René Guénon — Max Heindel
A propósito de la obra de Steiner de la que hemos tomado la cita precedente, conviene hacer una observación bastante curiosa : este libro, titulado La Science Occulte, fue publicado en Leipzig en 1910; ahora bien, el año precedente había aparecido en Seattle (Washington) otra obra que tenía por título The Rosicrucian Cosmo-Conception, por Max Heindel, en la que se exponían teorías completamente parecidas en su conjunto. Así pues, a primera vista, se podría pensar que Steiner, quien no da ninguna explicación de la identidad de sus afirmaciones con las de Heindel, hubiera copiado a éste; pero, por otra parte, como Heindel dedicó su libro al mismo Steiner, es dable suponer que, al contrario, sacó sus ideas de las enseñanzas del último antes de que fueran hechas públicas, a menos, no obstante, que ambos hayan bebido simplemente en una fuente común. En todo caso, la diferencia más apreciable que hay entre los dos (dejando de lado toda cuestión de forma); es que Heindel no duda en atribuir claramente sus conceptos a la tradición rosacruciana, mientras que Steiner se contenta más frecuentemente con hablar en nombre de la «ciencia oculta», de una manera extremadamente general y vaga, cosa que, por lo demás, es quizá más prudente. En efecto, no es difícil percatarse de que la mayoría de las enseñanzas de Heindel, lo mismo que las de Steiner, han sido sacadas directamente de La Doctrine Secrète con algunas modificaciones referentes tan sólo a los detalles, pero descartando con cuidado los términos de apariencia oriental; así pues, estas concepciones tienen muy pocas relaciones con el rosacrucianismo auténtico, e incluso lo que se presenta en ellas más especialmente como «terminología rosacruciana», son casi siempre expresiones inventadas por Mme Blavatsky. Desde otro punto de vista, en la reserva que guarda Steiner, hay la prueba de una cierta habilidad, ya que siempre se ha dicho que los verdaderos Rosa-Cruz no se proclamaban nunca tales, sino que, al contrario, mantenían esa cualidad oculta; ésta es sin duda una de las razones por las que Steiner evita decir expresamente, en sus publicaciones, que se vincula al rosacrucianismo, lo que no impide que al menos lo dé a entender, y que, ciertamente, le afligiría mucho que no se le creyera. Agregaremos que ha debido producirse muy rápidamente una escisión entre Steiner y Heindel, ya que la dedicatoria de The Rosicrucian Cosmo-Concepción ha desaparecido en las ediciones más recientes, y el mismo Heindel, que ha constituido por su lado una «Rosicrucian Fellowship» con sede en Oceanside (California), ha escrito en otra obra, publicada en 1916, que el primer mensajero que había sido escogido e instruido por los Hermanos de la Rosa-Cruz para extender sus enseñanzas fracasó en algunas pruebas, de manera que fue menester buscar un segundo, que no es otro que Heindel mismo; y, aunque el primero no sea nombrado, es cierto que es de Steiner de quien se trata. El Teosofismo : XXII — LA ANTROPOSOFÍA DE RUDOLF STEINER
42.- Abbé E. Bertaud. Etudes de symbolisme dans la culte de la Vierge. (Societé des Journaux et Publications du Centre, Limoges). -Lo que hay quizás de más notable en este pequeño volumen, es el hecho de que ha sido escrito por un sacerdote y publicado con el “Imprimatur” de la autoridad eclesiástica; ésa es, en efecto, una cosa bastante excepcional en nuestra época, donde los representantes oficiales del Catolicismo, en general, tienen más bien tendencia a ignorar el simbolismo o a abstenerse de hablar de él, sobre todo cuando, como es el caso aquí, toca de cerca cuestiones de orden propiamente esotérico. En una introducción sobre “la interpretación del simbolismo de las cosas”, el autor defiende éste contra el reproche que le hacen algunos de ser “convencional y arbitrario”, pero insuficientemente en nuestra opinión, pues no parece ver muy claramente el principio esencial del verdadero simbolismo tradicional y su carácter “no-humano”. Estudia a continuación el simbolismo de la rosa (Rosa Mystica), después el del rosario, con bastante abundantes consideraciones sobre los números, seguidamente viene una larga explicación detallada de la imagen (de origen bizantino) de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en la cual el simbolismo de los colores juega el principal papel. No hay indudablemente nada muy nuevo en todo ello, pero al menos estas nociones podrán alcanzar así a un público que, muy probablemente, no iría nunca a buscarlas allá donde el autor mismo las ha sacado. Solamente es de lamentar que haya creído deber reeditar incidentalmente, algunas groseras calumnias antimasónicas; ¿se ha creído en cierto modo obligado a ello para hacer aceptar el resto más fácilmente? Comete también el error de tomar a los Rosa-Cruz por “una asociación iniciática masónica muy secreta”, a la que acusa por añadidura de “luciferismo”, apoyándose sobre un pasaje de Lucifer desenmascarado, de Jean Kostka, sin por lo demás darse cuenta que éste encara en realidad el grado masónico de Rosa-Cruz (18 del Rito Escocés (Antiguo y Aceptado), que, a pesar de su título, es algo totalmente diferente. Por otra parte, se puede preguntar porqué ha reproducido, sin además indicar la proveniencia ni dar de ello la menor explicación, el emblema de la Rosicrucian Fellowship de Max Heindel, que ciertamente nada tiene en común con el Rosacrucismo auténtico. El Teosofismo : RESEÑAS DE LIBROS — Enero-Febrero de 1948