Grão de Mostarda

René Guénon — OS SÍMBOLOS DA CIÊNCIA SAGRADA

O GRÃO DE MOSTARDA
Este artículo, que había sido escrito en otro tiempo para la revista Regnabit, pero que no pudo publicarse en ella porque la hostilidad de ciertos medios “neoescolásticos” nos obligó entonces a suspender nuestra colaboración, se sitúa más particularmente en la “perspectiva” de la tradición cristiana con la intención de mostrar su perfecto acuerdo con las demás formas de la tradición universal; completa las breves indicaciones que hemos dado sobre el mismo punto en L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. III. No hemos introducido sino muy pocas modificaciones, para dar mayor precisión a algunos puntos, y sobre todo para agregar referencias a nuestras diversas obras cuando ello nos ha parecido presentar alguna utilidad para los lectores.

Con motivo del simbolismo de la letra hebrea yod figurada en el interior del corazón1), hemos señalado que, en el corazón irradiante del mármol astronómico de Saint-Denis d’Orques2), la herida tiene la forma de un yod, y esta semejanza es demasiado notable y significativa para no ser intencional; por otra parte, en una estampa diseñada y grabada por Callot para una tesis defendida en 1625, se ve que el corazón de Cristo contiene tres yod. Esta letra, la primera del nombre tetragramático y aquella a partir de la cual se forman todas las demás letras del alfabeto hebreo, ya esté sola para representar la Unidad divina3, ya esté repetida tres veces con significación “trinitaria”4 es siempre esencialmente la imagen del Principio. El yod en el corazón es, pues, el Principio residente en el centro, ya sea, desde el punto de vista “macrocósmico”, en el “Centro del Mundo” que es el “Santo Palacio” de la Qabbalah5, ya sea, desde el punto de vista “microcósmico” y virtualmente por lo menos, en el centro de todo ser, centro simbolizado siempre por el corazón en las diferentes doctrinas tradicionales6y que constituye el punto más interior, el punto de contacto con lo Divino. Según la Qabbalah, la Shekinah o “Presencia divina”, que se identifica con la “Luz del Mesías”7, habita ( shaján ) a la vez en el tabernáculo, llamado por eso mishkán, y en el corazón de los fieles8; y existe estrechísima relación entre esta doctrina y el significado del nombre Emmanuel, aplicado al Mesías e interpretado como “Dios en nosotros”. Pero hay también a este respecto muchas otras consideraciones que desarrollar, partiendo sobre todo de que el yod, a la vez que el sentido de “principio”, tiene también el de “germen”: el yod en el corazón es, pues, en cierto modo, el germen envuelto en el fruto; hay en esto la indicación de una identidad, por lo menos en cierto respecto, entre el simbolismo del corazón y el del “Huevo del Mundo”, y puede comprenderse así que el nombre de “germen” se aplique al Mesías en diversos pasajes de la Biblia9. Sobre todo debe retener aquí nuestra atención la idea del germen en el corazón; y lo merece tanto más cuanto que está directamente relacionada con la significación profunda de una de las más célebres parábolas evangélicas, la del grano de mostaza.




  1. Cf. “L’Oeil qui voit tout” ( aquí, cap. LXXII: “EL OJO QUE LO VE TODO”  

  2. (Ver comienzo del cap. LXIX  

  3. Cf. La Grande Triade, PP. 169-171. 

  4. Esta significación existe ciertamente por lo menos cuando la figuración de los tres yod se debe a autores cristianos, como en el caso de la estampa que acabamos de mencionar; de modo más general ( pues no ha de olvidarse que los tres yod se encuentran también como forma abreviada del tetragrama en la tradición judía misma ), esa figuración está vinculada con el simbolismo universal del triángulo, cuya relación con el corazón, por otra parte, hemos señalado también. 

  5. Cf. Le Symbolisme de la Croix, cap. IV. 

  6. Cf. L’homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. III. 

  7. Cf. Le Roi du Monde, cap. III. 

  8. Cf. Le Symbolisme de la Croix, cap. VII. La residencia de es-Sakinah en el corazón de los fieles es afirmada igualmente por la tradición islámica

  9. Isaías, IV, 2; Jeremías, XXIII, 5; Zacarías, III, 8, y VI, 12. Cf. Aperçus sur l’Initiation, caps. XLVII y XLVIII, y también nuestro estudio, ya citado, sobre “L’Oeil qui voit tout” ( aquí, cap, LXXII: “EL OJO QUE LO VE TODO” ).