Comentários ao Poimandres
Los primeros comienzos
En el Poimandres no escuchamos nada acerca de la naturaleza maligna de los Gobernadores, aunque la sumisión a su gobierno, llamado Destino, es claramente contemplada como una desgracia del Hombre y una violación de su soberanía original. Esto plantea la pregunta de la cualidad teológica de la creación, y así llegamos, por fin, a la sorprendente primera parte de la visión, relacionada con las fases iniciales de la cosmogonía.
La parte de la revelación que precede a la generación del Hombre (4-11) muestra las siguientes subdivisiones: visión directa de la primera fase de la cosmogonía, anterior a la creación efectiva (4-5); explicación de su contenido llevada a cabo por Poimandres (6); reanudación y culminación de la visión, acompañadas de revelación del mundo inteligible en Dios, mundo según el cual se formó lo sensitivo (7). De aquí en adelante, la visión se hace audible, es decir, Poimandres comenta verbalmente la historia de la creación efectiva, que llega a la inteligencia ahora iluminada del oyente. El párrafo 8 trata del origen de los elementos de la naturaleza: la relación de esta instrucción con la primera fase visionaria (4-5) presenta el enigma con el cual trataremos principalmente a partir de ahora. Los párrafos 9-11 tratan de cómo el primer Dios engendra al Demiurgo y de cómo éste crea los siete poderes planetarios y sus esferas, de la puesta en movimiento de este sistema y, por tanto, de su revolución; de la generación de animales irracionales a partir de los elementos inferiores de la naturaleza. De los acontecimientos que siguen a la aparición del Demiurgo en el esquema teológico, sólo el salto de la Palabra desde la Naturaleza a la esfera más exterior requiere una explicación. En cuanto al resto, nuestro interés se limita a las fases predemiúrgicas.
En primer lugar, nos detendremos en los contenidos visuales de la revelación inicial, que convierte al espectador en un testigo ocular de los primeros comienzos: la luz divina y la terrible oscuridad, semejante a una serpiente. Para empezar, el campo de visión está hecho sólo de luz, y sólo “pasado cierto tiempo” aparece en una parte de éste una oscuridad que nace abajo: de lo cual se deduce que esta oscuridad no es un principio original que coexiste con la luz sino que, de algún modo, se ha originado a partir de ésta. La otra cuestión es el mensaje críptico que se eleva de la agitada oscuridad en forma de grito o lamento. Analizaremos a continuación los interrogantes planteados por ambas cuestiones.
Como primera hipóstasis separada del Noûs supremo, la Palabra surge de la Luz divina y “llega a” la naturaleza húmeda: por lo que sucede después, este “llegar” debe entenderse como unión íntima con la naturaleza húmeda; lugar en el que permanecerá la Palabra hasta ser sacada de allí, de nuevo, por medio del trabajo del Demiurgo. Por el momento, la presencia de la Palabra en la naturaleza oscura hace que esta última comience a separarse en elementos más ligeros y más pesados (de forma incompleta por lo que se refiere a la tierra y al agua, que quedarán separadas sólo más tarde, en la fase demiúrgica): esta acción diferenciadora sobre la materia caótica es la principal función cosmogónica del Logos (Palabra), pero para mantener esta diferenciación, cuando su consolidación final por medio del trabajo del Artífice (Demiurgo) está aún pendiente, el Logos tiene que permanecer dentro de la naturaleza así separada. El Logos tiene aquí claramente el sentido griego de principio de orden, pero al mismo tiempo es una entidad divina y, como tal, se encuentra substancialmente implicada en todo aquello a lo que afecta.
En el párrafo 7, el visionario, después de haber recibido la orden de mirar atentamente la luz, distingue en ésta innumerables poderes, descubriendo al mismo tiempo que no se trata de una extensión uniforme sino organizada en un cosmos que es, como Poimandres le indica, la forma arquetípica; simultáneamente, ve fuego “contenido por un gran poder”, y este poder sólo puede ser el Logos que desde el interior mantiene separados a los distintos elementos en su sitio respectivo, siendo el fuego la circunferencia exterior formada al emerger de la naturaleza húmeda. Según esta explicación, el inicio de la segunda visión significa no una nueva fase del proceso cosmogónico sino un resumen del resultado de la primera en un nivel de comprensión superior; y esto, si la hipótesis es correcta, tendría una importancia decisiva en la interpretación mistificadora en cualquiera de la hipótesis del párrafo siguiente (el 8).
Igual que en el párrafo 7 el visionario aprende algo nuevo sobre la luz que ha visto antes, en el mismo párrafo éste pregunta y recibe una respuesta sobre algo que ya había formado la materia visual de la primera visión: el origen de los elementos de la naturaleza. De su pregunta: ¿De dónde han surgido?, esperamos la respuesta: De la naturaleza húmeda por la acción separadora de la Palabra; y la naturaleza húmeda, si la pregunta va un poco más lejos, vino de la transformación de la odiosa oscuridad. La pregunta siguiente sería entonces: ¿De dónde vino eso, si no estaba allí desde el principio?, y según la primera versión no estaba. Ésta, precisamente, sería la pregunta de las preguntas, a la cual debe enfrentarse todo el dualismo gnóstico no iranio y en cuya respuesta se fundamente el principal contenido de la ingeniosa especulación del modelo valentiniano. Su principio común defiende que una fractura o un oscurecimiento de la divinidad debe de ser la causa de la división de la realidad. Ahora bien, en mi opinión —y viendo que el resto de la explicaciones nos dejan en situación aún peor- la Boulé (Voluntad) de Dios, que aparece y desaparece de repente en este párrafo, para no volver a ser mencionada, es una alternativa a la Oscuridad estigia de la visión primera, y como tal un rudimento aislado del modelo de especulación sirio que de algún modo se ha abierto camino hasta aquí. El principal soporte de mi argumento es el papel del Logos en ambos casos. Cuando la naturaleza húmeda, después de que el Logos “haya llegado a ella”, se separa en los elementos, la femenina Voluntad de Dios, tras “recibir” en su interior al Logos, se organiza “según sus propios elementos”. El rasgo adicional de este último caso es que Boulé se ordena a sí misma “imitando” el orden arquetípico que ha percibido a través del Logos; es decir, Boulé tiene más de agente independiente que la naturaleza húmeda en la primera visión. Asimismo, junto con los “elementos” objeto de la pregunta, se menciona una “progenie” psíquica de Boulé, la cual seguramente se encuentra entre sus aportaciones a la futura creación. Ambos rasgos otorgan a Boulé un parecido notable con la Sophía de la gnosis siria. En otras palabras, en Boulé tendríamos una versión de ese problemático personaje divino, capaz de todas las bajezas, que encontramos en la Énnoia de Simón el Mago .
Un elemento crucial de la analogía propuesta entre Boulé y la “naturaleza húmeda” es el significado de la expresión: ella “recibió” al Logos. Afortunadamente, esta misma expresión se repite con ocasión de la unión de la Naturaleza y el Hombre, donde no sólo comporta un significado sexual evidente sino que también describe cómo en esta unión la Naturaleza absorbe al Hombre en su integridad, “recibiéndolo” (14). Si esto es lo que sucede también con el Logos que es “recibido” por Boulé, éste, igual que el Ánthropos que vendrá después de él, tendrá que ser liberado de esta inmersión. Y sin duda descubrimos que el primer efecto de la organización esférica del macrocosmo llevada a cabo por el Demiurgo es el salto ascendente del Logos de la Naturaleza inferior hacia su espíritu afín de la esfera más alta. Ahora bien, este resultado del trabajo del Demiurgo concuerda perfectamente con una doctrina cuya mayor expresión se encuentra en el maniqueísmo, pero que también hallamos en otras expresiones del gnosticismo, y según la cual la organización cósmica fue acometida con el propósito de liberar un principio divino caído y hecho prisionero en el reino inferior durante el estadio precósmico. No puedo dejar de sentir que todo esto sitúa a la femenina “Voluntad de Dios” en una posición intercambiable con la “naturaleza húmeda”: el logos es “recibido” en la primera, según el significado que le otorgamos en nuestro tratado; el Logos abandona esta última en un salto ascendente que le conduce hacia sus semejantes en la construcción del universo, construcción que se encontraría entonces en la naturaleza de una “salvación” primordial.
El autor del Poimandres sólo ha dejado que algunos rasgos de esta doctrina resulten visibles en su composición. La liberación del Logos a través de la creación del Demiurgo es, en términos del propio Poimandres, perfectamente explicable como consecuencia del hecho de que con la definida y estabilizadora organización cósmica su presencia en la Naturaleza inferior no sea ya requerida para mantener separados a los elementos, de forma que podría decirse que éste queda liberado, más que de unos lazos, de una tarea. Queda todavía el hecho de que, terminológicamente hablando, su comunión con Boulé es equivalente a la del Hombre con la Naturaleza, y de que incluso se hace mención a un “vástago” de esta unión: las “almas” como producto de Boulé, lo cual guarda un sorprendente parecido con lo que los valentinianos decían de su Sophía. Si volvemos entonces nuestra mirada a las dos entidades que, en nuestra opinión, son versiones alternativas del mismo principio metafísico, la Boulé de Dios y la primera Oscuridad, nos encontramos con la objeción de que algunos atributos de esta última, tales como el miedo o el odio, y su parecido con la serpiente, solo encajan con una Oscuridad antedivina original del modelo iranio, y no con una Sophía divina, por muy oscurecida y alejada de su fuente que ésta se halle. No obstante, resulta igualmente notable que esta Oscuridad aparezca después de la Luz y que tenga que haber surgido de ésta (al contrario de lo que sucede en el modelo iranio), o que “se lamente” más tarde: ambos rasgos señalan más en la dirección de la especulación de la Sophía que en la del dualismo primario.
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