Fénix

No tenemos cualidad para apreciar un poema como tal, pero, bajo el punto de vista simbólico, éste nos parece menos claro de lo que hubiera sido deseable, e incluso el carácter esencialmente «cíclico» y «solar» del mito del FÉNIX no se desprende del mismo muy distintamente; en cuanto al símbolo del huevo, confesamos no haber logrado comprender de que modo es considerado ahí; la inspiración del conjunto, a despecho del título, da la impresión de ser más «filosófico» que simbólico. Por otra parte, el autor parece creer seriamente en la existencia de una cierta organización denominado «Hermanos de Heliopolis» y en sus relaciones con una Tradición egipcia; uno se hace frecuentemente, en Europa, muchas ideas curiosas sobre el Egipto… Por lo demás, ¿está bien seguro de que sea a la Heliopolis de Egipto a la que el FÉNIX estuvo primitivamente asociado? Hubo también Heliopolis de Siria, y, si de destaca que Siria no fue siempre únicamente el país que lleva este nombre todavía hoy, esto puede aproximarnos más a los orígenes; la verdad, en efecto, es que estas diversas «Ciudades del Sol» de una época relativamente reciente no fueron jamás más que imágenes secundarias de la «Tierra solar» hiperborea, y que así, por encima de todas las formas derivadas que se conocen «históricamente», el simbolismo del FÉNIX se encuentra directamente vinculado a la Tradición Primordial misma. 2613 FTCC RESEÑAS: NOËL DE LA HOUSSAYE: Los Bronces italiotas arcáicos y su simbología. (Ediciones del Trident, París).

Sin entrar en detalles que estarían aquí fuera de propósito, se puede decir que el Azufre, cuyo carácter activo le hace asimilable a un principio ígneo, es esencialmente un principio de actividad interior, que se considera que irradia a partir del centro mismo del ser. En el hombre, o por similitud con éste, esta fuerza interna se identifica frecuentemente de una cierta manera con el poder de la voluntad; por lo demás, esto no es exacto más que a condición de entender la voluntad en un sentido mucho más profundo que su sentido psicológico ordinario, y de una manera análoga a aquella donde se puede hablar por ejemplo de la «Voluntad divina» (NA: Señalamos a este propósito que la palabra griega theion, que es la designación del Azufre, significa también al mismo tiempo «divino».) o, según la terminología extremo oriental, de la «Voluntad del Cielo», puesto que su origen es propiamente «central», mientras que todo lo que considera la psicología es simplemente «periférico» y no se refiere en suma más que a modificaciones superficiales del ser. Por lo demás, es intencionadamente como mencionamos aquí la «Voluntad del Cielo», ya que, sin poder ser asimilado al Cielo mismo, el Azufre, por su «interioridad», pertenece al menos, evidentemente, a la categoría de las influencias celestes; y, en lo que concierne a su identificación con la voluntad, se puede decir que, si no es verdaderamente aplicable al caso del hombre ordinario (a quien la psicología toma exclusivamente como objeto de su estudio), sí está plenamente justificada, por el contrario, en el caso del «hombre verdadero», que se sitúa en el centro de todas las cosas, y cuya voluntad, por consiguiente, está necesariamente unida a la «Voluntad del Cielo» (NA: Encontraremos más adelante esta consideración de la voluntad a propósito del ternario, «Providencia, Voluntad, Destino». — El «hombre transcendente», es decir, el que ha realizado en sí mismo el «Hombre Universal» (el-insânul-kâmil) es, en el lenguaje del hermetismo islámico, designado él mismo como el «Azufre rojo» (el-kebrîtul-ahmar), que también es representado simbólicamente por el FÉNIX; entre él y el «hombre verdadero» u «hombre primordial» (el-insânul-qadîm), la diferencia que existe es la que hay entre la «obra al rojo» y la «obra al blanco», que corresponden a la perfección respectiva de los «misterios mayores» y de los «misterios menores».). 2776 RGGT EL AZUFRE, EL MERCURIO Y LA SAL

Un primer punto sobre el que importa llamar la atención es el siguiente: la afirmación según la cual la lengua hebrea sería la lengua misma de la revelación primitiva bien parece no tener sino carácter exotérico y no pertenecer al fondo mismo de la doctrina cabalística, sino, en realidad, recubrir simplemente algo mucho más profundo. La prueba está en que lo mismo se encuentra igualmente dicho de otras lenguas, y que esta afirmación de “primordialidad”, si así puede llamarse, no podría ser tomada literalmente, ni justificarse en todos los casos, puesto que implicaría una contradicción evidente. Así es, en particular, para la lengua árabe, e inclusive es opinión muy comúnmente difundida en el país donde se la usa que habría sido la lengua original de la humanidad; pero lo notable, y lo que nos ha hecho pensar que debe ser el mismo el caso en lo que concierne al hebreo, es que esa opinión vulgar está tan poco fundada y tan desprovista de autoridad, que se halla en formal contradicción con la verdadera enseñanza tradicional del Islam, según la cual la lengua “adámica” era la “lengua siríaca” (logah sûryâniyah), que, por otra parte, nada tiene que ver con el país actualmente designado con el nombre de Siria, así como tampoco con ninguna de las lenguas más o menos antiguas cuyo recuerdo se ha conservado entre los hombres hasta hoy. Esa logah sûryâniyah es propiamente, según la interpretación que se da de su nombre, la lengua de la “iluminación solar” (shems-ish-râqyah); en efecto, Sûryâ es el nombre sánscrito del Sol, y esto parecería indicar que su raíz sur, una de las que designan la luz, pertenecía sí a la lengua original. Se trata, pues, de esa Siria primitiva de la cual Homero habla como de una isla situada “más allá de Ogigia”, lo que la identifica con la Tula hiperbórea, “donde están las revoluciones del Sol”. Según Josefo, la capital de ese país se llamaba Heliápolis, “ciudad del Sol” (Cf. La Ciudadela solar de los Rosacruzes, La Ciudad del Sol, de Campanella, etc. A esta primera Heliópolis debiera ser referido en realidad el simbolismo cíclico del FÉNIX), nombre dado después a la ciudad de Egipto también llamada On, así como Tebas habría sido originariamente uno de los nombres de la capital de Ogigia. Las sucesivas transferencias de estos nombres, y de muchos otros, serían particularmente interesantes de estudiar en lo que concierne a la constitución de los centros espirituales secundarios de los diversos períodos, constitución que se halla en relación estrecha con la de las lenguas destinadas a servir de “vehículos” a las formas tradicionales correspondientes. Esas lenguas son aquellas a las que se puede dar propiamente el nombre de “lenguas sagradas”; y precisamente sobre la distinción que debe hacerse entre esas lenguas sagradas y las lenguas vulgares o profanas reposa esencialmente la justificación de los métodos cabalísticos, así como procedimientos similares que se encuentran en otras tradiciones. 6688 SFCS LA CIENCIA DE LAS LETRAS (‘ILMU-L-HURÛF)

El simbolismo de que se trata se encuentra particularmente entre los antiguos egipcios; en efecto, según Plutarco, “los egipcios dan a su país el nombre de Khemia (Kêmi, en lengua egipcia, significa ‘tierra negra’, designación cuyo equivalente se encuentra también en otros pueblos; de esta palabra proviene la de alquimia (donde al- no es sino el artículo árabe), que designaba originariamente la ciencia hermética, es decir, la ciencia sacerdotal de Egipto), y lo comparan a un corazón” (Isis y Osiris, 33; trad. francesa de Mario Meunier, pág. 116). La razón que da este autor es bastante extraña: “Ese país es en efecto cálido, húmedo, está contenido en las partes meridionales de la tierra habitada, extendido a mediodía como en el cuerpo del hombre el corazón se extiende a la izquierda”, pues “los egipcios consideran el Oriente como el rostro del mundo, el Norte como la derecha y el Mediodía como la izquierda” (Ibid., 32, pág. 112. En la India, al contrario, el “lado de la derecha”(dákshina) es el mediodía, pero, a pesar de las apariencias, viene a ser lo mismo en ambos casos, pues debe entenderse por ello el lado que uno tiene a la derecha cuando mira hacia oriente, y es fácil representarse el lado izquierdo del mundo como extendido hacia la derecha del que lo contempla, e inversamente, como ocurre para dos personas situadas frente a frente). Éstas no son sino similitudes harto superficiales, y la verdadera razón ha de ser muy otra, puesto que la misma comparación con el corazón se aplica generalmente a toda tierra a la cual se atribuya carácter sagrado y “central” en sentido espiritual, cualquiera fuere su situación geográfica. Por lo demás, según el mismo Plutarco, el corazón, que representaba a Egipto, representaba a la vez el Cielo: “Los egipcios — dice — figuran el Cielo, que no puede envejecer porque es eterno, por un corazón colocado sobre un brasero cuya llama alimenta su ardor (Isis y Osiris, 10, pág. 49. Se advertirá que este símbolo, con la significación que aquí se le da, parece poder vincularse con el del FÉNIX). Así, mientras que el corazón se figura por un vaso que no es sino el que las leyendas del Medioevo occidental designarían como el “Santo Graal”, es a su vez y simultáneamente el jeroglífico de Egipto y del Cielo. 6758 SFCS LOS GUARDIANES DE TIERRA SANTA

Estas consideraciones nos llevan a otras verificaciones quizá más extrañas todavía: una idea aparentemente inexplicable a primera vista es la de referir a los fenicios el origen del Zodíaco de Glastonbury; verdad es que se acostumbra a atribuir a ese pueblo muchas cosas más o menos hipotéticas, pero la afirmación misma de su existencia en una época tan remota nos parece aún más cuestionable. Solo que debe notarse que los fenicios habitaban la Siria “histórica”; ¿habría sido el nombre del pueblo objeto de la misma transferencia que el del país mismo? Lo que daría lugar a suponerlo por lo menos es su conexión con el simbolismo del FÉNIX; en efecto, según Josefo, la capital de la Siria primitiva era Heliópolis, la “Ciudad del Sol”, nombre que fue dado más tarde a la ciudad egipcia de On; y a la primera Heliópolis, y no a la de Egipto, debería adjudicarse en realidad el simbolismo cíclico del FÉNIX y sus renacimientos. Ahora bien, según Diodoro Sículo uno de los hijos de Helios, o del Sol, llamado Actis, fundó la ciudad de Heliópolis; y ocurre que el término Actis existe como nombre de lugar en las cercanías de Glastonbury, y en condiciones que lo ponen precisamente en relación con el FÉNIX, en el cual se habría transformado, según otras referencias, ese “príncipe de Heliápolis” mismo. Naturalmente, el autor, engañado por las aplicaciones múltiples y sucesivas de los mismos nombres, cree que se trata aquí de la Heliópolis egipcia, como también cree poder hablar literalmente de los fenicios “históricos”, lo cual es en suma tanto más excusable cuanto que los antiguos, en la época “clásica”, incurrían ya harto a menudo en semejantes confusiones; el conocimiento del verdadero origen hiperbóreo de las tradiciones, que dicho autor no parece sospechar, es lo único que puede permitir el restablecimiento del sentido real de todas esas designaciones. 6778 SFCS LA TIERRA DEL SOL

En el Zodíaco de Glastonbury, el signo de Acuario está representado, de modo bastante imprevisto, por un ave en la cual el autor cree, con razón, reconocer al FÉNIX, portadora de un objeto que no es sino la “copa de inmortalidad”, es decir, el Graal mismo; y la vinculación que a este respecto se ha establecido con el Gáruda hindú es ciertamente exacta (Ver nuestro estudio sobre El lenguaje de los pájaros (cap. VII de esta compilación). El signo de Acuario está representado habitualmente por Ganimedes, del cual es notoria la relación con la “ambrosía” por una parte y por la otra con el águila de Zeus, idéntica a Gáruda). Por otra parte, según la tradición árabe, el Ruj o FÉNIX no se posa jamás en tierra en otro lugar que la montaña de Qâf, o sea la “montaña polar”; y de esta misma “montaña polar”, designada con otros nombres, proviene en las tradiciones hindú y persa el soma, que se identifica con el ámrta, o “ambrosía”, bebida o alimento de inmortalidad (Ver Le Roi du Monde, cap. V y VI). 6779 SFCS LA TIERRA DEL SOL