Lo que hace falta saber para comprender la importancia de las formas es que la forma sensible es lo que corresponde simbólicamente de la manera más directa al Intelecto, y esto en razón de la analogía inversa que juega entre los órdenes principial y manifestado (NA: «El arte – dice Santo Tomás de Aquino – está asociado al conocimiento.»); por consiguiente, las realidades más elevadas se manifiestan de la manera más patente en su reflejo más alejado, a saber, en el orden sensible o material, y es en este punto donde encuentra su más profundo sentido el adagio: «Los extremos se tocan»; y aún añadiríamos: es por la misma razón por lo que la Revelación desciende al cuerpo y no solamente al alma de los Profetas, lo que presupone por otra parte la perfección física de estos cuerpos (NA: René Guénon (NA: Les Deux Nuits, en «Etudes Traditionnelles», abril y mayo de 1939) hace notar, al hablar de la laylat el-qadr, noche del «descendimiento» (NA: tanzîl) del Corán, que «esta noche, según el comentario de Mohidin ibn Arabí, se identifica con el cuerpo mismo del Profeta. Lo que es particularmente digno de nota es que la ‘revelación’ es recibida no en lo mental, sino en el cuerpo del ser, que es ‘misionado’ para expresar el principio: Et Verbum caro factum est, dice también el Evangelio (NA: caro y no mens), lo que viene a ser muy exactamente otra expresión, bajo la forma propia de la tradición cristiana, de lo que representa laylat el-qadr en la tradición islámica». Esta verdad está en estrecha conexión con la relación que nosotros recalcamos entre las formas y las intelecciones.). Las formas sensibles corresponden, pues, de la manera más exacta, a intelecciones, y es por esta razón por lo que el arte tradicional posee reglas que aplican al dominio de las formas las leyes cósmicas y los principios universales, y que, bajo su aspecto exterior más general, revelan el estilo de la civilización correspondiente, estilo que a su vez explicita el modo de intelectualidad de aquélla; cuando este arte deja de ser tradicional y se hace humano, individual, o sea, arbitrario, ello significa infaliblemente la señal – y secundariamente la causa – de una decadencia intelectual, decadencia que, a los ojos de quienes saben «discernir los espíritus» y mirar sin prejuicios, se expresa por el carácter más o menos incoherente y espiritualmente insignificante, diríamos inclusive ininteligible, de las formas (NA: Hacemos alusión aquí a la decadencia de ciertas ramas del arte religioso desde la época gótica, sobre todo tardía, y de todo el arte occidental a partir del Renacimiento; el arte cristiano (NA: arquitectura, escultura, pintura, orfebrería LITÚRGICA, etc.), que era un arte sagrado, simbólico, espiritual, debía entonces ceder ante la invasión del arte neoantiguo y naturalista, individualista y sentimental; este arte, que no tiene absolutamente nada de «milagroso», como piensan los que creen en el «milagro griego», es completamente inapto para la transmisión de las intuiciones intelectuales y no responde más que a las aspiraciones psíquicas colectivas; asimismo significa todo cuanto hay de más contrario a la contemplación intelectual y no tiene en cuenta más que la sentimentalidad; por otra parte, ésta se degrada a medida que responde a las necesidades de las masas, para terminar en la vulgaridad dulzona y patética. Es curioso constatar que no parece que jamás se haya caído en la cuenta de hasta qué punto esta barbarie de las formas, que alcanzó una cierta cumbre de fanfarronada vacía y miserable con el estilo Luis XV, contribuyó – y contribuye todavía – a alejar de la Iglesia a muchas almas, y no de las menos importantes. Se encontraban verdaderamente sofocadas por un entorno que no permitía ya respirar a su inteligencia. 235 UTR: IV
Hemos aludido más arriba al turbante al hablar de la lentitud de los ritmos tradicionales; (35) debemos hacer una pausa para reflexionar sobre ello. La asociación de ideas entre el turbante y el Islam está lejos de ser fortuita: «El turbante -dijo el Profeta- es una frontera entre la fe y la incredulidad», y también: «Mi comunidad no decaerá mientras lleve turbantes»; se citan igualmente los hâdîth siguientes«El Día del juicio el hombre recibirá una luz por cada vuelta de turbante (kawra) que haya alrededor de su cabeza»; «Llevad turbantes, pues así ganaréis en generosidad». Lo que aquí queremos subrayar es que se considera que el turbante confiere al creyente una suerte de gravedad, de consagración y también de humildad majestuosa; separa de las criaturas caóticas y disipadas -los «errantes» (dâllûn) de la Fâtiha-, lo fija en un eje divino -el «camino recto» (al-sirât al-mustaqîm) de la misma oración- y lo destina así a la contemplación; en una palabra, el turbante se opone como un peso celestial a todo lo que es profano y vano. Como la cabeza -el cerebro- es para nosotros el plano de nuestra elección entre lo verdadero y lo falso, lo duradero y lo efímero, lo real y lo ilusorio, lo grave y lo fútil, es ella la que debe llevar la señal de esta elección; se considera que el símbolo material refuerza la conciencia espiritual, como es el caso, por lo demás, de todo tocado religioso o incluso de toda vestidura LITÚRGICA o simplemente tradicional. El turbante «envuelve» en cierto modo al pensamiento, siempre dispuesto a la disipación, el olvido y la infidelidad; recuerda el encarcelamiento sagrado de la naturaleza pasional y deífuga. (37) La ley coránica tiene por función el restablecimiento de un equilibrio primordial perdido; de ahí este hadith: «Llevad turbantes y distinguíos con ello de los pueblos (“desequilibrados”) que os han precedido». (38) 631 FSCI 1
Un arte no es sagrado por la intención personal del artista, sino por el contenido, el simbolismo y el estilo, así pues, por elementos objetivos. Por el contenido: debe ser representado tal asunto y no otro, sea desde el punto de vista del modelo canónico, sea en un sentido más amplio, pero siempre canónicamente determinado; por el simbolismo: el personaje santo – o el símbolo antropomorfo -, ha de estar vestido u ornado de cierta manera, no de otro modo, puede hacer tales gestos, no tales otros; por el estilo: la imagen debe expresarse mediante tal lenguaje formal hierático, y no en un estilo ajeno o caprichoso. En resumen, la imagen ha de ser santa por su contenido, simbólica por los detalles, y hierática por su tratamiento, sin lo cual carece de verdad espiritual, de cualidad LITÚRGICA y, con mayor razón, de carácter sacramental; el arte, so pena de quitarse su razón de ser, no tiene ningún derecho a infringir estas reglas, y tiene tanto menos interés en hacerlo cuanto que estas aparentes restricciones, por su verdad intelectual y estética, le confieren cualidades de profundidad y poder que el individuo tiene muy pocas probabilidades de poder sacar de sí mismo. 1936 FSCR: PRINCIPIOS Y CRITERIOS DEL ARTE UNIVERSAL
En el Evangelio, la ley del amor a Dios va inmediatamente seguida por la ley del amor al prójimo, lo cual se encuentra enunciado en la Thora de esta forma: «No odiarás a tu hermano en tu corazón; pero reprenderás a tu prójimo, a fin de no cargarte con un pecado por causa de él. No te vengarás, y no guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy Yaveh» (NA: Levítico, XIX, 17 y 18) (NA: O también: «Tratad al extranjero que habita entre vosotros como al indígena de entre vosotros; ámale como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo Soy Yaveh, vuestro Dios» (NA: Ibid, 34). Empleamos esta forma, «Yaveh», a título convencional, e independientemente de toda consideración lingüística o LITÚRGICA.). De los pasajes bíblicos que citamos resulta una triple Ley: en primer lugar, reconocimiento por la inteligencia de la unidad de Dios; en segundo lugar, unión a la vez volitiva y contemplativa con el Dios Uno (NA: Porque – en términos vedánticos – «el mundo es falso, Brahma es verdadero».); y, en tercer lugar, superación de la distinción engañosa y deformadora entre «yo» y el «otro» (NA: Porque «toda cosa es Atmâ». Por consiguiente: «cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí ME lo hicisteis» (NA: Mt., XXV, 40). «A Yaveh presta quien da al pobre, Él le dará su recompensa» (NA: Proverbios, XIX, 17).). 3152 EPV: II EL MANDAMIENTO SUPREMO
Y esto nos lleva a consideraciones que ponen negativamente de relieve la actualidad candente del ideal monástico, o simplemente religioso, lo que en el fondo equivale a lo mismo. En este mundo de absurdo relativismo en que vivimos, quien dice «nuestro tiempo» cree haberlo dicho todo; identificar cualquier fenómeno con «otro tiempo» o con un «tiempo revuelto» es liquidarlo; y señalemos el sadismo hipócrita que recubren palabras como «revuelto», «caduco», o «irreversible», que reemplazan el pensamiento por una especie de sugestión imaginativa, una «música del prejuicio» como si dijéramos. Se comprueba por ejemplo que tal práctica LITÚRGICA o ceremonial ofende los gustos cientificistas o demagógicos de nuestra época y se está muy feliz recordando que el uso en cuestión data de la Edad Media, incluso de «Bizancio», lo que permite concluir sin otra forma de proceso que no tiene derecho a la existencia; se olvida totalmente la única pregunta que se debería plantear, el por qué los bizantinos lo practicaron; ocurre que este por qué se sitúa con bastante frecuencia fuera del tiempo, que tiene una razón de ser que revela factores intemporales. Identificarse a sí mismo con un «tiempo» y quitar por ello a las cosas cualquier valor intrínseco o casi, es una actitud muy nueva, que se proyecta arbitrariamente en lo que llamamos retrospectivamente el «pasado»; en realidad, nuestros antepasados no vivían en un tiempo, subjetiva e intelectualmente hablando, sino en un «espacio», es decir, en un mundo de valores estables donde el flujo de la duración no era por decirlo así más que accidental; tenían un maravilloso sentido de lo absoluto en las cosas y del arraigo de las cosas en lo absoluto. 5111 FSRMA: UNIVERSALIDAD Y ACTUALIDAD DEL MONAQUISMO LA VÍA DE LA UNIDAD