Sohravardí se refería en distintas ocasiones a la visión de esta Naturaleza Perfecta por un Hermes en éxtasis, si bien «Hermes» era quizá su propio seudónimo. Igualmente podemos reconocer en esta misteriosa figura los rasgos de la Daéna Fravarti mazdea, a la que los comentaristas identifican con el Ángel Gabriel, nombre con el que se designa al Espíritu Santo de cada ser individual; en las páginas que siguen se podrá constatar, a través de la experiencia de Ibn Arabi, la recurrencia de esta figura que se impone con la insistencia imperiosa de un arquetipo. Un gran místico iranio del siglo XIV, ‘Aláoddaweh Semnání, hablará en términos similares del «maestro invisible», el «Gabriel de tu ser». Su exégesis esotérica, su tawil, interioriza en siete niveles de profundidad las figuras de la revelación coránica; alcanzar el «Gabriel de tu ser» significa franquear sucesivamente los siete niveles esotéricos de profundidad y unirse al Espíritu que guía e inicia a los «siete profetas de tu ser». Este esfuerzo por alcanzarlo equivale también a librar el combate de Jacob, tal como fue entendido en la mística judía por la exégesis simbólica de José ben Judá: el alma intelectiva que lucha por alcanzar la unión con el Ángel, con la Inteligencia agente, hasta la aurora (ishraq, precisamente), momento en el que el alma emerge, liberada de las tinieblas que la aprisionan. No se debe, por tanto, hablar de un combate con, es decir, contra él Ángel, sino de un combate por el Ángel, pues éste, a su vez, tiene necesidad de la respuesta del alma para que su ser sea lo que tiene que ser. Se trata de la misma historia simbólica que, con una dramaturgia distinta, fue meditada por toda una cadena de místicos especulativos judíos en el Cantar de los Cantares, donde el Amado asume el papel de Intellectus agens, mientras la heroína es el alma humana pensante. (HCIbnArabi)
Daena (HCIA)
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