmtâ, el cual, tanto desde el punto de vista “macrocósmico” como desde el “microcósmico”, vincula todos los estados de existencia entre sí y con su Principio. Poco importa, por lo demás, que en las diferentes figuraciones a que da lugar ese simbolismo se trata de un hilo propiamente, de una cuerda o de una cadena, o de un trazado gráfico, como aquellos que hemos señalado anteriormente (Ver “Encadrements et Labyrinthes” (aquí, cap. LXVI: “Encuadres y laberintos”)), o inclusive de un camino realizado por procedimientos arquitectónicos, como en el caso de los laberintos (Ver “La Caverne et le Labyrinthe” (aquí, cap. XXIX “La Caverna y el Laberinto”)), camino que uno está obligado a seguir de un extremo al otro para llegar a su término; lo esencial en todos los casos es que se trata siempre de una línea sin solución de continuidad. El trazado de esta línea puede ser también más o menos complicado, lo que habitualmente corresponde a modalidades o a aplicaciones más particulares de su simbolismo general: así, el hilo o su equivalente puede replegarse sobre sí mismo formando entrelazamientos o nudos; y, en la estructura del conjunto, cada uno de esos nudos representa el punto en que actúan las fuerzas que determinan la condensación y la cohesión de un “agregado” correspondiente a tal o cual estado de manifestación, de modo que, podría decirse, ese nudo mantiene al ser en el estado de que se trata y su “solución” o acto de de atarlo entraña inmediatamente la muerte a tal estado: ello se expresa, de modo muy netamente, por un término como el de “nudo vital”. Naturalmente, el hecho de que los nudos referidos a estados diferentes figuren todos a la vez y de modo permanente en el trazado simbólico no debe considerarse como una objeción a lo que acabamos de decir, pues, aparte de que es algo impuesto evidentemente por las condiciones técnicas de la figuración misma, responde en realidad al punto de vista desde el cual todos los estados se consideran en simultaneidad, punto de vista siempre más principial que el de la sucesión. Haremos notar, a este respecto, que en el simbolismo del tejido, estudiado por nosotros en otro lugar (Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XIV), los puntos de cruzamiento de los hilos de la urdimbre y los de la trama, por los cuales se forma el tejido íntegro, tienen también una significación similar, siendo esos hilos, en cierto modo, las “líneas de fuerza” que definen la estructura del COSMOS. 7283 SFCS LIGADURAS Y NUDOS

En la parábola del grano de mostaza, hay aún un punto que requiere explicación en relación con lo que precede (Señalemos también que el “campo” (kshetra) es, en la terminología hindú, la designación simbólica del dominio en el cual se desarrollan las posibilidades de un ser): se dice que el grano, al desarrollarse, se convierte en árbol; y sabido es que el árbol constituye en todas las tradiciones uno de los principales símbolos del “Eje del Mundo” (Cf. Le Symbolisme de la Croix, cap. IX). Esta significación conviene perfectamente al caso: el grano es el centro; el árbol que de él brota es el eje, directamente salido de ese centro, y extiende a través de todos los mundos sus ramas, en las cuales vienen a posarse las “aves del cielo”, que, como en ciertos textos hindúes, representan los estados superiores del ser. Ese eje invariable, en efecto, es el “soporte divino” de toda existencia; es, como lo enseñan las doctrinas extremo-orientales, la dirección según la cual se ejerce la “Actividad del Cielo”, el lugar de manifestación de la “Voluntad del Cielo” (Cf. Le Symbolisrne de la Croix, cap. XXIII. Emplearíamos aquí más bien la expresión “lugar metafísico” por analogía con la de “lugar geométrico” que da un símbolo lo más exacto posible de aquello de que se trata). ¿No es ésta una de las razones por las cuales, en el Padrenuestro, inmediatamente después de este ruego: “Venga a nos el tu reino” (y ciertamente se trata aquí del “Reino de Dios”), sigue este otro: “Hágase tu voluntad en la Tierra como en el Cielo”, expresión de la unión “axial” de todos los mundos entre sí y con el Principio divino, de la plena realización de esa armonía total a la cual aludíamos, que no puede cumplirse a menos que todos los seres concierten sus aspiraciones según una dirección única, la del eje mismo? (Es de notar que la palabra “concordia” significa literalmente ‘unión de los corazones’ (cum-cordia); en este caso, el corazón se toma como representación de la voluntad, principalmente) “Que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que también ellos en nosotros sean uno… Para que sean uno como nosotros somos uno; yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad” (San Juan, XVII, 21-23). Esta unión perfecta es el verdadero advenimiento del “Reino de Dios”, que viene de dentro y se expande hacia afuera, en la plenitud del orden universal, consumación de la manifestación entera y restauración de la integridad del “estado primordial”. Es la venida de la “Jerusalén Celeste al fin de los tiempos” (Para vincular más íntimamente esto con lo que acabarnos de decir sobre el simbolismo del árbol, recordaremos también que el “Árbol de Vida” está situado en el centro de la “Jerusalén celeste” (cf. Le Roi du Monde, cap. XI, y Le Symbolisme de la Croix, cap. IX)): “He aquí el Tabernáculo de Dios entre los hombres, y erigirá su tabernáculo entre ellos, y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos (Naturalmente, cabe referirse aquí a lo que decíamos anteriormente sobre la Shejináh y sobre ‘Immanû’el). Y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más…” (Apocalipsis, XXI, 3-4. La “Jerusalén celeste”, en cuanto “Centro del Mundo”, se identifica efectivamente con la “morada de inmortalidad” (cf. LeRoi du Monde, cap. VII)) “No habrá ya maldición alguna, y el trono de Dios y del Cordero estará en ella (en la Ciudad), y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y llevarán Su nombre sobre la frente (Puede verse en esto una alusión al “tercer ojo”, el cual tiene la forma de un yod, según lo hemos explicado en nuestro estudio sobre “L’Oeil qui voit tout” (aquí, cap, LXXII: “El Ojo que todo lo ve”): cuando sean restablecidos en el “estado prirnordial”, poseerán efectivamente, y por eso mismo, el “sentido de la eternidad”). No habrá ya noche (La noche se torna aquí, naturalmente, en su sentido inferior, en que se asimila al caos, y es evidente que la perfección del “COSMOS” está en oposicion con éste (podría decirse, en el otro extremo de la manifestación), de modo que dicha perfección puede considerarse como un “día” perpetuo) ni tendrán necesidad de luz de antorcha, ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará, y reinarán por los siglos de los siglos” (Apocalipsis, XXII, 3-5. Cf. también ibid., XXI, 23 “Y la ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna para que alumbren en ella, porque la gloria de Dios la ilumina y su antorcha es el Cordero”. La “gloria de Dios” es también una designación de la Shejináh, cuya manifestación, en efecto, se representa siempre como “Luz” (cf. Le Roi du Monde, cap. III)). 7357 SFCS EL GRANO DE MOSTAZA