Este mismo simbolismo de las direcciones del espacio es el que tendremos que aplicar en todo lo que va a seguir, ya sea desde el punto de vista “macrocósmico”, como en lo que acaba de decirse, o ya sea desde el punto de vista “microcósmico”. Según el lenguaje geométrico, la cruz de tres dimensiones constituye un “sistema de coordenadas” al que puede referirse el espacio todo entero; y el espacio simbolizará aquí el conjunto de todas las posibilidades, ya sea de un ser particular, ya sea de la Existencia universal. Este sistema está formado de tres ejes, uno vertical y los otros dos HORIZONTALES, que son tres diámetros rectangulares de una esfera indefinida, y que, independientemente de toda consideración astronómica, pueden considerarse como orientados hacia los seis puntos cardinales: en el texto de Clemente de Alejandría que hemos citado, lo alto y lo bajo corresponden respectivamente al Zenit y al Nadir, la derecha y la izquierda al Sur y al Norte, la delantera y la trasera al Este y al Oeste; esto podría justificarse por las indicaciones concordantes que se encuentran en casi todas las tradiciones. Puede decirse también que el eje vertical es el eje polar, es decir, la línea fija que une los dos polos y alrededor de la cual todas las cosas cumplen su rotación; es pues el eje principal, mientras que los otros dos ejes HORIZONTALES no son más que secundarios y relativos. De estos dos ejes HORIZONTALES, uno, el eje Norte-Sur, puede llamarse también el eje solsticial, y el otro, el eje Este-Oeste, puede llamarse el eje equinoccial, lo que nos lleva al punto de vista astronómico, en virtud de una cierta correspondencia de los puntos cardinales con las fases del ciclo anual, correspondencia cuya exposición completa nos llevaría demasiado lejos y que no importa por lo demás aquí, aunque encontrará sin duda mejor su lugar en otro estudio (NA: A título de concordancia, se puede observar también la alusión que hace San Pablo al simbolismo de las direcciones o de las dimensiones del espacio, cuando habla de “la anchura, la largura, la altura y la profundidad del amor de Jesucristo” (Epístola a los Efesios, III, 18). Aquí, no hay más que cuatro términos enunciados distintamente en lugar de seis: los dos primeros corresponden respectivamente a los dos ejes HORIZONTALES, tomando cada uno de éstos en su totalidad; los dos últimos corresponden a las dos mitades superior e inferior del eje vertical. La razón de esta distinción, en lo que concierne a las dos mitades de este eje vertical, es que éstas se refieren a dos gunas diferentes, e incluso opuestos en un cierto sentido; por el contrario, los dos ejes HORIZONTALES se refieren enteros a un solo guna, así como veremos en el capítulo siguiente.). 55 SC IV
Diremos seguidamente, sin perjuicio de volver más adelante sobre ello de una manera más explícita, que este lazo resulta de la relación que existe, en el simbolismo metafísico de la cruz, entre el eje vertical y el plano horizontal. Debe entenderse bien que unos términos como los de activo y de pasivo, o sus equivalentes, no tienen sentido más que uno en relación al otro, ya que el complementarismo es esencialmente una correlación entre dos términos. Dicho esto, es evidente que un complementarismo como el de lo activo y de lo pasivo puede considerarse a grados diversos, de suerte que un mismo término podrá jugar un papel activo o pasivo según aquello en relación a lo que juegue ese papel; pero, en todos los casos, siempre podrá decirse que, en una tal relación, el término activo es, en su orden, el análogo de Purusha, y el término pasivo el análogo de Prakriti. Ahora bien, veremos después que el eje vertical, que liga todos los estados del ser atravesándolos en sus centros respectivos, es el lugar de manifestación de lo que la tradición extremo oriental llama la “actividad del Cielo”, que es precisamente la actividad “no actuante” de Purusha, por la que son determinadas en Prakriti las producciones que corresponden a todas las posibilidades de manifestación. En cuanto al plano horizontal, veremos que constituye un “plano de reflexión”, representado simbólicamente como la “superficie de las aguas”, y se sabe que las “Aguas” son, en todas las tradiciones, un símbolo de Prakriti o de la “pasividad universal” (Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, capítulo V.); a decir verdad, como este plano representa un cierto grado de la Existencia (y se podría considerar del mismo modo uno cualquiera de los planos HORIZONTALES que corresponden a la multitud indefinida de los estados de manifestación), no se identifica a Prakriti misma, sino solo a algo ya determinado por un cierto conjunto de condiciones especiales de existencia (las que definen un mundo), y que juega el papel de Prakriti, en un sentido relativo, en un cierto nivel dentro del conjunto de la manifestación universal. 72 SC VI
En fin, una precisión que tiene también su importancia es ésta: hemos dicho hace un momento que los términos de activo y de pasivo, que expresan solo una relación, podían ser aplicados a diferentes grados; de ello resulta que, si consideramos la cruz de tres dimensiones, en la que el eje vertical y el plano horizontal están en esta relación de activo y de pasivo, se podrá considerar también, además, la misma relación entre los dos ejes HORIZONTALES, o entre lo que representen respectivamente. En este caso, para conservar la correspondencia simbólica establecida en primer lugar, aunque estos ejes sean ambos HORIZONTALES en realidad, se podrá decir que uno de ellos, el que juega el papel activo, es relativamente vertical en relación al otro. Por ejemplo, si consideramos a estos dos ejes como respectivamente el eje solsticial y el eje equinoccial, así como lo hemos dicho más atrás, conformemente al simbolismo del ciclo anual, podremos decir que el eje solsticial es relativamente vertical en relación al eje equinoccial, de tal suerte que, en el plano horizontal, desempeña analógicamente el papel de eje polar (eje Norte-Sur), y el eje equinoccial desempeña entonces el papel de eje ecuatorial (eje Este-Oeste) (Esta precisión encuentra concretamente su aplicación en el simbolismo del swastika, del que trataremos más adelante.). Así pues, en su plano, la cruz horizontal reproduce unas relaciones análogas a las que son expresadas por la cruz vertical; y, para volver aquí al simbolismo metafísico que es el que nos importa esencialmente, podemos decir también que la integración del estado humano, representada por la cruz horizontal, es, en el orden de existencia al que se refiere, como una imagen de la totalización misma del ser, representada por la cruz vertical (NA: A propósito del complementarismo, señalaremos también que, en el simbolismo del alfabeto árabe, las dos primeras letras, alif y be, se consideran respectivamente como activa o masculina y como pasiva o femenina; siendo la forma de la primera vertical, y siendo la de la segunda horizontal, su reunión forma la cruz. Por otra parte, puesto que los valores numéricos de estas letras son respectivamente 1 y 2, esto concuerda todavía con el simbolismo aritmético pitagórico, según el cual la “monada” es masculina y la “diada” femenina; la misma concordancia se encuentra por lo demás en otras tradiciones, por ejemplo en la tradición extremo oriental, en la que, en las figuras de los koua o “trigramas” de Fo-hi, el yang, principio masculino, se representa por un trazo lleno, y el yin, principio femenino, por un trazo cortado (o mejor interrumpido en su medio); estos símbolos, llamados las “dos determinaciones”, evocan respectivamente la idea de la unidad y de la dualidad; no hay que decir que esto, como en el pitagorismo mismo, debe entenderse en un sentido completamente diferente que en el del simple sistema de “numeración” que Leibnitz se había imaginado encontrar ahí (ver Oriente y Occidente). De una manera general, según el Yi-king, los números impares corresponden al yang y los números pares corresponden al yin; parece que la idea pitagórica de lo “par” y de lo “impar” se encuentra también en lo que Platón llama lo “mismo” y lo “otro”, que corresponden respectivamente a la unidad y a la dualidad, consideradas por lo demás exclusivamente en el mundo manifestado. — En la numeración china, la cruz representa el número 10 (la cifra romana X, no es, ella también, más que la cruz dispuesta de otro modo); se puede ver ahí una alusión a la relación del denario con el cuaternario: 1+2+3+4 = 10, relación que estaba figurada también por la Tétraktis pitagórica. En efecto, en la correspondencia de las figuras geométricas con los números, la cruz representa naturalmente el cuaternario; más precisamente, le representa bajo un aspecto dinámico, mientras que el cuadrado le representa bajo su aspecto estático; la relación entre estos dos aspectos está expresada por el problema hermético de la “cuadratura del círculo”, o, según el simbolismo geométrico de tres dimensiones, por una relación entre la esfera y el cubo a la cual hemos tenido la ocasión de hacer alusión a propósito de las figuras del “Paraíso terrestre” y de la “Jerusalem celeste” (ver El Rey del Mundo, cap. XI). Finalmente, a propósito de esto, observaremos todavía que, en el número 10, las dos cifras 1 y 0 corresponden también respectivamente a lo activo y a lo pasivo, representados, según otro simbolismo, por el centro y la circunferencia, simbolismo que se puede vincular al de la cruz señalando que el centro es la huella del eje vertical sobre el plano horizontal, en el que, entonces, debe suponerse situada la circunferencia, que representará la expansión en este mismo plano por una de las ondas concéntricas según las cuales se efectúa; el círculo con el punto central, figura del denario, es al mismo tiempo el símbolo de la perfección cíclica, es decir, de la realización integral de las posibilidades implícitas en un estado de existencia.). 74 SC VI
Otro aspecto del simbolismo de la cruz es el que le identifica a lo que las diversas tradiciones designan como el “Árbol del Medio” o por cualquier otro término equivalente; hemos visto en otra parte que este árbol es uno de los numerosos símbolos del “Eje del Mundo” (NA: El Rey del Mundo, cap. II; sobre el “Árbol del Mundo” y sus diferentes formas, ver también El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. VIII. — En el esoterismo islámico, existe un tratado de Mohyiddin-ibn-Arabi titulado “El Árbol del Mundo” (Shajaratul-Kawn).). Es pues la línea vertical de la cruz, figura de este eje, la que hay que considerar aquí principalmente: ella constituye el tronco del árbol, mientras que la línea horizontal (o las dos líneas HORIZONTALES para la cruz de tres dimensiones) forma sus ramas. Este árbol se eleva en el centro del mundo, o más bien de un mundo, es decir, del dominio en el que se desarrolla un estado de existencia, tal como el estado humano que es el que se considera más habitualmente en parecido caso. En el simbolismo bíblico, en particular, es el “Árbol de la Vida”, que está plantado en el medio del “Paraíso terrestre”, el cual representa el centro de nuestro mundo, así como lo hemos explicado en otras ocasiones (El Rey del Mundo, cap. V y IX; Autoridad espiritual y poder temporal, cap. V y VIII.). Aunque no tenemos la intención de extendernos aquí sobre todas las cuestiones relativas al simbolismo del árbol, y que requerirían un estudio especial, sin embargo, a propósito de éste, hay algunos puntos que no creemos inútil explicar. 106 SC IX
Según lo que hemos ya dicho, podemos representar un grado de la Existencia por un plano horizontal, que se extiende indefinidamente según dos dimensiones, que corresponden a dos indefinidades que vamos a considerar aquí: por una parte, la de los individuos, que se puede representar por el conjunto de las rectas del plano paralelas a una de las dimensiones, definida, si se quiere, por la intersección de este plano horizontal con uno de frente (NA: Para comprender bien los términos tomados a la perspectiva, es necesario recordar que un plano de frente es un caso particular de un plano vertical, mientras que un plano horizontal, al contrario, es un caso particular de un plano de fondo. Inversamente, una recta vertical es un caso particular de una recta de frente, y una recta de fondo es un caso particular de una recta horizontal. Es menester destacar también que, por cada punto, pasa una sola recta vertical y una multitud indefinida de rectas HORIZONTALES, pero, por el contrario, un solo plano horizontal (que contiene todas las rectas HORIZONTALES que pasan por ese mismo punto) y una multitud indefinida de planos verticales (que pasan todos por la recta vertical, que es su común intersección, y de los que cada uno está determinado por esa recta vertical y una de las rectas HORIZONTALES que pasan por el punto considerado).); y, por otra, la de los dominios particulares a las diferentes modalidades de los individuos, que estará representada entonces por el conjunto de las rectas del plano horizontal perpendiculares a la dirección precedente, es decir, paralelas al eje visual o antero-posterior, cuya dirección define la otra dimensión (NA: En el plano horizontal, la dirección de la primera dimensión es la de las rectas de frente (o transversales), y la dirección de la segunda es la de las rectas de fondo.). Cada una de estas dos categorías comprende una indefinidad de rectas paralelas entre ellas, y todas indefinidas en longitud; cada punto del plano estará determinado por la intersección de dos rectas que pertenecen respectivamente a estas dos categorías, y representará, por consiguiente, una modalidad particular de uno de los individuos comprendidos en el grado considerado. 134 SC XI
Cada uno de los grados de la Existencia universal, que conlleva una indefinidad de ellos, podrá ser representado igualmente, en una extensión de tres dimensiones, por un plano horizontal. Acabamos de ver que la sección de un tal plano por un plano de frente representa un individuo, o, más bien, para hablar de una manera más general y susceptible de aplicarse indistintamente a todos los grados, representa un cierto estado de un ser, estado que puede ser individual o no individual, según las condiciones del grado de la Existencia al que pertenece. Por consiguiente, ahora podemos mirar un plano de frente como representando un ser en su totalidad; este ser comprende una multitud indefinida de estados, que son figurados entonces por todas las rectas HORIZONTALES de este plano, cuyas verticales, por otra parte, están formadas por los conjuntos de modalidades que se corresponden respectivamente en todos estos estados. Por lo demás, hay en la extensión de tres dimensiones una indefinidad de tales planos, que representan la indefinidad de los seres contenidos en el Universo total. 135 SC XI
En esta nueva representación, vemos primeramente que por cada punto de la extensión considerada pasan tres rectas respectivamente paralelas a las tres dimensiones de esta extensión; por consiguiente, cada punto podría tomarse como vértice de un triedro trirectángulo, constituyendo un sistema de coordenadas al que estaría referida toda la extensión, y cuyos tres ejes formarían una cruz de tres dimensiones. Supongamos que el eje vertical de este sistema esté determinado; él encontrará a cada plano horizontal en un punto, que será el origen de las coordenadas rectangulares a las cuales este plano estará referido, coordenadas cuyos ejes formarán una cruz de dos dimensiones. Se puede decir que este punto es el centro del plano, y que el eje vertical es el lugar de los centros de todos los planos HORIZONTALES; toda vertical, es decir, toda paralela a este eje, contiene también puntos que se corresponden en estos mismos planos. Si, además del eje vertical, se determina un plano horizontal particular para formar la base del sistema de coordenadas, el triedro trirectángulo del que acabamos de hablar estará enteramente determinado también por eso mismo. Habrá pues una cruz de dos dimensiones, trazada por dos de los tres ejes, en cada uno de los tres planos de coordenadas, de los que uno es el plano horizontal considerado, y los otros dos, son dos planos ortogonales que pasan cada uno por el eje vertical y por uno de los dos ejes HORIZONTALES; y estas tres cruces tendrán por centro común el vértice del triedro, que es el centro de la cruz de tres dimensiones, y que se puede considerar también como centro de toda la extensión. Cada punto podría ser centro, y se puede decir que lo es en potencia; pero, de hecho, es menester que se determine un punto particular, y después diremos cómo, para que se pueda trazar efectivamente la cruz, es decir, para que se pueda medir la extensión entera, o, analógicamente, realizar la comprensión total del ser. 143 SC XII
Otra forma del simbolismo del tejido, que se encuentra también en la tradición hindú, es la imagen de la araña tejiendo su tela, imagen que es tanto más exacta cuanto que la araña forma esta tela de su propia sustancia (Comentario de Shankarâchârya sobre los Brahma-Sûtras, 2º Adhyâya, 1º Pâda, sûtra 25. ). En razón de la forma circular de la tela, que es por lo demás el esquema plano del esferoide cosmogónico, es decir, de la esfera no cerrada a la que ya hemos hecho alusión, la urdimbre está representada aquí por los hilos que irradian alrededor del centro, y la trama por los hilos dispuestos en circunferencias concéntricas (Puesto que la araña está en el centro de su tela, da la imagen del sol rodeado de sus rayos; también puede tomarse como una figura del “Corazón del Mundo”.). Para volver de ahí a la figura ordinaria del tejido, no hay más que considerar el centro como indefinidamente alejado, de tal suerte que los radios devienen paralelos, según la dirección vertical, mientras que las circunferencias concéntricas devienen rectas perpendiculares a estos radios, es decir, HORIZONTALES. 164 SC XIV
En nuestra nueva representación, no hemos considerado todavía hasta aquí más que un plano horizontal, es decir, un solo estado de ser, y ahora nos es menester figurar también la continuidad de todos los planos HORIZONTALES, que representan la indefinida multiplicidad de todos los estados. Esta continuidad se obtendrá geométricamente de una manera análoga: en lugar de suponer el plano horizontal fijo en la extensión de tres dimensiones, suposición que el hecho del movimiento hace por lo demás tan irrealizable materialmente como el trazado de una curva cerrada, vamos a suponer que se desplaza insensiblemente, paralelamente a sí mismo, permaneciendo pues siempre perpendicular al eje vertical, y de manera que encuentre sucesivamente a este eje en todos sus puntos consecutivos, con lo cual el paso de un punto a otro corresponde al recorrido de una de las espiras que hemos considerado. El movimiento espiroidal se supondrá aquí isócrono, primero para simplificar la representación tanto como sea posible, y también para traducir la equivalencia de las múltiples modalidades del ser en cada uno de sus estados, cuando se les considera desde el punto de vista Universal. 212 SC XIX
Para más simplicidad, podemos considerar de nuevo y provisoriamente cada una de las espiras como la hemos considerado ya en el plano horizontal fijo, es decir, como una circunferencia. Esta vez también, la circunferencia no se cerrará, ya que, cuando el radio que la describe vuelva a superponerse a su posición inicial, no estará ya en el mismo plano horizontal (supuesto fijo como paralelo a la dirección de uno de los planos de coordenadas y marcando una cierta situación definida sobre el eje perpendicular a esta dirección); la distancia elemental que separará las dos extremidades de esta circunferencia, o más bien de la curva supuesta tal, ya no se medirá entonces sobre un radio salido del polo, sino sobre una paralela al eje vertical (En otros términos, es en el sentido vertical, y ya no en el sentido horizontal como precedentemente, que la curva permanece abierta.). Estos puntos extremos no pertenecen al mismo plano horizontal, sino a dos planos HORIZONTALES superpuestos; están situados de una y otra parte del plano horizontal considerado en el curso de su desplazamiento intermediario entre esas dos posiciones (desplazamiento que corresponde al desarrollo del estado representado por este plano), porque marcan la continuidad de cada estado de ser con el que le precede y el que le sigue inmediatamente en la jerarquización del ser total. Si se consideran los radios que contienen las extremidades de las modalidades de todos los estados, su superposición forma un plano vertical del cual son las rectas HORIZONTALES, y este plano vertical es el lugar de todos los puntos extremos de los que acabamos de hablar, y que se podrían llamar puntos límites para los diferentes estados, como lo eran precedentemente, desde otro punto de vista, para las diversas modalidades de cada estado. La curva que provisoriamente habíamos considerado como una circunferencia es en realidad una espira, de altura infinitesimal (distancia de dos planos HORIZONTALES que encuentran al eje vertical en dos puntos consecutivos), de una hélice trazada sobre un cilindro de revolución cuyo eje no es otro que el eje vertical de nuestra representación. La correspondencia entre los puntos de las espiras sucesivas está marcada aquí por su situación sobre una misma generatriz del cilindro, es decir, sobre una misma vertical; los puntos que se corresponden, a través de la multiplicidad de los estados de ser, aparecen confundidos cuando se les considera en la totalidad de la extensión de tres dimensiones, en proyección ortogonal sobre un plano de base del cilindro, es decir, sobre un plano horizontal determinado. 213 SC XIX
Primeramente, consideraremos, no la universalidad de los seres, sino un solo ser en su totalidad; supondremos que el eje vertical esté determinado, y después que esté igualmente determinado el plano que pasa por este eje y que contiene los puntos extremos de las modalidades de cada estado; volveremos de nuevo así al sistema vertical que tiene como base plana la espiral horizontal considerada en una sola posición, sistema que ya habíamos descrito precedentemente. Aquí, las direcciones de los tres ejes de coordenadas están determinadas, pero únicamente el eje vertical está efectivamente determinado en posición; uno de estos dos ejes HORIZONTALES estará situado en el plano vertical del que acabamos de hablar, y el otro le será naturalmente perpendicular; pero el plano horizontal que contendrá a estas dos rectas rectangulares permanece todavía indeterminado. Si determináramos pues este plano, determinaríamos también por eso mismo el centro de la extensión, es decir, el origen del sistema de coordenadas al que se refiere esta extensión, puesto que este punto no es otro que la intersección del plano de coordenadas con el eje vertical; todos los elementos de la figura estarían entonces efectivamente determinados, lo que permitiría trazar la cruz de tres dimensiones, midiendo la extensión en su totalidad. 231 SC XXI
Una tal circunferencia representará una modalidad cualquiera de un estado de ser igualmente cualquiera, considerado según la dirección del eje vertical, que se proyectará él mismo horizontalmente en un punto, centro de la circunferencia. Por otra parte, si se considerara ésta según la dirección de uno u otro de los dos ejes HORIZONTALES, ella se proyectaría en un segmento, simétrico en relación al eje vertical, de una recta horizontal que forma con este último una cruz de dos dimensiones, siendo esta recta horizontal la huella, sobre el plano vertical de proyección, del plano en el cual está situada la circunferencia considerada. 233 SC XXI
De lo que precede, resulta que el paso de la hélice, elemento por el que las extremidades de un ciclo individual, cualquiera que sea, escapan al dominio propio de la individualidad, es la medida de la “fuerza atractiva de la Divinidad” (Matgioi, La Vía Metafísica, p. 95.). La influencia de la “Voluntad del Cielo” en el desarrollo del ser se mide pues paralelamente al eje vertical; puesto que esta influencia transcendente no se hace sentir en el interior de un mismo estado tomado aisladamente, esto implica evidentemente la consideración simultánea de una pluralidad de estados, que constituyen otros tantos ciclos integrales de existencia (espirales HORIZONTALES). 251 SC XXIII
Si volvemos de nuevo ahora a nuestra representación geométrica, vemos que el eje vertical está determinado como expresión de la “Voluntad del Cielo” en el desarrollo del ser, lo que determina al mismo tiempo la dirección de los planos HORIZONTALES, que representan los diferentes estados, y la correspondencia horizontal y vertical de éstos, estableciendo su jerarquización. Como consecuencia de esta correspondencia, los puntos límites de estos estados están determinados como extremidades de las modalidades particulares; el plano vertical que los contiene es uno de los planos de coordenadas, así como el que le es perpendicular según el eje; estos dos planos verticales trazan en cada plano horizontal una cruz de dos dimensiones, cuyo centro está en el “Invariable Medio”. No queda pues más que un solo elemento indeterminado: es la posición del plano horizontal particular que será el tercer plano de coordenadas; a este plano corresponde, en el ser total, un cierto estado, cuya determinación permitirá trazar la cruz simbólica de tres dimensiones, es decir, realizar la totalización misma del ser. 254 SC XXIII
Observemos todavía de pasada, y simplemente para indicar, como lo hacemos cada vez que se presenta la ocasión para ello, la concordancia que existe entre todas las tradiciones, que, según lo que acabamos de exponer sobre la significación del eje vertical, se podría dar una interpretación metafísica de la palabra bien conocida del Evangelio según la cual el Verbo (o la “Voluntad del Cielo” en acción) es (en relación a nosotros) “La Vía, la Verdad y la Vida” (NA: A fin de prevenir todo error posible, dadas las confusiones habituales en el occidente moderno, tenemos que especificar que aquí se trata exclusivamente de una interpretación metafísica, y de ningún modo de una interpretación religiosa; entre estos dos puntos de vista, hay toda la diferencia que existe, en el islamismo, entre la haqîqah (metafísica y esotérica) y la shariyah (social y exotérica).). Si retomamos por un instante nuestra representación “microcósmica” del comienzo, y si consideramos sus tres ejes de coordenadas, la “Vía” (especificada al respecto del ser considerado) será representada, como aquí, por el eje vertical; de los dos ejes HORIZONTALES, uno representará entonces la “Verdad”, y el otro la “Vida”. Mientras que la “Vía” se refiere al “Hombre Universal”, al cual se identifica el “Sí mismo”, la “Verdad” se refiere aquí al hombre intelectual, y la “Vida” al hombre corporal (aunque este último término sea también susceptible de una cierta transposición) (NA: Estos tres aspectos del hombre (de los que, hablando propiamente, solo los dos últimos son “humanos”) son designados respectivamente en la tradición hebraica por los términos de Adam, de Aish y de Enôsh.); de estos dos últimos, que pertenecen uno y otro al dominio de un mismo estado particular, es decir, a un mismo grado de la Existencia universal, el primero debe ser asimilado aquí a la individualidad integral, de la cual el segundo no es más que una modalidad. Por consiguiente, la “Vida” será representada por el eje paralelo a la dirección según la cual se desarrolla cada modalidad, y la “Verdad” lo será por el eje que reúne todas las modalidades atravesándolas perpendicularmente a esta misma dirección (eje que, aunque igualmente horizontal, podrá considerarse como relativamente vertical en relación al otro, según lo que hemos indicado precedentemente). Esto supone por lo demás que el trazado de la cruz de tres dimensiones se refiere a la individualidad humana terrestre, ya que es en relación a ésta solamente como acabamos de considerar aquí la “Vida” e incluso la “Verdad”; este trazado figura la acción del Verbo en la realización del ser total y su identificación con el “Hombre Universal”. 256 SC XXIII
Si consideramos la superposición de los planos HORIZONTALES representativos de todos los estados de ser, podemos decir todavía que, en relación a éstos, considerados separadamente o en su conjunto, el eje vertical, que los liga a todos entre ellos y al centro del ser<ser total, simboliza lo que diversas tradiciones llaman el “Rayo Celeste” o el “Rayo Divino”: es el principio que la doctrina hindú designa bajo los nombres de Buddhi y de Mahat (NA: Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. VII y también el capítulo XXI, para el simbolismo del “rayo solar” (sushuma).), “que constituye el elemento superior no encarnado del hombre, y que le sirve de guía a través de las fases de la evolución universal” (Simón y Theofano, Las enseñanzas secretas de la Gnosis, p. 10.). El ciclo universal, representado por el conjunto de nuestra figura, y “del que la humanidad (en el sentido individual y “específico”) no constituye más que una fase, tiene un movimiento propio (También aquí, la palabra “movimiento” no es más que una expresión puramente analógica, puesto que el ciclo universal, en su totalidad, es evidentemente independiente de las condiciones temporal y espacial, así como de no importa cuáles otras condiciones particulares.), independiente de nuestra humanidad, de todas las humanidades, y de todos los planos (que representan todos los grados de la Existencia), la suma indefinida de los cuales la forma él (que es el “Hombre Universal”) (Esta “suma indefinida” es hablando propiamente una integral.). Este movimiento propio, que tiene debido a la afinidad esencial del “Rayo Celeste” hacia su Origen, le encamina invenciblemente hacia su Fin (la Perfección), que es idéntico a su Comienzo, con una fuerza directriz ascensorial y divinamente benefactora (es decir, armónica)” (Simón y Theofano, Las enseñanzas secretas de la Gnosis, p. 50.), que no es otra que esa “fuerza atractiva de la Divinidad” de que se ha tratado en el capítulo precedente. 262 SC XXIV
El “Rayo Celeste” atraviesa todos los estados de ser, marcando, así como ya lo hemos dicho, el punto central de cada uno de ellos con su huella sobre el plano horizontal correspondiente, y el lugar de todos estos puntos centrales es el “Invariable Medio”; pero esta acción del “Rayo Celeste” no es efectiva más que si produce, por su reflexión sobre uno de estos planos, una vibración que, propagándose y amplificándose en la totalidad del ser, ilumina su caos, cósmico o humano. Decimos cósmico o humano, ya que esto puede aplicarse tanto al “macrocosmo” como al “microcosmo”; en todos los casos, el conjunto de las posibilidades del ser no constituye propiamente más que un caos “informe y vacío” (NA: Es la traducción literal del hebreo thotu va-bohu, que Fabre d’Olivet (La Lengua hebrea restituida) explica por “potencia contingente de ser en una potencia de ser”.), en el que todo es oscuridad hasta el momento en que se produce esta iluminación que determina su organización armónica en el paso de la potencia al acto (Cf. Génesis, 1, 2-3.). Esta misma iluminación corresponde estrictamente a la conversión de los tres gunas el uno en el otro que hemos descrito más atrás según un texto del Vêda: si consideramos las dos fases de esta conversión, el resultado de la primera, efectuada a partir de los estados inferiores del ser, se opera en el plano mismo de reflexión, mientras que la segunda imprime a la vibración reflejada una dirección ascensional, que la trasmite a través de toda la jerarquía de los estados superiores del ser. El plano de reflexión, cuyo centro, punto de incidencia del “Rayo Celeste”, es el punto de partida de esta vibración indefinida, será entonces el plano central en el conjunto de los estados de ser, es decir, el plano horizontal de coordenadas en nuestra representación geométrica, y su centro será efectivamente el centro del ser<ser total. Este plano central, donde se trazan los brazos HORIZONTALES de la cruz de tres dimensiones, desempeña, en relación al “Rayo Celeste” que es su brazo vertical, un papel análogo al de la “perfección pasiva” en relación a la “perfección activa”, o al de la “substancia” en relación a la “esencia”, al de Prakriti en relación a Purusha: es siempre, simbólicamente, la “Tierra” en relación al “Cielo”, y es también lo que todas las tradiciones cosmogónicas están de acuerdo en representar como la “superficie de las Aguas” (Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. V.). También se puede decir que es el plano de separación de las “Aguas inferiores” y de las “Aguas superiores” (Cf. Génesis, 1, 2-3.), es decir, de los dos caos, formal e informal, individual y extraindividual, de todos los estados, tanto no manifestados como manifestados, cuyo conjunto constituye la Posibilidad total del “Hombre Universal”. 264 SC XXIV