Sociedad Teosófica

Entre las pseudodoctrinas que ejercen una influencia más o menos nefasta sobre porciones más o menos extensas de la mentalidad occidental, y que, siendo de origen muy reciente, pueden colocarse en su mayor parte bajo la denominación común de «neoespiritualismo», las hay, como el ocultismo y el espiritismo por ejemplo, de las que no diremos nada aquí, ya que no tienen ningún punto de contacto con los estudios orientales; de la que se trata más precisamente, y que, por lo demás, no tiene de oriental más que la forma exterior bajo la que se presenta, es de lo que llamaremos el «teosofismo». El empleo de esta palabra, a pesar de lo que tiene de inusitado, se justifica suficientemente por la preocupación de evitar las confusiones; en efecto, no es posible servirse en este caso de la palabra «teosofía», que existe desde hace mucho tiempo para designar, entre las especulaciones occidentales, algo muy diferente y mucho más respetable, cuyo origen debe referirse a la edad media; aquí, se trata únicamente de las concepciones que pertenecen en propiedad a la organización contemporánea que se intitula «SOCIEDAD TEOSÓFICA», cuyos miembros son «teosofistas», expresión que, por lo demás, es de un uso corriente en inglés, y no «teósofos». No podemos ni queremos hacer aquí, siquiera sumariamente, la historia, no obstante interesante a algunos respectos, de esta «SOCIEDAD TEOSÓFICA», cuya fundadora supo poner en obra, gracias a la influencia singular que ejercía sobre su entorno, los conocimientos bastante variados que poseía, y que les faltan totalmente a sus sucesores; su pretendida doctrina, formada de elementos tomados a las fuentes más diversas, frecuentemente de valor dudoso, y ensamblados en un sincretismo confuso y poco coherente, se presentó primero bajo la forma de un «budismo esotérico» que, como ya lo hemos indicado, es puramente imaginario; y ha venido a terminar en un supuesto «cristianismo esotérico» que no es menos fantasioso. Nacida en América, esta organización, aunque se presenta como internacional, ha devenido puramente inglesa por su dirección, a excepción de algunas ramas disidentes de una importancia bastante débil; a pesar de todos sus esfuerzos, apoyados por algunas protecciones que le aseguran consideraciones políticas que no precisaremos, no han podido reclutar nunca más que un pequeño número de hindúes desviados, profundamente despreciados por sus compatriotas, pero cuyos nombres pueden imponerse a la ignorancia europea; por lo demás, en la India se cree bastante generalmente que no se trata más que de una secta protestante de un género un poco particular, asimilación que parece justificar a la vez su personal, sus procedimientos de propaganda y sus tendencias «moralistas», sin hablar de su hostilidad, ora disimulada ora violenta, contra todas las instituciones tradicionales. Bajo el aspecto de las producciones intelectuales, se ha visto aparecer sobre todo, después de las indigestas compilaciones del comienzo, una muchedumbre de relatos fantásticos, debidos a la «clarividencia» especial que se obtiene, parece, por el «desarrollo de los poderes latentes del organismo humano»; ha habido también algunas traducciones bastante ridículas de textos sánscritos, acompañadas de comentarios y de interpretaciones más ridículas todavía, y que nadie se atreve a exhibir demasiado públicamente en la India, donde se difunden preferentemente las obras que desnaturalizan la doctrina cristiana bajo pretexto de exponer su pretendido sentido oculto: un secreto como ese, si existiera verdaderamente en el cristianismo, no se explicaría apenas y no tendría ninguna razón de ser válida, ya que es evidente que sería un trabajo perdido buscar profundos misterios en todas esas elucubraciones «teosofistas». IGEDH: El teosofismo

Nos es menester mencionar también, en un orden de ideas más o menos conexo a ese al que pertenece el «teosofismo», algunos «movimientos» que, aunque han tenido su punto de partida en la India misma, por eso no son menos de una inspiración occidental, y en los cuales es menester hacer un lugar preponderante a esas influencias políticas a las que ya hemos hecho alusión en el capítulo precedente. Su origen se remonta a la primera mitad del siglo XIX, época donde Râm Mohum Roy fundó el Brahma-Samâj ó «Iglesia hindú reformada», cuya idea le había sido sugerida por misioneros anglicanos, y donde se organizó un «culto» exactamente calcado sobre el plan de los servicios protestantes. Hasta entonces, no había habido nunca nada a lo que pudiera aplicarse una denominación tal como la de «Iglesia hindú» o de «Iglesia brâhmanica», porque semejante asimilación no era posible ni por el punto de vista esencial de la tradición hindú, ni por el modo de organización que le corresponde; de hecho, fue la primera tentativa para hacer del brâhmanismo una religión en el sentido occidental de esta palabra, y, al mismo tiempo, se quiso hacer de él una religión animada por tendencias idénticas a las que caracterizan al protestantismo. Como era natural, este movimiento «reformador» fue fuertemente animado y sostenido por el gobierno británico y por las sociedades de misiones anglo-indias; pero era demasiado manifiestamente antitradicional y demasiado contrario al espíritu hindú para poder triunfar, y no se vio en él otra cosa que lo que era en realidad, un instrumento de la dominación extranjera. Por lo demás, por un efecto inevitable de la introducción del «libre examen», el Brahma-Samâj se subdividió pronto en múltiples «iglesias», como el protestantismo al que se acercaba cada vez más, hasta el punto de merecer la calificación de «pietismo»; y, después de vicisitudes que es inútil rastrear, acabó por extinguirse casi enteramente. Sin embargo, el espíritu que había presidido en la fundación de esta organización no debía limitarse a una sola manifestación, y otros intentos análogos fueron llevados a cabo dependiendo de las circunstancias, y generalmente sin más éxito; citaremos únicamente el Arya-Samâj, asociación fundada, hace medio siglo, por Dayânanda Sarawasti, a quien algunos llamaron «el Lutero de la India», y que estuvo en relación con los fundadores de la «SOCIEDAD TEOSÓFICA». Lo que hay que destacar, es que, ahí como en el Brahama-Samâj, la tendencia antitradicional tomaba como pretexto un retorno a la simplicidad primitiva y a la doctrina pura del Vêda; para juzgar esta pretensión, basta saber cuan extraño es al Vêda el «moralismo», preocupación dominante en todas estas organizaciones; pero el protestantismo pretende también restaurar el cristianismo primitivo en toda su pureza, y en esta similitud hay algo más que una simple coincidencia. Una tal actitud no carece de habilidad para hacer aceptar las innovaciones, sobre todo en un medio fuertemente vinculado a la tradición, con la que sería imprudente romper demasiado abiertamente; pero, si se admitieran verdadera y sinceramente los principios fundamentales de esta tradición, se deberían admitir también, por eso mismo, todos los desarrollos y todas las consecuencias que se derivan de ellos regularmente; es lo que no hacen los supuestos «reformadores», y es por eso por los que todos aquellos que tienen el sentido de la tradición ven sin esfuerzo que la desviación real no está del lado donde esos «reformadores» afirman que se encuentra. IGEDH: El Vêdânta occidentalizado