Pseudo-iniciação

René Guénon — O REINO DA QUANTIDADE E SINAL DOS TEMPOS

A PSEUDO-INICIAÇÃO
Cuando calificamos de «satánica» a la acción antitradicional cuyos diversos aspectos estudiamos aquí, debe entenderse bien que eso es enteramente independiente de la idea más particular que cada uno podrá hacerse de lo que es llamado «Satán», conformemente a algunas concepciones teológicas u otras, ya que no hay que decir que las «personificaciones» no importan nada desde nuestro punto de vista y no tienen que intervenir de ninguna manera en estas consideraciones. Lo que hay que considerar, es, por una parte, el espíritu de negación y de subversión en el que «Satán» se resuelve metafísicamente, sean cuales fueren las formas especiales que puede revestir para manifestarse en tal o cual dominio, y, por otra, lo que le representa propiamente y le «encarna» por así decir en el mundo terrestre donde consideramos su acción, y que no es otra cosa que lo que hemos llamado la «contrainiciación». Es menester destacar bien que decimos «contrainiciación», y no «pseudoiniciación», que es algo muy diferente; en efecto, no se debe confundir el contrahechor con la contrahechura, de la que la «pseudoiniciación», tal como existe hoy día en numerosas organizaciones cuya mayor parte se vinculan a alguna forma del «neoespiritualismo», no es en suma más que uno de los múltiples ejemplos, al mismo título que aquellos que ya hemos tenido que constatar en ordenes diferentes, aunque presenta quizás, en tanto que contrahechura de la iniciación, una importancia más especial todavía que la contrahechura de no importa cuál otra cosa. La «pseudoiniciación» no es realmente más que uno de los productos del estado de desorden y de confusión provocado, en la época moderna, por la acción «satánica» que tiene su punto de partida consciente en la «contrainiciación»; puede ser también, de una manera inconsciente, un instrumento de ésta, pero, en el fondo, eso es verdad igualmente, a un grado o a otro, de todas las demás contrahechuras, en el sentido de que todas son como otros tantos medios que ayudan a la realización del mismo plan de subversión, de suerte que cada una desempeña exactamente el papel más o menos importante que le está asignado en este conjunto, lo que, por lo demás, constituye todavía una suerte de contrahechura del orden y de la armonía mismas contra los cuales todo este plan está dirigido.

La «contrainiciación» no es ciertamente una simple contrahechura completamente ilusoria, sino al contrario algo muy real en su orden, como lo muestra muy bien la acción que ejerce efectivamente; al menos, no es una contrahechura más que en el sentido de que imita necesariamente a la iniciación a la manera de una sombra invertida, aunque su verdadera intención no sea imitarla, sino oponerse a ella. Por lo demás, esta pretensión es forzosamente vana, ya que el dominio metafísico y espiritual le está absolutamente prohibido, puesto que está más allá de todas las oposiciones; todo lo que puede hacer es ignorarle o negarle, y no puede ir en ningún caso más allá del «mundo intermediario», es decir, del dominio psíquico, que es, bajo todos los aspectos, el campo de influencia privilegiado de «Satán» en el orden humano e incluso en el orden cósmico1; pero la intención no existe menos por eso, con la toma de partido que implica ir propiamente al revés de la iniciación. En cuanto a la «pseudoiniciación», no es nada más que una parodia pura y simple, lo que equivale a decir que no es nada por sí misma, que está vacía de toda realidad profunda, o, si se quiere, que su valor intrínseco no es ni positivo como el de la iniciación, ni negativo como el de la «contrainiciación», sino simplemente nulo; no obstante, si no se reduce a un juego más o menos inofensivo como se estaría quizás tentado de creerlo en estas condiciones, es en razón de lo que hemos explicado, de una manera general, sobre el verdadero carácter de las contrahechuras y el papel al que están destinadas; y es menester agregar también, en este caso especial, que los ritos, en virtud de su naturaleza «sagrada» en el sentido más estricto de esta palabra, son algo que jamás es posible simular impunemente. Se puede decir también que las contrahechuras «pseudotradicionales», a las que se vinculan todas las desnaturalizaciones de la idea de tradición de las que ya hemos hablado precedentemente, alcanzan aquí su máxima gravedad, primero porque se traducen por una acción efectiva en lugar de permanecer en el estado de concepciones más o menos vagas, y después porque atacan al lado «interior» de la tradición, a lo que constituye su espíritu mismo, es decir, al dominio esotérico e iniciático.

Se puede destacar que la «contrainiciación» se aplica a introducir sus agentes en las organizaciones «pseudoiniciáticas», a las que «inspiran» así sin saberlo sus miembros ordinarios, e incluso, lo más frecuentemente, sus jefes aparentes, que no son menos inconscientes que los otros de aquello a lo cual sirven realmente; pero conviene decir que, de hecho, los introduce también, de una manera semejante, por todas partes donde puede, en todos los «movimientos» más exteriores del mundo contemporáneo, políticos u otros, e incluso, como lo decíamos más atrás, hasta en algunas organizaciones auténticamente iniciáticas o religiosas, pero cuyo espíritu tradicional está demasiado debilitado como para que sean todavía capaces de resistir a esta penetración insidiosa. No obstante, aparte de este último caso que permite ejercer tan directamente como es posible una acción disolvente, el de las organizaciones «pseudoiniciáticas» es sin duda el que debe retener sobre todo la atención de la «contrainiciación» y constituir el objeto de esfuerzos más particulares de su parte, por eso mismo de que la obra que se propone es ante todo antitradicional, y porque es incluso a eso solo, en definitiva, a lo que se resume toda entera. Por lo demás, es muy probablemente por esta razón por lo que existen múltiples lazos entre las manifestaciones «pseudoiniciáticas» y toda suerte de otras cosas que, a primera vista, parecerían no deber tener con ellas la menor relación, pero que todas son representativas del espíritu moderno bajo alguno de sus aspectos más acentuados2; ¿por qué, en efecto, si ello no fuera así, iban a jugar los «pseudoiniciados» constantemente en todo eso un papel tan importante? Se podría decir que, entre los instrumentos o los medios de todo género puestos en obra por aquello de lo que se trata, la «pseudoiniciación», por su naturaleza misma, debe ocupar lógicamente el primer rango; ella no es más que un engranaje, bien entendido, pero un engranaje que puede comandar a muchos otros, sobre el que esos otros vienen a engranarse en cierto modo y del cual reciben su impulsión. Aquí, la contrahechura se prosigue todavía: la «pseudoiniciación» imita en eso la función de motor invisible que, en el orden normal, pertenece en propiedad a la iniciación; pero es menester cuidarse bien de esto: la iniciación representa verdadera y legítimamente el espíritu, animador principal de todas las cosas, mientras que, en lo que concierne a la «pseudoiniciación», el espíritu está evidentemente ausente. Resulta inmediatamente de eso que la acción ejercida así, en lugar de ser realmente «orgánica», no puede tener más que un carácter puramente «mecánico», lo que justifica por lo demás plenamente la comparación de los engranajes que acabamos de emplear; ¿y no es justamente este carácter también, como ya lo hemos visto, el que se encuentra por todas partes, y de la manera más sorprendente, en el mundo actual, donde la máquina lo invade todo cada vez más, donde el ser humano mismo está reducido, en toda su actividad, a parecerse lo más posible a un autómata, porque se le ha quitado toda espiritualidad? Pero eso es en efecto lo que manifiesta toda la inferioridad de las producciones artificiales, incluso si una habilidad «satánica» ha presidido en su elaboración; se pueden fabricar máquinas, pero no seres vivientes, porque, todavía una vez más, es el espíritu mismo el que falta y el que faltará siempre.




  1. Según la doctrina Islámica, es por la nefs (el alma) por donde el Shaytân tiene presa en el hombre, mientras que la rûh (el espíritu), cuya esencia es pura luz, esta más allá de sus ataques. 

  2. Hemos dado un gran número de ejemplos de actividades de este género en El Teosofismo