Evola Busqueda

Cavalgando o Tigre

Podemos tomar la temática de Nietzsche como punto de partida para nuestro propósito, pues no ha perdido en absoluto su valor de actualidad. Se ha dicho con razón que la persona, que el pensamiento de Nietzsche, tienen también el carácter de un símbolo: Es por la causa del hombre moderno por lo que se lucha aquí, de este hombre que no tiene ya raíces en el suelo sagrado de la Tradición, que oscila entre las cimas de la civilización y los abismos de la barbarie, que está a la búsqueda de sí mismo, es decir, que se esfuerza por encontrar un sentido satisfactorio a una existencia completamente abandonada a sí misma” (R. Reiniger). CABALGAR EL TIGRE: EN UN MUNDO DONDE DIOS HA MUERTO 3.

Después del racionalismo ético, el período de disolución prosigue con la ética utilitaria o “social”. Renunciando a encontrar un fundamento intrínseco y absoluto del “bien” y del “mal”, se propone justificar lo que queda de norma moral por lo que recomiendan al individuo su interés y la búsqueda de su tranquilidad material en la vida social. Pero esta moral está ya impregnada de nihilismo. Como ya no existe ningún lazo interior, todo acto, cualquier comportamiento se vuelven lícitos cuando se puede evitar la sanción exterior, jurídicosocial, o cuando uno es indiferente a ella. Ya nada tiene carácter interiormente normativo e imperativo, todo se reduce a amoldarse a los códigos de la sociedad, que reemplazan a la ley religiosa derribada. Tras haber pasado por el puritanismo y el rigorismo ético, el mundo burgués se orienta hacia formas de idolatría social y a un conformismo fundamentado sobre el interés, la cobardía, la hipocresía o la inercia. Pero el individualismo de finales del siglo pasado ha mascado a su vez el principio de una disolución anárquica que se ha extendido y agravado rápidamente, El individualismo ha preparado el caos tras la fachada de todo lo que es orden aparente. CABALGAR EL TIGRE: EN UN MUNDO DONDE DIOS HA MUERTO 3.

Ayer aún se trataba de escritores, pintores y “poetas malditos” que vivían la desbandada, frecuentemente eran alcohólicos y mezclaban el genio con un clima de disolución existencias y con una revuelta irracional contra los valores establecidos. El caso de un Rimbaud es típico, su suprema forma de revuelta fue la renuncia a su propio genio, el silencio, el zambullirse en la actividad práctica llegando incluso hasta a buscar el lucro. Otro caso es el de Lautreamont, que fue empujado a la exaltación morbosa del mal, del horror, de la elementalidad informe por el traumatismo existencias (Maldoror, el héroe de sus cantos, dice: “He recibido la vida lomo una herida y he prohibido al suicidio sanar la cicatriz”). Como Jack London y otros más, comprendido el Ernst Junger de sus primeros tiempos, individualidades aisladas se volcaron a la aventura, a la búsqueda de nuevos horizontes, sobre tierras y mares lejanos, mientras que para el resto de los hombres, todo parecía estar en orden, seguro y sólido, bajo el signo de la ciencia se celebraba la marcha triunfal del progreso apenas turbado por el estallido de las bombas anarquistas. CABALGAR EL TIGRE: EN UN MUNDO DONDE DIOS HA MUERTO 4.

La solución de Nietische no es más que una seudo-solución. Un verdadero nihilismo ni siquiera dejaría a salvo a la doctrina del superhombre. Lo que puede retenerse más bien, si se quiere ser riguroso, y quiere seguirse una línea estrictamente coherente que pueda enmarcarse en nuestra búsqueda, es la idea expresada por Nietzsche en el mito del eterno retorno. Es la afirmación, entonces verdaderamente incondicionado, de todo lo que es y todo lo que se es de su propia naturaleza y de su propia situación. Es la disposición de quien se identifica consigo mismo, con la raíz última de su ser, se afirma a sí mismo, hasta el punto de ya no ser aterrorizado más, sino al contrario, exalta do, por la perspectiva de un regreso indefinido de ciclos cósmicos idénticos, en virtud de los cuales él fue y volverá a ser lo que es innumerables veces. Naturalmente, no se trata de nada más que de un mito, que sólo tiene el valor pragmático de una “prueba de fuerza”. Pero eso también es una orientación que, en realidad, conduce más allá del mundo del devenir el carácter del ser, es una prueba suprema de poder”. Esto, en el fondo, lleva a una apertura más allá de la inmanencia unilateralmente concebida, a la sensación de que: “todas las cosas han sido bautizadas en el origen de la eternidad y por encima del bien y del mal”. Se enseñaba lo mismo en el mundo de la Tradición; es indiscutible que la obra de Nietzsche expresa una sed confusa de eternidad que llega incluso a provocar pasajeramente ciertas aperturas estáticas. Se conoce la invocación de Zaratustra a “la alegría que quiere la eternidad de todas las cosas, una profunda eternidad”, parecida al cierto en lo alto, “puro, profundo, abismo de luz”. CABALGAR EL TIGRE: EN UN MUNDO DONDE DIOS HA MUERTO 6.

Una vez apartada la grosera interpretación “fisiológica”, se precisa pues una actitud válida para quien debe mantenerse en pie como un ser libre en plena época de disolución: asumir su ser en un querer, haciendo de ello la propia ley, una ley marcada por el mismo absoluto y autonomía del imperativo categórico kantiano, afirmada sin tener en cuenta valores convenidos, de “bien” y “mal”, como tampoco de felicidad, placer y dolor — hedonismo y eudemonismo en tanto que la búsqueda abstracta, inorgánico, del placer y de la felicidad, no siendo para Nietzsche también más que signos de debilitamiento y decadencia. Afirmar y actualizar, pues, el propio ser sin miedo de sanciones o esperanza de frutos, ni aquí, ni más allá, decir: “No existe la vía: esto es mi querer, ni bueno, ni malo, sino mío”. En una palabra, es, a través de Nietzsche, la antigua fórmula “Sé tú mismo”, “Conviértete en lo que eres”, lo que se propone de nuevo, hoy, después del hundimiento de todas las superestructuras. Veremos que un tema análogo ha sido recuperado, aunque en términos menos netos, por los existencialistas. No nos referimos a Stirner como precursor, porque en él la abertura en el “único” de las dimensiones más profundas de¡ ser es casi inexistente. Nos podríamos, más bien, referir a M. Guyau, que se había propuesto igualmente el problema de una línea de conducta por encima de toda sanción o “deber”. Había escrito: “Las metafísicas autoritarias y las religiones son andadores para niños: es tiempo de avanzar solos… Es preciso buscar en nosotros mismos la revelación. Ya no hay Cristo: que cada uno sea el Cristo para sí mismo, que esté atado a Dios como quiera o pueda, o que niegue a Dios”. Es como si la fe subsistiese, pero “sin cielo que espere o una ley positiva que guíe”, como un simple estadio. La fuerza y la responsabilidad no deben, sin embargo ser menores que los que ya, anteriormente, en un tipo de hombre diferente, en un clima diferente, nacían de la fe religiosa y de un punto de apoyo determinado. La idea de Nietzsche es idéntica. CABALGAR EL TIGRE: EN UN MUNDO DONDE DIOS HA MUERTO 7.

En lo que concierne al primer grado, hemos ya notado como, sobre todo en nuestra época, en razón de la ausencia de una unidad básica, es decir, una tendencia predominante y constante entre la multitud de los otros, es dificil, para la inmensa mayoría de los individuos, ser uno mismo. Sólo ocurre en casos muy excepcionales el que puedan aplicarse estas palabras de Nietzsche: “Hay dos cosas muy altas de las que más vale no hablar: la medida y el medio. Bien pocos han aprendido a conocer sus fuerzas y sus límites por la via iniciática de experiencias y de trastornos interiores. Estos veneran en ellos alguna cosa de divino y aborrecen el parloteo ruidoso”. Pero, en una época de disolución es difícil, incluso ARA uicn una estructura interna de base, conocer esto y además conocerse a “si mismo”, de otra forma que no sea a través de un experimento. Encontramos, una vez más aquí, la línea ya indicada que es preciso comprender, en realidad, como la búsqueda o la aceptación de estas situaciones o alternativas, en donde la fuerza superior, la “verdadera naturaleza”, está obligada a manifestarse, a hacerse conocer. CABALGAR EL TIGRE: EN UN MUNDO DONDE DIOS HA MUERTO 10.



Julius Evola