Árbol del Mundo

En otra oportunidad (Ver nuestro estudio sobre La ciencia de las letras (cap. VI de esta compilación)), en conexión con la designación de la lengua “adámica” como “lengua siríaca”, hemos mencionado a la Siria primitiva, cuyo nombre significa propiamente la “tierra solar”, y de la cual Homero habla como de una isla situada “allende Ogigia”, lo que no permite identificarla sino con la Thulê o Tula hiperbórea; y “allí están las revoluciones del Sol”, expresión enigmática que, naturalmente, puede referirse al carácter “circumpolar” de esas revoluciones, pero que, a la vez, puede también aludir a un trazado del ciclo zodiacal sobre esta tierra misma, lo cual explicaría que tal trazado haya sido reproducido en una región destinada a ser una imagen de ese centro. Alcanzamos aquí la explicación de esas confusiones que señalábamos al comienzo, pues éstas han podido originarse, de manera en cierto modo normal, de la asimilación de la imagen al centro originario; y, especialmente, es muy difícil ver otra cosa que una confusión de este género en la identificación de Glastonbury con la isla de Ávalon (Se la ha querido identificar también con la “isla de vidrio” de que se habla en ciertas partes de la leyenda del Graal; es probable que también aquí se trate de una confusión con algún otro centro más oculto, o, si se quiere, más alejado en el espacio y en el tiempo, aunque esa designación no se aplica sin duda al centro primordial mismo). En efecto, semejante identificación es incompatible con el hecho de que esa isla se considera siempre como un lugar inaccesible; y, por otra parte, contradice igualmente la opinión, mucho más plausible, que ve en la misma región del Somerset el “reino de Logres”, del cual se dice, en efecto, que estaba situado en Gran Bretaña; y pudiera ser que ese “reino de Logres”, al cual se habría considerado territorio sagrado, derivase su nombre del Lug céltico, que evoca a la vez la idea de “Verbo” y la de “Luz”. En cuanto al nombre de Ávalon, es visiblemente idéntico al de Ablun o Belen, es decir, al del Apolo céltico e hiperbóreo (Sabido es que el Mont-Saint-Michel se llamaba antiguamente Tombelaine, es decir el Tumulus o monte de Belen (y no la “tumba de Helena”, según una interpretación por entero reciente y fantasiosa); da sustitución del nombre de Belen por el de un arcángel solar no altera en absoluto el sentido, como es evidente; y, cosa curiosa, también se encuentra “Saint Michael’s Hill” en la región correspondiente al antiguo “reino de Logres”), de suerte que la isla de Ávalon no es sino otra designación de la “tierra solar”, que, por lo demás, fue transportada simbólicamente del norte al oeste en determinada época, en correspondencia con uno de los principales cambios sobrevenidos en las formas tradicionales en el curso de nuestro Manvántara (Esta transferencia, como así también la de Sapta-Rksha de la Osa Mayor a las Pléyades, corresponde particularmente a un cambio del punto inicial del año, primero solsticial y luego equinoccial. La significación de “manzana” dada al nombre de Ávalon, sin duda secundariamente, en las lenguas célticas, no está en modo alguno en oposición con lo que acabamos de decir, pues se trata entonces de las manzanas de oro del “Jardín de las Hespérides”, es decir, de los frutos solares del “ÁRBOL DEL MUNDO”. (Sobre el Sapta-Rksha, ver cap. XXIV. (N. del T))). 186 SFCS LA TIERRA DEL SOL

La representación del vajra ofrece múltiples variantes; Ananda K. Coomaraswamy ha señalado (Elements of Buddhist Iconography) que la forma más habitual, con triple punta en cada extremo, está por eso estrechamente emparentada con el triçûla o tridente, otra arma simbólica muy importante pero cuyo estudio especial nos apartaría demasiado de nuestro tema (En este caso, la doble triplicidad de las ramas y de las raíces recuerda aún más exactamente la de las dos extremidades del vajra. (Sobre esto, véase infra, cap. LII: “El árbol y el vajra”). Sabido es, por otra parte, que el triçûla, como atributo de Çiva, se refiero a menudo al “triple tiempo” (trikâla), es decir a las tres modalidades del tiempo, como pasado, presente y futuro; habría también aquí vinculaciones que establecer con lo que se encuentra en el mismo orden de cosas en otras tradiciones, por ejemplo con ciertos aspectos del simbolismo de Jano); observaremos solamente que, mientras que la punta medial es la terminación del eje mismo, las dos puntas laterales pueden ser referidas también a las dos corrientes, de derecha y de izquierda, ya aludidas, y que, por esta misma razón, tal triplicidad se encuentra en otros casos de simbolismo “axial”, por ejemplo en ciertas figuraciones del “ÁRBOL DEL MUNDO”. A. K. Coomaraswamy ha mostrado igualmente que el vajra se asimila tradicionalmente a otros símbolos conocidos del “Eje del Mundo”, como el eje del carro, cuyas dos ruedas corresponden al Cielo y la Tierra, lo que explica, por lo demás, en particular, ciertas representaciones del vajra como “soportado” por un loto, sobre el cual está puesto verticalmente. En cuanto al cuádruple vajra, formado por la reunión de dos vajra ordinarios dispuestos en cruz, si se lo considera situado en un plano horizontal, como lo sugiere su designación de Karma-vajra, está muy próximo a símbolos tales como el svástika y el chakra (No se trata ya, pues, del eje vertical, como antes, sino de los dos ejes horizontales de la representación geométrica que hemos expuesto en Le Symbolisme de la Croix); nos limitaremos aquí a estas diferentes indicaciones, sobre las cuales tendremos quizá oportunidad de volver en otros estudios, pues es un tema de aquellos que no podría tenerse la pretensión de agotar. 343 SFCS LAS ARMAS SIMBÓLICAS

En el simbolismo cristiano, esa figura es lo que se llama el crisma simple; se la considera entonces como formada por la unión de las letras I y X (iota y khi), es decir, las iniciales griegas de las palabras Iêsous Khristós, y es éste un sentido que parece haber recibido desde los primeros tiempos del cristianismo; pero va de suyo que ese símbolo, en sí mismo, es muy anterior y, en realidad, uno de los que se encuentran difundidos en todas partes y en todas las épocas. El crisma constantiniano, formado por la unión de las letras griegas X y P, las dos primeras de la palabra Khristós, aparece a primera vista como inmediatamente derivado del crisma simple, cuya disposición fundamental conserva exactamente y del cual no se distingue sino por el agregado, en la parte superior del diámetro vertical, de un ojal destinado a transformar el I en P. Este ojal, que tiene, naturalmente, forma más o menos completamente circular, puede considerarse, en esa posición, como correspondiente a la f iguración del disco solar que aparece en la sumidad del eje vertical o del “ÁRBOL DEL MUNDO”, y esta observación reviste particular importancia en conexión con lo que hemos de decir luego con motivo del simbolismo del árbol (Ciertas formas intermedias muestran, por otra parte, un parentesco entre el crisma y la “cruz , ansada” egipcia, lo que por lo demás puede ser fácilmente comprendido segun lo que antes decíamos acerca de la cruz de tres dimensiones; en ciertos casos, el ojal del P (ro griego) toma la forma particular del símbolo egipcio del “ojal de Horus”. Otra variante del crisma está representada por el “cuatro de cifra” de las antiguas marcas corporativas, cuyas múltiples significaciones exigen, por otra parte, un estudio especial (ver cap. LXVII: “El cuatro de cifra”). Señalemos también que el crisma está a veces rodeado de un círculo, lo que lo asimila del modo más neto a la rueda de seis rayos). 553 SFCS LOS SÍMBOLOS DE LA ANALOGÍA

Por último, la figura de los seis radios, a veces algo modificada pero siempre perfectamente reconocible, forma igualmente el esquema de otro símbolo muy importante, el del árbol de tres ramas y tres raíces, donde encontramos también, manifiestamente, los dos ternarios inversos de que acabamos de hablar. Este esquema, por otra parte, puede encararse en los dos sentidos opuestos, de modo que las ramas pueden tomar el lugar de las raíces, y recíprocamente; volveremos sobre esta consideración cuando estudiemos de modo más completo algunos aspectos del simbolismo del “ÁRBOL DEL MUNDO”. 557 SFCS LOS SÍMBOLOS DE LA ANALOGÍA

Hemos hablado ya, en diversas ocasiones, del “ÁRBOL DEL MUNDO” y su simbolismo “axial” (Ver particularmente Le Symbolisme de la Croix, caps. IX y XXV); sin volver aquí sobre lo que hemos dicho entonces, agregaremos algunas observaciones referentes a ciertos puntos más particulares de ese simbolismo, y en especíal sobre los casos en que el árbol aparece invertido, es decir, con las raíces hacia arriba y las ramas hacia abajo, cuestión a la cual Ananda K. Coomaraswamy ha dedicado un estudio especial, The Inverted Tree (En L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. V, hemos citado los textos de la Katha-Upánishad, VI, 1, y de la Bhágavad-Gitâ XV, 1, donde el árbol está presentado en este aspecto; Coomaraswamy cita además varios otros que no son menos explícitos, especialmente RG-Veda, I, 24, 7, y Maitri-Upánishad’ VI, 4). Es fácil comprender que, si así ocurre, es ante todo porque la raíz representa el principio mientras que las ramas representan el despliegue de la manifestación; pero, a esta explicación general, cabe añadir ciertas consideraciones de carácter más cornplejo, que por lo demás reposan siempre sobre la aplicación del “sentido inverso” de la analogía, al cual esa posición invertida del árbol se refiere de modo manifiesto. A este respecto, hemos indicado ya que el esquema del árbol de tres ramas y tres raíces se construye precisamente sobre el símbolo de la analogía propiamente dicho, es decir, sobre la figura de seis radios cuyos extremos se agrupan en dos ternarios mutuamente inversos; y ese esquema puede encararse, por otra parte, en dos sentidos opuestos, lo que muestra que las dos posiciones correspondientes del árbol deben referirse a dos puntos de vista diferentes y complementarios, según que se lo mire, en cierto modo, de abajo arriba o de arriba abajo, es decir, en suma, según se adopte el punto de vista de la manifestación o el del Príncipio (Hemos señalado en otro lugar que el árbol ternario puede considerarse corno símbolo de la unidad y la dualidad que, en el simbolismo bíblico, se representan respectivamente por el “Árbol de Vida” y el “Árbol de la Ciencia”; la forma ternaria se encuentra especialmente en las tres “columnas” del “árbol sefirótico” de la Cábala, y va de suyo que la propiamente “axial” es entonces la “columna del medio” (ver Le Symbolisme de la Croix, cap. IX); para reducir esta forma al esquema que acabamos de indicar, es preciso reunir las extremidades de las “columnas” laterales por dos líneas que se cruzan en el punto central de la “columna del medio”, es decir, en Tif’éret (‘Esplendor’), cuyo carácter “solar” justifica plenamente esa posición del centro “irradiante”). 561 SFCS EL “ÁRBOL DEL MUNDO”

De los dos términos sánscritos que sirven principalmente para designar el “ÁRBOL DEL MUNDO”, uno, nyagrodha, da lugar a una observacioón interesante a ese mismo respecto, pues significa literalmente “que crece hacia abajo”, no solo porque tal crecimiento está representado de hecho por el de las raíces aéreas en la especie de árbol que lleva ese nombre, sino también porque, cuando se trata del árbol simbólico, éste mismo se considera como invertido (Cf. Aitareya-Bràhmana VII 30; Çàtapata-Bràhmana XII, 2, 7, 3). A esta posición del árbol se refiere, pues, propiamente el nombre nyagrodha, mientras que la otra designación, açvattha, se interpreta como la “estación del caballo” (açva-stha), donde éste, que es aquí el símbolo de Agni o del Sol, o de ambos a la vez, debe considerarse como llegado al término de su curso y detenido una vez alcanzado el “Eje del Mundo” (Igualmente, según la tradición griega las águilas —otro símbolo solar—, partiendo de las extremidades de la tierra, se detuvieron en el Ómphalos de Delfos, que representaba el “Centro del Mundo”). Recordaremos a este respecto que en diversas tradiciones la imagen del sol está vinculada también a la del árbol de otra manera, pues se lo representa como el fruto del “ÁRBOL DEL MUNDO”; al comienzo de un ciclo abandona su árbol y viene a posarse nuevamente en él al final del mismo, de modo que, también en este caso, el árbol es efectivamente la “estación del Sol” (Ver Le Symbolisme de la Croix cap. IX. El ideograma chino que designa la puesta del sol lo representa posándose sobre su árbol al terminar el día). 565 SFCS EL “ÁRBOL DEL MUNDO”

En cuanto a Agni, hay todavía algo más: él mismo es identificado con el “ÁRBOL DEL MUNDO”, de donde su nombre de Vanáspati o ‘Señor de los árboles’; y esa identificación, que confiere al “Árbol” axial una naturaleza ígnea, lo pone visiblemente en parentesco con la “Zarza ardiente” que, por otra parte, en cuanto lugar y soporte de manifestación de la Divinidad, debe concebirse también como situada en posición “central”. Hemos hablado anteriormente de la “columna de fuego” o de la “columna de humo” como sustitutos, en ciertos casos, del árbol o del pilar en cuanto representación “axial”; la observación recién formulada completa la explicación de esa equivalencia y le da su pleno significado (Cabe observar que esta “columna de fuego” y la “columna de humo” se encuentran exactamente en Éxodo, XIV, donde aparecen guiando alternativamente a los hebreos a su salida de Egipto, y eran, por otra parte, una manifestación de la Shejináh o “Presencia divina”). A. K. Coomaraswamy cita a este respecto un pasaje del Zóhar donde el “Árbol de Vida”, descripto, por lo demás, como “extendido de arriba abajo”, o sea invertido, se representa como un “Árbol de Luz”, lo que está enteramente de acuerdo con esa identificación; y podemos agregar otra concordancia, tomada de la tradición islámica y no menos notable. En la sura En-Nûr (‘La Luz’) (Corán, XXIV, 35), se habla de un “árbol bendito”, es decir, cargado de influjos espirituales (En la Cábala hebrea’ esos mismos influjos espirituales se simbolizan por el “rocío de luz” que emana del “Árbol de Vida”), que no es “ni oriental ni occidental”, lo que define netamente su posicioón “central” o “axial” (Del mismo modo y en el sentido más literalmente “geográfico”, el Polo no está situado ni a oriente y a occidente); y este árbol es un olivo cuyo aceite alimenta la luz de una lámpara; esa luz simboliza la luz de Allàh, que en realidad es Allàh mismo, pues, como se dice al comienzo del mismo versículo, “Allàh es la Luz del cielo y de la tierra”. Es evidente que, si el árbol está representado aquí como un olivo, ello se debe al poder iluminador del aceite que de él se extrae, y por lo tanto a la naturaleza ígnea y luminosa que está en él; se trata, pues, también en este caso, del “Árbol de Luz” al que acabamos de referirnos. Por otra parte, en uno por lo menos de los textos hindúes que describen el árbol invertido (Maitri-Upánishad, VI, 4), éste está expresamente identificado con Brahma; si en otros lugares lo está con Agni, no hay en ello contradicción alguna, pues Agni, en la tradición védica, no es sino uno de los nombres y aspectos del Brahma; en el texto coránico, Allàh, bajo el aspecto de Luz, ilumina todos los mundos (Esta Luz es, inclusive, según la continuación del texto, “luz sobre luz”, o sea una doble luz superpuesta, lo cual evoca la superposición de los dos árboles a que nos hemos referido antes; también aquí se encuentra “una esencia”‘ la de la única Luz, y “dos naturalezas”, la de lo alto y la de lo bajo, o lo no-manifestado y lo manifestado, a los cuales corresponden respectivamente la luz oculta en la naturaleza del árbol y la luz visible en la llama de la lámpara, siendo la primera el “soporte” esencial de la segunda); sin duda sería difícil llevar más lejos la similitud, y tenemos aquí también un ejemplo de los más notables del acuerdo unánime entre todas las tradiciones. 566 SFCS EL “ÁRBOL DEL MUNDO”

Hemos considerado antes el esquema del árbol de tres ramas y tres raíces, construido sobre el símbolo general de la analogía y susceptible de considerarse en los dos sentidos opuestos, agregaremos ahora algunas observaciones complementarias a este respecto, que destacarán mejor la conexión estrecha existente entre símbolos aparentemente distintos del “Eje del Mundo”. En efecto, como es fácil advertirlo según la figura adjunta, el esquema de que se trata, es, en el fondo, idéntico a la figura del doble vajra,cuyos extremos opuestos reproducen igualmente el simbolismo analógico de que hemos hablado. En uno de nuestros estudios anteriores en que hemos tratado del vajra habíamos indicado ya esa similitud con motivo de la triplicidad que a menudo se encuentra en el simbolismo “axial”, para representar a la vez el eje mismo, que ocupa naturalmente la posición central, y las dos corrientes cósmicas de derecha y de izquierda que lo acompañan, triplicidad de la cual son ejemplo ciertas figuraciones del “ÁRBOL DEL MUNDO”; hacíamos notar que, en ese caso, la doble triplicidad de las ramas y las raíces recuerda, incluso más exactamente todavía, la de las dos extremidades del vajra, las cuales, como es sabido, son en forma de tridente o triçúla ( “Les armes symboliques” (aquí, cap. XXVI: “Las armas simbólicas”). Sobre las figuraciones del vajra, ver A. K. Coornaraswamy, Elements of Buddhist Iconoqraphy) 570 SFCS EL ÁRBOL Y EL VAJRA

Empero, podría preguntarse si la relación así establecida entre el árbol y el símbolo del rayo, que pueden parecer a primera vista cosas muy distintas, es capaz de llegar aún más lejos que al solo hecho de esa significación “axial” que les es manifiestamente común; la respuesta se encuentra en lo que hemos dicho sobre la naturaleza ígnea del “ÁRBOL DEL MUNDO”, al cual Agni mismo, en cuanto Vanáspati, se identifica en el simbolismo védico, y del cual, por lo tanto, la “columna de fuego” es un exacto equivalente como representación del eje. Es evidente que el rayo también es de naturaleza ígnea o luminosa; el relámpago, por lo demás, es uno de los símbolos más habituales de la “iluminación” entendida en su sentido intelectual o espiritual. El “Árbol de Luz” del que hemos hablado atraviesa e ilumina todos los mundos; según el pasaje del Zóhar citado a este respecto por A. Coomaraswamy, “la iluminación comienza en la cima y se extiende en línea recta a través del tronco íntegro”; y esta propagación de la luz puede evocar fácilmente la idea del relámpago. Por lo demás, de modo general, el “Eje del Mundo” se considera siempre, más o menos explícitamente, como luminoso; hemos tenido ya ocasión de recordar que Platón, en particular, lo describe como un “eje luminoso de diamante”, lo que, precisamente, se refiere también de modo directo a uno de los aspectos del vajra, ya que este término tiene a la vez los sentidos de ‘rayo’ y ‘diamante’ (A este respecto, hemos establecido también una vinculación con el simbolismo búdico del “Trono de diamante”, situado al pie del árbol axial; en todo ello, ha de considerarse en el diamante por un lado, su luminosidad, y por otro, el carácter de indivisibilidad e inalterabilidad, que es una imagen de la inmutabilidad esencial del eje). 571 SFCS EL ÁRBOL Y EL VAJRA

Al hablar del “ÁRBOL DEL MUNDO”, hemos mencionado en particular, entre sus diversas figuraciones, el árbol Haorna de la tradición avéstica; éste (y más precisamente el Haoma blanco, árbol “paradisíacó”, pues el otro, el Haoma amarillo, no es sino un “sustituto” ulterior) está especialmente en relación con su aspecto de “Árbol de Vida”, pues el licor de él extraído, también llamado haoma, es la misma cosa que el soma védico, el cual, según es sabido, se identifica con el ámrta o “licor de inmortalidad”. Que el soma, por lo demás, se dé como extraído de una simple planta más bien que de un árbol, no es objeción válida contra esa vinculación con el simbolismo del “ÁRBOL DEL MUNDO”; en efecto, éste es designado con múltiples nombres, y, junto a los que se refieren a árboles propiamente dichos, se encuentran también el de “planta” (óshadhi) e inclusive el de “caña” (vétasa) (Cf. A. K. Coomaraswamy, The Inverted Tree, p. 12). 576 SFCS EL “ÁRBOL DE VIDA” Y EL LICOR DE INMORTALIDAD