Desde el punto de vista físico, la Tierra es un globo; todos los autores de la Edad Media coinciden en eso. A comienzos de la Edad de «las Tinieblas», como también en el siglo xix, podemos encontrar quienes creían que la Tierra era plana. Lecky,1 cuyo objetivo requería de algún modo que denigrase el pasado, exhumó a Cosmas Indicopleustes, del siglo vi, quien creía que la Tierra era un para-lelogramo plano. Pero, tal como revela la propia exposición de Lecky, Cosmas escribió en parte para refutar, en favor de la religión, una concepción contraria y prevalente que creía en los antípodas. San Isidoro atribuye a la Tierra la forma de una rueda (XIV, ii, I).
Y Snorre Sturlason la consideraba «el disco del mundo» o heims-kringla, primera palabra — a la que debe el título — de su gran saga. Pero Snorre escribía dentro del enclave escandinavo, que era casi una cultura aparte, rica en genio autóctono, pero incomunicada a medias de la herencia mediterránea que el resto de Europa disfrutaba.
Los medievales comprendieron lo que significaba el hecho de que la Tierra fuera redonda. Lo que nosotros llamamos gravedad — para los medievales, «inclinación natural» — era algo conocido de forma general. Vincent de Beauvois lo revela al preguntarse qué pasaría si existiese un agujero perforado a través del globo de la Tierra, de forma que hubiese paso libre de un cielo a otro, y alguien tirase una piedra en su interior. Responde que ésta quedaría inmovilizada en el centro.2 Me consta que, de hecho, la temperatura y el impulso producirían otro resultado, pero Vincent está absolutamente en lo cierto en principio. Mandeville en su Voiage and Travaile enseña la misma verdad de forma más ingeniosa: «en cualquier parte de la Tierra en que los hombres habiten, tanto arriba como abajo, les parece a los que en ella habitan que están más en lo cierto que ningún otro pueblo. Y así como a nosotros nos parece que están debajo de nosotros, así también les parece a ellos que nosotros estamos debajo de ellos» (XX). La presentación más brillante es la de Dante, en un pasaje que muestra la intensa capacidad de comprensión que en la imagen medieval coexistía con su debilidad en cuestiones de escala. En el Inferno, XXXIV, los dos viajeros encuentran al peludo y gigantesco Lucifer en el centro absoluto de la Tierra, incrustado en hielo hasta la cintura. La única forma como pueden continuar su viaje es deslizándose por sus lados — hay mucho pelo donde agarrarse — y estrechándose a través del agujero que hay en el suelo, y así llegan hasta sus pies. Pero descubren que, aunque para llegar a la cintura tienen que bajar, para llegar hasta sus pies tienen que mbir. Como Virgilio dice a Dante, han pasado el punto hacia el que se mueven todos los objetos pesados (70-111). Constituye el primer «efecto de ciencia-ficción» de la historia de la literatura.
La idea errónea de que los medievales creían que la Tierra era plana ha estado generalizada hasta época reciente. Puede haberse debido a dos razones. Una es el hecho de que los mapas medievales, como el gran mappemounde del siglo xni que se encuentra en la catedral de Hereford, representan la Tierra como un círculo, que es como la representarían los hombres que la consideraran como un disco. Pero, ¿qué harían, si, aun sabiendo que era un globo y deseando representarla en dos dimensiones, no dominaran todavía el difícil arte de la proyección, que es de época posterior? Afortunadamente, no necesitamos responder a esa pregunta. No hay razón para suponer que el mappemounde representa toda la superficie de la Tierra. La teoría de las cuatro zonas1 afirmaba que la región ecuatorial era demasiado calurosa como para que se pudiera habitarla. El otro hemisferio de la Tierra era completamente inaccesible para los habitantes de éste. Se podía escribir ciencia-ficción con respecto a él, pero no hacer geografía. No podía pensarse en incluirlo en un mapa. El mappemounde representa el hemisferio en que vivimos.
La segunda razón del error podría ser el hecho de que encontremos referencias al fin del mundo en la literatura medieval. Muchas veces son tan vagas como otras similares pertenecientes a nuestra época. Pero pueden ser más precisas, como cuando, en un pasaje geográfico, Gower dice:
Fro that into the worldes ende
Estward, Asie it is. (VII, 568-9.)
«A partir de allí hasta el fin del mundo, yendo hacia el este, se encuentra Asia.»