El “Sí mismo”, considerado en relación a un ser como acabamos de hacerlo, es propiamente la personalidad; ciertamente, se podría restringir el uso de esta última palabra al “Sí mismo” como principio de los estados manifestados, del mismo modo que la “Personalidad Divina”, “Îshwara”, es el principio de la manimanifestación universal; pero también puede extenderse analógicamente al “Sí mismo” como principio de todos los estados del ser, manifestados y no manifestados. Esta personalidad es una determinación inmediata, primordial y no particularizada, del principio que en sánscrito es llamado Âtmâ o Paramâtmâ, y que podemos, a falta de un término mejor, designar como el “Espíritu Universal”, pero, bien entendido, a condición de no ver en este empleo de la palabra “espíritu” nada que pueda recordar las concepciones filosóficas occidentales, y, concretamente, de no hacer de él un correlativo de “materia” como lo hacen casi siempre los modernos, que sufren a este respecto, incluso inconscientemente, la influencia del DUALISMO cartesiano (Teológicamente, cuando se dice que “Dios es espíritu puro”, es verosímil que eso no debe entenderse tampoco en el sentido en el que “espíritu” se opone a “materia” y en el que estos dos términos no pueden comprenderse sino el uno en relación al otro, ya que con ello se llegaría a una suerte de concepción “demiúrgica” más o menos vecina de la que se atribuye al maniqueísmo; por eso no es menos verdad que una tal expresión es de las que pueden dar nacimiento fácilmente a falsas interpretaciones, que desembocan en la sustitución del Ser puro por “un ser”.). La metafísica verdadera, lo repetimos todavía a este propósito, está mucho más allá de todas las oposiciones de las que la del “espiritualismo” y del “materialismo” puede proporcionarnos el tipo, y no tiene que preocuparse de ninguna manera de las cuestiones más o menos especiales, y frecuentemente completamente artificiales, que hacen surgir semejantes oposiciones. 43 HDV II
Ahora, es indispensable destacar que la concepción de la pareja Purusha-Prakriti no tiene ninguna relación con una concepción “dualista” cualquiera, y que, en particular, es totalmente diferente del DUALISMO “espíritu-materia” de la filosofía occidental moderna, cuyo origen es en realidad imputable al cartesianismo. Purusha no puede considerarse como correspondiendo a la noción filosófica de “espíritu”, así como ya lo hemos indicado a propósito de la designación de Âtmâ como el “Espíritu Universal”, que no es aceptable sino a condición de ser entendida en un sentido completamente diferente de ese; y, a pesar de las aserciones de buen número de orientalistas, Prakriti corresponde todavía mucho menos a la noción de “materia”, que, por otra parte, es tan completamente extraña al pensamiento hindú que no existe en sánscrito ninguna palabra por la que pueda traducirse, ni siquiera aproximadamente, lo que prueba que una tal noción no tiene nada de verdaderamente fundamental. Por lo demás, es muy probable que los griegos mismos no tuvieran la noción de la materia tal como la entienden los modernos, tanto filósofos como físicos; en todo caso, el sentido de la palabra hyle, en Aristóteles, es más bien el de “substancia” en toda su universalidad, y, eidos (que la palabra “forma” traduce bastante mal al castellano, a causa de los equívocos a los que puede dar lugar muy fácilmente) corresponde no menos exactamente a la “esencia” considerada como correlativa de esta substancia. En efecto, estos términos de “esencia” y de “substancia”, tomados en su acepción más extensa, son quizás, en las lenguas occidentales, los que dan la idea más exacta de la concepción de que se trata, concepción de orden mucho más universal que la del “espíritu” y de la “materia”, y de la cual esta última no representa todo lo más sino un aspecto muy particular, una especificación en relación a un estado de existencia determinado, fuera del cual la misma deja enteramente de ser válida, en lugar de ser aplicable a la integralidad de la manifestación universal, como lo es la de la “esencia” y de la “substancia”. Es menester agregar todavía que la distinción de estas últimas, por primordial que sea en relación a toda otra, por eso no es menos relativa: es la primera de todas las dualidades, aquella de la que derivan todas las demás directa o indirectamente, y es ahí donde comienza propiamente la multiplicidad; pero es menester no ver en esta dualidad la expresión de una irreductibilidad absoluta que en modo alguno podría encontrarse en ella: es el Ser Universal el que, en relación a la manifestación, de la que es su principio, se polariza en “esencia” y en “substancia”, sin que su unidad íntima sea afectada por ello de ninguna manera. Recordaremos a este propósito que el Vêdânta, por eso mismo de que es puramente metafísico, es esencialmente la “doctrina de la no-dualidad” (adwaita-vâda) (Hemos explicado, en nuestra Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, que este “no DUALISMO” no debe ser confundido con el “monismo”, que, bajo cualquier forma que tome, es, como el “DUALISMO”, de orden simplemente filosófico y no metafísico; no tiene nada de común tampoco con el “panteísmo”, y puede serle asimilado tanto menos cuanto que esta última denominación, cuando se emplea en un sentido racional, implica siempre un cierto “naturalismo” que es propiamente antimetafísico.); y, si el Sânkhya ha podido parecer “dualista” a aquellos que no lo han comprendido, es porque su punto de vista se detiene en la consideración de la primera dualidad, lo que no le impide dejar posible todo lo que le rebasa, contrariamente a lo que tiene lugar para las concepciones sistemáticas que son lo propio de los filósofos. 83 HDV IV