René Guénon — Étienne Bonnot de CONDILLAC

Si se hubiera de buscar bajo un punto de vista absoluto un punto de comparación con las teorías físicas, en la acepción actual de ese término, sería sin duda más justo considerar los elementos, refiriéndose a su correspondencia con las cualidades sensibles, en tanto que las mismas representan diferentes modalidades vibratorias de la materia, modalidades bajo las cuales se vuelve perceptible sucesivamente a cada uno de nuestros sentidos; y por lo demás, cuando decimos sucesivamente, debe ser bien entendido que no se trata en esto más que de una sucesión puramente lógica (NA: Va de suyo que uno no puede pensar de ningún modo en realizar, suponiendo una sucesión cronológica en el ejercicio de los diferentes sentidos, una concepción de las del género de la estatua ideal que ha imaginado CONDILLAC en su muy famoso Tratado de las Sensaciones.). Solamente, que cuando se habla así de las modalidades vibratorias de la materia, como cuando es cuestión de sus estados físicos, hay un punto al cual es menester llamar la atención: ello es que, entre los hindúes al menos (NA: e inclusive también entre los griegos en una cierta medida), uno no encuentra la noción de materia en el sentido de los físicos modernos; la prueba de ello es que, como lo hemos hecho ya observar en otra parte, no existe en sánscrito término ninguno, ni siquiera aproximadamente, que pueda traducirse por «materia». Si pues nos es permitido servirnos a veces de esta noción de materia para interpretar las concepciones de los antiguos, a fin de hacernos comprender más fácilmente, uno no debe no obstante hacerlo jamás, si ello no es con algunas precauciones; pero es posible considerar estados vibratorios, por ejemplo, sin hacer llamada necesariamente a las propiedades especiales que los modernos atribuyen esencialmente a la materia. A pesar de esto, una tal concepción nos parece todavía más propia para indicar analógicamente lo que son los elementos, con la ayuda de una manera de hablar que los hace imaginar, si uno puede decirlo así, antes que definirlos verdaderamente; y quizás que sea esto, en el fondo, todo lo que es posible hacer con el lenguaje que al presente tenemos a nuestra disposición, a consecuencia del olvido en el que han caído las ideas tradicionales en el mundo occidental. 2646 Estudios sobre Hinduismo: LA TEORÍA HINDÚ DE LOS CINCO ELEMENTOS ( Publicado en V.J., agosto-septiembre de 1935.)

Los cinco elementos del mundo físico son (Cada uno de estos elementos primitivos es llamado bhûta, de bhû, “ser”, más particularmente en el sentido de “subsistir”; este término bhûta implica entonces una determinación substancial, lo que corresponde, en efecto, a la idea de elemento corporal.), como se sabe, el Éter (Akâsha), el Aire (Vâyu), el Fuego (Tejas), el Agua (Apa) y la Tierra (Prithvî); el orden en el cual son enumerados es aquel de su desarrollo, conforme a la enseñanza del Veda (El origen del Éter y del Aire, no mencionado en el texto del Veda donde se describe la génesis de los otros tres elementos (Chândogya Upanishad) está indicado en otro pasaje (Taittiriyaka Upanishad).). A menudo se ha querido asimilar los elementos a los diferentes estados o grados de condensación de la materia física, produciéndose a partir del Éter primordial homogéneo, que ocupa toda la extensión, uniendo entre sí todas las partes del mundo corporal; desde este punto de vista, se hace corresponder, yendo de lo más denso a lo más sutil, es decir, en el orden inverso al de su diferenciación, la Tierra con el estado sólido, el Agua con el estado líquido, el Aire con el estado gaseoso, y el Fuego con un estado aún más rarificado, semejante al “estado radiante” recientemente descubierto por los físicos y estudiado actualmente por ellos, con ayuda de sus especiales métodos de observación y experimentación. Este punto de vista encierra sin duda una parte de verdad, pero es demasiado sistemático, es decir, está demasiado estrictamente particularizado, y el orden que establece entre los elementos difiere del anterior en un punto, pues sitúa al Fuego antes del Aire e inmediatamente después del Éter, como si fuera el primer elemento en diferenciarse en el seno del medio cósmico original. Por el contrario, según la enseñanza conforme a la doctrina ortodoxa, es el Aire el primer elemento, y este Aire, elemento neutro (que no contiene más que en potencia la dualidad activo-pasivo), produce en sí mismo, al diferenciarse por polarización (haciendo pasar esa dualidad de la potencia al acto), el Fuego, elemento activo, y el Agua, elemento pasivo (o podría decirse “reactivo”, es decir, que actúa de modo reflejo, correlativamente a la acción en modo espontáneo del elemento complementario), cuya acción y reacción recíproca da nacimiento (por una especie de cristalización o de precipitación residual) a la Tierra, “elemento final” de la manifestación corporal. Podríamos considerar más exactamente a los elementos como diferentes modalidades vibratorias de la materia física, modalidades en las cuales se hace sucesivamente perceptible (en una sucesión puramente lógica, evidentemente) (En efecto, no podemos pensar en modo alguno en realizar una concepción del género de la estatua ideal imaginada por CONDILLAC en su Traité des sensations.) a cada uno de los sentidos de nuestra individualidad corporal; por otra parte, todo esto será suficientemente explicado y justificado en las consideraciones que expondremos a continuación. 5177 MISCELÁNEA: LAS CONDICIONES DE LA EXISTENCIA CORPORAL