Gabriel (AEIT) (RGAI) (SFCS)

No es decir, bien entendido, que el término Er-Rûh no se tome a veces en acepciones más particulares, como el término «espíritu» o sus equivalentes más o menos exactos en otras lenguas; es así que, en algunos textos qorânicos concretamente, ha podido pensarse que se trataba, sea de una designación de Seyidnâ Jibraîl (GABRIEL), sea de algún otro ángel a quien esta denominación de Er-Rûh sería aplicada más especialmente; y todo eso puede seguramente ser verdad según los casos o según las aplicaciones que se hacen del mismo, ya que todo lo que es participación o especificación del Espíritu universal, o de lo que juega la función suya bajo una cierta relación y a agrados diversos, es también rûh en un sentido relativo, comprendido el espíritu en tanto que reside en el ser humano o en todo otro ser particular. Sin embargo, hay un punto al cual muchos comentadores exotéricos parecen no prestar una atención suficiente: Cuando Er-Rûh se designa expresamente y en modo distinto al lado de los ángeles (el-malâïkah) (NA: por ejemplo en la Sûrat El-Qadr (XCVII, 4): «Tanazzalu’l-malâïkatu wa’r-rûhu fthâ…». ), ¿cómo sería posible admitir que, en realidad, se trate simplemente de uno de éstos? La interpretación esotérica es que se trata entonces de Seyidnâ Mîtatrûn (el Metatron de la Kabbala hebraica); por otra parte, eso permite explicar el equívoco que se produce a este respecto, puesto que Metatron es también representado como un ángel, aunque, estando más allá del dominio de las existencias «separadas», sea verdaderamente otra cosa y más que un ángel; y eso, por lo demás, corresponde bien todavía al doble aspecto del barzakh (NA: en algunas fórmulas esotéricas, el nombre de Er-Rûh se asocia a los de cuatro ángeles en relación a los cuales es, en el orden celeste, lo que es, en el orden terrestre, el Profeta en relación a los cuatro primeros Kholafâ; esto conviene también a Mitatrûn, quien por lo demás se identifica claramente a Er-Rûh el-mohammediyah.). 40 AEIT Er-Rûh

Decíamos hace un momento que la iniciación debe tener un origen «no humano», ya que, sin eso, no podría alcanzar de ninguna manera su meta final, que rebasa el dominio de las posibilidades individuales; es por eso por lo que los verdaderos ritos iniciáticos, como lo hemos indicado precedentemente, no pueden ser referidos a autores humanos, y, de hecho, nunca se les conocen tales autores (NA: Algunas atribuciones a personajes legendarios, o más exactamente simbólicos, no podrían considerarse de ninguna manera como teniendo un carácter «histórico», sino que, al contrario, confirman plenamente lo que decimos aquí.), como tampoco se conocen inventores de los símbolos tradicionales, y por la misma razón, ya que los símbolos son igualmente «no humanos» en su origen y en su esencia (NA: Las organizaciones esotéricas islámicas se transmiten un signo de reconocimiento que, según la tradición, fue comunicado al Profeta por el arcángel GABRIEL mismo; no se podría indicar más claramente el origen «no humano» de la iniciación.); y, por lo demás, entre los ritos y los símbolos, hay unos lazos muy estrechos que examinaremos más tarde. En todo rigor, se puede decir que, en casos como esos, no hay origen «histórico», puesto que el origen real se sitúa en un mundo al que no se aplican las condiciones de tiempo y de lugar que definen los hechos históricos como tales; y es por eso por lo que estas cosas escaparán siempre inevitablemente a los métodos de investigación profanos, que, en cierto modo por definición, no pueden dar resultados relativamente válidos más que en el orden puramente humano (NA: Observamos a este propósito que aquellos que, con intenciones «apologéticas», insisten sobre lo que ellos llaman, con un término por lo demás bastante bárbaro, la «historicidad» de una religión, hasta el punto de ver en ello algo completamente esencial e incluso de subordinarle a veces las consideraciones doctrinales (mientras que, al contrario, los hechos históricos mismos no valen verdaderamente sino en tanto que pueden ser tomados como símbolos de realidades espirituales) cometen un grave error en detrimento de la «transcendencia» de esa religión. Un error tal, que, por lo demás, da testimonio de una concepción fuertemente «materializada» y de la incapacidad de elevarse a un orden superior, puede ser considerado como una perniciosa concesión al punto de vista «humanista», es decir, individualista y antitradicional, que caracteriza propiamente el espíritu occidental moderno.). 321 RGAI DE LA TRANSMISIÓN INICIÁTICA

Muerte y descenso a los Infiernos por un lado, resurrección y ascensión a los Cielos por el otro, son como dos fases inversas y complementarias, de las que la primera es la preparación necesaria de la segunda, fases que se encontrarían igualmente sin esfuerzo en la descripción de la «Gran Obra» hermética; y la misma cosa se afirma claramente en todas las doctrinas tradicionales. Es así como en el Islam encontramos el episodio del «viaje nocturno» de Mohammed, viaje que comprende igualmente el descenso a las regiones infernales (isrâ), y después el ascenso a los diversos paraísos o esferas celestes (mirâj); y algunos relatos de este «viaje nocturno» presentan con el poema de Dante similitudes particularmente sorprendentes, a tal punto que algunos han querido ver en él una de las fuentes principales de su inspiración. Don Miguel Asín Palacios ha mostrado las múltiples relaciones que existen, en cuanto al fondo e incluso en cuanto a la forma, entre la Divina Comedia (sin hablar de algunos pasajes de la Vita Nuova y del Convito), por una parte, y por otra, el Kitâb el-isrâ (Libro del Viaje nocturno) y los Futûhât el-Mekkiyah (Revelaciones de la Meca) de Mohyiddin ibn Arabi, obras unos ochenta años anteriores, y concluye que esas analogías son más numerosas ellas solas que todas las que los comentadores han llegado a establecer entre la obra de Dante y todas las demás literaturas de todos los países (Miguel Asín Palacios. La Escatología musulmana en la Divina Comedia, Madrid, 1919. — Cf. también Blochet, les Sources orientales de «la Divine Comédie», París, 1901. ). He aquí algunos ejemplos de ello: «en una adaptación de la leyenda musulmana, un lobo y un león cortan la ruta al peregrino, como la pantera, el león y la loba hacen retroceder a Dante… Virgilio es enviado a Dante y GABRIEL a Mohammed por el Cielo; ambos, durante el viaje, satisfacen la curiosidad del peregrino. El Infierno es anunciado en las dos leyendas por signos idénticos: tumulto violento y confuso, ráfagas de fuego… La arquitectura del Infierno dantesco está calcada sobre la del Infierno musulmán: los dos son una gigantesca tolva formada por una serie de pisos, de grados o escalones circulares que descienden gradualmente hasta el fondo de la tierra; cada uno de ellos encierra una categoría de pecadores, cuya culpabilidad y cuya pena se agravan a medida que los mismos habitan un círculo más hundido. Cada piso se subdivide en otros diferentes, afectos a categorías variadas de pecadores; finalmente, estos dos Infiernos están situados debajo de la ciudad de Jerusalem… A fin de purificarse al salir del Infierno y de poder elevarse al Paraíso, Dante se somete a una triple ablución. Una misma triple ablución purifica las almas en la leyenda musulmana: antes de penetrar en el Cielo, son sumergidas sucesivamente en las aguas de los tres ríos que fertilizan el jardín de Abraham… La arquitectura de las esferas celestes a través de las cuales se cumple la ascensión es idéntica en las dos leyendas; en los nueve cielos están dispuestas, según sus méritos respectivos, las almas bienaventuradas que, finalmente, se juntan todas en el Empíreo o última esfera… Lo mismo que Beatriz se desvanece ante San Bernardo para guiar a Dante en las últimas etapas, de igual modo GABRIEL abandona a Mohammed cerca del trono de Dios a donde será atraído por una guirnalda luminosa… La apoteosis final de las dos ascensiones es la misma: los dos viajeros, elevados hasta la presencia de Dios, nos describen a Dios como un foco de luz intensa, rodeado de nueve círculos concéntricos formados por las filas cerradas de innumerables espíritus angélicos que emiten rayos luminosos; una de las filas circulares más próximas del foco es la de los Querubines; cada círculo rodea al círculo inmediatamente inferior, y los nueve giran sin tregua alrededor del centro Divino… Los pisos infernales, los cielos astronómicos, los círculos de la rosa mística, los coros angélicos que rodean el foco de la Luz divina, los tres círculos que simbolizan la trinidad de personas, están tomados palabra a palabra por el poeta florentino a Mohyiddin ibn Arabi (A. Cabaton, «la Divine Comédie» et l’Islam, en la Revue de l’Histoire des Religions, 1920; este artículo contiene un resumen del trabajo de M. Asín Palacios.)». 1564 RGED CAPÍTULO V

En la tradición islámica, se encuentra también una figura de disposición análoga, que comprende el nombre del Profeta en el centro y el de los cuatro primeros califas en los ángulos; también aquí, el Profeta, al aparecer como rukn el-arkàn, debe considerarse, del mismo modo que Cristo en la figuración precedente, como situado en otro nivel que el de la base y, por consiguiente, corresponde también en realidad a la “piedra angular” de la sumidad. Por otra parte, debe notarse que, desde los dos puntos de vista que acabamos de indicar en lo que concierne al cristianismo, esta figuración recuerda directamente la que considera a San Pedro como la “piedra de fundación”, pues es evidente que San Pedro, según ya lo hemos dicho, es también el jalîfa, es decir, el ‘vicario’ o ‘sustituto’ de Cristo. Solo que en este caso no se considera sino una sola “piedra de fundación”, es decir, aquella de las cuatro piedras de base de los ángulos que está colocada en primer lugar, sin llevar más lejos las correspondencias, mientras que el símbolo islámico de que se trata incluye esas cuatro piedras de base; la razón de esta diferencia es que los cuatro primeros califas tienen, en efecto, un papel especial desde el punto de vista de la “historia sagrada”, mientras que, en el cristianismo, los primeros sucesores de San Pedro no poseen ningún carácter que pueda, de modo comparable, distinguirlos netamente de todos los que siguieron después. Agregaremos aún que, en correspondencia con esos cinco arkàn manifestados en el mundo terrestre y humano, la tradición islámica considera también cinco arkàn celestes o angélicos, que son Djibrìl, Rufa’îl, Mika’îl, Isrâfîl y por último er-Rûh (respectivamente: ‘GABRIEL’, ‘Rafael’, ‘Miguel’, ‘Serafín(?)’ y ‘el Espíritu’); este último, que, según hemos explicado en otras ocasiones, es idéntico a Metatrón, se sitúa igualmente en un nivel superior a los otros cuatro, que son como sus reflejos parciales en diversas funciones menos principiales o más particularizadas, y, en el mundo celeste, él es propiamente rukn el-arkàn, aquel que ocupa, en el límite que separa el Jalq (‘la Creación’) de el-Haqq (‘el Creador’), el “lugar” mismo solo por el cual puede efectuarse la salida del Cosmos. 7103 SFCS El-ARKAN