Elementos e Gunas

TEORIA HINDU DOS CINCO ELEMENTOS

Pasaremos, después de esto, a otras consideraciones que mostrarán todavía mejor cómo la concepción de los elementos se relaciona, no sólo con las condiciones especiales de la existencia corporal sino también con unas condiciones de existencia de un orden más universal y, más precisamente, con las propias condiciones de toda manifestación. Sabida es la importancia que la doctrina hindú concede a la teoría de los tres gunas: este término designa cualidades o atribuciones constitutivas y primordiales de los seres considerados en sus diferentes estados de manifestación y que provienen del principio «substancial» de su existencia pues, desde el punto de vista universal, son inherentes a Prakriti, en la cual están en perfecto equilibrio en la «indistinción» de la pura potencialidad indiferenciada. Toda manifestación o modificación de la «substancia» representa una ruptura de este equilibrio; los seres manifestados participan, pues, de los tres gunas en diversos grados, y no son estados sino condiciones generales a las que están sometidos en cualquier estado, por las que están unidas de algún modo, y que determinan la tendencia actual de su «devenir». No tenemos que entrar aquí en una exposición completa en lo que se refiere a los gunas sino solamente considerar su aplicación en la distinción de los elementos; ni siquiera volveremos a repetir la definición de cada guna, que ya hemos dado en varias ocasiones; recordaremos solamente, pues eso es lo que sobre todo es importante aquí, que sattwa se representa como una tendencia ascendente, tamas como una tendencia descendente y rajas, que es intermedia entre las dos, como una expansión en sentido horizontal.

Los tres gunas deben encontrarse en cada uno de los elementos, como en todo lo que pertenece al dominio de la manifestación universal; pero se encuentran en ellos en proporciones diferentes, estableciendo entre estos elementos una especie de jerarquía que puede considerarse análoga a la jerarquía que, desde otro punto de vista incomparablemente más amplio, se establece igualmente entre los múltiples estados de la Existencia universal aunque no se trate aquí más que de simples modalidades comprendidas en el interior de un mismo estado. En el agua y la tierra, pero sobre todo en la tierra, es tamas el que predomina; físicamente, a esta fuerza descendente y compresiva le corresponde la gravitación o la gravedad. Rajas predomina en el aire; por eso este elemento se considera dotado esencialmente de un movimiento transversal. En el fuego es sattwa el que predomina, pues el fuego es el elemento luminoso; la fuerza ascendente es simbolizada por la tendencia de la llama a elevarse y se traduce físicamente por el poder dilatador del calor, en cuanto se opone este poder a la condensación de los cuerpos.

 

Para dar una interpretación más precisa de esto, podemos representar la distinción de los elementos como si se efectuara en el interior de una esfera: en ella, las dos tendencias ascendente y descendente, de las que hemos hablado, se ejercerán según las dos direcciones opuestas tomadas sobre el mismo eje vertical, en sentido contrario una de la otra y yendo respectivamente hacia los dos polos; en cuanto a la expansión en sentido horizontal, que marca un equilibrio entre estas dos tendencias, se realizará naturalmente en el plano perpendicular en medio de este eje vertical, es decir, el plano del ecuador. Si consideramos ahora a los elementos como repartidos en esta esfera según las tendencias que predominan en ellos, la tierra, en virtud de la tendencia descendente de la gravitación, debe ocupar el punto más bajo, que se considera como la región de la oscuridad y que es a la vez el fondo de las aguas, mientras que el ecuador marca su superficie según un simbolismo que es, por otro lado, común a todas las doctrinas cosmogónicas cualquiera que sea la forma tradicional a la que pertenezcan. El agua ocupa, pues, el hemisferio inferior y, si la tendencia descendente se afirma también en la naturaleza de este elemento, no puede decirse que su acción se ejerza en ella de una manera exclusiva (o casi exclusiva pues la coexistencia necesaria de los tres gunas en todas las cosas impide que se alcance nunca, efectivamente, el límite extremo en cualquier modo de manifestación), pues, si consideramos un punto cualquiera del hemisferio inferior que no sea el polo, el radio que corresponde a este punto tiene una dirección oblicua, intermedia entre la vertical descendente y la horizontal. Puede, pues, considerarse la tendencia que está marcada por tal dirección como si se descompusiera en otras dos de las que es la resultante y que serán, respectivamente, la acción de tamas y la de rajas; sí relacionamos estas dos acciones con las cualidades del agua, la componente vertical, con arreglo a tamas, corresponderá a la densidad y la componente horizontal, con arreglo a rajas, a la fluidez. El ecuador marca la región intermedia, que es la del aire, elemento neutro que mantiene el equilibrio entre las dos tendencias opuestas, como rajas entre tamas y sattwa, en el punto en el que estas dos tendencias se neutralizan una con otra y que, extendiéndose transversalmente sobre la superficie de las aguas, separa y delimita las zonas respectivas del agua y el fuego. En efecto, el hemisferio superior está ocupado por el fuego en el que predomina la acción de sattwa, pero en el que la de rajas todavía se ejerce, pues la tendencia en cada punto de este hemisferio, indicada como anteriormente para el hemisferio inferior, es intermedia esta vez entre la horizontal y la vertical ascendente: la componente horizontal, con arreglo a rajas) corresponderá aquí al calor, y la componente vertical, con arreglo a sattwa, a la luz, considerándose calor y luz como dos términos complementarios que se unen en la naturaleza del elemento ígneo.

En todo esto todavía no hemos hablado del éter: como es el más elevado y el más sutil de todos los elementos, debemos colocarlo en el punto más alto, es decir, en el polo superior, que es la región de la luz pura, por oposición al polo inferior que es, como hemos dicho, la región de la obscuridad. Así pues, el éter domina la esfera de los demás elementos; pero, al mismo tiempo, hay que considerarlo envolviendo y penetrando todos estos elementos, de los que es el principio, y eso en razón del estado de indiferenciación que le caracteriza y que le permite realizar una verdadera «omnipresencia» en el mundo corporal; como dice Shankaracharya en el Atma-Bodha, «el éter está esparcido por todas partes y penetra a la vez el exterior y el interior de las cosas». Podemos decir, pues, que entre los elementos, sólo el éter alcanza el punto en el que la acción de sattwa se ejerce en el más alto grado; pero no podemos localizarlo allí de forma exclusiva, como hemos hecho con la tierra en el punto opuesto, y debemos considerar que ocupa a la vez la totalidad del dominio elemental, sea cual sea, por otro lado, la representación geométrica que se utilice para simbolizar el conjunto de este dominio. Si hemos adoptado la representación por medio de una figura esférica, no es sólo porque es la que permite la interpretación más clara y más fácil, sino que es también, e incluso ante todo, porque concuerda más que cualquier otra con los principios generales del simbolismo cosmogónico, tal como pueden encontrarse en todas las tradiciones; a este respecto, habría comparaciones muy interesantes que establecer, pero no podemos entrar aquí en esos detalles que se apartarían demasiado del tema del presente estudio.

Antes de dejar esta parte de nuestra exposición, nos queda todavía una última observación que hacer: si tomamos los elementos en el orden en el que los hemos repartido en la esfera, yendo de arriba a abajo, es decir, del más sutil al más denso, encontraremos, precisamente, el orden indicado por Platón; pero aquí este orden, al que podemos llamar jerárquico, no se confunde con el orden de producción de los elementos y debe ser cuidadosamente distinguido de éste. En efecto, el aire ocupa en él una posición intermedia entre el fuego y el agua pero no deja por ello de ser producido antes del fuego y, a decir verdad, la razón de estas dos situaciones diferentes es, en el fondo, la misma: es que el aire es un elemento neutro, en cierto modo, y que, por eso mismo, corresponde a un estado de menor diferenciación que el fuego y el agua porque ambas tendencias, ascendente y descendente, se equilibran también perfectamente una con otra. Por el contrarío, este equilibrio se rompe en el fuego en beneficio de la tendencia ascendente, y en el agua en beneficio de la tendencia descendente; y la oposición manifestada entre las cualidades respectivas de estos dos elementos señala claramente el estado de mayor diferenciación al que corresponden. Si nos colocamos en el punto de vista de la producción de los elementos, hay que considerar su diferenciación como si se efectuara a partir del centro de la esfera, punto primordial en el que colocamos entonces al éter, en tanto en cuanto es el principio de éstos. De ahí tendremos, en primer lugar, la expansión horizontal, que corresponde al aire; después, la manifestación de la tendencia ascendente, que corresponde al fuego; y la de la tendencia descendente que corresponde en primer lugar al agua y luego a la tierra, punto de detención y término final de toda la diferenciación elemental.