Beleza do Mundo

BELEZA DO MUNDO

Ananda Coomaraswamy: TEORIA MEDIEVAL DA BELEZA
La doctrina de que la belleza de la integralidad del universo es mayor que la de cualquiera de sus partes está extensamente desarrollada en la escolástica cristiana, así como en la filosofía oriental; esperamos poder ofrecer dentro de poco una traducción del De tribus diebus c.4-13 de Hugo de San Víctor, donde trata de la belleza del mundo como un todo y en sus partes, combinando los puntos de vista estético y teológico (Coomaraswamy parece que nunca realizó este proyecto.—EDN). En cuanto al Génesis 2:1, San Agustín (Confesiones XIII.28) subraya el concepto de la mayor belleza del todo cuando dice: «Tú contemplaste todo cuanto hiciste, y viste que no sólo era Bueno, sino también Muy Bueno, al estar ahora todo junto». Esta belleza de la totalidad del universo, a saber, de todo lo que ha sido, es, o será en todas partes, la de la «imagen del mundo» tal como Dios la ve, y tal como puede ser vista por otros en el espejo eterno del intelecto divino, según su capacidad; como dice San Agustín (De civ. Dei XII.29) con referencia al entendimiento angélico (sánscrito adhidaivata, paroksha): «El espejo eterno conduce las mentes de los que miran en él a un conocimiento de todas las cosas, y mejor que de cualquier otro modo». La «satisfacción» divina, expresada en las palabras del Génesis «y vio que era muy bueno», representa la perfección de la experiencia «estética», como también en el Svatma-nirupana 95 de Shankaracarya; «La Esencia Última, al contemplar la imagen del mundo pintada por la Esencia en el vasto lienzo de la Esencia, tiene una gran delectación en ello», que ratifica el Siddhantamuktavali, p. 181: «Yo contemplo el mundo como una imagen, yo veo la Esencia»; todo esto corresponde al concepto védico del Sol Supernal como el «ojo» de Varuna con el que Él «contempla todo el universo» (visvam abhicashte, Rig Veda Samhita I.164.44, cf. VII.61.1), y en el budismo a la designación del Buddha como «el ojo del mundo, cakkhum loke». Todo el desprecio del mundo que se ha atribuido al cristianismo y al Vedanta no se dirige contra el mundo como se ve en su perfección, sub specie aeternitatis, y en el espejo del intelecto especulativo, sino contra una visión empírica del mundo en tanto que hecho de partes independientemente autosubsistentes a las que atribuimos una bondad o maldad intrínseca, basada sobre nuestro propio gusto o disgusto, los «dos salteadores» de Bhagavad Gita III.34 (cf. V.20, VI.32). «De nada sirve enojarse con las cosas» (Eurípides, Bell. fr. 289). «Son muchas las injusticias que cometemos cuando damos un valor absoluto» a los contrarios, dolor y placer, muerte y vida, sobre los que no tenemos ningún control, y «actúa claramente de modo impío quien él mismo no es neutral (hepises) hacia ellos» (Marco Aurelio VI.41, IX.I). Pues «no hay ningún mal en las cosas, sino sólo en el mal uso que el pecador hace de ellas». (San Agustín, De doctrina Christiana III.12): imparcialidad, apatía, ataraxia, paciencia, upeksha, sama-drshti, éstos son los prerequisitos indispensables para una actividad verdadera; las presuntas acciones que están «económicamente» determinadas por los gustos y disgustos no son realmente actos, sino sólo una reacción o un conductivismo pasivo y patético.

Si ignoramos la apreciación de la belleza del mundo, que es una doctrina fundamental en la filosofía escolástica, correremos un gran peligro de interpretar mal todo el «espíritu» del arte gótico. Es cierto que el arte cristiano es todo menos «naturalista» en nuestro sentido moderno e idólatra (cf. la protesta de Blake, cuando dice «temer que Wordsworth esté enamorado de la naturaleza»); pero, a pesar de toda su abstracción, o, en otras palabras, de su intelectualidad, está saturado de un sentido de la belleza formal que es propia a todas las cosas en su tipo y que coincide con su vida natural; y a menos que reconozcamos que este naturalismo es enteramente consistente con lo que se afirma explícitamente en la filosofía subyacente, tenemos muchas probabilidades de cometer el error romántico de suponer que todo lo que en el arte gótico parece haber sido tomado directamente de la naturaleza o ser «fiel a la naturaleza» representa una interpolación de la experiencia profana; en otras palabras, corremos el riesgo del ver en el arte un conflicto interno que le es completamente ajeno y que en realidad nos pertenece sólo a nosotros mismos.