René Guénon — Resenha de “Swedenborg — A Nova Jerusalém e sua doutrina celeste”
37.- Emmanuel Swedenborg. La Nouvelle Jérusalem et sa doctrine céleste, précédée d’une notice sur Swedenborg, par le pasteur E.-A. Sutton. (Edition du 250 anniversaire de Swedenborg, 1688-1938. Swedenborg Society, London). Este librito puede dar una idea de conjunto de la doctrina de Swedenborg, de la cual es como un resumen; hay que tener en cuenta, leyéndolo, lo que hay frecuentemente de extravagante en la terminología del autor, que emplea de buena gana palabras nuevas, pero, lo que es quizá más molesto, palabras ordinarias a las cuales da una acepción totalmente inusitada. Nos parece que, en una traducción, se habría podido, hacer desaparecer sin alterar el sentido tales rarezas en cierta medida; los traductores, sin embargo, lo han juzgado de otra manera, estimando esta terminología necesaria “para designar cosas nuevas que son ahora reveladas”, lo que nos parece un poco exagerado, pues, en el fondo, las ideas expresadas no son de un orden tan extraordinario. A decir verdad, el “sentido interno” de las Escrituras, tal como Swedenborg lo considera, no va incluso muy lejos, y sus interpretaciones simbólicas nada tienen de muy profundo: ¿cuándo se ha dicho, por ejemplo, que, en el Apocalipsis, “el nuevo cielo y la nueva tierra significan una nueva Iglesia”, o que “la santa ciudad significa la doctrina de lo divino verdadero”? ¿en eso se está más avanzado? Comparando esto con el sentido verdaderamente esotérico, es decir, en los términos de la tradición hindú, el futuro Manvantara, en el primer caso, y Brahma-pura en el segundo, se ve inmediatamente toda la diferencia… En la “doctrina” misma, hay una mezcla de verdades a veces evidentes y de aserciones muy contestables; y un lector imparcial puede ahí encontrar, incluso desde el simple punto de vista lógico, unas “lagunas” que sorprenden, sobre todo cuando se sabe cuál fue, por otra parte, la actividad científica y filosófica de Swedenborg. No contestamos, por lo demás, que éste haya podido penetrar realmente en cierto mundo de donde sacó sus “revelaciones”; pero ese mundo, que él tomó de buena fe como el “mundo espiritual”, estaba sin duda muy alejado de él, y no era, de hecho, más que un dominio psíquico aún muy próximo al mundo terrestre, con todas las ilusiones que tal dominio comporta siempre inevitablemente. Este ejemplo de Swedenborg es en suma bastante instructivo, pues “ilustra” bien los peligros que entraña, en semejante caso, la falta de una preparación doctrinal adecuada; sabio científico y filósofo, eran ciertamente “cualificaciones” de todo punto insuficientes, y que no podían de ninguna manera permitirle discernir a cuál especie de “otro mundo” tenía acceso en realidad.