Podemos, no obstante, acercarnos al problema a través de una consideración de los términos en los cuales se habla de los Perfectos. Son llamados Rayos del Sol, o Ráfagas del Espíritu, o Movedores-a-Voluntad. También se dice que son idóneos para la encarnación en los mundos manifestados: es decir, idóneos para participar en la vida del Espíritu, ya sea que se mueva o que permanezca en reposo. Es un Espíritu que sopla como quiere. Todas estas expresiones corresponden a las palabras de Cristo «entrarán y saldrán, y encontrarán pradera». O podemos compararlos con el peón en un JUEGO de ajedrez. Cuando el peón ha cruzado desde el lado de acá al lado de allá se transforma. Deviene un ministro y es llamado un movedor-a-voluntad, inclusive en la lengua vernácula. Muerto a su sí mismo anterior, ya no está confinado a mociones o posiciones particulares, sino que puede entrar y salir, a voluntad, desde el sitio donde se efectuó su transformación. Y esta libertad para moverse a voluntad es otro aspecto del estado del Perfecto, pero algo más allá de la concepción de aquellos que son todavía meros peones. Puede observarse también que el que fuera antes peón, siempre en peligro de una muerte inevitable en su viaje a través del tablero, está en libertad después de su transformación para sacrificarse a sí mismo o para escapar del peligro. En términos estrictamente indios, su moción anterior era un cruce, su moción regenerada un descenso. El Vedânta y La Tradición Occidental
La palabra del sánscrito tardío lîlâ, como es bien sabido, describe cualquier tipo de JUEGO, y puede compararse en significado al griego paidia. Aquí nos interesaremos principalmente en la referencia de lîlâ a la manifestación y actividad divina considerada como un «JUEGO», una «recreación» o un «divertimiento». Lîlâ
En una concepción tal no hay nada extraño o únicamente indio. El Maestro Eckhart, por ejemplo, dice: «Siempre ha habido este JUEGO en la Naturaleza del Padre… del abrazo del Padre a su propia naturaleza viene este eterno JUEGO del Hijo. Este JUEGO fue jugado eternamente antes de todas las criaturas… El JUEGO de los dos es el Espíritu Santo, en quien ambos se recrean, y que él mismo se recrea en ambos. Juego y jugadores son lo mismo» (ed. Evans, p. 148). Boehme agrega «no que este primer gozo comenzara con la creación, no, pues era por toda eternidad… La creación es el mismo JUEGO de sí mismo» (Signatura rerum XVI.2-3). Lîlâ
Que Platón consideraba la actividad divina como un JUEGO se muestra por su llamarnos «juguetes» de Dios -«y en lo que concierne a lo mejor en nosotros, eso es lo que nosotros somos realmente»; de aquí que prosiga diciendo que nosotros debemos danzar en consecuencia, obedeciendo solo a esa única cuerda de oro de la Ley, por la cual la marioneta está suspendida desde arriba, y pasar así la vida, sin tomar en serio los asuntos humanos, solo «jugando a los mejores JUEGOs»; no como juegan esos jugadores cuyas vidas están entregadas a los JUEGOs, sino siendo «de otra mente» que esos cuyos actos están motivados por su propio interés o placer (Leyes 644, 803, 804). El «filósofo de otra mente» de Platón que, habiendo hecho el ascenso y visto la luz, retorna a la Caverna para tomar parte en la vida del mundo (República VII) es en realidad un avatâra («el que ha descendido de nuevo»), uno que podría decir con Krishna: «No hay nada en los Tres Mundos que yo tenga necesidad de hacer, ni nada que yo no haya obtenido y que pudiera obtener, y sin embargo participo en la acción… Lo mismo que el ignorante, por apego a las acciones, actúa, así el Comprehensor, aunque desapegado, debe actuar también, con miras al mantenimiento del orden en el mundo» (Bhagavad Gîtâ III.22-25) La palabra lîlâ aparece por primera vez, en conexión con estas mismas ideas, en el Brahma Sutra, II.1.32, 33, na prayojanatvât, lokavat tu lîlâkaivalyam, «La actividad creativa de Brahma no se lleva a cabo debido a una necesidad por su parte, sino simplemente a modo de JUEGO, en el sentido común de la palabra». Lîlâ
Entendemos que el énfasis está siempre sobre la idea de una actividad «pura», que puede describirse propiamente como «JUEGO», debido a que el JUEGO no se juega, como se hace ordinariamente un «trabajo», con miras a asegurar algún fin esencial al bienestar del trabajador, sino exuberantemente; el trabajador trabaja por lo que necesita, el jugador juega debido a lo que él es. El trabajo es laborioso, el JUEGO aplicado; el trabajo agota, el JUEGO recrea. La manera de vivir mejor y más a semejanza de Dios es «jugar el JUEGO». Y antes de que dejemos estas consideraciones generales, debe entenderse que, en las sociedades tradicionales, todos esos JUEGOs y representaciones que nosotros consideramos ahora como «deportes» y «espectáculos» meramente seculares son, hablando estrictamente, ritos, en los que solo participan iniciados; y que, bajo estas condiciones, la pericia (kausalam) nunca es una habilidad meramente física, sino también una «sabiduría» (sophia, cuyo sentido básico es precisamente «la cualidad de ser experto»). Y así los extremos se tocan, el trabajo deviene un JUEGO y el JUEGO un trabajo; vivir, por lo tanto, es haber visto «la acción en la inacción y la inacción en la acción» (Bhagavad Gîtâ IV.18), es estar por encima de la batalla, y permanecer así inafectado por las consecuencias de la acción (Brhadâranyaka Upanishad IV.4.23, Îsâvâsya Upanishad 5, Bhagavad Gîtâ V.7, etc.), pues las acciones ya no son «mías» sino del Señor (Jaiminîya Upanishad Brâhmana I.5.2, Bhagavad Gîtâ III.15, etc.), a quien ellas «no atan» (Katha Upanishad V.11, Maitri Upanishad III.2, Bhagavad Gîtâ IV.14, etc.). Lîlâ
La idea de un JUEGO o divertimiento divino está plenamente representada en las «Upanishads» y la Bhagavad Gîtâ, pero la palabra lîlâ no aparece, y krîd aparece sólo en Chândogya Upanishad VIII.12, donde el Espíritu incorporal (asarîra âtman) se considera «riendo, jugando (krîdan) y tomando su placer», y en Maitri Upanishad V.1, donde «el Espíritu Universal (visvâtman), el Creador Universal, el Gozador Universal, la Vida Universal» es también «el Señor Universal del JUEGO y el placer» (visvakrîdâratiprabhuh) en los que participa sin ser movido, estando en paz consigo mismo (sântâtman). Lîlâ
Por consiguiente, nos ha sido posible rastrear, no solo la continuidad y universalidad de la noción de la actividad divina concebida como un tipo de JUEGO y divertimiento, sino también reconocer en el «JUEGO» de una llama tremolante o de una luz vibrante el símbolo adecuado de esta epifanía del Espíritu. Lîlâ
El valioso estudio del Dr. Kurt Riezler bajo este título en el Journal of Philosophy, XXXVIII (1941), 505-517, y mi propio «Lîlâ», tratan de aspectos complementarios de la noción de la actividad del JUEGO; los puntos de vista convergen y se encuentran en la cita de Heráclito hecha por ambos autores (cf. Heráclito fr. 79). JUEGO Y SERIEDAD
El interés del Dr. Riezler está principalmente en la distinción entre el (mero) JUEGO y la seriedad (real); el mío en la indistinción entre el JUEGO y el trabajo en un nivel de referencia más alto. En el sentido en que la parte divina de nosotros, nuestro Sí mismo real, o «Alma del alma», es el espectador impasible de los destinos que son padecidos por sus vehículos psicofísicos (Maitri Upanishad II.7, III.2, etc.), no está claramente «interesado» o implicado en estos destinos y no los toma seriamente; de la misma manera que cualquier otro espectador no toma seriamente los destinos de los personajes en la escena, o si lo hace difícilmente puede decirse que está presenciando el JUEGO, sino más bien que está implicado en él. En conexión con esta parte mejor de nosotros, con la que nos identificamos si «sabemos quien somos», Platón dice más de una vez que «los asuntos humanos no deben tomarse muy seriamente» (megalos men spoudes oukaxia, Leyes 803BC, cf. Apología 23A), y a nosotros se nos pide «no preocuparnos por el mañana» (San Mateo 6:34). JUEGO Y SERIEDAD
Los JUEGOs carecen de significado para nosotros. Pero eso es anormal; y si tenemos que considerar el JUEGO y la seriedad desde un punto de vista más universalmente humano, entonces debemos recordar que los «JUEGOs» – y esto cubre todo el campo de las contiendas atléticas, las representaciones acrobáticas y teatrales, la juglaría, el ajedrez, las apuestas y la mayoría de los JUEGOs de niños organizados y el folklore, de hecho todo lo que no es meramente el retozo sin arte de los borregos – no son «meramente» ejercicios físicos, espectáculos, o entretenimientos, o solo de un valor higiénico o estético, sino metafísicamente significantes. Platón pregunta, «¿Tenemos que vivir siempre jugando? y si es así, ¿en qué tipo de JUEGOs?», y responde, «tales como los sacrificios, el canto y la danza, con los que podemos tener el favor de los dioses y vencer a nuestros enemigos» (Leyes 803DE). Ludus subyace en nuestra palabra «ludicrous» («burlesco»); pero en el «Latín Dictionary (Harper)» encontramos «Ludi, JUEGOs públicos, JUEGOs, espectáculos, funciones, exhibiciones, que se daban en honor de los dioses, etc.». JUEGO Y SERIEDAD
Así pues, aunque en un JUEGO no hay nada que ganar excepto «el placer que perfecciona la operación», y la comprensión de lo que es propiamente un rito, sin embargo nosotros no jugamos descuidadamente, sino más bien como si nuestra vida dependiera de la victoria. El JUEGO implica orden; de un hombre que ignora las reglas (como puede sentirse tentado a hacerlo si el resultado es para él la cuestión que más importa) decimos que «no está jugando el JUEGO»; si nosotros estamos tan seriamente comprometidos, tan «interesados» en las apuestas, como para «golpear por debajo de la cintura», eso no es un duelo, sino mucho más un intento de asesinato. Es cierto que por no hacer trampas podemos perder: pero toda la razón del JUEGO es que nosotros no estamos jugando solo para ganar sino representando un papel, determinado por nuestra propia naturaleza, y que lo único que importa es que juguemos bien, independientemente del resultado que nosotros no podemos prever. «La pericia concierne a la acción solo, no a sus frutos; así pues, no dejes que el fruto de la acción sea tu motivo, ni vaciles en actuar» (Bhagavad Gîtâ II.47). «Las batallas se pierden con el mismo espíritu con el que se ganan» (Whitman); la victoria depende de muchos factores más allá de nuestro control, y nosotros no debemos preocuparnos por lo que no es responsabilidad nuestra. JUEGO Y SERIEDAD
A la actividad de Dios se le llama un «JUEGO» debido precisamente a que se asume que él no tiene fines suyos propios que servir; es en este mismo sentido como nuestra vida puede ser «jugada» y como, en tanto que la parte mejor de nosotros está en ella aunque no es de ella, nuestra vida deviene un JUEGO. En este punto nosotros ya no distinguimos JUEGO de trabajo. JUEGO Y SERIEDAD