Evola Madres

JULIUS EVOLA — REVOLTA CONTRA O MUNDO MODERNO

Mater = Tierra, gremius matris terrae. De aquí deriva un punto esencial, a saber, que en el mismo tipo de civilización de origen “meridional” y en el mismo significado general, se puede incluir todas las variedades de cultos, mitos y ritos en los que predomina el tema ctónico, incluso cuando el elemento masculino figure, y se aluda, no solo a diosas, sino también a dioses de la tierra, del crecimiento, de la fecundidad natural, de las aguas o del fuego subterráneo. En el mundo subterráneo, en lo oculto reinaron sobre todo las Madres, pero en el sentido de la noche, de las tinieblas, opuesto al coelum que puede implicar, también, la idea genérica de lo invisible, pero bajo su aspecto superior, luminoso y, precisamente, celeste. Existe, por otra parte, una oposición fundamental y bien conocida entre el Deus, tipo de las divinidades luminosas de las razas indo-europeas y el Al, entendido como objeto de culto demoníaco-extático y frenético de las razas oscuras del Sur, privadas de toda dimensión verdaderamente sobrenatural. En realidad, el elemento infero-demóniaco, el reino elemental de las potencias subterráneas, corresponde a un aspecto — el más bajo — del culto de la Madre. A todo esto se opone la realidad “olímpica”, inmutable y atemporal en la luz de un mundo de esencias inteligibles — kosmos noetos — o dramatizado bajo la forma de divinidades de la guerra, de la victoria, del esplendor, de las alturas y del fuego celeste. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 6

Es principalmente bajo el aspecto de figuras femeninas como aparecen las entidades que no solo protegen la costumbre y la ley natural y vengan el sacrilegio y el crimen (de las Normas nórdicas, a las Erinias, a Themis y a Dike) sino que dispensan también el don de la inmortalidad, se debe reconocer precisamente esta forma más alta, que puede cualificarse, de forma general, como demetríaca, relacionada con los castos símbolos de Vírgenes o Madres que conciben sin esposo, o de diosas del crecimiento vegetal ordenado y del cultivo de la tierra, como por ejemplo Ceres. La oposición entre el tipo demetríaco y el tipo afrodítico corresponde a la oposición entre la forma pura, transformada y la forma inferior, groseramente telúrica, del culto a la Madre, que resurge en los últimos estadios de descomposición y sensualización de la civilización de la edad de plata. Oposición idéntica a la que existe, en las tradiciones extremo-orientales, entre la “Tierra Pura” de la “Mujer de Occidente” y el reino subterráneo de Ema-O, y en las tradiciones helénicas, entre el símbolo de Atenea y el de las Górgonas que combaten. Es la espiritualidad demetríaca, pura y serena como la luz lunar, quien define tipológicamente la Edad de Plata, y verosímilmente, el ciclo de la primera civilización atlántica. Históricamente, no tiene sin embargo nada de primordial; es ya un producto de transformación. Allí donde el símbolo se convirtió en realidad, se afirmaron formas de ginecocracia efectiva, de las que pueden encontrarse huellas en el substrato más arcaico de numerosas civilizaciones. Al igual que las hojas no nacen una de otra, sino del tronco, así mismo, si bien es el hombre quien suscita la vida, esta es efectivamente dada por la madre: tal es la premisa. No es el hijo quien perpetúa la raza; tiene una existencia puramente individual limitada a la duración de su vida terrestre. La continuidad se encuentra por el contrario en el principio femenino, materno. De aquí deriva como consecuencia que la mujer, en tanto que madre, se encuentre en el centro y en la base del derecho de la gens o de la familia y que la transmisión se haga por línea femenina. Y si de la familia se pasa al grupo social, se llega a las estructuras de tipo colectivista y comunista: cuando se invoca la unidad de origen y el principio materno, del que todo el mundo desciende de igual manera, la aequitas deviene aequalitas, relaciones de fraternidad universal y de igualdad se establecen expontáneamente, se afirma una simpatía que no conoce límites ni diferencias, una tendencia a poner en común todo lo que se posee y que, por lo demás, se ha recibido como un regalo de la Madre Tierra. Se vuelve a encontrar aquí un eco persistente y característico de este tema en las fiestas que, incluso hasta una época relativamente reciente, celebraban las diosas telúricas y el retorno de los hombres a la gran Madre de la Vida y donde se manifestaba la reminiscencia de un elemento orgiástico propio de las formas meridionales más bajas; fiestas en las que todos los hombres se sentían libres e iguales, donde las divisiones de castas y de clases ya no contaban y podían incluso ser superadas, en medio de una licenciosidad general y un gusto por la promiscuidad. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 6



Julius Evola