Se debe comprender ahora por qué no tomamos como objeto propio del presente estudio más que lo que concierne a la naturaleza y a la constitución del ser humano: para hacer inteligible lo que vamos a decir de él, deberemos abordar forzosamente otros puntos, que, a primera vista, pueden parecer extraños a esta cuestión, pero es siempre en relación a éste como los consideraremos. En sí mismos, los principios tienen un alcance que rebasa inmensamente toda aplicación que se puede hacer de ellos; pero por eso no es menos legítimo exponerlos, en la medida en que se puede, a propósito de tal o cual aplicación, y eso es incluso un procedimiento que tiene muchas ventajas bajo diversos aspectos. Por otra parte, no es sino en tanto que se vincula a los principios como una cuestión, cualquiera que sea, es tratada metafísicamente; es lo que es menester no olvidar jamás si se quiere hacer metafísica verdadera, y no pseudometafísica a la manera de los filósofos modernos. 8 HDV PREFACIO
Si hemos decidido exponer en primer lugar las cuestiones relativas al ser humano, no es porque éstas tengan, desde el punto de vista puramente metafísico, una importancia excepcional, ya que, debido a que este punto de vista está esencialmente libre de todas las contingencias, el caso del hombre jamás aparece en él como un caso privilegiado; pero comenzamos por él porque estas cuestiones ya se han planteado en el curso de nuestros precedentes trabajos, y necesitaban a este respecto un complemento que se encontrará en éste. El orden que adoptaremos para los estudios que vendrán después dependerá igualmente de las circunstancias y estará determinado, en una amplia medida, por consideraciones de oportunidad; creemos útil decirlo desde ahora, a fin de que nadie sea tentado a ver en ello una suerte de orden jerárquico, ya sea en cuanto a la importancia de las cuestiones, ya sea en cuanto a su dependencia; sería prestarnos una intención que no tenemos, pero sabemos muy bien cuantas de tales equivocaciones se producen fácilmente, y es por eso por lo que nos aplicaremos a prevenirlas cada vez que la cosa esté en nuestro poder. 9 HDV PREFACIO
Para comprender bien la doctrina del Vêdânta en lo que concierne al ser humano, importa establecer primero, tan claramente como sea posible, la distinción fundamental del Sí mismo, que es el principio mismo del ser, con el yo individual. Es casi superfluo declarar expresamente que el empleo del término Sí mismo no implica para nos ninguna comunidad de interpretación con algunas escuelas que han podido hacer uso de esta palabra, pero que jamás han presentado, bajo una terminología oriental lo más frecuentemente incomprendida, más que concepciones completamente occidentales y por lo demás eminentemente fantasiosas; y hacemos alusión aquí, no solo al teosofismo, sino también a algunas escuelas pseudorientales que han desnaturalizado enteramente el Vêdânta bajo pretexto de acomodarle a la mentalidad occidental, y sobre las cuales ya hemos tenido también la ocasión de explicarnos. En nuestra opinión, el abuso que se pueda haber hecho de una palabra no es una razón suficiente para que se deba renunciar a servirse de ella, a menos que se encuentre el medio de reemplazarla por alguna otra que esté tan bien adaptada a lo que se quiere expresar, lo que no es el caso presente; por lo demás, si uno se mostrara demasiado riguroso a este respecto, acabaría sin duda por no tener sino bien pocos términos a disposición, ya que apenas los hay que, concretamente, no hayan sido empleados más o menos abusivamente por algún filósofo. Las únicas palabras que entendemos desechar son aquellas que han sido inventadas expresamente para concepciones con las cuales las que nos exponemos no tienen nada de común: tales son, por ejemplo, las denominaciones de los diversos géneros de sistemas filosóficos; tales son también los términos que pertenecen en propiedad al vocabulario de los ocultistas y demás neoespiritualistas; pero, para aquellos que estos últimos no han hecho más que tomar prestados a doctrinas anteriores, doctrinas que tienen el hábito de plagiar descaradamente sin comprender nada de ellas, evidentemente no podemos hacernos ningún escrúpulo de retomarlos restituyéndoles la significación que les conviene normalmente. 41 HDV II
En lugar de los términos Sí mismo y yo, también se pueden emplear los de personalidad y de individualidad, con una reserva no obstante, ya que el Sí mismo, como lo explicaremos un poco más adelante, puede ser todavía algo más que la personalidad. Los teosofistas, que parecen haber encontrado placer en embrollar su terminología, toman la personalidad y la individualidad en un sentido que es exactamente inverso de aquel en el que deben entenderse correctamente: es la primera la que ellos identifican al yo, y la segunda al Sí mismo. Por el contrario, antes de ellos, y en occidente mismo, cada vez que se ha hecho una distinción cualquiera entre estos dos términos, la personalidad siempre se ha considerado como superior a la individualidad, y es por eso por lo que decimos que esa es su relación normal, relación que es ventajoso mantener. La filosofía escolástica, en particular, no ha ignorado esta distinción, pero no parece que le haya dado su pleno valor metafísico, ni que haya sacado de ella las consecuencias profundas que implica: por lo demás, esto es lo que ocurre frecuentemente, incluso en los casos donde ella presenta las similitudes más sorprendentes con algunas partes de las doctrinas orientales. En todo caso, la personalidad, entendida metafísicamente, no tiene nada de común con lo que los filósofos modernos llaman tan frecuentemente la persona humana, que no es en realidad nada más que la individualidad pura y simple; por lo demás, es ésta sola, y no la personalidad, la que puede decirse propiamente humana. De una manera general, parece que los occidentales, incluso cuando quieren ir más lejos en sus concepciones que la mayor parte de entre ellos, toman por la personalidad lo que no es verdaderamente más que la parte superior de la individualidad, o una simple extensión de ésta (León Daudet, en algunas de sus obras (LHérédo et Le monde des images), ha distinguido en el ser humano lo que él llama sí mismo y yo; pero el uno y el otro, para nos, forman igualmente parte de la individualidad, y todo eso pertenece al campo de la psicología, que, por el contrario, no puede alcanzar de ninguna manera la personalidad; sin embargo, esta distinción indica una suerte de presentimiento que es muy digno de destacar en un autor que no tiene la pretensión de ser un metafísico.); en estas condiciones, todo lo que es del orden metafísico puro queda forzosamente fuera de su comprehensión. 42 HDV II
El Sí mismo es el principio trascendente y permanente del que el ser manifestado, el ser humano por ejemplo, no es más que una modificación transitoria y contingente, modificación que, por lo demás, no podría afectar de ninguna manera al principio, así como lo explicaremos más ampliamente después. En tanto que tal, el Sí mismo jamás se individualiza y no puede individualizarse, ya que, debiendo ser considerado siempre bajo el aspecto de la eternidad y de la inmutabilidad que son los atributos necesarios del Ser puro, evidentemente no es susceptible de ninguna particularización, que le haría ser otro que sí mismo. Inmutable en su naturaleza propia, solo desarrolla las posibilidades indefinidas que conlleva en sí mismo, por el paso relativo de la potencia al acto a través de una indefinidad de grados, y eso sin que su permanencia esencial sea afectada por ello, precisamente porque este paso no es más que relativo, y porque este desarrollo no es tal, a decir verdad, sino en tanto que se considera del lado de la manifestación, fuera de la cual ya no puede tratarse de ninguna sucesión cualquiera que sea, sino solamente de una perfecta simultaneidad, de suerte que eso mismo que es virtual bajo una cierta relación por eso no se encuentra menos realizado en el eterno presente. Al respecto de la manifestación, se puede decir que el Sí mismo desarrolla sus posibilidades en todas las modalidades de realización, en multitud indefinida, que son para el ser integral otros tantos estados diferentes, estados de los que solo uno, sometido a unas condiciones de existencia muy especiales que le definen, constituye la porción o más bien la determinación particular de este ser que es la individualidad humana. El Sí mismo es así el principio por el cual existen, cada uno en su dominio propio, todos los estados del ser; y esto debe entenderse, no solo de los estados manifestados de los cuales acabamos de hablar, individuales como el estado humano o supraindividuales, sino también, aunque la palabra existir deviene entonces impropia, del estado no manifestado, que comprende todas las posibilidades que no son susceptibles de ninguna manifestación, al mismo tiempo que las posibilidades de manifestación mismas en modo principial; pero este Sí mismo no es más que por sí mismo, puesto que no tiene y no puede tener, en la unidad total e indivisible de su naturaleza íntima, ningún principio que le sea exterior (Expondremos más completamente, en otros estudios, la teoría metafísica de los estados múltiples del ser; aquí no indicamos de ella más que lo que es indispensable para comprender lo que concierne a la constitución del ser humano.). 43 HDV II
El Sí mismo, incluso para un ser cualquiera, es idéntico en realidad a Âtmâ, puesto que está esencialmente más allá de toda distinción y de toda particularización; y es por eso por lo que, en sánscrito, la misma palabra âtman, en los otros casos que el nominativo, ocupa el lugar del pronombre reflexivo sí mismo. El Sí mismo no es pues verdaderamente distinto de Âtmâ, excepto cuando se considera particular y distintivamente en relación a un ser, e incluso, más precisamente, en relación a un cierto estado definido de ese ser, tal como el estado humano, y solo mientras se le considera bajo este punto de vista especializado y restringido. En este caso, por lo demás, no es que el Sí mismo devenga de alguna manera efectivamente distinto de Âtmâ, ya que no puede ser otro que sí mismo, como lo decíamos más atrás, y ya que evidentemente no podría ser afectado por el punto de vista bajo el cual se le considera, como tampoco por ninguna otra contingencia. Lo que es menester decir, es que, en la medida misma en que se hace esta distinción, uno se aparta de la consideración directa del Sí mismo para no considerar ya verdaderamente más que su reflejo en la individualidad humana, o en cualquier otro estado del ser, ya que no hay que decir que, frente al Sí mismo, todos los estados de manifestación son rigurosamente equivalentes y pueden ser considerados de manera semejante; pero al presente, es la individualidad humana la que nos concierne de una manera más particular. Este reflejo del que hablamos determina lo que se puede llamar el centro de esta individualidad; pero, si se aísla de su principio, es decir, del Sí mismo, no tiene más que una existencia puramente ilusoria, ya que es del principio de donde saca toda su realidad, y no posee efectivamente esta realidad más que por participación en la naturaleza del Sí mismo, es decir, en tanto que se identifica a él por universalización. 46 HDV II
Las expresiones de estado sutil y de estado grosero, que se refieren a grados diferentes de la manifestación formal, serán explicadas más adelante; pero podemos indicar desde ahora que esta última distinción no vale sino a condición de tomar como punto de partida la individualidad humana, o más exactamente el mundo corporal o sensible. El estado grosero en efecto, no es otra cosa que la existencia corporal misma, a la cual la individualidad humana, como se verá, no pertenece más que por una de sus modalidades, y no en su desarrollo integral; en cuanto al estado sutil, comprende, por una parte, las modalidades extracorporales del ser humano, o de cualquier otro ser situado en el mismo estado de existencia, y también, por otra, todos los estados individuales diferentes de ese. Se ve que estos dos términos no son verdaderamente simétricos y que no pueden tener una común medida, puesto que uno de ellos no representa más que una porción de uno de los estados indefinidamente múltiples que constituyen la manifestación formal, mientras que el otro comprende todo el resto de esta manifestación (Podemos hacer comprender esta asimetría por una precisión de aplicación corriente, que depende simplemente de la lógica ordinaria: si se considera una atribución o una cualidad cualquiera, por eso mismo se dividen todas las cosas posibles en dos grupos, que son, por una parte, las cosas que poseen esta cualidad, y, por otra, las cosas que no la poseen; pero, mientras que el primer grupo se encuentra así definido y determinado positivamente, el segundo, que no está caracterizado más que de una manera puramente negativa, no está limitado de ningún modo por eso y es verdaderamente indefinido; por consiguiente, no hay ni simetría, ni común medida entre estos dos grupos, que así no constituyen realmente una división binaria, y cuya distinción no vale evidentemente más que desde el punto de vista especial de la cualidad tomada como punto de partida, puesto que el segundo grupo no tiene homogeneidad alguna y puede comprender cosas que no tienen nada de común entre ellas, lo que, no obstante, no impide que esta división sea verdaderamente válida bajo la relación considerada. Ahora bien, es de esta manera como nos distinguimos lo manifestado y lo no manifestado, después, en lo manifestado, lo formal y lo informal, y finalmente, en lo formal mismo, lo corporal y lo incorporal.). La simetría no se encuentra, hasta un cierto punto, más que si uno se restringe a la consideración de la individualidad humana únicamente, y por lo demás, es desde este punto de vista como la distinción de que se trata es establecida en primer lugar por la doctrina hindú; incluso si se rebasa después este punto de vista, e incluso si uno no le ha considerado más que para llegar a rebasarle efectivamente, por eso no es menos verdad que es este punto de vista el que tenemos que tomar inevitablemente como base y como término de comparación, puesto que es el que concierne al estado donde nos encontramos actualmente. Diremos pues que el ser humano, considerado en su integralidad, conlleva un cierto conjunto de posibilidades que constituyen su modalidad corporal o grosera, más una multitud de otras posibilidades que, extendiéndose en diversos sentidos más allá de ésta, constituyen sus modalidades sutiles; pero, no obstante, todas estas posibilidades reunidas no representan más que un único y mismo grado de la Existencia universal. Resulta de eso que la individualidad humana es a la vez mucho más y mucho menos de lo que creen ordinariamente los occidentales: mucho más, porque apenas conocen de ella más que la modalidad corporal, que no es más que una porción ínfima de sus posibilidades; pero también mucho menos, porque esta individualidad, lejos de ser realmente el ser total, no es más que un estado de este ser, entre una indefinidad de otros estados, cuya suma misma no es todavía nada al respecto de la personalidad, única que es el ser verdadero, porque únicamente ella es su estado permanente o incondicionado, y porque no hay más que eso que pueda ser considerado como absolutamente real. Todo lo demás, sin duda, es real también, pero solo de una manera relativa, en razón de su dependencia al respecto del principio y en tanto que refleja algo de él, como la imagen reflejada en un espejo saca toda su realidad del objeto sin el cual ella no tendría ninguna existencia; pero esta menor realidad, que no es más que participada, es ilusoria en relación a la realidad suprema, como la misma imagen es también ilusoria en relación al objeto; y, si se pretendiera aislarla del principio, esta ilusión devendría irrealidad pura y simple. Se comprende por eso que la existencia, es decir, el ser condicionado y manifestado, sea a la vez real en un cierto sentido e ilusorio en otro; y éste es uno de los puntos esenciales que no han comprendido nunca los occidentales que han deformado ultrajantemente el Vêdânta con sus interpretaciones erróneas y llenas de prejuicios. 56 HDV II
EL CENTRO VITAL DEL SER HUMANO, 63 HDV III
Por eso es por lo que se dice que es Brahma quien reside en el centro vital del ser humano, y eso para todo ser humano cualquiera que sea, y no solo para el que está actualmente unido o liberado, pues estas dos palabras designan en suma la misma cosa considerada bajo dos aspectos diferentes, el primero en relación al Principio, y el segundo en relación a la manifestación o a la existencia condicionada. Este centro vital se considera que corresponde analógicamente al más pequeño ventrículo (guhâ) del corazón (hridaya), pero no obstante no debe confundirse con el corazón en el sentido ordinario de esta palabra, queremos decir con el órgano fisiológico que lleva este nombre, ya que, en realidad, es el centro, no solo de la individualidad corporal, sino de la individualidad integral, susceptible de una extensión indefinida en su dominio (que por lo demás no es más que un grado de la Existencia), y de la que la modalidad corporal no constituye más que una porción, e incluso una porción muy restringida, así como ya lo hemos dicho. El corazón se considera como el centro de la vida, y lo es en efecto, desde el punto de vista fisiológico, en relación a la circulación de la sangre, a la que la vitalidad misma está esencialmente ligada de una manera muy particular, así como todas las tradiciones están de acuerdo en reconocerlo; pero se considera además como tal, en un orden superior, y simbólicamente en cierto modo, en relación a la Inteligencia universal (en el sentido del término árabe El-Aqlu) en sus relaciones con el individuo. Conviene notar a este propósito que los griegos mismos, y Aristóteles entre otros, atribuían el mismo papel al corazón, al que hacían también la sede de la inteligencia, si se puede emplear esta manera de hablar, y no del sentimiento como lo hacen ordinariamente los modernos; el cerebro, en efecto, no es verdaderamente más que el instrumento de la mente, es decir, del pensamiento en modo reflexivo y discursivo; y así, según un simbolismo que ya hemos indicado precedentemente, el corazón corresponde al sol y el cerebro a la luna. No hay que decir, por lo demás, que, cuando se designa el corazón como el centro de la individualidad integral, es menester estar atento a que lo que no es más que una analogía no debe considerarse como una asimilación, y a que en eso no hay propiamente más que una correspondencia, que por lo demás no tiene nada de arbitrario, sino que está perfectamente fundada, aunque nuestros contemporáneos se dejen sin duda llevar por sus hábitos a desconocer sus razones profundas. 68 HDV III
De lo que se trata verdaderamente, no es solo el alma viva (jîvatmâ), es decir, la manifestación particular del Sí mismo en la vida (jîva), y por tanto en el individuo humano, considerado más especialmente bajo el aspecto vital que expresa una de las condiciones de existencia que definen propiamente su estado, y que por lo demás se aplica a todo el conjunto de sus modalidades. En efecto, metafísicamente, esta manifestación no debe considerarse separadamente de su principio, que es el Sí mismo; y, si éste aparece como jîva en el dominio de la existencia individual, y por consiguiente en modo ilusorio, él es Âtmâ en la realidad suprema. Este Âtmâ, que reside en el corazón, es más pequeño que un grano de arroz, más pequeño que un grano de cebada, más pequeño que un grano de mostaza, más pequeño que un grano de mijo, más pequeño que el germen que está en un grano de mijo; este Âtmâ, que reside en el corazón, es también más grande que la tierra (el dominio de la manifestación grosera), más grande que la atmósfera (el dominio de la manimanifestación sutil), más grande que el cielo (el dominio de la manifestación informal), más grande que todos estos mundos juntos (es decir, más allá de toda manifestación, puesto que es lo incondicionado) (Chhândogya Upanishad, 3er Prapâthaka, 14 khanda, shruti 3. — Es imposible no acordarse aquí de esta parábola del Evangelio: El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su campo; este grano es la más pequeña de todas las semillas, pero, cuando ha crecido, es más grande que todas las demás legumbres, y deviene un árbol, de suerte que los pájaros del cielo vienen a posarse sobre sus ramas (San Mateo, XIII, 31 y 32). Aunque el punto de vista sea ciertamente diferente, se comprenderá fácilmente como la concepción del Reino de los Cielos puede ser transpuesta metafísicamente: el crecimiento del árbol es el desarrollo de las posibilidades; y hasta los pájaros del cielo, que representan entonces los estados superiores del ser, nos recuerdan un simbolismo similar empleado en otro texto de las Upanishads: Dos pájaros, compañeros inseparablemente unidos, residen sobre un mismo árbol; uno come el fruto del árbol, el otro mira sin comer (Mundaka Upanishad, 3er Mundaka, 1er Khanda, shruti 1; Shwêtâshwatara Upanishad, 4 Adhyâya, shruti 6). El primero de estos dos pájaros es jivâtmâ, que está comprometido en el dominio de la acción y de sus consecuencias; el segundo, es el Âtmâ incondicionado, que es puro Conocimiento; y, si están inseparablemente unidos, es porque aquél no se distingue de éste más que en modo ilusorio.). De tal modo que, en efecto, puesto que la analogía debe aplicarse en sentido inverso como ya lo hemos señalado, del mismo modo que la imagen de un objeto en un espejo está invertida en relación al objeto, así lo que es lo primero o lo más grande en el orden principial es, al menos en apariencia, lo último o lo más pequeño en el orden de la manifestación (NA: Aquí también, encontramos la misma cosa expresada muy claramente en el Evangelio: Los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos (San Mateo, XX, 16)). Para tomar términos de comparación en el dominio matemático, a fin de hacer la cosa más comprehensible, es así como el punto geométrico es nulo cuantitativamente y no ocupa ningún espacio, aunque sea el principio por el cual es producido el espacio todo entero, que no es más que el desarrollo de sus propias virtualidades (Incluso desde un punto de vista más exterior, el de la geometría ordinaria y elemental, se puede hacer destacar esto: por desplazamiento continuo, el punto engendra la línea, la línea engendra la superficie, y la superficie engendra el volumen; pero, en sentido inverso, la superficie es la intersección de dos volúmenes, la línea es la intersección de dos superficies, y el punto es la intersección de dos líneas.); es así igualmente como la unidad aritmética es el más pequeño de los números si se la considera como situada en su multiplicidad, aunque es el más grande en principio, puesto que los contiene a todos virtualmente y produce toda su serie únicamente por la repetición indefinida de sí misma. El Sí mismo no está más que potencialmente en el individuo, mientras la Unión no está realizada (Por lo demás, en realidad es el individuo el que está en el Sí mismo, y el ser toma efectivamente consciencia de ello cuando la Unión está realizada; pero esta toma de consciencia implica la liberación de las limitaciones que constituyen la individualidad como tal, y que, más generalmente, condicionan toda manifestación. Cuando hablamos del Sí mismo como estando de una cierta manera en el individuo, es desde el punto de vista de la manifestación donde nos colocamos, y eso es también una aplicación del sentido inverso.), y por eso es por lo que es comparable a un grano o a un germen; pero el individuo y la manifestación toda entera no son sino por él y no tienen realidad sino por participación en su esencia, y él rebasa inmensamente toda existencia, puesto que es el Principio único de todas las cosas. 70 HDV III
Ahora debemos considerar a Purusha, no ya en sí mismo, sino en relación a la manifestación; y esto nos permitirá comprender mejor después cómo puede ser considerado bajo varios aspectos, aunque es uno en realidad. Diremos pues que Purusha, para que la manifestación se produzca, debe entrar en correlación con otro principio, aunque una tal correlación sea inexistente en cuanto a su aspecto más elevado (uttama), y aunque no haya verdaderamente otro principio, sino en un sentido relativo, que el Principio Supremo; pero, desde que se trata de la manifestación, incluso principialmente, estamos ya en el dominio de la relatividad. El correlativo de Purusha es entonces Prakriti, la substancia primordial indiferenciada; es el principio pasivo, que es representado como femenino, mientras que Purusha, llamado también Pumas, es el principio activo, representado como masculino; y, aunque ellos mismos permanecen por lo demás no manifestados, son los dos polos de toda manifestación. Es la unión de estos dos principios complementarios la que produce el desarrollo integral del estado individual humano, y eso en relación a cada individuo; y es lo mismo para todos los estados manifestados del ser diferentes de este estado humano, ya que, si vamos a considerar éste más especialmente, importa no olvidar jamás que no es más que un estado entre los demás, y que no es únicamente en el límite de la individualidad humana, sino más bien en el límite de la totalidad de los estados manifestados, en multiplicidad indefinida, donde Purusha y Prakriti se nos aparecen como resultando en cierto modo de una polarización del Ser principial. 82 HDV IV
Si, en lugar de considerar cada individuo aisladamente, se considera el conjunto del dominio formado por un grado determinado de la Existencia, tal como el dominio individual donde se despliega el estado humano, o no importa cual otro dominio análogo de la existencia manifestada, definido semejantemente por un cierto conjunto de condiciones especiales y limitativas, Purusha es, para un tal dominio (que comprende todos los seres que desarrollan en él, tanto sucesiva como simultáneamente, sus posibilidades de manifestación correspondientes), asimilado a Prajâpati, el Señor de los seres producidos, expresión de Brahma mismo en tanto que es concebido como Voluntad Divina y Ordenador Supremo (Prajâpati es también Vishwakarma, el principio constructivo universal; su nombre y su función son por lo demás susceptibles de aplicaciones múltiples y más o menos especializadas, según se les refiera o no a la consideración de tal o cual estado determinado.). Esta Voluntad se manifiesta más particularmente, en cada ciclo especial de existencia, como el Manu de ese ciclo, que le da su Ley (Dharma); en efecto, así como ya lo hemos explicado en otra parte, Manu no debe considerarse en modo alguno como un personaje ni como un mito (al menos en el sentido vulgar de esta palabra), sino más bien como un principio, que es propiamente la Inteligencia cósmica, imagen reflejada de Brahma (y en realidad una con Él), que se expresa como el Legislador primordial y universal (Es interesante notar que, en otras tradiciones, el Legislador primordial es designado también por nombres cuya raíz es la misma que la del Manu hindú: tales son, concretamente, el Menés o Mina de los egipcios, el Minos de los griegos y el Menw de los celtas; es pues un error considerar estos nombres como designando personajes históricos.). Del mismo modo que Manu es el prototipo del hombre (mânava), la pareja Purusha-Prakriti, en relación a un estado de ser determinado, puede considerarse como equivalente, en el dominio de la existencia que corresponde a ese estado, a lo que el esoterismo islámico llama el Hombre Universal (El-Insânul-Kâmil) (NA: Es el Adam Qadmon de la Qabbalah hebraica; es también el Rey (Wang) de la tradición extremo oriental (Tao-Te-King, XXV)), concepción que, por lo demás, puede extenderse después a todo el conjunto de los estados manifestados, y que establece entonces la analogía constitutiva de la manifestación universal y de su modalidad individual humana (Recordamos que es sobre esta analogía donde reposa esencialmente la institución de las castas. — Sobre el papel de Purusha considerado desde el punto de vista que indicamos aquí, ver concretamente el Purusha-Sûkta del Rig Vêda, X, 90. — Vishwakarma, aspecto o función del Hombre Universal, corresponde al Gran arquitecto del Universo de las iniciaciones occidentales.), o, para emplear el lenguaje de algunas escuelas occidentales, del macrocosmo y del microcosmo (Estos términos pertenecen en propiedad al hermetismo, y son de aquellos para los cuales estimamos no tener que ocuparnos del empleo más o menos abusivo que ha podido hacerse de ellos por los pseudoesoteristas contemporáneos.). 83 HDV IV
Después de haber dado estas pocas nociones indispensables, volvemos de nuevo a la consideración de los grados de la manifestación: hay lugar a hacer primeramente, como lo hemos visto, una distinción entre la manifestación informal y la manifestación formal; pero, cuando uno se limita a la individualidad, es siempre de la segunda que se trata exclusivamente. El estado propiamente humano, del mismo modo que todo otro estado individual, pertenece todo entero al orden de la manifestación formal, puesto que es precisamente la presencia de la forma entre las condiciones de un cierto modo de existencia la que caracteriza a este modo como individual. Así pues, si tenemos que considerar un elemento informal, ese será un elemento supraindividual, y, en cuanto a sus relaciones con la individualidad humana, jamás deberá considerarse como constitutivo de ésta, o como formando parte de ella a un título cualquiera, sino como ligando la individualidad a la personalidad. Esta última, en efecto, es no manifestada, incluso en el caso de que se la considere más especialmente como el principio de los estados manifestados, del mismo modo que el Ser, aunque es propiamente el principio de la manimanifestación universal, está fuera y más allá de ésta manifestación (y uno puede acordarse aquí del motor inmóvil de Aristóteles); pero, por otro lado, la manifestación informal es todavía principial, en un sentido relativo, en relación a la manifestación formal, y así establece un lazo entre ésta y su principio superior no manifestado, que es por lo demás el principio común de estos dos órdenes de manifestación. Del mismo modo, si se distingue después, en la manifestación formal o individual, el estado sutil y el estado grosero, el primero es, más relativamente todavía, principial en relación al segundo, y, por consiguiente, se sitúa jerárquicamente entre este último y la manifestación informal. Se tiene pues, por una serie de principios cada vez más relativos y determinados, un encadenamiento a la vez lógico y ontológico (puesto que los dos puntos de vista se corresponden por lo demás de tal manera que no se les puede separar más que artificialmente), que se extiende desde lo no manifestado hasta la manifestación grosera, pasando por la intermediación de la manifestación informal, y seguidamente por la de la manifestación sutil; y, ya sea que se trate del macrocosmo o del microcosmo, tal es el orden general que debe seguirse en el desarrollo de las posibilidades de manifestación. 111 HDV VI
Por otra parte en el segundo grupo, los bhûtas pertenecen incontestablemente al dominio de la manifestación grosera, puesto que son los elementos corporales; pero el manas, que no es corporal, debe ser referido a la manifestación sutil, en sí mismo al menos, aunque su actividad se ejerce también en relación a la manifestación grosera; y los demás indriyas tienen en cierto modo un doble aspecto, puesto que pueden considerarse a la vez en tanto que facultades y en tanto que órganos, y por consiguiente psíquica y corporalmente, es decir, en el estado sutil y en el estado grosero. Debe entenderse bien, por lo demás, que lo que se considera de la manifestación sutil, en todo esto, no es propiamente más que lo que concierne al estado individual humano, en sus modalidades extracorporales; y, aunque éstas sean superiores a la modalidad corporal, puesto que contienen su principio inmediato (al mismo tiempo que su dominio se extiende mucho más lejos), no obstante, si se las recoloca en el conjunto de la Existencia universal, pertenecen todavía al mismo grado de esta existencia, en el que está situado el estado humano todo entero. La misma precisión se aplica también cuando decimos que la manifestación sutil es productiva de la manifestación grosera: para que eso sea rigurosamente exacto, es menester aportar ahí, en lo que concierne a la primera, la restricción que acabamos de indicar, ya que, la misma relación, no puede ser establecida para otros estados igualmente individuales, pero no humanos, y enteramente diferentes por sus condiciones (salvo la presencia de la forma), estados que uno está obligado a comprender también en la manifestación sutil, como lo hemos explicado, desde que se toma la individualidad humana como término de comparación, así como debe hacerse inevitablemente, aunque dándose cuenta bien de que este estado no es en realidad nada más ni nada menos que otro estado cualquiera. 113 HDV VI
Todavía es necesaria una última observación: cuando se habla del orden de desarrollo de las posibilidades de manifestación, o del orden en el que deben enumerarse los elementos que corresponden a las diferentes fases de este desarrollo, es menester tener cuidado de precisar bien que un tal orden no implica más que una sucesión puramente lógica, que traduce por lo demás un encadenamiento ontológico real, y que aquí no podría tratarse de ninguna manera de una sucesión temporal. En efecto, el desarrollo en el tiempo no corresponde más que a una condición especial de la existencia, que es una de las que definen el dominio en el que está contenido el estado humano; y hay una indefinidad de modos diferentes de desarrollo igualmente posibles, e igualmente comprendidos en la manifestación universal. Así pues, la individualidad humana no puede estar situada temporalmente en relación a los demás estados del ser, puesto que éstos, de una manera general, son extratemporales, y eso incluso cuando no se trata más que de estados que dependen igualmente de la manifestación formal. Podríamos agregar todavía que algunas extensiones de la individualidad humana, fuera de su modalidad corporal, escapan ya al tiempo, sin estar por eso sustraídas a las demás condiciones generales del estado al que pertenece esta individualidad, de suerte que se sitúan verdaderamente en simples prolongamientos de este mismo estado; y, en otros estudios, tendremos sin duda la ocasión de explicar cómo tales prolongamientos pueden alcanzarse precisamente por la supresión de una u otra de las condiciones cuyo conjunto completo define el mundo corporal. Si ello es así, se concibe que, con mayor razón, no podría tratarse de hacer intervenir la condición temporal en lo que ya no pertenece al mismo estado, ni por consiguiente en las relaciones del estado humano integral con otros estados; y, con mayor razón todavía, uno no puede hacer que intervenga cuando se trata de un principio común a todos los estados de manifestación, o de un elemento que, aunque es ya manifestado, es superior a toda manifestación formal, como lo es el que vamos a tener que considerar en primer lugar. 114 HDV VI
Buddhi, considerada en relación a la individualidad humana o a todo otro estado individual, es pues su principio inmediato, pero transcendente, como, desde el punto de vista de la Existencia universal, la manifestación informal lo es de la manifestación formal; y es al mismo tiempo lo que se podría llamar la expresión de la personalidad en la manifestación, y por consiguiente lo que unifica el ser a través de la multiplicidad indefinida de sus estados individuales (puesto que el estado humano, en toda su extensión, no es más que uno de estos estados entre los demás). En otros términos, si se considera el Sí mismo (Âtmâ) o la personalidad como el Sol espiritual (Para el sentido que conviene dar a esta expresión, remitimos a la observación que ya hemos hecho a propósito del Espíritu Universal.) que brilla en el centro del ser<ser total, Buddhi será el rayo emanado directamente de este Sol y que ilumina en su integralidad el estado individual que vamos a considerar más especialmente, ligándole a los demás estados individuales del mismo ser, o incluso, más generalmente todavía, a todos sus estados manifestados (individuales y no individuales), y, por encima de éstos, al centro mismo. Por lo demás, conviene destacar, sin insistir demasiado en ello aquí para no apartarnos del hilo de nuestra exposición, que, en razón de la unidad fundamental del ser en todos sus estados, se debe considerar el centro de cada estado, en el que se proyecta este rayo espiritual, como identificado virtualmente, sino efectivamente, con el centro del ser<ser total; y por eso es por lo que un estado cualquiera, el estado humano tanto como todo otro, puede ser tomado como base para la realización de la Identidad Suprema. Es precisamente en este sentido, y en virtud de esta identificación, por lo que se puede decir, como lo hemos hecho al comienzo, que Purusha mismo reside en el centro de la individualidad humana, es decir, en el punto donde la intersección del rayo espiritual con el dominio de las posibilidades vitales determina el alma viva (jîvâtmâ) (Es evidente que queremos hablar aquí, no de un punto matemático, sino de lo que se podría llamar analógicamente un punto metafísico, sin que no obstante una tal expresión deba evocar la idea de la mónada Leibnitziana, puesto que jîvâtmâ no es más que una manifestación particular y contingente de Âtmâ, y puesto que su existencia separada es propiamente ilusoria. El simbolismo geométrico al que nos referimos será expuesto por lo demás en otro estudio con todos los desarrollos a los que es susceptible de dar lugar.). 124 HDV VII
Por otra parte, Buddhi, como todo lo que proviene del desarrollo de las potencialidades de Prakriti, participa de los tres gunas; por eso es por lo que, considerada bajo la relación del conocimiento distintivo (vijnâna), se la concibe como ternaria, y, en el orden de la Existencia universal, se la identifica a la Trimûrti divina: Mahat, distintamente concebido, deviene como tres Dioses (en el sentido de tres aspectos de la Luz inteligible, ya que esa es propiamente la significación de la palabra sánscrita Dêva, de la que la palabra Dios es por lo demás, etimológicamente, el equivalente exacto) (Si se diera a esta palabra Dios el sentido que ha tomado ulteriormente en las lenguas occidentales, el plural sería un sinsentido tanto desde el punto de vista hindú como desde el punto de vista judeocristiano e islámico, ya que esta palabra, como lo hemos hecho destacar precedentemente, no podría aplicarse entonces más que a Îshwara exclusivamente, en su indivisible unidad que es la del Ser Universal, cualquiera que sea la multiplicidad de los aspectos que se pueden considerar en él secundariamente.), por la influencia de los tres gunas, puesto que es una sola manifestación (mûrti) en tres Dioses. En lo universal, es la Divinidad (Îshwara, no en sí mismo, sino bajo sus tres aspectos principales de Brahmâ, Vishnu y Shiva, que constituyen la Trimûrti o triple manifestación); pero, considerado distributivamente (bajo el aspecto, por lo demás puramente contingente, de la separatividad), pertenece (sin estar no obstante individualizado él mismo) a los seres individuales (a los que comunica la posibilidad de participación en los atributos divinos, es decir, en la naturaleza misma del Ser Universal, principio de toda existencia) (Matsya-Purâna. — Se observará que Buddhi no carece de relaciones con el Logos alejandrino.). Es fácil ver que Buddhi es considerada aquí en sus relaciones respectivas con los dos primeros de los tres Purushas de que se habla en la Bhagavad-Gîtâ: en el orden macrocósmico, en efecto, el que es designado como inmutable es Îshwara mismo, cuya expresión en modo manifestado es la Trimûrti (se trata, bien entendido, de la manifestación informal, ya que ahí no hay nada de individual); y se dice que el otro está repartido entre todos los seres. Del mismo modo, en el orden microcósmico, Buddhi puede ser considerada a la vez en relación a la personalidad (Âtmâ) y en relación al alma viva (jîvâtmâ), puesto que esta última no es más que la reflexión de la personalidad en el estado individual humano, reflexión que no podría existir sin la intermediación de Buddhi: recuérdese aquí el símbolo de sol y de su imagen reflejada en el agua; Buddhi es, lo hemos dicho, el rayo que determina la formación de esta imagen y que, al mismo tiempo, la liga a la fuente luminosa. 125 HDV VII
Después de la consciencia individual (ahankâra), la enumeración de los tattwas del Sânkhya conlleva, en el mismo grupo de las producciones productivas, los cinco tanmâtras, determinaciones elementales sutiles, y por consiguiente incorporales y no perceptibles exteriormente, que son, de una manera directa, los principios respectivos de los cinco bhûtas o elementos corporales y sensibles, y que tienen su expresión definida en las condiciones mismas de la existencia individual en el grado donde se sitúa el estado humano. La palabra tanmâtra significa literalmente una asignación (mâtra, medida, determinación) que delimita el dominio propio de una cierta cualidad (tad o tat, pronombre neutro, eso, tomado aquí en el sentido de quididad, como el árabe dhât) (Hay lugar a destacar que estas palabras tat y dhât son fonéticamente idénticas entre sí, y que lo son también al inglés that, que tiene el mismo sentido.) en la Existencia universal; pero éste no es el lugar de entrar en desarrollos más amplios sobre este punto. Diremos solamente que los cinco tanmâtras se designan habitualmente por los nombres de las cualidades sensibles: auditiva o sonora (shabda), tangible (sparsha), visible (rûpa, con el doble sentido de forma y color), gustativa (RASA), olfativa (ghanda); pero estas cualidades no pueden considerarse aquí más que en el estado principial, en cierto modo, y no desarrollado, puesto que es solo por los bhûtas como serán manifestadas efectivamente en el orden sensible; y la relación de los tanmâtras con los bhûtas es, en su grado relativo, análoga a la relación de la esencia con la substancia, de suerte que se podría dar bastante justamente a los tanmâtras la denominación de esencias elementales (Es en un sentido muy próximo a esta consideración de los tanmâtras como Fabre dOlivet, en su interpretación del Génesis (La lengua hebraica restituida), emplea la expresión de elementización inteligible.). Los cinco bhûtas son, en el orden de su producción o de su manifestación (orden correspondiente al que acaba de indicarse para los tanmâtras, puesto que a cada elemento pertenece en propiedad una cualidad sensible), el Éter (Âkâsha), el Aire (Vayû), el Fuego (Têjas), el Agua (Ap) y la Tierra (Prithwî o Prithivî); y es de ellos de lo que está formada toda la manifestación grosera o corpórea. 136 HDV VIII
En cuanto al desarrollo de las diferentes facultades del hombre individual, no tenemos más que reproducir lo que se enseña sobre esta cuestión en los Brahma-Sûtras: el intelecto, el sentido interno, así como las facultades de sensación y de acción, se desarrollan (en la manifestación) y se reabsorben (en lo no manifestado) en un orden semejante (pero, para la reabsorción, en sentido inverso del desarrollo) (Recordaremos que no se trata en modo alguno de un orden de sucesión temporal.), orden que es siempre el de los elementos de los que estas facultades proceden en cuanto a su constitución (Aquí puede tratarse a la vez de los tanmâtras y de los bhûtas, según que los indriyas sean considerados en el estado sutil o en el estado grosero, es decir, como facultades o como órganos.) (a excepción no obstante del intelecto, que se desarrolla, en el orden informal, previamente a todo principio formal o propiamente individual). En cuanto a Purusha (o Âtmâ), su emanación (en tanto que se le considera como la personalidad de un ser) no es un nacimiento (incluso en la acepción más extensa de la que este término es susceptible) (En efecto, se puede llamar nacimiento y muerte al comienzo y al fin de un ciclo cualquiera, es decir, de la existencia en no importa cuál estado de manifestación, y no solo en el estado humano; como lo explicaremos más adelante, el paso de un estado a otro es entonces a la vez una muerte y un nacimiento, según que se considere en relación al estado antecedente o al estado consecuente.), ni una producción (que determine un punto de partida para su existencia, así como ocurre con todo lo que proviene de Prakriti). En efecto, no puede asignársele ninguna limitación (por ninguna condición particular de existencia), ya que, al estar identificado con el Supremo Brahma, participa de Su Esencia infinita (La palabra esencia, cuando se aplica así analógicamente, ya no es en modo alguno el correlativo de sustancia; por lo demás, aquello que tiene un correlativo cualquiera no puede ser infinito. Del mismo modo, la palabra naturaleza, aplicada al Ser Universal o incluso más allá del Ser, pierde enteramente su sentido propio y etimológico, con la idea de devenir que se encuentra implícita en ella.) (que implica la posesión de los atributos divinos, virtualmente al menos, e incluso actualmente en tanto que esta participación se realice efectivamente por la Identidad Suprema, sin hablar de lo que está más allá de toda atribución, puesto que aquí se trata del Supremo Brahma, que es nirguna, y no solo de Brahma como saguna, es decir, de Îshwara) (A la posesión de los atributos divinos se le llama en sánscrito aishwarya, en tanto que es una verdadera connaturalidad con Îshwara.). Es activo, pero en principio solamente (y por consiguiente no-actuante) (Aristóteles ha tenido razón al insistir tanto sobre este punto, de que el primer motor de todas las cosas (o el principio del movimiento) debe ser él mismo inmóvil, lo que equivale a decir, en otros términos, que el principio de toda acción debe ser no-actuante.), ya que esta actividad (kârtritwa) no le es esencial e inherente, sino que no es para él más que eventual y contingente (relativa solo a sus estados de manifestación). Como el carpintero que tiene en la mano su hacha y sus demás útiles, y poniéndolos después a un lado, goza de la tranquilidad y del reposo, del mismo modo este Âtmâ, en su unión con sus instrumentos (por medio de los cuales sus facultades principiales se expresan y se desarrollan en cada uno de sus estados de manifestación, y que así no son otra cosa que estas facultades manifestadas con sus órganos respectivos), es activo (aunque esta actividad no afecta en nada a su naturaleza íntima) y, al abandonarlos, goza del reposo y de la tranquilidad (en el no-actuar, de donde, en sí mismo, no ha salido jamás) (Brahma-Sûtras, 2 Adhyâya, 3er Pâda, sûtras 15 a 17 y 33 a 40.). 138 HDV VIII
La segunda envoltura (vijnânamaya-kosha) está formada por la Luz (en el sentido inteligible) directamente reflejada del Conocimiento integral y universal (Jnâna, donde la partícula vi implica el modo distintivo) (La palabra sánscrita Jnâna es idéntica al griego gnosis por su raíz, que por lo demás es también la de la palabra conocimiento (de cognoscere), y que expresa una idea de producción o de generación, porque el ser deviene lo que conoce y se realiza a sí mismo por este conocimiento.); está compuesta de las cinco esencias elementales (tanmâtras), conceptibles, pero no perceptibles, en su estado sutil; y consiste en la junción del Intelecto superior (Buddhi) con las facultades principiales de percepción que proceden respectivamente de los cinco tanmâtras, y cuyo desarrollo exterior constituirá los cinco sentidos en la individualidad corporal (NA: Es a partir de esta segunda envoltura que se aplica propiamente el término sharîra, sobre todo si se da a esta palabra, interpretada por los métodos del Nirutka, la significación de dependiente de los seis (principios), es decir, de Buddhi (o de ahankâra que deriva directamente de ella y que es el primer principio de orden individual) y de los cinco tanmâtras (Mânava-Dharma-Shâtra, 1er Adhyâya, shloka 17).). La tercera envoltura (manomaya-kosha), en la que el sentido interno (manas) se junta con la precedente, implica especialmente la consciencia mental (En tanto que determinación, entendemos por esta expresión algo más que la consciencia individual pura y simple: se podría decir que es la resultante de la unión del manas con ahankâra.) o facultad pensante, que, como lo hemos dicho precedentemente, es de orden exclusivamente individual y formal, y cuyo desarrollo procede de la irradiación en modo reflejado del intelecto superior en un estado individual determinado, que aquí es el estado humano. La cuarta envoltura (prânamaya-kosha) comprende las facultades que proceden del soplo vital (prâna), es decir, los cinco vâyus (modalidades de este prâna), así como las facultades de acción y de sensación (estas últimas existen ya principialmente en las dos envolturas precedentes, como facultades puramente conceptivas, mientras que, por otra parte, no podía tratarse de ningún tipo de acción, ni tampoco de ninguna percepción exterior). El conjunto de estas tres envolturas (vijnânamaya, manomaya y prânamaya) constituye la forma sutil (sûkshma-sharîra o linga-sharîra), por oposición a la forma grosera o corporal (sthûla-sharîra); por consiguiente, encontramos de nuevo aquí la distinción de los dos modos de manifestación formal de que hemos hablado ya en varias ocasiones. 154 HDV IX
La forma corporal o grosera (sthûla-sharira) es la quinta y última envoltura, la que corresponde, para el estado humano, al modo de manifestación más exterior; es la envoltura alimentaria (annamaya-kosha), compuesta de los cinco elementos sensibles (bhûtas), a partir de los cuales se constituyen todos los cuerpos. Se asimilan los elementos combinados recibidos en el alimento (anna, palabra derivada de la raíz verbal ad, comer) (Esta raíz es la del latín edere, y también, aunque bajo una forma más alterada, la del inglés eat y la del alemán essen.), secretando las partes más finas, que permanecen en la circulación orgánica, y excretando o rechazando las más groseras, a excepción no obstante de aquellas que se depositan en los huesos. Como resultado de esta asimilación, las substancias terrosas devienen la carne; las substancias acuosas, la sangre; las substancias ígneas, la grasa, la médula y el sistema nervioso (materia fosforada); ya que hay substancias corporales en las que predomina la naturaleza de tal o cual elemento, aunque todas estén formadas por la unión de los cinco elementos (Brahma-Sûtras, 2 Adhyâya, 4 Pâda, sûtra 21. — Chhândogya Upanishad, 6 Prapâthaka, 5 Kanda, shrutis 1 a 3.) 156 HDV IX
Abordaremos ahora el estudio de las diferentes condiciones del ser individual, que reside en la forma viva, la cual, como lo hemos explicado más atrás, comprende, por una parte, la forma sutil (sûkshma-sharîra, o linga-sharîra), y, por otra, la forma grosera o corporal (sthûla-sharîra). Cuando hablamos de estas condiciones, por ello no entendemos de ningún modo la condición especial que, según lo que ya hemos dicho, es propia de cada individuo y que le distingue de todos los demás, ni el conjunto de condiciones limitativas que define cada estado de existencia considerado en particular; de lo que se trata, es exclusivamente de los diversos estados o, si se quiere, de las diversas modalidades de las que es susceptible, de una manera completamente general, un mismo ser individual cualquiera que sea. En su conjunto, estas modalidades siempre pueden referirse al estado grosero y al estado sutil, de los cuales el primero se limita únicamente a la modalidad corporal, y el segundo comprende todo el resto de la individualidad (aquí no se trata de los demás estados individuales, puesto que es el estado humano el que se considera especialmente). Lo que está más allá de estos dos estados ya no pertenece al individuo como tal: queremos hablar de lo que se podría llamar el estado causal, es decir, del estado que corresponde al Kârana-sharîra, y que, por consecuencia, es de orden universal e informal. Por lo demás, con este estado causal, si no estamos ya en el dominio de la existencia individual, estamos todavía en el del Ser; por consiguiente, es menester considerar además, más allá del Ser, un cuarto estaestado principial, absolutamente incondicionado. Metafísicamente, todos estos estados, incluso los que pertenecen propiamente al individuo, se refieren a Âtmâ, es decir, a la personalidad, porque es ésta únicamente la que constituye la realidad profunda del ser, y porque todo estado de ese ser sería puramente ilusorio si se pretendiera separarle de ella. Los estados del ser, cualesquiera que sean, no representan nada más que posibilidades de Âtmâ; por eso es por lo que se puede hablar de las diversas condiciones donde se encuentra el ser como siendo verdaderamente las condiciones de Âtmâ, aunque debe entenderse bien que Âtmâ, en sí mismo, no es afectado por ellas y que por eso no deja de ser incondicionado, del mismo modo que jamás deviene manifestado, aunque es el principio esencial y transcendente de la manifestación bajo todos sus modos. 181 HDV XI
Vaishwânara, como lo indica la derivación etimológica de este nombre (NA: Sobre la derivación, ver el comentario de Shankarâchâya sobre los Brahma-Sûtras, 1er Adhyâya, 2 Pâda, sûtra 28: es Âtmâ quien es a la vez todo (vishwa), en tanto que personalidad, y hombre (nara), en tanto que individualidad (es decir, como jîvâtmâ). Así pues Vaishwânara es efectivamente una denominación que conviene propiamente a Âtmâ; por otra parte, es también un nombre de Agni, así como lo veremos más adelante (cf. Shatapata Brâhmana).), es lo que hemos llamado el Hombre Universal, pero considerado más particularmente en el desarrollo completo de sus estados de manifestación, y bajo el aspecto especial de este desarrollo. Aquí, la extensión de este término parece estar incluso restringida a uno de esos estados, el más exterior de todos, el de la manifestación grosera que constituye el mundo corporal; pero este estado particular puede tomarse como símbolo de todo el conjunto de la manifestación universal, de la cual es un elemento, y eso porque para el ser humano es la base y el punto de partida obligado de toda realización; bastará pues, como en todo simbolismo, efectuar las transposiciones convenientes según los grados a los que la concepción deberá aplicarse. Es en este sentido como el estado del que se trata puede referirse al Hombre Universal y describirse como constituyendo su cuerpo, concebido por analogía con el del hombre individual, analogía que es, como ya lo hemos dicho, la del macrocosmo (adhidêvaka) y del microcosmo (adhyâtmika). Bajo este aspecto, Vaishwânara se identifica también con Virâj, es decir, con la Inteligencia cósmica en tanto que rige y unifica en su integralidad el conjunto del mundo corporal. Finalmente, bajo otro punto de vista, que corrobora por lo demás el precedente, Vaishwânara significa también lo que es común a todos los hombres; es entonces la especie humana, entendida como naturaleza específica, o más precisamente lo que se puede llamar el genio de la especie (Bajo esta relación, nara o uri es el hombre en tanto que individuo perteneciente a la especie humana, mientras que mânava es más propiamente el hombre en tanto que ser pensante, es decir, el ser dotado de mente, lo que es por lo demás el atributo esencial inherente a su especie y por el que se caracteriza su naturaleza. Por otra parte, el nombre de Nara por eso no es menos susceptible de una transposición analógica, por la cual se identifica a Purusha; y es así como Vishnu es llamado a veces Narottama o el Hombre Supremo, designación en la que es menester no ver el menor antropomorfismo, como tampoco hay que verlo en la concepción misma del Hombre Universal bajo todos sus aspectos, y eso precisamente en razón de esta transposición. No podemos emprender desarrollar aquí los sentidos múltiples y complejos que están implícitos en la palabra nara; y, en lo que concierne a la naturaleza de la especie, sería menester todo un estudio especial para exponer las consideraciones a las que puede dar lugar.); y, además, conviene destacar que el estado corporal es efectivamente común a todas las individualidades humanas, cualesquiera que sean las demás modalidades en las que son susceptibles de desarrollarse para realizar, en tanto que individualidades y sin salir del grado humano, la extensión integral de sus posibilidades respectivas (Convendría todavía establecer aproximaciones con la concepción de la naturaleza adámica en las tradiciones judaica e islámica, concepción que, ella también, se aplica a grados diversos y en sentidos jerárquicamente superpuestos; pero eso nos llevaría muy lejos de nuestro tema, y al presente debemos limitarnos a esta simple indicación.). 195 HDV XII
Por lo que acaba de decirse, se puede comprender cómo es menester entender los siete miembros de los que se habla en el texto de la Mandûkya Upanishad, y que son las siete partes principales del cuerpo macrocósmico de Vaishwânara: 1, el conjunto de las esferas luminosas superiores, es decir, de los estados superiores del ser, pero considerados aquí únicamente en sus relaciones con el estado de que se trata especialmente, se compara a la parte de la cabeza que contiene el cerebro, el cual, en efecto, corresponde orgánicamente a la función mental, que no es más que un reflejo de la Luz inteligible o de los principios supraindividuales; 2, el Sol y la Luna, o más exactamente los principios representados en el mundo sensible por estos dos astros (Aquí nos acordaremos de las significaciones simbólicas que tienen también, en occidente, el Sol y la Luna en la tradición hermética y en las teorías cosmológicas que los alquimistas han basado sobre ésta; ni en un caso ni en el otro, la designación de estos astros debe tomarse literalmente. Debe destacarse por lo demás que el presente simbolismo es diferente de aquel al que hemos hecho alusión precedentemente, y en el que el Sol y la Luna corresponden respectivamente al corazón y al cerebro; serían menester todavía largos desarrollos para mostrar cómo estos diversos puntos de vista se concilian y se armonizan en el conjunto de las concordancias analógicas. ), son los dos ojos; 3, el principio ígneo es la boca (Ya hemos anotado que Vaishwânara es a veces un nombre de Agni, que entonces se considera sobre todo como calor animador, y por consiguiente, en tanto que reside en los seres vivos; tendremos todavía la ocasión de volver de nuevo sobre ello más adelante. Por otra parte, mukhya-prâna es a la vez el soplo de la boca (mukha) y el acto vital principal (es en este segundo sentido como los cinco vayûs son sus modalidades); y el calor está íntimamente asociado a la vida misma.); 4, las direcciones del espacio (dish) son las orejas (Se notará la relación muy destacable que presenta esto con el papel fisiológico de los canales semicirculares.); 5, la atmósfera, es decir, el medio cósmico del que procede el soplo vital (prâna), corresponde a los pulmones; 6, la región intermediaria (Antarisksha) que se extiende entre la Tierra (Bhû o Bhûmi) y las esferas luminosas o los Cielos (Swar o Swarga), región considerada como el medio donde se elaboran las formas (todavía potenciales en relación al estado grosero), corresponde al estómago (En un cierto sentido, la palabra Antariksha comprende también la atmósfera, considerada entonces como medio de propagación de la luz, importa destacar, por lo demás, que el agente de esta propagación no es el aire (Vâyu), sino el Éter (Âkâsha). Cuando se transponen los términos para hacerlos aplicables a todo el conjunto de los estados de la manifestación universal, en la consideración del Tribhuvana, Antariksha se identifica a Bhuvas, que se designa ordinariamente como la atmósfera, pero tomando esta palabra en una acepción mucho más extensa y menos determinada que precedentemente. — Los nombres de los tres mundos, Bhû, Bhuvas y Swar, son los tres vyâhritis, palabras que se pronuncian habitualmente después del monosílabo Om en los ritos hindúes de la sandhyâ-upâsanâ (meditación repetida por la mañana, al mediodía y por la tarde). Se observará que los dos primeros de estos tres nombres tienen la misma raíz, porque se refieren a modalidades de un mismo estado de existencia, el de la individualidad humana, mientras que el tercero representa, en esta división, el conjunto de los estados superiores.); 7, finalmente, la Tierra, es decir, en el sentido simbólico, la conclusión en acto de toda la manifestación corporal, corresponde a los pies, que se toman aquí como el emblema de toda la parte inferior del cuerpo. Las relaciones de estos diversos miembros entre ellos y sus funciones en el conjunto cósmico al que pertenecen son análogas (pero no idénticas bien entendido) a las de las partes correspondientes del organismo humano. Se observará que aquí no se trata del corazón, porque su relación directa con la Inteligencia universal le coloca fuera del dominio de las funciones propiamente individuales, y porque esta morada de Brahma es verdaderamente el punto central, tanto en el orden cósmico con en el orden humano, mientras que todo lo que es de la manifestación, y sobre todo de la manifestación formal, es exterior y periférico, si puede expresarse así, al pertenecer exclusivamente a la circunferencia de la rueda de las cosas. 196 HDV XII
En este estado, las facultades externas, aunque subsisten potencialmente, se reabsorben en el sentido interno (manas), que es su fuente común, su soporte y su fin inmediato, y que reside en las arterias luminosas (nâdîs) de la forma sutil, donde está extendido de una manera indivisa, a la manera de un calor difuso. Por lo demás, el elemento ígneo mismo, considerado en sus propiedades esenciales, es a la vez luz y calor; y, como lo indica el nombre mismo de Taijasa aplicado al estado sutil, estos dos aspectos, convenientemente transpuestos (puesto que entonces ya no se trata de cualidades sensibles), deben encontrarse igualmente en este estado. Todo lo que se refiere a éste, como ya hemos tenido la ocasión de hacerlo destacar en otras circunstancias, toca muy de cerca a la naturaleza misma de la vida, que es inseparable del calor; y recordaremos que, sobre este punto como sobre muchos otros, las concepciones de Aristóteles concuerdan plenamente con las de los orientales. En cuanto a la luminosidad que acabamos de mencionar, es menester entenderla como la reflexión y la difracción de la Luz inteligible en las modalidades extrasensibles de la manifestación formal (modalidades de las que no vamos a considerar en todo esto más que lo que concierne al estado humano). Por otra parte, la forma sutil misma (sûkshma-sharîra o linga-sharîra), en la que reside Taijasa, se asimila también a un vehículo ígneo (NA: A propósito de esto, hemos recordado en otra parte el carro de fuego sobre el que el profeta Elías subió a los cielos (II Libro de los Reyes, II, 11).), aunque debe distinguirse del fuego corporal (el elemento Têjas o lo que procede de él) que es percibido por los sentidos de la forma grosera (sthula-sharîra), vehículo de Vaishwânara, y más especialmente por la vista, puesto que la visibilidad, que supone necesariamente la presencia de la luz, es, entre las cualidades sensibles, la que pertenece en propiedad a Têjas; pero, en el estado sutil, ya no puede tratarse en modo alguno de los bhûtas, sino solo de los tanmâtras correspondientes, que son sus principios determinados inmediatos. En lo que concierne a las nadîs o arterias de la forma sutil, no deben confundirse con las arterias corporales por las que se efectúa la circulación sanguínea, y corresponden más bien fisiológicamente, a las ramificaciones del sistema nervioso, ya que se describen expresamente como luminosas; ahora bien, como el fuego se polariza en cierto modo en calor y luz, el estado sutil está ligado al estado corporal de dos maneras diferentes y complementarias, por la sangre en cuanto a la cualidad calórica, y por el sistema nervioso en cuanto a la cualidad luminosa (Ya hemos indicado, a propósito de la constitución de la annmaya-kosha, que es el organismo corporal, que los elementos del sistema nervioso provienen de la asimilación de las substancias ígneas. En cuanto a la sangre, que es líquida, está formada a partir de las substancias acuosas, pero es menester que éstas hayan sufrido una elaboración debida a la acción del calor vital, que es la manifestación de Agni Vaishwânara, y las mismas desempeñan solo el papel de un soporte plástico que sirve para la fijación de un elemento de naturaleza ígnea: el fuego y el agua son aquí, uno en relación al otro, esencia y substancia en un sentido relativo. Esto podría aproximarse fácilmente a algunas teorías alquímicas, como aquellas donde interviene la consideración de los principios llamados azufre y mercurio, uno activo y el otro pasivo, y respectivamente análogos, en el orden de los mixtos, del fuego y del agua en el orden de los elementos, sin hablar de las otras