desapego (FS)

Debe entenderse claramente que las Escrituras sagradas «de fuerza mayor» (72) sean cuales sean sus expresiones o sus silencios, no son nunca «exoteristas» en sí mismas; (73) siempre permiten reconstituir, quizá a partir de un elemento ínfimo, la verdad total, es decir, siempre dejan que ésta se transparente; no son nunca cristalizaciones compIetamente compactas de perspectivas parciales. (74) Esta trascendencia de las Escrituras sagradas con respecto a sus concesiones a una determinada mentalidad aparece en el Corán particularmente en la forma del relato esotérico del encuentro entre Moisés y Al-Khidr: en él encontramos no sólo la idea de que el ángulo de visión de la Ley es siempre fragmentario, aunque plenamente eficaz y suficiente para el individuo como tal – que a su vez no es más que parte y no totalidad-, sino también la doctrina de la Bhagavadgîtâ (75) según la cual ni las buenas ni las malas acciones interesan directamente al Sí, es decir, que sólo el conocimiento del Sí y, en función de éste, el DESAPEGO con respecto a la acción, tienen valor absoluto. (76) Moisés representa la Ley, la forma particular y exclusiva, y Al-Khidr la Verdad universal, la cual es inaprehensible desde el punto de vista de la «letra», «como el viento del que no se sabe de dónde viene ni adónde va». 992 FSCI 2

El Profeta es el Islam. Si éste se presenta como una manifestación de verdad, de belleza y de poder -pues son realmente estos tres elementos los que inspiran al Islam y que éste tiende, por su naturaleza, a realizar en diversos planos-, el Profeta, por su parte, encarna la serenidad, la generosidad y la fuerza; también podríamos enumerar estas virtudes inversamente, según la jerarquía ascendente de los valores y refiriéndonos a los grados de la realización espiritual. La fuerza es la afirmación -si es preciso combativa- de la Verdad divina en el alma y en el mundo; ésta es la distinción entre las dos guerras santas, la “mayor” (akbar) y la “menor” (asghar), o la interior y la exterior. La generosidad compensa el aspecto de agresividad de la fuerza; es caridad y perdón. (11) Estas dos virtudes complementarias, la fuerza y la generosidad, culminan -o se extinguen en cierto modo- en una tercera virtud: la serenidad, que es DESAPEGO con respecto al mundo y al ego, extinción ante Allâh, conocimiento de lo Divino y unión con Ello. 1150 FSCI 3

A fin de prevenir cualquier malinterpretación, bueno es apuntar aquí que la ausencia de castas propiamente dichas en el Islam, o incluso en la mayor parte de las otras tradiciones no hindúes, no tiene ninguna relación con un afán de «humanitarismo» en el sentido corriente de la palabra, por la sencilla razón de que el punto de vista de la tradición es el del interés global – y no del simple agrado – del ser humano; no necesita para nada una pseudocaridad que salva los cuerpos y mata las almas (NA: «No temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma», dice el evangelio, y asimismo: «¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?» El humanitarismo caracterizado, que es específicamente moderno – ciertamente no entendemos censurar la caridad verdadera, que procede de una visión total y no fragmentaria del hombre y el mundo -, el humanitarismo, decimos, se funda, en resumen, en el error de que «la totalidad de todos los seres vivos es el Dios personal… Con tal que pueda adorar y servir al único Dios que existe, la suma total de todas las almas» (NA: Vivekananda). Tal filosofía es dos veces falsa, primero porque niega a Dios al alterar su noción de forma decisiva, y, luego, porque diviniza el mundo y restringe así la caridad al plano más exterior; ahora bien, no se puede ver a Dios en el prójimo cuando a priori se reduce lo Divino a lo humano. Entonces ya no queda más que la ilusión de «hacer el bien», de ser indispensable, y el desprecio por aquellos que «no hacen nada», aunque sean santos cuya presencia sostiene al mundo.). La tradición está centrada sobre aquello que da un sentido a la vida, y no sobre un «bienestar» inmediato, parcial y efímero, y concebido como un fin en sí; no niega en absoluto la legitimidad – relativa y condicional – del bienestar, subordina cualquier valor a los fines últimos del hombre (NA: Cuando se cree en el purgatorio y el infierno, es por lo menos ilógico que se encuentren «bárbaras» costumbres sacrificiales tales como la cremación voluntaria de las viudas en la India de antaño o la de los monjes hindúes o budistas que morían salmodiando, y a los que a continuación se dirigían oraciones. Ciertamente, nada hay en ello de esencial; pero sería entender mal la tradición hindú el rechazar estas costumbres sacrificiales o prácticas de un carácter inverso, por ejemplo, las del tantrismo «extremo»; en todo caso, la decadencia del hinduismo no está en la tradición sino en la indigencia intelectual de sus «reformadores» más o menos modernistas.). Para la mayoría de los hombres, el bienestar espiritual es incompatible, desgraciadamente, con un bienestar terreno demasiado absoluto; la naturaleza humana tiene necesidad de «pruebas» tanto como de «consuelos». Un determinado individuo, sea rico o sea pobre, puede ser sobrio y desapegado por su propia voluntad, pero una colectividad no es un individuo y no tiene voluntad única; tiene algo de alud contenido y no se mantiene en equilibrio más que con ayuda de constreñimientos, y, en efecto, las virtudes hereditarias que pueden sorprendernos en un determinado grupo étnico se mantienen gracias a una lucha constante, sea cual fuere el plano de ésta; tal lucha también forma parte de la felicidad, en suma, con tal que se mantenga cerca de la naturaleza, que es maternal, y no se vuelva abstracta y pérfida. No olvidemos, por otra parte, que el «bienestar» es algo relativo por definición; situándose únicamente en el punto de vista material, se destruye el equilibrio normal entre espíritu y cuerpo, y se desencadenan apetitos que no tienen en sí mismos ningún principio de límite. Este aspecto de la naturaleza humana es lo que los humanitaristas propiamente dichos niegan o ignoran por un deliberado prejuicio; creen en el hombre bueno en sí, luego fuera de Dios, e imputan arbitrariamente sus defectos a condiciones materiales desfavorables, como si la experiencia no sólo probase que la malicia del hombre puede no depender de ningún factor exterior, sino además que tal malicia suele extenderse en el «bienestar» y a cubierto de las preocupaciones elementales; las desviaciones de la «cultura» burguesa lo muestran hasta la saciedad. Para las religiones, la norma «económica» es expresamente la pobreza, de la que además han dado ejemplo sus fundadores – se trata de una pobreza que se mantiene cerca de la naturaleza, y no de una inopia vuelta ininteligible y afeada por las servidumbres de un mundo artificial e irreligioso -, mientras que la riqueza se tolera puesto que es un derecho natural y no impide el DESAPEGO ni la sobriedad, pero no es el ideal como es prácticamente el caso en el mundo moderno. 1772 FSCR: EL SENTIDO DE LAS CASTAS

Psicológicamente hablando, la casta natural es como un cosmos; los hombres viven en cosmos diferentes, según la «realidad» en la que están centrados; al inferior le es imposible comprender realmente al superior, pues quien comprende realmente, «es» lo que comprende. Por otro lado, se puede decir que todas estas categorías humanas se encuentran en cierta manera, por indirecta o simbólica que ésta sea, no sólo en cada una de dichas categorías, sino también en todo hombre; igualmente hay una cierta analogía entre las castas y las edades, en el sentido de que los tipos inferiores se encuentran también en ciertos aspectos de la infancia, mientras que el tipo pasional y activo estará representado por el adulto, y el tipo contemplativo y sereno, por el anciano; verdad es que el proceso suele ser inverso en el hombre tosco, que, tras las ilusiones de la juventud, no conserva más que el materialismo, e identifica a tales ilusiones el poco de nobleza que la juventud le había dado. Pero no olvidemos que cada uno de estos tipos fundamentales posee virtudes que lo caracterizan, de modo que los tipos no brahamánicos no tienen tan sólo un significado puramente privativo: el kshatriya tiene nobleza y energía, el vaishya honradez y habilidad, y el shûdra fidelidad y diligencia; la contemplatividad y el DESAPEGO del tipo brahamánico contienen eminentemente todas estas cualidades. 1796 FSCR: EL SENTIDO DE LAS CASTAS

Todas estas consideraciones nos hacen pensar en la decepción que experimentan algunos al ver con qué facilidad se derrumban tradiciones milenarias a pesar de la mentalidad contemplativa de los pueblos respectivos, mentalidad que se consideraba que ofrecía ciertas garantías. Pero se olvidan dos cosas: en primer lugar, que no sólo hay orientales contemplativos y occidentales «activistas», sino también, sea cual sea el medio tradicional, hombres «espirituales» y hombres «mundanos»; en segundo lugar, que en toda civilización sólo una minoría participa consciente y activamente en el espíritu de la tradición, y los. demás quedan más o menos «sin cultivo», es decir, prestos a recibir cualesquiera influencias. Sabido es con qué facilidad muchos hindúes, malayos y chinos aceptaron una forma espiritual tan extraña como el Islam, lo que demuestra un cierto DESAPEGO con respecto a las tradiciones autóctonas; si a este DESAPEGO – o a esta pasividad, según los casos – se nos une un espíritu materialista y «mundano» – y sabe Dios si los orientales pueden ser «materialistas de hecho» -, no hay ninguna razón para sorprenderse del abandono de las tradiciones y de la adhesión e ideologías materialistas. La «mundanalidad», en el sentido más general de esta palabra, es decir, el amor a los placeres o a la codicia de ganancia, en pocas palabras, la sobreestimación de las cosas de este mundo, siempre ha sido una puerta abierta hacia el error; la capacidad intelectual está lejos de constituir un criterio y una garantía absolutos. Es importante añadir que la minoría espiritual, la que participa consciente y «activamente» en la tradición, se encuentra en todos los estratos de la sociedad, lo que equivale a decir, inversamente, que también hay «pasivos», inconscientes» y «mundanos» en todas partes. 1888 FSCR: EL SENTIDO DE LAS RAZAS

Y esto es importantísimo: el arte sagrado ignora en gran medida la intención estética; la belleza deriva ante todo de la verdad espiritual, deriva, pues, de la exactitud del simbolismo y de la utilidad para el culto y la contemplación, y, sólo a continuación, de los imponderables de la intuición personal; de hecho, la alternativa no podía plantearse. En un mundo que ignora la fealdad en el plano de las producciones humanas – o, dicho de otro modo, el error en la forma -, la cualidad estética no puede ser una preocupación inicial; la belleza está en todas partes, comenzando por la naturaleza y el propio hombre. Si bien la intuición estética – en el más profundo sentido – tiene su importancia en ciertos modos de espiritualidad, no interviene, sin embargo, más que de manera secundaria en la génesis de la obra sagrada, proceso en el que la belleza, en primer lugar, no tiene por qué ser un fin directo, y, luego, está garantizada por la integridad del símbolo y la cualidad tradicional del trabajo (NA: El mero y simple esteta, cuyo punto de vista es forzosamente profano, revela su insuficiencia por la atmósfera de ininteligencia que se desprende de su arte y de su elección, y también por el hecho de que tiene siempre, en ciertos planos, gustos bastante groseros. Para la mayor parte de los clasicistas, los iconos eran «feos»; sus propias obras quizá no son feas, pero ciertamente carecen de verdad e inteligencia en la mayor parte de los casos.). Pero esto no ha de hacer perder de vista que el sentido de la belleza, y, por consiguiente, la necesidad de belleza, es natural en el hombre normal, y es la condición misma del DESAPEGO del artista tradicional con respecto a la cualidad estética de la obra sagrada; dicho de otro modo, la preocupación capital por esta cualidad sería aquí como un pleonasmo. La ausencia de la necesidad de belleza es una inavalidez que no carece de relación con la fealdad inevitable de la era maquinista, y que se generalizó con el industrialismo; y como es imposible escapar a éste, de dicha enfermedad se hace virtud y se calumnia la belleza y el deseo de belleza conforme a este refrán: «El que quiere ahogar su perro, lo acusa de rabia». Quienes tienen interés en el asesinato público de la belleza procuran desacreditarla por medio de palabras tales como «pintoresco» o «romántico» – exactamente como se asfixia la religión llamándola «fanatismo»-, y tratan de hacer pasar la fealdad y la trivialidad por lo «real»; esto es reducir la belleza a un lujo de pintores y poetas. El culto del azar – del azar feo y trivial -, revela la misma intención: el «mundo como es», es la fealdad y la trivialidad recogidas en el caos de las coincidencias (NA: En Francia, por ejemplo, las inscripciones publicitarias se exponen, extendiéndose como una gangrena inmunda e insolente que roe el país, no sólo en las ciudades, sino también en los menores pueblos y hasta en ruinas aisladas, lo que equivale a la destrucción – o a una cierta destrucción -, de un país y de una patria; no desde el punto de vista «pintoresco», que no nos interesa aquí en grado alguno, sino respecto al alma de un pueblo. Esa desesperante trivialidad es como la rúbrica de la máquina, que quiere nuestras almas, y que se revela así como «fruto del pecado».). Hay un «angelismo hipócrita» que finge evitar este problema recurriendo al «puro espíritu», y que es aún más enfadoso cuando se alía a un «sincerismo» de hombre «comprometido» o «auténtico»; con esta manera de ver no se dejarán de encontrar «espirituales» – puesto que son «sinceras» – las cosas que están en los antípodas de toda espiritualidad. La abolición -«sincera» o no – de la belleza, es el fin de la inteligibilidad del mundo. 1926 FSCR: PRINCIPIOS Y CRITERIOS DEL ARTE UNIVERSAL

A título de ilustración tradicional del misterio del levantamiento del velo quisiéramos mencionar aquí el râsa-1îlâ, la danza de las gopis en compañía de Krishna; igualmente el robo de los saris por Krishna en el baño de las gopis. La pérdida de los vestidos significa en cada uno de estos casos un retorno a la Esencia, sea en el éxtasis del perfecto abandono a Dios, como en el primer ejemplo, sea a través de una prueba espiritual, como en el segundo; el robo de los saris simboliza la pérdida de la individualidad en el amor a Dios, y después, su restitución en un plano superior, el del DESAPEGO; pero puede simbolizar también, de una manera más general, la exigencia divina de que el alma comparezca desnuda ante su Creador. Y recordamos que el vestido es una imagen no solamente de la individualidad, sino también del formalismo exotérico, debiendo ser trascendidas las dos cortezas de una manera o de otra, y después retomadas en un plano superior y con una intención nueva (NA: Este simbolismo no tiene, sin embargo, nada de exclusivo, porque con la misma razón se podría hablar de dos desnudeces, una inferior y otra superior: la impuesta por Krishna en el momento del baile y la realizada libremente cuando la danza, refiriéndose la primera a la humildad o a la sinceridad y la segunda al amor y al éxtasis unitivo.); superación intelectual en el segundo caso, relativizando las formas a priori y universalizándolas a posteriori, y superación moral en el primero, objetivando el ego primeramente y después reanimándolo con un perfume de santa infancia. 2362 EPV: I EL MISTERIO DEL VELO

El alma, o el carácter, ama horizontalmente lo que manifiesta lo real, su bondad, su belleza, y verticalmente lo real mismo, o su bondad o su belleza. Y el alma asimila la naturaleza o las cualidades del Amado participando en él por la virtud o por las virtudes; éstas son, por referencia a las cosas, bien exclusivas, bien inclusivas: así, la virtud del DESAPEGO excluye, mientras que la de la generosidad incluye. 2724 EPV: II LAS VIRTUDES EN LA VÍA

La nobleza está hecha de DESAPEGO y de generosidad; sin esta nobleza, los dones de la inteligencia y los esfuerzos de la voluntad no bastarían para la Vía, porque el hombre no se reduce a estas dos facultades; posee también un alma capaz de amor y destinada a la felicidad, y ésta no puede ser realizada – salvo de una manera completamente ilusoria – sin la virtud o la nobleza. Podríamos decir también que la Vía está hecha de discernimiento, de concentración y de bondad: de discernimiento por la inteligencia, de concentración por la voluntad, de bondad por el alma; la bondad innata del alma es al mismo tiempo su belleza, al igual que toda belleza sensible revela una bondad cósmica subyacente. 2742 EPV: II LAS VIRTUDES EN LA VÍA

El DESAPEGO implica la objetividad frente a uno mismo; la generosidad implica igualmente la capacidad de ponerse en el lugar del otro, luego de ser «uno mismo» en los otros. Estas actitudes, a priori intelectuales, se convierten en nobleza en el plano del alma (NA: Es significativo que una perspectiva caballeresca como el Bushido sitúe la generosidad y la compasión en la cima de las virtudes; tampoco es sorprendente que los samurais hayan podido combinar, con una base semejante, una espiritualidad como el Zen con su oficio de armas.); ahora bien, la nobleza es un modo de objetividad así como de trascendencia. 2744 EPV: II LAS VIRTUDES EN LA VÍA

En la duración, el DESAPEGO da lugar a la paciencia y, la generosidad, a la fidelidad; la paciencia y la fidelidad prolongan y perfeccionan de algún modo las virtudes que fijan en el tiempo, de modo que se podría decir que la paciencia acredita la sinceridad del DESAPEGO y que la fidelidad acredita la sinceridad de la generosidad (NA: En el Islam, la sinceridad (NA: çidq) es la madre de todas las virtudes: creer sinceramente en Dios es ser humilde y caritativo, desapegado y generoso, paciente y fiel; todo deriva de la fe. En otros términos, la fe es hipócrita en la medida en que le faltan las virtudes, subjetivamente hablando; porque, objetivamente, la fe vale por su contenido.); toda cualidad, para ser completa, exige la perseverancia. 2746 EPV: II LAS VIRTUDES EN LA VÍA

El modelo divino de la generosidad es la Misericordia o, más precisamente, el elemento Bondad-Belleza-Felicidad; a la Misericordia de Dios responde la confianza del hombre – virtud que se opone a la duda, a la amargura y a la desesperación -, mientras que la generosidad humana participa necesariamente en la Misericordia divina. En cuanto al DESAPEGO, su modelo divino es la Pureza, es decir, la cualidad divina de impenetrabilidad adamantina o de inviolabilidad: nada creado puede entrar en Dios que, siendo la Plenitud, no tiene necesidad de nada y no puede desear nada; a la Pureza de Dios responde la sumisión del hombre, o la resignación o el contento – cualidades que se oponen a la curiosidad, a la disipación y a la rebelión -, mientras que el DESAPEGO humano participa en la Pureza divina. 2756 EPV: II LAS VIRTUDES EN LA VÍA

La virtud, hemos dicho, está hecha de DESAPEGO y de generosidad; ahora bien, cada una de estas cualidades se aplica de modo horizontal y de modo vertical, es decir, que es, bien un elemento de nobleza, bien un elemento de piedad. El hombre noble está naturalmente desapegado de las cosas mezquinas, a veces en contra de sus propios intereses; y es naturalmente generoso por grandeza de alma. El hombre piadoso se desapega de las cosas de este mundo – sea en el marco de un equilibrio legítimo, sea rompiendo este marco – porque ellas no llevan al Cielo, o en la medida en que no contribuyen a este fin; y es generoso en función de su amor a Dios, porque este amor le permite «ver a Dios en todas partes», y porque «Dios es amor». Que las dos dimensiones, la horizontal y la vertical, estén ligadas en profundidad, resulta de la naturaleza de las cosas: la una condiciona a la otra y la una procede de la otra, y ambas están llamadas a coincidir si no coinciden ya de entrada. 2758 EPV: II LAS VIRTUDES EN LA VÍA

Dicho esto, queremos examinar una a una las virtudes claves: el DESAPEGO, la generosidad, la vigilancia, la gratitud. 2772 EPV: II LAS VIRTUDES EN LA VÍA

El DESAPEGO: observemos en primer lugar que el apego está en la propia naturaleza del hombre; y, sin embargo, se le pide ser desapegado. El criterio de la legitimidad de un apego es que su objeto sea digno de amor, es decir, que nos comunique algo de Dios y, con mayor razón, que no nos aleje de Él; si una cosa o una criatura es digna de amor y no nos aleja de Dios – en cuyo caso nos acerca indirectamente a su divino modelo -, se puede decir que la amamos «en Dios» y «hacia Dios», luego de acuerdo con el «recuerdo» platónico y sin idolatría ni pasión centrífuga. Ser desapegado es no amar nada fuera de Dios ni a fortiori contra Dios; es, pues, amar a Dios ex toto corde. Pero hay todavía otra perspectiva que se encuentra en todo clima religioso, a saber, la del ascetismo penitencial: en lugar de partir de la idea de que todo exceso es un mal y de que el bien se sitúa entre dos excesos, como lo quiere Aristóteles y como lo enseña también el Islam global, este ascetismo ve el bien en el exceso de DESAPEGO; y esto también tiene su justificación según el punto de vista, el temperamento, la vocación, el medio. Según esta perspectiva, no hay exceso, hay simplemente sinceridad y totalidad; ello no impide que esta actitud no pueda, o no quiera dar cuenta de toda la realidad humana o, más precisamente, espiritual. 2778 EPV: II LAS VIRTUDES EN LA VÍA

El DESAPEGO es lo opuesto de la concupiscencia y la avidez; es la grandeza de alma que, inspirada por la consciencia de los valores absolutos y, por tanto, también de la imperfección y de la fugacidad de los valores relativos, permite al alma guardar su libertad interior y su distancia respecto a las cosas. La consciencia de Dios, por una parte, anula de algún modo las formas y las cualidades, y, por otra, les confiere un valor que va más allá de ellas; el DESAPEGO hace que el alma esté como impregnada de la muerte, pero también, por compensación, que tenga consciencia de la indestructibilidad de las bellezas terrenales; porque la belleza no puede ser destruida, se retira en sus arquetipos y en su esencia, donde renace, inmortal, en la bienaventurada proximidad de Dios. 2780 EPV: II LAS VIRTUDES EN LA VÍA

Tanto el Corán como la Biblia admiten que hay una Cólera divina (NA: Si, según el Islam, la Clemencia de Dios precede a su Cólera, esto significa que la primera está en la esencia, mientras que la segunda se afirma en función del accidente.); por consiguiente, también una «santa cólera» humana y una «guerra santa»; el hombre puede «odiar en Dios», según una expresión islámica. En efecto, la privación objetiva permite o exige una reacción privativa por parte del sujeto y todo está en saber si en tal caso particular nuestra conmiseración por tal sustancia humana debe aventajar a nuestro horror por el accidente que hace al individuo detestable. Pues es verdad que desde un cierto punto de vista hay que detestar el pecado y no al pecador, pero este punto de vista es relativo y no impide que a veces se esté obligado, por el juego de las proporciones, a despreciar al pecador en la medida en que se identifica con su pecado. Hemos oído decir una vez que quien es incapaz de desprecio es igualmente incapaz de veneración; esto es perfectamente cierto, a condición de que la evaluación sea justa y que el desprecio no supere los límites de su razón suficiente, tanto subjetiva como objetiva (NA: Según Mencio, enfadarse por un insulto mezquino es indigno de un hombre superior, pero la indignación por una causa grande es justa cólera.). El justo desprecio es a la vez un arma y un medio de protección; hay también la indiferencia, ciertamente, pero ésta es una actitud de eremita que no es forzosamente practicable ni buena en la sociedad humana, pues corre el riesgo de ser mal interpretada. Por lo demás, y esto es importante, el justo desprecio se combina necesariamente con una cierta indiferencia, sin lo cual se carecería de DESAPEGO y también de ese fondo de generosidad sin el cual una cólera no podría ser santa. La visión de un mal no debe hacernos olvidar su contingencia; un fragmento puede o debe molestar, pero es preciso no perder de vista que es un fragmento y no la totalidad; ahora bien, la consciencia de la totalidad, que es inocente y divina, aventaja en principio a todo lo demás. Decimos «en principio», pues las contingencias conservan todos sus derechos; es decir, que una cólera serena es una posibilidad, e incluso una necesidad, porque, al detestar un mal, no dejamos de amar a Dios. 2878 EPV: II NATURALEZA Y PAPEL DEL SENTIMIENTO

Una posibilidad muy importante de la que es preciso dar cuenta aquí es la abstinencia en el marco del matrimonio; ésta, por otra parte, va a la par con las virtudes de DESAPEGO y generosidad, que son las condiciones esenciales de la sacramentalización de la sexualidad. Nada hay más opuesto a lo sagrado que la tiranía o la trivialidad en el plano de las relaciones conyugales; la abstinencia, la ruptura de las costumbres y el frescor del alma son elementos indispensables de una sexualidad sacra. En una confrontación permanente de dos seres, son precisas dos aperturas equilibradoras, una hacia el cielo y la otra en la misma tierra: es precisa la apertura hacia Dios, que es el tercer elemento por encima de los dos cónyuges, sin el cual la dualidad se convertiría en oposición, y es precisa una apertura o un vacío – una ventilación por decirlo así- en el plano inmediatamente humano, y ésta es la abstinencia, que es a la vez un sacrificio ante Dios y un homenaje de respeto y de gratitud hacia el cónyuge. Porque la dignidad humana y espiritual del cónyuge exige que no se convierta en un hábito, que no sea tratado de una manera que carezca de imaginación y de frescor, y por consiguiente que pueda guardar su misterio; esta condición exige, no sólo la abstinencia, sino también, y ante todo, la elevación del carácter, la cual resulta, a fin de cuentas, de nuestro sentido de lo sagrado o de nuestro estado de devoción. 3002 EPV: II EL PROBLEMA DE LA SEXUALIDAD

La devoción exige, en efecto, por una parte el respeto separativo y, por otra, la intimidad participativa; por una parte es preciso extinguirse y permanecer pobre, y por otra es preciso irradiar o dar; de ahí la complementariedad del DESAPEGO y la generosidad. Y, en este contexto, es preciso recalcar que la comprensión paciente y caritativa del temperamento físico del cónyuge es una condición no sólo de la dignidad humana, sino también del valor espiritual del matrimonio, siendo la continencia periódica precisamente una expresión de esta comprensión o de esta tolerancia (NA: Advirtamos que los pieles rojas ven en la abstinencia sexual, a la que se veían constreñidos a veces por razones prácticas, una señal de fuerza y, por consiguiente, de virilidad cabal.). 3004 EPV: II EL PROBLEMA DE LA SEXUALIDAD

Para comprender bien la intención fundamental del punto de vista cristiano, hay que tener en cuenta los siguientes datos: la vía hacia Dios implica siempre una inversión: de la exterioridad es preciso pasar a la interioridad, de la multiplicidad a la unidad, de la dispersión a la concentración, del egoísmo al DESAPEGO, de la pasión a la serenidad. Ahora bien, el Cristianismo opera mediante la oposición entre el placer mundano y el sufrimiento sacrificial, y esto es lo que explica sin dificultad su prejuicio hacia el placer en sí mismo, prejuicio por otra parte más metódico que intelectual; pero como el Cristianismo, por su propia naturaleza, es una vía más bien que una doctrina – la argumentación patrística contra los griegos suministra una prueba más de ello -, se ve arrastrado a poner todo el acento sobre lo que, a sus ojos, acerca con más seguridad, o acerca solamente, al Dios redentor: el mismo Dios como modelo del sufrimiento y, por tanto, de la vía. 3060 EPV: II EL PROBLEMA DE LA SEXUALIDAD

Estar en paz con Dios es buscar y encontrar nuestra felicidad en Él; la criatura que Él nos ha agregado puede y debe ayudarnos a conseguirlo con más facilidad o con menos dificultad, según nuestros dones y con la gracia merecida o inmerecida (NA: Según un hadîth bien conocido, «el matrimonio es la mitad de la religión».). Al decir esto, evocamos la paradoja – o más bien el misterio – del apego con vistas al DESAPEGO, o de la exterioridad con vistas a la interioridad, o aún de la forma con vistas a la esencia; el verdadero amor nos ata a una forma sacramental alejándonos del mundo, y se asemeja así al misterio de la Revelación exteriorizada con vistas a la Salvación interiorizadora (NA: Porque, como anuncia el Veda: «En verdad, no es por el amor del esposo por lo que el esposo es querido, sino por el amor del Atmâ que está en él. En verdad, no es por el amor de la esposa por lo que la esposa es querida, sino por el amor del Atmâ que está en ella» (NA: Brihadaranyaka Upanishad, II, 4:5).). 3090 EPV: II EL PROBLEMA DE LA SEXUALIDAD

En cuanto a la virtud, que es la savia moral de toda operación espiritual, consiste esencialmente en la generosidad, luego en el don de sí mismo con respecto a Dios y la apertura del alma con respecto al prójimo. Y quien dice generosidad, dice DESAPEGO, porque el hombre ávido y mezquino no podría ser generoso. La generosidad, por su misma naturaleza, implica la intuición de las buenas intenciones de los demás: es decir, que el generoso no interpretará nunca mal las buenas intenciones, aunque pueda ocurrirle que interprete bien intenciones malas, en cuyo caso no será censurado por Dios, a condición de que se trate de un error accidental y excusable y no de un empecinamiento contrario a la verdad. Muchos hombres están en el infierno porque han sospechado gratuitamente de los hombres honrados; pero ni un solo hombre honrado está en el infierno porque se haya dejado engañar. 3276 EPV: II CRITERIOS DE VALOR

Finalmente, la cima de la tercera condición – la conformidad moral – es una perfecta belleza del alma: una nobleza que hace que el hombre vea las cosas desde arriba, no solamente en el plano de las abstracciones doctrinales, sino también en el de los sentimientos íntimos. Es percibir con el alma sensible la relatividad y la evanescencia de las cosas, y al mismo tiempo, desde el punto de vista opuesto y complementario, la absolutidad y la infinitud – y por consiguiente la permanencia – que ellas manifiestan a su manera y dejan transparentar; de ello resulta que el alma noble tiene siempre algo de incondicional y de diamantino al mismo tiempo que algo de ilimitado e irradiante; y esta irradiación se traduce precisamente en generosidad. En cuanto al límite inferior de la virtud, es esta generosidad elemental, o esta capacidad de poner la dignidad moral por encima del interés, lo que prueba que el hombre es realmente hombre, que lo es por vocación y no por accidente (NA: Hagamos notar el hecho de que el valor moral de un hombre se manifiesta especialmente – sobre la base de factores generales y evidentes – por la facilidad con la que acepta críticas justificadas, y por añadidura tolera ligeras exageraciones en tales críticas; por la imparcialidad también con la que examina críticas incluso injustificadas, si no son demasiado inverosímiles; y por la prudencia y el sentido de las proporciones de que da muestras cuando las circunstancias le obligan a censurar a otro, lo que hará sin mostrarse vacilante en caso de certeza, pues la virtud no podría exigir indulgencia para los «lobos en el redil». La actitud global que acabamos de describir depende del DESAPEGO, por consiguiente también de la generosidad, pues ambas virtudes están ligadas; y ellas no son otras que la humildad y la caridad: la objetividad a la vez extintiva e irradiante.). 3300 EPV: II CRITERIOS DE VALOR

Es pues evidente que los poderes pueden ser tan aleatorios como las visiones, y tan auténticos como éstas, según la predisposición del hombre y la voluntad de Dios. El criterio del poder sobrenatural está en el carácter del hombre, y la nobleza del carácter es al mismo tiempo, y esencialmente, uno de los criterios de la santidad; lo que equivale a decir que los poderes no pueden ser por sí solos criterios de elección espiritual (NA: Los dos pilares del carácter virtuoso con la humildad y la caridad; podríamos decir también la paciencia y la generosidad, o el DESAPEGO y la bondad. Según el testimonio de un santo, el diablo habría dicho que él lo puede todo, salvo humillarse. Se sobreentiende: todo lo que es exterior, porque lo interior es precisamente la humildad o la sinceridad.). 3632 EPV: III CRITERIOLOGÍA ELEMENTAL DE LAS APARICIONES CELESTIALES

La vía hacia Dios implica siempre una inversión: de la exterioridad hay que pasar a la interioridad, de la multiplicidad a la unidad, de la dispersión a la concentración, del egoísmo al DESAPEGO, de la pasión a la serenidad. 3917 PP LAS PERLAS DEL PEREGRINO LA VÍA DE LA UNIDAD

En el hombre de naturaleza «creyente» o «elegida» hay una herencia del Paraíso perdido, y es el instinto de lo trascendente y el sentido de lo sagrado; es, por una parte, la disposición a creer en lo milagroso y, por otra, la necesidad de venerar y de adorar. A esta doble predisposición debe añadirse normalmente un doble DESAPEGO, uno con respecto al mundo y a la vida terrena, y otro con respecto al ego, a sus sueños y a sus pretensiones. 4247 PP LAS PERLAS DEL PEREGRINO LA VÍA DE LA UNIDAD

Aceptar una prueba es dar gracias a Dios por ella, comprendiendo que nos permite una victoria, un DESAPEGO con respecto al mundo y con respecto al ego. 4283 PP LAS PERLAS DEL PEREGRINO LA VÍA DE LA UNIDAD

El hecho de que determinado fenómeno que nos preocupa carezca de belleza no nos obliga a carecer de ella nosotros mismos; discernimiento no es mimetismo. Sin duda, debemos tomar nota de las disonancias de este mundo, pero debemos hacerlo teniendo en cuenta sus proporciones siempre relativas y sin perder contacto con la serenidad del Ser necesario. Esto, con toda evidencia, no tiene nada que ver con un falso DESAPEGO que descansa orgullosa e hipócritamente en errores e injusticias, olvidando que no hay derecho superior al de la verdad. 4460 PP LAS PERLAS DEL PEREGRINO LA VÍA DE LA UNIDAD

Quien dice hombre exterior dice preocupaciones del mundo, o incluso mundanalidad; existe, en efecto, en todo hombre la tendencia a apegarse demasiado a tal o cual elemento de la vida pasajera, o de preocuparse demasiado por él, y el adversario se aprovecha de ello para causarnos perturbaciones. Existe también el deseo de ser más feliz de lo que se es, o el deseo de no sufrir injusticias incluso anodinas, o el deseo de comprenderlo todo siempre, o el deseo de no sufrir nunca una decepción; todo esto es mundanalidad sutil, a la que hay que responder con el DESAPEGO sereno, con la certidumbre principial e inicial de Lo único que importa, y después con la paciencia y la confianza. Cuando no viene ninguna ayuda del Cielo es porque se trata de una dificultad que podemos y debemos resolver con los medios que el Cielo ha puesto a nuestra disposición. De una manera absoluta, hay que encontrar la felicidad en la oración, es decir, hay que encontrar en ella suficiente felicidad como para no dejarnos turbar en exceso por las cosas del mundo, tanto más cuanto que las disonancias no pueden dejar de ser, siendo el mundo lo que es. 4534 PP LAS PERLAS DEL PEREGRINO LA VÍA DE LA UNIDAD

Lo que importa para el hombre virtualmente liberado de la caída es permanecer en la santa infancia. De alguna manera, Adán y Eva eran «niños» antes de la caída y no se han hecho «adultos» más que por y después de ella; la edad adulta refleja sin duda el reino de la caída; la vejez, en la que las pasiones se han silenciado, se acerca de nuevo a la infancia y al Paraíso, al menos en condiciones espirituales normales. Hay que combinar la inocencia y la confianza de los niños con el DESAPEGO y la resignación de los ancianos; las dos edades se vuelven a encontrar en la contemplación y después en la proximidad de Dios: la infancia está «todavía» cercana a Él y la vejez lo está «ya». El niño puede encontrar su felicidad en una flor igual que el anciano; los extremos se tocan y el círculo espiroidal se vuelve a cerrar en la Misericordia. 4769 FSRMA: CAIDA Y DECADENCIA LA VÍA DE LA UNIDAD

Daremos como ejemplo el hadîth siguiente, cuya autenticidad, por lo demás, no podemos garantizar, pero poco importa, puesto que se lo cita sin vacilación: «El alimento más puro es el que ganamos con el trabajo de nuestras manos; el Profeta David trabajaba con sus propias manos para ganar su pan. El comerciante que dirige sus negocios honradamente y sin deseo de engañar a los demás será situado en el otro mundo entre los Profetas, los santos y los mártires». A este discurso, de un absurdo flagrante en cuanto al sentido literal, se podría objetar, en primer lugar, que David era rey y que la cuestión de un trabajo manual no le concernía; pero sin embargo se puede imaginar que él entendía dar buen ejemplo a su pueblo y que no consideraba la realeza como un trabajo que hubiera que remunerar; este punto no tiene gran importancia, pero como la imagen de un rey que se cree obligado a trabajar para pagar su sustento es absurda en sí misma, valía la pena indicar su plausibilidad eventual. Pero pasemos a lo esencial: un comerciante está interesado a priori en ganar tanto como sea posible, y la tentación de los fraudes pequeños o grandes está en su oficio mismo (NA: La avidez es incluso considerada, en el Corán, como el vicio que caracteriza al hombre caído: «La rivalidad (NA: para ganar más) os distrae (NA: de Dios), hasta que visitéis las tumbas…» (NA: Suya La Rivalidad, 1 y 2).); combatir metódicamente esta tentación, renunciar, pues, básicamente al instinto de lucro, y ello sobre la base de la fe en Dios, luego de un ideal espiritual, es morir a un modo de subjetividad; la objetividad, ya sea intelectual o moral, es, en efecto, una especie de muerte (NA: Hemos encontrado muchas veces, en Oriente, el DESAPEGO y la serenidad que se desprenden de esta actitud; y ello en comerciantes lo más a menudo pobres, la mayoría miembros de una cofradía.). Ahora bien, la objetividad, que en el fondo es la esencia de la vocación humana, es un modo de santidad, y coincide incluso con ésta en la medida en que su contenido es elevado, o en la medida en que es íntegra; el DESAPEGO del comerciante, por amor a Dios, es «determinada santidad», y ésta, desde el punto de vista de la substancia, coincide con la «santidad como tal»; de dónde la referencia, en el hadîth citado, a los santos e incluso a los Profetas (NA: Las palabras «entre los Profetas» no indican la localización celestial, sino la afinidad en el aspecto considerado, el del DESAPEGO «por la Faz de Dios» (NA: liwajhi-Llâh).). La sentencia es escandalosa a primera vista, pero invita a la meditación por esta misma razón. 5436 STRP: ESCOLLOS DEL LENGUAJE DE LA FE LA VÍA DE LA UNIDAD