Guénon — Introdução Geral ao Estudo das Doutrinas Hindus — O Vedanta ocidentalizado
CAPÍTULO IV — El Vêdânta occidentalizado
Nos es menester mencionar también, en un orden de ideas más o menos conexo a ese al que pertenece el «teosofismo», algunos «movimientos» que, aunque han tenido su punto de partida en la India misma, por eso no son menos de una inspiración occidental, y en los cuales es menester hacer un lugar preponderante a esas influencias políticas a las que ya hemos hecho alusión en el capítulo precedente. Su origen se remonta a la primera mitad del siglo XIX, época donde Râm Mohum Roy fundó el Brahma-Samâj ó «Iglesia hindú reformada», cuya idea le había sido sugerida por misioneros anglicanos, y donde se organizó un «culto» exactamente calcado sobre el plan de los servicios protestantes. Hasta entonces, no había habido nunca nada a lo que pudiera aplicarse una denominación tal como la de «Iglesia hindú» o de «Iglesia brâhmanica», porque semejante asimilación no era posible ni por el punto de vista esencial de la tradición hindú, ni por el modo de organización que le corresponde; de hecho, fue la primera tentativa para hacer del brâhmanismo una religión en el sentido occidental de esta palabra, y, al mismo tiempo, se quiso hacer de él una religión animada por tendencias idénticas a las que caracterizan al protestantismo. Como era natural, este movimiento «reformador» fue fuertemente animado y sostenido por el gobierno británico y por las sociedades de misiones anglo-indias; pero era demasiado manifiestamente antitradicional y demasiado contrario al espíritu hindú para poder triunfar, y no se vio en él otra cosa que lo que era en realidad, un instrumento de la dominación extranjera. Por lo demás, por un efecto inevitable de la introducción del «libre examen», el Brahma-Samâj se subdividió pronto en múltiples «iglesias», como el protestantismo al que se acercaba cada vez más, hasta el punto de merecer la calificación de «pietismo»; y, después de vicisitudes que es inútil rastrear, acabó por extinguirse casi enteramente. Sin embargo, el espíritu que había presidido en la fundación de esta organización no debía limitarse a una sola manifestación, y otros intentos análogos fueron llevados a cabo dependiendo de las circunstancias, y generalmente sin más éxito; citaremos únicamente el Arya-Samâj, asociación fundada, hace medio siglo, por Dayânanda Sarawasti, a quien algunos llamaron «el Lutero de la India», y que estuvo en relación con los fundadores de la «Sociedad Teosófica». Lo que hay que destacar, es que, ahí como en el Brahama-Samâj, la tendencia antitradicional tomaba como pretexto un retorno a la simplicidad primitiva y a la doctrina pura del Vêda; para juzgar esta pretensión, basta saber cuan extraño es al Veda el «moralismo», preocupación dominante en todas estas organizaciones; pero el protestantismo pretende también restaurar el cristianismo primitivo en toda su pureza, y en esta similitud hay algo más que una simple coincidencia. Una tal actitud no carece de habilidad para hacer aceptar las innovaciones, sobre todo en un medio fuertemente vinculado a la tradición, con la que sería imprudente romper demasiado abiertamente; pero, si se admitieran verdadera y sinceramente los principios fundamentales de esta tradición, se deberían admitir también, por eso mismo, todos los desarrollos y todas las consecuencias que se derivan de ellos regularmente; es lo que no hacen los supuestos «reformadores», y es por eso por los que todos aquellos que tienen el sentido de la tradición ven sin esfuerzo que la desviación real no está del lado donde esos «reformadores» afirman que se encuentra.
Râm Mohum Roy se había dedicado particularmente a interpretar el Vêdânta conformemente a sus propias ideas; aunque insistía con razón sobre la concepción de la «unidad divina», que, por lo demás, ningún hombre competente había contestado nunca, pero que él expresaba en términos mucho más teológicos que metafísicos, desnaturalizaba bajo muchos aspectos la doctrina para acomodarla a los puntos de vista occidentales, que habían devenido los suyos, y hacía de ella algo que acababa por parecerse a una simple filosofía teñida de religiosidad, una suerte de «deismo» revestido de una fraseología oriental. Así pues, en su espíritu mismo, una tal interpretación está tan lejos como es posible de la tradición y de la metafísica pura; no representa más que una teoría individual sin autoridad, e ignora totalmente la realización que es la única meta verdadera de la doctrina toda entera. Tal fue el prototipo de las deformaciones del Vêdânta, ya que debían producirse otras después, y siempre en el sentido de un acercamiento con Occidente, pero de un acercamiento en el que Oriente corría con todos los gastos, en gran detrimento de la verdad doctrinal: empresa verdaderamente insensata, y diametralmente contraria a los intereses intelectuales de las dos civilizaciones, pero en la que la mentalidad oriental, en su generalidad, resulta poco afectada, ya que las cosas de este género le parecen completamente desdeñables. En toda lógica, no pertenece a Oriente acercarse a Occidente siguiéndole en sus desviaciones mentales, como le invitan a hacerlo insidiosamente, pero en vano, los propagandistas de toda categoría que Europa le envía; antes al contrario, pertenece a Occidente volver de nuevo, cuando quiera y pueda, a las fuentes puras de toda intelectualidad verdadera, de las que Oriente, por su parte, no se ha apartado nunca; y, ese día, el entendimiento sobre todos los puntos secundarios, que no dependen más que del orden de las contingencias, se cumplirá por sí mismo y como por añadidura.
Para volver a las deformaciones del Vêdânta, si casi nadie en la India les da ninguna importancia, así como lo decíamos hace un momento, es menester no obstante hacer excepción para algunas individualidades que tienen un interés especial en ello, interés en el que la intelectualidad no tiene la menor parte; en efecto, hay algunas de estas deformaciones cuyas razones fueron exclusivamente políticas. No vamos a contar aquí por qué serie de circunstancias tal Mahârâja usurpador, perteneciente a la casta de los shûdras, fue conducido, para obtener el simulacro de una investidura tradicional imposible, a desposeer de sus bienes a la escuela auténtica de Sankara, y a instalar en su lugar otra escuela, apoderándose falsamente del nombre y de la autoridad del mismo Sankara, y dando a su jefe el título de Jagad-guru ó «instructor del mundo», que no pertenece legítimamente más que al único verdadero sucesor espiritual de éste. Esta escuela, naturalmente, no enseña más que una doctrina disminuida y parcialmente heterodoxa; para adaptar la exposición del Vêdânta a las condiciones actuales, pretende apoyarle sobre las concepciones de la ciencia occidental moderna, que no tienen nada que hacer en este dominio; y, de hecho, se dirige sobre todo a los occidentales, de los que varios han recibido de ella el título honorífico de Vêdântabhûshana u «ornamento del Vêdânta», lo que no carece de una cierta ironía.
Una rama más completamente desviada aún, y más generalmente conocida en Occidente, es la que fue fundada por Vivêkânanda, discípulo del ilustre Ramakrishna, pero infiel a sus enseñanzas, y que ha reclutado adherentes sobre todo en América y en Australia, donde mantiene «misiones» y «templos». El Vêdânta ha devenido ahí lo que Schopenhauer había creído ver en él, una religión sentimental y «consolante», con una fuerte dosis de «moralismo» protestante; y, bajo esta forma decaída, se acerca extrañamente al «teosofismo», para el que es más bien un aliado natural que un rival o un competidor. Los matices «evangélicos» de esta pseudorreligión le aseguran un cierto éxito en los países anglosajones, y lo que muestra bien su carácter de sentimentalismo, es el ardor que pone en su propaganda, ya que la tendencia completamente occidental al proselitismo actúa con intensidad en estas organizaciones que no tienen de oriental más que el nombre y algunas apariencias puramente exteriores, lo estrictamente necesario para atraer a los curiosos y a los aficionados a un exotismo de la más mediocre cualidad. Salido de esa extravagante invención americana, también de inspiración protestante, que se intituló el «Parlamento de las religiones», y tanto mejor adaptado a Occidente cuanto más profundamente desnaturalizado estaba, este supuesto Vêdânta, que, por así decir, ya no tiene nada en común con la doctrina metafísica por la que quiere hacerse pasar, no merece ciertamente que nos detengamos más en él; pero, al menos, teníamos que señalar su existencia, así como la de otras instituciones similares, para poner en guardia contra las asimilaciones erróneas que podrían estar tentados de hacer aquellos que las conocen, y también porque, para aquellos que no las conocen, es bueno estar un poco informado sobre estas cosas, que son mucho menos inofensivas de lo que puede parecer a primera vista.