C.S.Lewis — A Imagem do Mundo
LUCANO
Lucano vivió desde el año 34 d. de C. hasta el 65. Séneca y Gallio (el que «no se preocupaba de ninguna de esas cosas») fueron tíos suyos. Su poema épico sobre la guerra civil, la Farsalia, quedó interrumpido por la muerte más miserable que se pueda imaginar para un hombre: conspiró contra Nerón, lo prendieron, confesó a cambio de una promesa de perdón, denunció (entre otros muchos) a su propia madre y, a pesar de todo, lo ejecutaron. Creo que actualmente su poema está infravalorado; indudablemente es una obra truculenta, pero no peor en ese sentido que las de Webster y Tourneur. Por lo que se refiere al estilo, Lucano es, como Young, «un epigramista lúgubre» y, como Séneca, un maestro del «coup de théatre verbal».
Que yo sepa, dicho estilo no se imitó en la Edad Media, pero a Lucano se lo consideró con gran respeto. Dante lo cita en De Volgari Eloquentia, junto a Virgilio, Ovidio, y Estacio, como uno de los cuatro regulati poetae (II, vi, 7). En el noble castillo del Limbo se codea con Homero, Horacio, Ovidio, Virgilio y el propio Dante (Inferno, IV, 88). Chaucer, al enviar su Troilo al mundo, le ordena que bese las huellas de «Virgilio, Ovidio, Homero, Lucano y Estacio» (V, 1971).
La figura más popular de Lucano fue Amidas (Véase E. R. Curtius, Europcan Literature and the Latin Middle Ages, trad. de W. R. Trask, Londres, 1953; desgraciadamente, hay que desconfiar de las traducciones de citas latinas que figuran en esta edición), el pobre pescador que traslada a César desde Palestra hasta Italia. Lucano lo usa como pretexto para hacer el elogio de la pobreza. Amidas, dice, no se sintió intimidado lo más mínimo por el hecho de que César llamara a su puerta: ¿qué templos, qué baluartes podrían jactarse de una seguridad semejante? (V. 527 y ss.). Dante traduce ese pasaje entusiásticamente en el Convivio (IV, xiii, 12) y lo recuerda con gran belleza en Paradiso, cuando hace decir a Santo Tomás de Aquino que la novia de San Francisco había permanecido durante mucho tiempo sin pretendiente, a pesar de que aquél que asustó a todo el mundo la encontró tan tranquila en la casa de Amidas (XI, 67 y ss.). Dos de las grandes damas de Lucano, Julia (de la Farsalia, I, III) y Marcia (II, 326), figuran también en el Inferno (IV, 128) entre los paganos nobles y virtuosos. La Corniglia que aparece citada junto a ellas suele considerarse como la madre de los Gracos, pero creo más probable que sea Cornelia, la esposa de Pompeyo, que figura en la obra de Lucano (V. 722 y ss.) como esposa ideal.
Sin embargo, esos préstamos no nos interesan mucho, excepto como pruebas de la popularidad de Lucano. Otros dos pasajes de la obra de Dante son más instructivos para nuestro propósito, porque revelan las peculiaridades del tratamiento que en la Edad Media se dio a los textos antiguos.
En su libro segundo (325 y ss.), Lucano relata cómo Marcia, casada primero con Catón y luego por orden suya con Hortensio, después de la muerte de éste vuelve a reunirse con su antiguo marido en la hora más sombría de él y de Roma y le pide, y obtiene, que se vuelvan a casar. Pero Dante (Convivio, IV, xxviii, 13 y ss) lee todo alegóricamente. Para él, Marcia es la nobile anima. Como virgen, representa l’adolescenza; como esposa de Catón, la gioventute. Los hijos que dio a Catón son las virtudes propias de ese período de la vida. Su matrimonio con Hortensio es la senettude; y los hijos que tuvo con él, las virtudes de la vejez. La muerte de Hortensio y su viudez representan la transición hacia la vejez extrema (senio). Su vuelta con Catón muestra al alma noble volviéndose hacia Dios. «Y», añade Dante, «¿qué hombre terrenal es más digno de representar (significare) a Dios que Catón? Con toda seguridad, ninguno». Esa valoración sorprendentemente alta del antiguo suicida ayuda a explicar su posición posterior como portero del purgatorio en la Comedia.
Además, en el mismo Convivio (III, v, 12), Dante afirma la existencia de los antípodas y de forma muy natural cita a San Alberto Magno — la mejor autoridad científica entonces disponible — en apoyo de su opinión. Pero lo interesante es que, no contento con eso, también cita a Lucano. Durante la marcha por el desierto en la Farsalia, IX, uno de los soldados, quejándose de que se hubiesen perdido en una región desconocida de la Tierra, había dicho: «Y quizá la propia Roma esté ahora bajo nuestros pies» (877). El poeta aparece colocado al mismo nivel que el científico como autoridad para una afirmación puramente científica. Siempre que intentemos evaluar el efecto total que los textos antiguos producían en los lectores medievales, debemos tener presente esa sorprendente incapacidad o indisposición para distinguir — en la práctica, aunque no siempre en teoría — libros de géneros diferentes. Esa costumbre, como muchas costumbres medievales, siguió viva hasta mucho después de que la Edad Media llegara a su fin. Burton es un responsable importante. Ilustra (Pt. 1, 2, M. 3, subs. 2) la fuerza fisiológica de la imaginación a partir de la Aethiopica de Heliodoro, como si esa historia fantástica fuese una historia auténtica y nos ofrece el mito de Orfeo como prueba de que los animales pueden apreciar la música (Pt. II, M. 2, 6, subs. 3). En el largo pasaje en latín sobre las perversiones sexuales (Pt. III, 2, M. I, subs. 2), cita a Pigmalión y a Pasifae junto a ejemplos modernos e históricos. Por tanto, es muy posible que la extensa descripción que hace Lucano de las aberraciones practicadas por la bruja Erictho (Farsalia, VI, 507 y ss) ejerciesen una influencia más que literaria y más funesta también. Puede ser que los tribunales contra la brujería lo tuvieran presente. Pero, como el gran período de la caza de brujas es posterior a la Edad Media, no voy a explorar aquí esa posibilidad. Quizá la contribución más importante de Lucano al Modelo proceda del comienzo de su libro noveno, en el que el alma de Pom-peyo sube desde la pira funeraria hasta el cielo. Repite la ascensión de Escipión descrita en el Sueño de Cicerón y añade nuevos detalles. Pompeyo llega «donde el aire tenebroso se junta con las ruedas que sostienen las estrellas» (Qua niger astriferis connectitur axibus aer), las esferas. Es decir, ha llegado a la gran frontera entre el aire y el éter, entre la «naturaleza» y el «cielo» de Aristóteles. Frontera que, claramente, está situada en la órbita de la Luna, pues la región del aire es «la que se extiende entre las regiones de la Tierra y los movimientos lunares» (Quodque patct térras Ínter lunaeque meatus), habitada por semidei Manes, los espíritus de hombres buenos, que ahora son se-midioses. Al parecer, habitan la propia superficie del aire, casi dentro del propio éter, pues Lucano los describe como patientes aetheris imi, «capaces de tolerar (quizá, respirar) la parte más baja del éter», como si el éter se volviese más aéreo o el aire más claro en el punto de su encuentro. Allí, primero Pompeyo bebe, se llena de «luz verdadera» (Se lumine vero Implevit) y ve «bajo qué vasta noche descansa lo que llamamos día» (Quanta sub nocte iaceret Nostra dies. Creo que esta frase puede significar bien: «Qué oscuro es nuestro día en comparación con el éter», bien: «Bajo qué profundo abismo de fenómenos nocturnos — astros — se produce nuestro día terrestre»; la primera posibilidad es mucho más probable; véase más adelante, p. 83). Finalmente, risitque sui ludibrio, trunci: miró hacia abajo y vio las burlas que estaban haciendo a su cadáver, al que ofrecían un funeral triste y secreto. Le hicieron reír.
En uno u otro autor volveremos a encontrar hasta el más mínimo detalle de ese episodio; para los ingleses, el pasaje, como es bien sabido, presenta otro interés más concreto. En primer lugar, Bocaccio lo copió en su Teseida (XI, I y ss.) y lo usó para el espíritu de su Arcita. Fue volando hasta la concavidad de la octava esfera o stella-tum, dejando atrás los lados convexos (conversi) de los (otros) ele-menti, los cuales, en este caso, como ocurre muchas veces, no son elementos, sino esferas celestiales. Naturalmente, todas las esferas eran cóncavas a medida que subía hacia ellas desde abajo, y convexas cuando volvía a mirarlas desde arriba. La de las estrellas fijas, el stellatum, siguió siendo cóncava porque no llegó hasta ella ni la atravesó (en aquel punto ya había llegado más lejos que Pompeyo). Como Escipión, observa lo pequeña que es la Tierra; como Pompeyo, se ríe; pero no porque su funeral, a diferencia del de Pompeyo, sea furtivo: se ríe del duelo. Chaucer ignoró este pasaje cuando usó la Teseida para su Knights Tale, pero lo usó para el espíritu de Troilo (V, 1 807 y ss.). Algunos han considerado la risa de Troilo amarga e irónica. A mí nunca me ha parecido así, y la ascendencia del pasaje, tal como la hemos seguido, me parece volverlo todavía menos probable. Me parece que los tres espíritus — el de Pompeyo, el de Arcita y el de Troilo — rieron por la misma razón, rieron de la pequenez de todas aquellas cosas que les habían parecido tan importantes antes de morir; de igual forma que reímos, al despertar, de las insignificancias que tanto destacaban en nuestros sueños.