René Guénon — ÉLIPHAS LÉVI
Sobre estas últimas líneas, no haremos más que una reserva: es que la palabra «ocultismo», que ha sido inventada por Éliphas Lévi mismo, conviene muy poco para designar lo que existió anteriormente a él, sobre todo si se piensa en lo que ha devenido el ocultismo contemporáneo, que, aunque se da por una restauración del esoterismo, no ha llegado a ser más que una grosera contrahechura del mismo, porque sus dirigentes no estuvieron nunca en posesión de los verdaderos principios ni de ninguna iniciación seria. Éliphas Lévi sería sin duda el primero en desaprobar a sus pretendidos sucesores, a los que era ciertamente muy superior intelectualmente, aunque estaba muy lejos de ser realmente tan profundo como quiere parecer, al haber cometido el error de considerar todas las cosas a través de la mentalidad de un revolucionario de 1848. Si nos hemos entretenido un poco en discutir su opinión, es porque sabemos bien que su influencia ha sido grande, incluso sobre aquellos que apenas si le han comprendido, y porque pensamos que es bueno fijar los límites en los cuales su competencia puede ser reconocida: su principal defecto, que es el de su tiempo, es poner las preocupaciones sociales en el primer plano y mezclarlas con todo indistintamente; en la época de Dante, ciertamente se sabía situar mejor cada cosa en el lugar que debe convenirle normalmente en la jerarquía universal.
Lo que ofrece un interés muy particular para la historia de las doctrinas esotéricas, es la constatación de que varias manifestaciones importantes de estas doctrinas coinciden, en pocos años, con la destrucción de la Orden del Temple; hay una relación incontestable, aunque bastante difícil de determinar con precisión, entre estos diversos acontecimientos. Por consiguiente, en los primeros años del siglo XIV, y sin duda ya en el curso del siglo precedente, había, tanto en Francia como en Italia, una tradición secreta («oculta» si se quiere, pero no «ocultista»), la misma que debía llevar más tarde el nombre de tradición rosacruciana. La denominación de Fraternitas Rosoe-Crucis aparece por primera vez en 1374, o incluso, según algunos (concretamente Michel Maier), en 1413; y la leyenda de Christian Rosenkreuz, el fundador supuesto cuyo nombre y cuya vida son puramente simbólicos, quizás no fue enteramente constituida más que en el siglo XVI; pero, acabamos de ver que el símbolo de la Rosa-Cruz es ciertamente muy anterior.
Aquella doctrina esotérica, cualquiera que sea la designación particular que se le quiera dar hasta la aparición del Rosacrucianismo propiamente dicho (si es que se encuentra necesario darle una), presentaba caracteres que permiten hacerla entrar en lo que se llama bastante generalmente el hermetismo. La historia de esta tradición hermética está íntimamente ligada a la de las Órdenes de caballería; y, en la época de que nos ocupamos, era conservada por organizaciones iniciáticas como la de la Fede Santa y de los Fieles de Amor, y también por aquella Massenie del Santo Graal de la que el historiador Henri Martin habla en estos términos1, precisamente a propósito de las novelas de caballería, que son también una de las grandes manifestaciones literarias del esoterismo en la edad media: «En el Titurel, la leyenda del Grial alcanza su última y espléndida transfiguración, bajo la influencia de ideas que Wolfram2 parecía haber embebido en Francia, y particularmente en los Templarios del mediodía de Francia. Ya no es pues en isla de Bretaña, sino en Galia, cerca de los confines de España, donde el Grial está conservado. Un héroe llamado Titurel funda un templo para depositar en él el santo Vaso, y es el profeta Merlín quien dirige esa construcción misteriosa, iniciado como ha sido por José de Arimatea en persona en el plano del Templo por excelencia, es decir, del Templo de Salomón3. La Caballería del Grial deviene aquí la Massenie, es decir, una Franc-Masonería ascética, cuyos miembros se llaman los Templistas, y se puede entender aquí la intención de religar a un centro común, figurado por este Templo ideal, la Orden de los Templarios y las numerosa confraternidades de constructores que renovaron entonces la arquitectura de la edad media. Se entrevén en eso muchas aberturas sobre lo que se podría llamar la historia subterránea de aquellos tiempos, mucho más complejos de lo que se cree generalmente… Lo que es muy curioso y de lo que apenas si se puede dudar, es de que la Franc-Masonería moderna se remonta de escalón en escalón hasta la Massenie du Saint Graal»4.
Sería quizás imprudente adoptar de una manera demasiado exclusiva la opinión expresada en la última frase, porque los vínculos de la Masonería moderna con las organizaciones anteriores son, ellos también, extremadamente complejos; pero por ello no será menos bueno tenerla en cuenta, ya que en eso se puede ver al menos la indicación de uno de los orígenes reales de la Masonería. Todo eso puede ayudar a entender en una cierta medida los medios de transmisión de las doctrinas esotéricas a través de la edad media, así como la oscura filiación de las organizaciones iniciáticas en el curso de ese mismo periodo, durante el que fueron verdaderamente secretas en la más completa acepción de esta palabra.
Histoire de France, t. III, PP. 398-399. ↩
El Templario suabo Wolfram d’Eschenbach, autor de Perceval, e imitador del benedictino satírico Guyot de Provins, que él mismo designa bajo el nombre singularmente deformado de «Kyot de Provence». ↩
Henri Martin agrega aquí en nota: «Perceval acabó por transferir el Grial y reedificar el templo en la India, y es el Prestejuan, ese jefe fantástico de una cristiandad oriental imaginaria, que heredó la guardia del Santo Vaso». ↩
Tocamos aquí un punto muy importante, pero que no podríamos tratar sin salirnos mucho de nuestro tema: hay una relación muy estrecha entre el simbolismo mismo del Grial y el «centro común» al que Henri Martin hace alusión, aunque sin que parezca suponer su realidad profunda, como tampoco comprende evidentemente lo que simboliza, en el mismo orden de ideas, la designación del Prestejuan y de su reino misterioso. ↩