Miguel Cruz Hernández — História do Pensamento no Mundo Islâmico
La creación no tiene, pues, otro sentido que la prueba del Velo: descender los Santos Espíritus a la condición terrena temporal, para hacerlos superar la prueba y regresar vencedores. Para ello el místico deberá alcanzar un conocimiento de sí mismo como el ser que no es otra cosa que la mirada de Dios contemplándose a Sí mismo. El ser del extático no tiene otra esencia que ser el testigo a través del cual Dios da testimonio de Sí mismo. De este modo lo que era Velo se convierte en Espejo. Los actos de la creación son miradas divinas, cuyas contemplaciones han creado todos los entes, desde los Angeles que soportan el Trono, hasta Adán, ojo de la comunidad. Así la creación no es objeto, sino órgano contemplativo, teofanía, irradiación (tayalli), y no otra cosa que Dios. ¿Puede irse más allá? El intento es ya una demencia: la locura de lo inaccesible. Tras la Creación, Dios sólo se ha contemplado a Sí mismo. Más aún, puede decirse que Dios tiene horror a otro mundo fuera de El. Precisa, metafóricamente hablando, de testigos del mundo, que son los ojos indirectos por medio de los cuales Dios sigue aún contemplando al mundo y gracias a los cuales el mundo es concerniente a Dios. Son los mantenedores por Dios del cuidado de Dios por el mundo. «Dios posee en la tierra trescientos ojos cuyos corazones se corresponden con el de Adán; cuarenta cuyos corazones son como el de Moisés; siete cuyos corazones son como el de Gabriel; tres cuyos corazones son como el de Miguel y uno cuyo corazón es como el de Serafiel.» Los humanos podemos ignorarlo, y de hecho la mayor parte no los conocen, pero gracias a ellos el mundo permanece. Su labor no consiste en garantizar un estatuto social de la humanidad, sino en una garantía de salvación cósmica. La mirada por la que el místico conoce a Dios no es propiamente suya: es la misma mirada de Dios por la que Dios le conoce. Esta identidad de visión es el secreto íntimo de las visiones teofánicas que conducen a las más altas moradas. La «prueba del Velo» no es un triunfo definitivo.
La Esencia divina consiste en su inaccesibilidad radical. Cada grado de la efusiva creación divina tiene que vencer su propio velo; el Angel sobre el velo angélico; el profeta sobre el velo profético. Igualmente cada morada en la escala divina se alcanza mediante el triunfo sobre un velo, que es lo mostrado en la teofanía correspondiente, para no caer en la tentación de asentarse en la quietud — como los Apóstoles le pidieron a Jesús en el monte de la Transfiguración —, para decir una y otra vez: «Oh, alma de paz, vuelve a tu Señor.» Superar prueba tras prueba manifiesta la voluntad de no sucumbir ante la «locura de lo inaccesible», ante la imposibilidad de la espera. De este modo Ruzbihan explica su ascenso místico a través de las moradas (maqamat), estados transitorios (afywal) y revelaciones (muskasafat). Recorre el mundo del «pleroma» angélico: Angeles del espíritu (Ruhaniyyun), Dominaciones (Rabbaniyyun), Santidades (Qudsiyyun), Majestades (Yalayyun) y Bellezas (Yamaliyyun) —, los arcángeles Gabriel, Miguel, Serafiel y Azrael, como brillantes efebos. Escuchó la voz de Muhammad y tras él la de Adán, Noé, Abraham, Moisés, Jesús y los demás profetas. Moisés le hizo «gustar» la Tora; David, el Salterio; Jesús, el Evangelio; Muhammad, el Alcorán, y Adán, «los más bellos nombres divinos». Así hasta alcanzar los atributos de la Majestad y de la Belleza bajo la más hermosa de todas las formas. En sus visiones extáticas, Rúzbihán va recorriendo toda la simbología mística islámica, incluidos el sentido místico de la Ka’ba y el viaje ascensional (mi’ray). De este modo es iniciado en el «secreto» del monoteísmo esotérico: ser Compañero eterno, el Alter Ego divino, que permite la Unificación de lo que es Unico con la alegría de ser dos. Este es el Misterio de los misterios.