René Guénon — O REINO DA QUANTIDADE E SINAL DOS TEMPOS
El fin de un mundo
Fim de uma ilusão
Somos conducidos así a la consideración del doble aspecto «benéfico» y «maléfico» bajo el que se presenta la marcha misma del mundo, en tanto que manifestación cíclica, y que es verdaderamente la «llave» de toda explicación tradicional de las condiciones en las que se desarrolla esta manifestación, sobre todo cuando se la considera, como lo hemos hecho aquí, en el periodo que lleva directamente a su fin. Por un lado, si se toma simplemente esta manifestación en sí misma, sin referirla a un conjunto más vasto, su marcha toda entera, desde el comienzo hasta el fin, es evidentemente un «descenso» o una «degradación» progresiva, y eso es lo que se puede llamar su sentido «maléfico»; pero, por otro lado, esta misma manifestación, restituida al conjunto del que forma parte, produce resultados que tienen un valor realmente «positivo» en la existencia universal, y es menester que su desarrollo se prosiga hasta su término, comprendido ahí el de las posibilidades inferiores de la «edad sombría», para que la «integración» de estos resultados sea posible y devenga el principio inmediato de otro ciclo de manifestación, y eso es lo que constituye su sentido «benéfico». Ello es también así cuando se considera el fin mismo del ciclo: desde el punto de vista particular de lo que entonces debe ser destruido, porque su manifestación está acabada y como agotada, este fin es naturalmente «catastrófico», en el sentido etimológico en el que esta palabra evoca la idea de una «caída» súbita e irremediable; pero, por otra parte, desde el punto de vista en el que la manifestación, al desaparecer como tal, se encuentra reducida a su principio en todo lo que tiene de existencia positiva, este mismo fin aparece por el contrario como el «enderezamiento» por el que, así como lo hemos dicho, todas las cosas son no menos súbitamente restablecidas en su «estado primordial». Por lo demás, esto puede aplicarse analógicamente a todos los grados, ya sea que se trate de un ser o de un mundo: es siempre, en suma, el punto de vista parcial el que es «maléfico», y el punto de vista total, o relativamente tal en relación al primero, el que es «benéfico», porque todos los desórdenes posibles no son tales sino en tanto que se les considera en sí mismos y «separadamente», y porque estos desórdenes parciales se desvanecen enteramente ante el orden total en el que entran finalmente, y del que, despojados de su aspecto «negativo», son elementos constitutivos al mismo título que toda otra cosa; en definitiva, no hay de «maléfico» más que la limitación que condiciona necesariamente toda existencia contingente, y esta limitación misma no tiene en realidad más que una existencia puramente negativa. Hemos hablado primeramente como si los dos puntos de vista «benéfico» y «maléfico» fueran en cierto modo simétricos; pero es fácil comprender que no hay nada de eso, y que el segundo no expresa más que algo inestable y transitorio, mientras que lo que representa el primero es lo único que tiene un carácter permanente y definitivo, de suerte que el aspecto «benéfico» no puede no prevalecer finalmente, mientras que el aspecto «maléfico» se desvanece enteramente, porque, en el fondo, no era más que una ilusión inherente a la «separatividad». Solamente, a decir verdad, entonces ya no se puede hablar propiamente de «benéfico», ni tampoco de «maléfico», en tanto que estos dos términos son esencialmente correlativos y marcan una oposición que ya no existe, puesto que, como toda oposición, pertenece exclusivamente a un cierto dominio relativo y limitado; desde que es rebasada, hay simplemente lo que es, y no puede no ser, ni ser otro que lo que es; y es así como, si se quiere llegar hasta la realidad del orden más profundo, se puede decir con todo rigor que «el fin de un mundo» no es nunca y no puede ser nunca otra cosa que el fin de una ilusión.