Guénon Perigos Espiritismo

René Guénon — O ERRO ESPÍRITA
OS PERIGOS DO ESPIRITISMO
Ya hemos señalado suficientemente, a medida que se nos presentaba la ocasión, los múltiples peligros del espiritismo, y podríamos dispensarnos de volver de nuevo a ello especialmente, si no tuviéramos que registrar algunos testimonios y algunas confesiones. Y, primero, notamos que hay peligros incluso puramente físicos, que, si no son los más graves ni los más habituales, no obstante no son siempre desdeñables; daremos como prueba de ello este hecho que ha sido contado por el Dr. Gibier: «Tres gentlemen, con el propósito de asegurarse de si algunas alegaciones espiritistas eran exactas, se encerraron una tarde sin luz en la habitación de una casa deshabitada, no sin haberse comprometido por un juramento solemne a ser absolutamente serios y de buena fe. La habitación estaba completamente vacía e intencionadamente, no habían introducido en ella más que tres sillas y una mesa alrededor de la cual tomaron sitio sentándose. Se convino que tan pronto como pasara algo insólito, el primero daría la luz con una bujía de la que cada uno se había provisto. Estaban inmóviles y silenciosos desde hacía un cierto tiempo, atentos a los menores ruidos, a los más ligeros estremecimientos de la mesa sobre la cual habían puesto sus manos entrelazadas. Ningún sonido se hacía oír; la obscuridad era profunda, y quizás los tres evocadores improvisados iban a cansarse y a perder la paciencia, cuando repentinamente un grito estridente y desgarrado estalló en medio del silencio de la noche. Inmediatamente se produjo un ruido espantoso y una granizada de proyectiles se puso a llover sobre la mesa, el velador y los operadores. Lleno de terror, uno de los asistentes encendió una bujía así como estaba convenido, y cuando la luz hubo disipado las tinieblas, únicamente dos de ellos se encontraban presentes y se apercibieron con espanto de que faltaba su compañero; su silla estaba vuelta hacia una extremidad de la habitación. Pasado el primer momento de turbación, le encontraron debajo de la mesa, inanimado y la cabeza así como la cara cubiertas de sangre. ¿Qué había ocurrido? Se constató que la cubierta de mármol de la chimenea había sido desencajada primero y que había sido proyectada después sobre la cabeza del desdichado hombre y quebrada en mil pedazos. La víctima de este accidente permaneció cerca de diez días sin conocimiento, entre la vida y la muerte, y no se repuso sino lentamente de la terrible conmoción cerebral que había recibido»1. Papus, que reproduce este relato, reconoce que «la práctica espiritista conduce a los médiums a la neurastenia pasando por la histeria», que «esas experiencias son tanto más peligrosas cuanto más inconsciente y desarmado se está», y que «nada impide las obsesiones, las anemias nerviosas y los accidentes más graves todavía»; y agrega: «Personalmente, poseemos una serie de cartas muy instructivas, emanadas de desdichados médiums que se han librado con toda su fuerza a la experimentación y que hoy día están obsesionados peligrosamente por los seres que se han presentado a ellos bajo falsos nombres y acaparando las personalidades de familiares fallecidos»2. Eliphas Lévi ya había señalado estos peligros y prevenido que aquellos que se libran a estos estudios, incluso por simple curiosidad, se exponen a la locura o a la muerte3; y un ocultista de la escuela papusiana, Marius Decrespe, ha escrito igualmente: «El peligro es cierto; varios han devenido locos, en horribles condiciones, por haber querido llevar demasiado lejos sus experiencias… No es solo su buen sentido el que corre riesgo, es su razón toda entera, su salud, su vida, y a veces inclusive su honor… La pendiente es resbaladiza: de un fenómeno se pasa a otro y, pronto, ya no se es capaz de detenerse. No es pues sin motivo que, antaño, la Iglesia prohibía todas estas diablerías»4. Del mismo modo, el espiritista Barthe ha dicho: «No olvidemos que por estas comunicaciones nos ponemos bajo la influencia directa de seres desconocidos entre los cuales los hay tan astutos, tan perversos, que no se podría desconfiar demasiado de ellos… Tenemos varios ejemplos de graves enfermedades, de trastornos del cerebro, de muertes súbitas causadas por revelaciones mentirosas que no devinieron verdaderas sino por la debilidad y la credulidad de aquéllos a los cuales se les hacían»5.

A propósito de esta última cita, debemos atraer la atención sobre el peligro especial de las predicciones contenidas en algunas «comunicaciones», y que actúan como una verdadera sugestión sobre aquellos que son su objeto; por lo demás, este peligro existe también para aquellos que, fuera del espiritismo, han recurrido a las «artes adivinatorias»; pero estas prácticas, por poco recomendables que sean, no pueden ser ejercidas de una manera tan constante como las de los espiritistas, y así corren menos riesgo de girar hacia la idea fija y la obsesión. Hay desdichados, más numerosos de lo que podría creerse, que no emprenderían nada sin haber consultado su mesa, y eso incluso para las cosas más insignificantes, para saber qué caballo ganará en las carreras, qué número saldrá en la lotería, y así sucesivamente6. Si las predicciones no se realizan, el «espíritu» encuentra siempre alguna excusa: las cosas debían pasar como él lo había dicho, pero ha sobrevenido tal o cual circunstancia que era imposible de prever, y que lo ha cambiado todo; la confianza de las pobres gentes por eso no se quiebra en modo alguno, y recomienzan hasta que se encuentran finalmente arruinados, reducidos a la miseria, o llevados a transacciones deshonestas que el «espíritu» no deja de sugerirles; y todo eso desemboca ordinariamente en la locura completa o en el suicidio. A veces, también ocurre que las cosas se complican de una manera diferente, y que las víctimas, en lugar de consultar ellas mismas al pretendido «espíritu» por el que se dejan dirigir ciegamente, se dirigen a un médium que estará fuertemente tentado de explotar su credulidad; Dunglas Home mismo narra un destacable ejemplo de ello, que ha pasado en Ginebra, y cuenta la conversación que tuvo, el cinco de octubre de 1876, con una pobre mujer cuyo marido había devenido loco a consecuencia de estos acontecimientos: «Fue en 1853, dice ella, cuando una noticia bastante singular vino a distraernos de nuestras ocupaciones ordinarias. Se trataba de algunas jóvenes que, en casa de un amigo común, habían desarrollado la facultad extraña de médiums escritores. El padre también, se decía, tenía el don de ponerse en relación con los espíritus, por medio de una mesa… Yo fui a una sesión, y, como todo lo que se hacía allí me pareció de buena ley, comprometí a mi marido a venir conmigo… Por tanto, fuimos a casa del médium, que nos dijo que el espíritu de Dios hablaba por su mesa… La mesa acabó por darnos a entender que debíamos sin más tardar instalar en nuestra casa al médium y a su familia, y compartir con ellos la fortuna que había placido a Dios darnos. Las comunicaciones hechas por la mesa se tenían como viniendo directamente de Nuestro Salvador Jesucristo. Yo dije a mi marido: “Démosles más bien una suma de dinero; sus gustos y los nuestros son diferentes, y yo no podría vivir feliz con ellos”. Mi marido entonces me contestó, diciendo: “La vida de Aquel que adoramos fue una vida de abnegación, y debemos buscar imitarle en todas las cosas. Repasa tus prejuicios, y este sacrificio probará al Maestro la buena voluntad que tienes de servirle”. Yo consentí, y una familia de siete personas se agregó a nuestra casa. Pronto comenzó para nosotros una vida de gastos y de prodigalidades. Se tiraba el dinero por las ventanas. La mesa nos mandó expresamente comprar otro coche, cuatro caballos más, después un barco de vapor. Teníamos nueve domésticas. Vinieron pintores a decorar la casa de arriba a abajo. Se cambiaron varias veces los muebles por un mobiliario cada vez más suntuoso. Eso con el propósito de recibir lo más dignamente posible a Aquel que venía a vernos, y de atraer la atención de las gentes de afuera. Todo lo que se nos pedía, lo hacíamos. Era costoso, teníamos mesa abierta. Poco a poco, personas convencidas llegaron en gran número, jóvenes de los dos sexos la mayor parte, a los cuales la mesa prescribía el matrimonio, que se hacía entonces a nuestras expensas, y si la pareja venía a tener niños, se nos confiaban para enseñarlos. Hemos tenido hasta once niños en la casa. El médium se casó a su vez, y los miembros de su familia se acrecentaron, de suerte que no tardamos en contar treinta personas a la mesa. Eso duró tres o cuatro años. Estábamos ya casi al borde de nuestros recursos. Entonces la mesa nos dijo de ir a París, y que el Señor tendría cuidado de nosotros. Partimos. Tan pronto como llegó a la gran capital, mi marido recibió la orden de especular en la bolsa. Perdió allí lo poco que nos quedaba. Esta vez era la miseria, la miseria negra, pero nosotros siempre teníamos la fe. Vivimos no sé cómo. Muchos días me he visto sin otro alimento que un mendrugo de pan y un vaso de agua. Olvidaba deciros que en Ginebra se nos había prescrito administrar el sagrado sacramento a los fieles. Ahora bien, a veces había hasta cuatrocientos comulgantes. Un monje de Argovie dejó su convento, donde era superior, y abjuró el catolicismo para juntarse a nosotros. Así pues, nosotros no estábamos solos en nuestra ceguera. Finalmente, pudimos abandonar París y volver de nuevo a Ginebra. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de toda la extensión de nuestra desdicha. Aquéllos con quienes habíamos compartido nuestra fortuna fueron los primeros en darnos la espalda». Y Home agrega a manera de comentario: «He aquí pues un hombre que, ante una mesa, suelta una serie de blasfemias en la llamada lenta y difícil al alfabeto, y es suficiente para arrojar a una familia piadosa y honesta en un delirio de extravagancia del que no vuelve sino cuando está arruinada. E incluso cuando están arruinados, estas pobres gentes por eso no permanecen menos ciegos. En cuanto al que ha causado su ruina, no es el único que yo haya encontrado. Estos seres extraños, mitad trapaceros mitad convencidos, que se encuentran en todas las épocas, al ilusionar a los demás hombres, acaban por tomar en serio su papel fingido y devienen más fanáticos que las personas de quienes abusan»7.




  1. Analyse des choses, p. 185. 

  2. Traité élémentaire de Magie pratique, pp. 505-507. 

  3. La Clef des Grands Mystères

  4. La Main et ses mystères, t. II, p. 174. 

  5. Le Livre des Esprits; citado por Mgr Méric, L’autre vie, t. II, p. 425. 

  6. M. Léon Denis reconocía estos hechos y protesta contra tales «abusos», que provocan lo que él llama «mistificaciones de ultratumba» (Dans l’Invisible, p. 410). 

  7. Les Lumières et les Ombres du Spiritualisme, pp. 103-110. 

Guénon – Mistérios