Laozi es una figura legendaria o, por lo menos, semi-legendaria, y constituye un evidente eufemismo decir que no se sabe nada a ciencia cierta acerca de él, ya que, incluso en el supuesto de que haya una base histórica en su biografía, debemos admitir que la imaginación popular ha tejido en torno a él un tapiz fantástico de acontecimientos imposibles e incidentes increíbles de tal magnitud que no hay esperanza alguna de desenredar la intrincada red de leyendas, mitos y hechos que lo rodean.
Incluso el historiador chino más sobrio y fiable de la antigüedad, el primero en intentar una descripción de la vida de Laozi en su Libro de la historia, Sima Qian, de la dinastía Han (principios del siglo I a. de C.), tuvo que contentarse con hacer una narración incongruente y poco metódica, basada en historias de diversas procedencias.
Según una de esas leyendas, Laozi era originario del estado de Chu. Era funcionario del Tesoro Real de Zhou cuando fue a visitado Confucio. Se dice que, tras la entrevista, Confucio hizo la siguiente observación a sus discípulos, acerca de Laozi: «Los pájaros vuelan, los peces nadan, los animales corren; todo eso, lo sé a ciencia cierta. Es más: el que corre puede caer en una trampa, el que nada puede quedar prendido al anzuelo y el que vuela puede ser alcanzado por la saeta. Pero ¿qué puede hacerse con un dragón? Ni siquiera podemos ver cómo cabalga vientos y nubes, elevándose en el cielo. ¡Sin duda este Laozi que he conocido hoy sólo es comparable a un dragón!».
Según esta historia, Laozi tenía más edad que Confucio (551-479 a. de C.). Eso significaría que vivió en el siglo VI a. de C., lo cual no puede, en modo alguno, ser un hecho histórico.
[…]Ocupémonos ahora de otro aspecto de Laozi, más importante que la cronología para nuestro propósito. Empezaremos señalando que la biografía de Laozi que presenta Sima Qian en su Libro de la historia indica que el sabio era originario de Chu. Escribe: «Laozi nació en Quren, Lixiang, en la provincia de Ku, del estado de Chu». En otro pasaje afirma que, según una tradición distinta, existía un hombre llamado Lao Laizi en tiempos de Confucio, que dicho hombre era de Chu y escribió quince libros que trataban de la Vía. Sima Qian añade que ese hombre podía ser Laozi.
Puede tratarse de una leyenda. Sin embargo, en mi opinión, es altamente significativo que la «leyenda» relacione al autor del Dao de jing con el estado de Chu. Esta relación no puede deberse a una mera coincidencia, ya que hay algo del espíritu de Chu que fluye a lo largo de todo el libro. Con «espíritu de Chu» me refiero a lo que podríamos llamar la tendencia chamánica de la mente o al pensamiento chamánico. Chu era un gran estado de la periferia meridional del Reino Central civilizado, un territorio con marcas vírgenes, ríos, bosques y montañas, rico en cuanto a naturaleza y pobre en cuanto a cultura, habitado por gentes de origen no chino con variopintas y extrañas costumbres. En él florecía todo tipo de creencias supersticiosas en seres sobrenaturales y espíritus, y abundaban las prácticas chamánicas.
Pero esta atmósfera aparentemente primitiva e «incivilizada» proporcionó un terreno favorable para el excepcional poder visionario de la imaginación poética, como lo demuestran las elegías compuestas por el mayor poeta-chamán que el estado de Chu haya dado jamás, Qu Yuan. La misma atmósfera produjo asimismo un tipo muy particular de pensamiento metafísico, probablemente porque la experiencia chamánica es de tal naturaleza que puede ser refinada y elaborada hasta alcanzar el nivel de experiencia metafísica. En cualquier caso, la profundidad metafísica del pensamiento de Laozi puede, creo, explicarse en gran medida si se relaciona con la mentalidad chamánica de los antiguos chinos, que se remonta a los tiempos históricos más remotos e incluso a épocas anteriores, y que floreció particularmente en el sur de China, a lo largo de la larga historia de la cultura de ese país.
A este respecto, Henri Maspéro está básicamente en lo cierto cuando se opone a la opinión tradicional que pretende que el taoísmo apareció bruscamente a principios del siglo IV antes de nuestra era como metafísica mística, con Laozi, que tuvo un gran desarrollo con Zhuangzi hacia finales de ese siglo y, a partir de entonces, fue corrompiéndose y degenerando hasta la dinastía Han posterior, en que se transformó en un cúmulo de supersticiones, magia y brujería. Contra esa visión, Maspéro sostiene que el taoísmo era una religión «personal», a diferencia del tipo agrícola y comunal de religión de estado que nada tiene que ver con la salvación personal, y que se remonta a la antigüedad inmemorial. La escuela de Laozi y Zhuangzi, según él, era una rama o sección de ese amplio movimiento religioso, una rama caracterizada por una marcada tendencia místico-filosófica.
Estas observaciones nos retrotraen de nuevo al problema de la autoría del Dao de jing y de la historicidad de Laozi. ¿Es posible que ese refinamiento metafísico del tosco misticismo haya sido el resultado de un proceso de desarrollo natural, sin la participación activa de un pensador individual dotado de un extraordinario don filosófico? No lo creo. El chamanismo primitivo de la China antigua habría conservado su tosquedad original como fenómeno de la religión popular, caracterizado por la orgía extática y la «posesión» frenética, de no ser por un tremendo trabajo de elaboración llevado a cabo en el transcurso de su historia por hombres de extraordinario genio. Así, para producir las Elegías de Chu, la visión chamánica del mundo tuvo que pasar por la mente de un Qu Yuan. De igual modo, sólo un genio filosófico pudo elevar la cosmovisión chamánica al grado de profunda metafísica de la Vía.