Acabamos de ver que hay casos donde la distinción de los dos dominios exotérico y esotérico no aparece como absolutamente tajante, por el hecho mismo de la manera particular en la que están constituidas algunas formas tradicionales, y que establece una suerte de continuidad entre el uno y el otro; hay otros casos donde esta distinción es perfectamente clara, y ello es concretamente así cuando el exoterismo reviste la forma específicamente religiosa. Para dar un ejemplo preciso y bien definido de estos últimos casos, consideraremos la diferencia que existe entre la plegaria, en el orden exotérico, y por otra parte, en el orden esotérico, lo que llamaremos el «encantamiento», empleando este término a falta de otro más claro del cual carecen las lenguas occidentales, y reservándonos definirle exactamente a continuación. En cuanto a la plegaria, debemos hacer observar ante todo que esta palabra, aunque en el lenguaje corriente se entiende lo más frecuentemente en un sentido muy vago, y aunque a veces se llega a tomarla como sinónimo del término «ORACIÓN» en toda su generalidad, pensamos que conviene guardarle o darle la significación mucho más especial y restringida que tiene por su etimología misma, ya que esta palabra «plegaria» significa propia y exclusivamente «petición» y no puede emplearse sin abuso para designar otra cosa; así pues, será menester no olvidar que es en este único sentido como lo entenderemos en el curso de las consideraciones que van a seguir. 648 RGAI LA PLEGARIA Y EL ENCANTAMIENTO
De hecho, ya hemos hablado de estas entidades colectivas, y pensábamos que habíamos precisado suficientemente su papel cuando, a propósito de las organizaciones tradicionales, religiosas u otras, que pertenecen al dominio que puede decirse exotérico, en el sentido más extenso de esta palabra, para distinguirle del dominio iniciático, escribíamos esto: «Se puede considerar cada colectividad como disponiendo de una fuerza de orden sutil constituida en cierta manera por los aportes de todos sus miembros pasados y presentes, y que, por consiguiente, es tanto más considerable y susceptible de producir efectos más intensos cuanto más antigua sea la colectividad y cuanto mayor sea el número de miembros que la componen; por lo demás, es evidente que esta consideración «cuantitativa» implica esencialmente que se trata del dominio individual, más allá del cual ya no podría intervenir en modo alguno» (NA: Ver Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XXIV.). A propósito de esto, recordaremos que lo colectivo, en todo lo que lo constituye, tanto psíquicamente como corporalmente, no es otra cosa que una simple extensión de lo individual, y que, por consiguiente, no tiene absolutamente nada de transcendente en relación a esto, contrariamente a las influencias espirituales que son de un orden completamente diferente; para tomar los términos habituales del simbolismo geométrico, es menester, diremos, no confundir el sentido horizontal con el sentido vertical. Esto nos conduce a responder incidentemente a otra cuestión que también nos ha sido planteada, y que no carece de relación con lo que consideramos al presente: sería un error considerar como un estado supraindividual el que resultaría de la identificación tanto con una entidad psíquica colectiva, como con toda otra entidad psíquica cualquiera que sea; la participación en una tal entidad colectiva, a un grado cualquiera, puede considerarse, si se quiere, como constituyendo una suerte de «ensanchamiento» de la individualidad, pero nada más. Así pues, es únicamente para obtener algunas ventajas de orden individual como los miembros de una colectividad pueden utilizar la fuerza sutil de la que ésta dispone, conformándose a las reglas establecidas a este efecto por la colectividad de que se trate; e, incluso si, para la obtención de esas ventajas, hay además la intervención de una influencia espiritual, como ocurre concretamente en un caso tal como el de las colectividades religiosas, esta influencia espiritual, al no actuar entonces en su dominio propio que es de orden supraindividual, debe ser considerada, así como ya lo hemos dicho igualmente, como «descendiendo» al dominio individual y ejerciendo en él su acción por medio de la fuerza colectiva en la que toma su punto de apoyo. Por ello, es por lo que la ORACIÓN, conscientemente o no, se dirige de la manera más inmediata a la entidad colectiva, y solo por la intermediación de ésta se dirige también a la influencia espiritual que actúa a través de ella; las condiciones puestas a su eficacia por la organización religiosa no podrían explicarse de otro modo. 3986 IRS INFLUENCIAS ESPIRITUALES Y «EGREGORES»
A propósito de esta adORACIÓN, se ha hablado en ocasiones de “plegaria” pero eso es evidentemente inexacto, porque no hay en ella ninguna petición, de cualquier naturaleza que ésta pudiera ser; las plegarias que generalmente se formulan en cantos rituales no pueden dirigirse, por otro lado, más que a las diversas manifestaciones divinas (Estas manifestaciones divinas parecen estar, en la tradición de los indios, repartidas lo más habitualmente según una división cuaternaria, conforme a un simbolismo cosmológico que se aplica a la vez a los dos puntos de vista macrocósmico y microcósmico.), y vamos a ver que es de otra cosa de lo que aquí se trata en realidad. Ciertamente, sería mucho más justo hablar de “encantación”, tomando este término en el sentido que hemos definido en otro lugar (Ver Aperçus sur l’lnitiation, cap. XXIV.); podría igualmente decirse que es una “invocación”, entendiéndola en un sentido exactamente comparable al del dhikr en la tradición islámica, pero precisando que se trata esencialmente de una invocación silenciosa y completamente interior (No carece de interés señalar a ese respecto que ciertas turuq islámicas, en particular la de los Naqshbandiyah, practican asimismo un dhikr silencioso.). He aquí lo que con respecto a ella escribe Ch. Eastman (Ch. Eastman, citado por Paul Coze, es un Sioux de origen, que parece, a pesar de una educación “blanca”, haber conservado bien la conciencia de su propia tradición; tenemos por otro lado razones para pensar que tal caso está en realidad lejos de ser tan excepcional como se podría creer ateniéndose ciertas apariencias totalmente exteriores.): “La adORACIÓN del Gran Misterio era silenciosa, solitaria, sin complicación interior; era silenciosa porque todo discurso es necesariamente débil e imperfecto, también las almas de nuestros antepasados alcanzaban a Dios en una ORACIÓN sin palabras; era solitaria porque pensaban que Dios está más cerca de nosotros en la soledad, y los sacerdotes no estaban allí para servir de intermediarios entre el hombre y el Creador (El último término, cuyo empleo sin duda se debe aquí únicamente a los hábitos del lenguaje europeo, no es ciertamente exacto si se quiere ir al fondo de las cosas, ya que, en realidad, el “Dios creador” no puede hallarse propiamente más que entre los aspectos manifestados de lo Divino.).” No puede, en efecto, haber intermediarios en semejante caso, puesto que esta adORACIÓN tiende a establecer una comunicación directa con el Principio supremo, que es designado aquí como el “Gran Misterio”. 4470 MISCELÁNEA SILENCIO Y SOLEDAD