«El nombre de Jesús – dice San Bernardo – no es solamente luz, es también alimento. Todo alimento es demasiado seco para ser asimilado por el alma si no está dulcificado por este condimento; es demasiado insípido, si esta sal no le quita su insipidez. Yo no encuentro ningún gusto en tus escritos, si en ellos no puedo leer ese Nombre; ningún gusto en tus discursos, si no lo oigo resonar en ellos. Ese Nombre es miel para mi boca, melodía para mis oídos, alegría para mi corazón, pero también un remedio. ¿Que alguno de vosotros se siente abatido por la tristeza? Que guste a Jesús con la boca y con el corazón, y he aquí que a la luz de Su Nombre toda nube se disipa y el cielo vuelve a estar sereno. ¿Que alguno se deja arrastrar a una falta o experimenta la tentación de la desesperación? Que invoque el nombre de la Vida y la Vida lo reanimará» (NA: Sermón 15 sobre El Cantar de los Cantares).) Persevera sin parar en el Nombre de Nuestro Señor Jesús, a fin de que tu corazón beba el Señor y el Señor beba tu corazón, y así los dos se conviertan en UNO.» 477 UTR: VIII
La originalidad del Islam es, no el haber descubierto la función salvadora de la inteligencia, de la voluntad y de la palabra -pues esta función es evidente y toda religión la conoce-, sino el haber hecho de ello, en el marco del monoteísmo semítico, el punto de partida de una perspectiva de salvación y de liberación. La inteligencia se identifica con su contenido salvador, ella no es otra que el conocimiento de la Unidad -o del Absoluto- y de la dependencia de todas las cosas con respecto al UNO; de la misma manera, la voluntad es al-islâm, es decir, la conformidad a lo que quiere Allâh -el Absoluto- con respecto a nuestra existencia terrenal y a nuestra posibilidad espiritual, por una parte, y con respecto al hombre como tal y al hombre colectivo, por otra; la palabra es la comunicación con Allâh, es esencialmente oración e invocación. Visto desde este ángulo, el Islam recuerda al hombre menos lo que debe saber, hacer y decir que lo que son, por definición, la inteligencia, la voluntad y la palabra: la Revelación no sobreañade elementos nuevos, sino que descubre la naturaleza profunda del receptáculo. 562 FSCI 1
Desde un determinado punto de vista, puede decirse que el Islam posee dos dimensiones, una «horizontal», la de la voluntad, y otra «vertical» la de la inteligencia; designaremos a la primera dimensión con la palabra «equilibrio» (26) y a la segunda con la palabra «unión». El Islam es, esencialmente, equilibrio y unión; no sublima a priori la voluntad por el sacrificio, la neutraliza por la Ley, a la vez que hace hincapié en la contemplación. Las dimensiones de «equilibrio» y de «unión» -la «horizontal» y la «vertical»- conciernen a la vez al hombre como tal y a la colectividad; hay en ello, no una identidad, ciertamente, sino una solidaridad, que hace participar a la sociedad, a su manera y según sus posibilidades, en la vía de unión del individuo, e inversamente. Una de las más importantes realizaciones de equilibrio es precisamente el acuerdo entre la ley que tiene por objeto al hombre como tal y la que tiene por objeto a la sociedad; empíricamente, la cristiandad había llegado también, por la fuerza de las cosas, a este equilibrio, pero dejando subsistir ciertas «fisuras» y sin subrayar a priori la divergencia de los dos planos humanos y por lo tanto su armonización. El Islam -lo repetimos- es un equilibrio determinado por el Absoluto y dispuesto con miras al Absoluto; el equilibrio -como el ritmo que el Islam realiza ritualmente con las oraciones canónicas que siguen el curso del sol y, «mitológicamente», con la serie retrospectiva de los «Mensajeros» divinos y los «Libros» revelados- el equilibrio, decimos, es la participación de lo múltiple en lo UNO o de lo condicionado en lo Incondicionado; sin equilibrio no hallamos -sobre la base de esta perspectiva- el centro, y sin éste no hay ascensión ni unión posibles. 612 FSCI 1
Para el cristiano, lo necesario para llegar a Dios es «renunciar francamente a sí mismo», como dijo San JuanJuan de la Cruz; por esto, el cristiano se sorprende al oír del musulmán que la clave de la salvación es creer que Dios es UNO; lo que no puede saber de buenas a primeras es que todo depende de la calidad -de la «sinceridad» (ijIâs)- de esta creencia; lo que salva es la pureza o la totalidad de ésta, y esta totalidad implica evidentemente la pérdida de sí, sean cuales fueren sus expresiones . 801 FSCI 2
«No de aquellos sobre los que está Tu Cólera, ni de los que yerran»: no de los que se oponen a la Gracia y que por este hecho se sitúan en el radio de la justicia o del Rigor, o que rompen el vínculo que los liga a la Gracia preexistente; queriendo ser independientes de su Causa, o queriendo ser causa ellos mismos, caen como piedras, sordos y ciegos; la Causa los abandona. «Ni de los que yerran»: son los que, sin oponerse directamente al UNO, se pierden, sin embargo, por debilidad, en lo múltiple; no niegan el UNO y no quieren usurpar su lugar, pero permanecen siendo lo que son, siguen su naturaleza múltiple como si no estuvieran dotados de inteligencia; viven, en suma, por debajo de sí mismos y se entregan a los poderes cósmicos, pero sin perderse si se someten a Dios (46). 857 FSCI 2
La perspectiva que permite actualizar la conciencia de la relatividad de las formas conceptuales y morales ha existido siempre en el Islam; el pasaje coránico sobre Moisés y Al-Khidr da fe de ello, lo mismo que algunos ahâdîth que reducen las condiciones de la salvación a las actitudes más simples. Esta perspectiva es, igualmente, la de la primordialidad y la universalidad, y por tanto de la Fitra; es lo que expresa Jalâl al-Dîn Rûmi en estos términos: «No soy ni cristiano, ni judío, ni parsi, ni musulmán. No soy ni de Oriente, ni de Occidente, ni de la tierra, ni del mar… Mi lugar es lo que no tiene lugar, mi huella es lo que no tiene huella… He dejado de lado la dualidad, he visto que los dos mundos no son sino uno; busco al UNO, conozco al UNO, veo al UNO, invoco al UNO. Él es el Primero, Él es el último, Él es el Exterior, Él es el Interior…» 1034 FSCI 2
La Shahâda, por la cual Alláh se manifiesta como Verdad, se dirige a la inteligencia, pero también, por vía de consecuencia, a esta prolongación de la inteligencia que es la voluntad. Cuando la inteligencia capta el sentido fundamental de la Shahâda distingue lo Real de lo no-real, o la «Sustancia» de los «accidentes»; cuando la voluntad sigue este mismo sentido se apega a lo real, a la divina «Sustancia»: se «concentra», y presta al espíritu su concentración. La inteligencia iluminada por la Shahâda no tiene en último término más que un solo objeto o contenido, Alláh, y los demás objetos o contenidos no son considerados sino en función de Él o en relación con Él, de modo que lo múltiple se encuentra como sumergido en el UNO; y lo mismo para la voluntad, según lo que Allâh concede a la criatura. El «recuerdo» de Allâh depende lógicamente de la justeza de nuestra noción de Allâh y de la profundidad de nuestra comprensión: la Verdad, en la medida en que es esencial y en que la comprendemos, toma posesión de todo nuestro ser y lo transforma, poco a poco y según un ritmo discontinuo e imprevisible. Cristalizándose en nuestro espíritu, «se hace lo que nosotros somos a fin de convertirnos en lo que ella es». La manifestación de la Verdad es un misterio de Amor, al igual que, inversamente, el contenido del Amor es un misterio de Verdad. 1656 FSCI 6
(76). Toda la perspectiva cristiana y toda la gnosis crística están contenidas en esta sentencia: «Como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Ti, que ellos también sean UNO en Nosotros… Les he dado la gloria que Tú ME has dado, para que sean UNO como Nosotros somos UNO: Yo en ellos y Tú en Mí … » (Juan, 17, 21-23). Cristo es como el Nombre salvador de Allâh bajo forma humana: todo lo que puede decirse de uno vale también para el otro; o también, él es no sólo el Intelecto que, «luz del mundo», discierne entre lo Real y lo no-real, sino que es también, en el aspecto de la manifestación divina «externa» y «objetiva», el Nombre divino (la «Palabra», el «Verbo») que, por su virtud «redentora», opera la reintegración de lo no-real en lo Real. 1675 FSCI 6
La originalidad respectiva de las razas aparece de un modo particularmente inteligible en los ojos: el ojo del blanco está, por término medio, profundamente encajado en las órbitas, es móvil, penetrante y transparente; el alma «sale» con la mirada y al mismo tiempo aparece, en su pasividad, a través de ésta. Muy otro es el ojo del amarillo: físicamente a flor de piel, es, en general, indiferente e impenetrable; la mirada es seca y ligera como una pincelada sobre seda. En cuanto al negro, su ojo es ligeramente prominente, pesado, cálido, húmedo; su mirada refleja la belleza tropical, combina la sensualidad – a veces la ferocidad – con la inocencia; es la mirada latente y profunda de la tierra. El ojo del negro expresa lo que es el rostro, es decir, una suerte de pesada contemplatividad, mientras que en el blanco, que es más «mental», el rostro parece expresar el fuego vivo del ojo; en el amarillo, el ojo atraviesa, como un destello de lucidez impersonal, lo que el rostro tiene de estático o «existencial». UNO de los principales atractivos del tipo mongoloide reside en esa relación complementaria entre la pasividad existencial del rostro – una cierta «feminidad», si se quiere – y la implacable lucidez de los ojos, ese fuego frío e inesperado que se enciende en una máscara. 1832 FSCR: EL SENTIDO DE LAS RAZAS
De la misma manera que la virtualidad del mal se encontraba en el alma del primer hombre, así la corruptibilidad material existía virtualmente en su cuerpo paradisíaco e incorruptible; este cuerpo no podía corromperse en su estado normal, pero la actualización del mal en el alma hizo salir los cuatro elementos sensibles de su homogeneidad etérea, que era la del cuerpo edénico; esto es lo que enseña la Cábala. Al haber abandonado el alma, en su movimiento deífugo, 1a contemplación del UNO, los cuatro elementos corporales dejaron a su vez, por repercusión, su unidad primordial, la quinta essentia o Éter: se disociaron y se opusieron el uno al otro, para acabar por reunirse en un plano inferior y componer el cuerpo corruptible del hombre caído, incluyendo desde entonces su cuerpo incorruptible como una pura virtualidad. El cuerpo edénico no ha desaparecido, pues, por completo, pero es como un «núcleo de inmortalidad» profundamente oculto bajo su corteza corruptible; nuestro cuerpo actual es corruptible porque está compuesto de los cuatro elementos y porque toda cosa compuesta está, por definición, abocada a la descomposición. 2580 EPV: I EL ÁRBOL PRIMORDIAL
«Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es UNO. Y amarás a Yaveh, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (NA: Deuteronomio, VI, 5). Esta expresión fundamental del monoteísmo sinaítico encierra en sí misma los dos pilares de toda espiritualidad humana, a saber, el discernimiento metafísico, por una parte, y la concentración contemplativa, por otra; o, dicho con otras palabras: la doctrina y el método, o la verdad y la vía. El segundo elemento se presenta bajo tres aspectos: el hombre debe, según cierta interpretación rabínica, primeramente «unirse a Dios» con el corazón; en segundo lugar «contemplar a Dios» con el alma, y, en tercer lugar, «operar en Dios» mediante las manos y el cuerpo (NA: Aquí se pueden distinguir, bien tres vías, o bien tres modos inherentes a toda vía.). 3140 EPV: II EL MANDAMIENTO SUPREMO
En el Evangelio, la ley del amor a Dios va inmediatamente seguida por la ley del amor al prójimo, lo cual se encuentra enunciado en la Thora de esta forma: «No odiarás a tu hermano en tu corazón; pero reprenderás a tu prójimo, a fin de no cargarte con un pecado por causa de él. No te vengarás, y no guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy Yaveh» (NA: Levítico, XIX, 17 y 18) (NA: O también: «Tratad al extranjero que habita entre vosotros como al indígena de entre vosotros; ámale como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo Soy Yaveh, vuestro Dios» (NA: Ibid, 34). Empleamos esta forma, «Yaveh», a título convencional, e independientemente de toda consideración lingüística o litúrgica.). De los pasajes bíblicos que citamos resulta una triple Ley: en primer lugar, reconocimiento por la inteligencia de la unidad de Dios; en segundo lugar, unión a la vez volitiva y contemplativa con el Dios UNO (NA: Porque – en términos vedánticos – «el mundo es falso, Brahma es verdadero».); y, en tercer lugar, superación de la distinción engañosa y deformadora entre «yo» y el «otro» (NA: Porque «toda cosa es Atmâ». Por consiguiente: «cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí ME lo hicisteis» (NA: Mt., XXV, 40). «A Yaveh presta quien da al pobre, Él le dará su recompensa» (NA: Proverbios, XIX, 17).). 3152 EPV: II EL MANDAMIENTO SUPREMO
Por lo que respecta a la primera dimensión, que constituye la enunciación fundamental del Judaísmo (NA: «Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es UNO.») prefigurada en el testimonio ontológico de la zarza ardiente (NA: «Y dijo Dios a Moisés: Yo soy El que soy» (NA: Éxodo, III, 14).)- , implica dos aspectos, uno que concierne a la intelección y otro que concierne a la fe; en cuanto a la segunda dimensión, recordaremos que implica los tres aspectos, «unión», «contemplación» y «operación», refiriéndose el primero al corazón, el segundo al alma o a lo mental, o a las virtudes o al pensamiento, y el tercero al cuerpo. La tercera dimensión, finalmente, el amor al prójimo, depende de la generosidad que necesariamente engendran el conocimiento y el amor a Dios; es pues, a la vez, condición y consecuencia. 3184 EPV: II EL MANDAMIENTO SUPREMO
La unicidad del objeto exige la totalidad del sujeto: esta perspectiva, que es específicamente islámica a la vez que resume a su manera toda espiritualidad integral, es decir, transformadora y unitiva; esta perspectiva, decimos, presupone que se defina al hombre, no como incapaz de salvación por estar profundamente corrompido por la caída, sino como capaz de salvación por estar siempre dotado de una inteligencia objetiva, de una voluntad libre y de un alma perfectible, lo que constituye precisamente la definición del hombre (NA: Esto es lo que expresa la aparente negación, en el Corán, de la crucifixión de Cristo; aparente porque el Corán afirma que «ellos no le mataron realmente (NA: yagînen)». Si Cristo es el Intelecto, se ve que la caída, según la perspectiva cristiana, lo ha «crucificado» y «matado» por las pasiones y los pecados, pero que al mismo tiempo – y esta es la perspectiva islámica – el Intelecto ha sido «elevado hacia Dios», es decir, que ha permanecido intacto en sí mismo y que Dios lo ha iluminado con la eterna Verdad, la de la Unidad salvadora.). Ahora bien, la capacidad de salvación, consecuencia de la deiformidad indestructible del hombre – y este es el gran mensaje del monoteísmo – se actualiza esencialmente por la fe en Dios, que es el UNO; la unicidad del objeto divino exige – y lógicamente arrastra – a la totalidad del sujeto humano; y lo exige desde el doble punto de vista de la perfección individual, luego horizontal, y de la perfección universal, luego vertical. Esta segunda perfección cierra el círculo, puesto que desemboca en el Sujeto divino, inmanente a la vez que permanece trascendente en relación con el sujeto humano. 3820 EPV: IV LA VÍA DE LA UNIDAD
Creer en el UNO; esto es lo que salva. Creer en el UNO, pero entero y sinceramente. Enteramente: es preciso creer, no solamente que Dios es uno, sino también que esta Unidad implica consecuencias para el mundo, puesto que el mundo existe; y existe en función de la irradiación que resulta de la propia Unidad. Es preciso creer, por consiguiente, todo lo que la Realidad divina implica; a saber: la causación del mundo por Dios, luego la vinculación del mundo a Dios; luego la naturaleza y la vocación del hombre; luego la Revelación y por consiguiente la Vía. Creer en el UNO es creer en las consecuencias de la Unidad; como anuncia un célebre hadîth: «Yo era un tesoro oculto y quise ser conocido; por eso creé el mundo.» 3836 EPV: IV LA VÍA DE LA UNIDAD
La fe es un «sí» profundo y total al UNO, que es a la vez absoluto e infinito, trascendente e inmanente. La fe como tal no resulta de nuestro pensamiento, es anterior a éste; es incluso anterior a nosotros. En la fe, transmitida por el acto espiritual, estamos fuera del tiempo; estamos fuera del ego sometido a la duración. El arquetipo divino de la fe es el «sí» que Dios se dice a sí mismo; es el Logos que por una parte mira la Infinitud divina y por otra la refracta; porque este «sí» es a la vez síntesis y refracción, concentración receptiva y dispersión creadora. Así es cómo la fe, en el hombre, es bienaventurada unicidad y bienaventurada ilimitación; o interioridad e irradiación. 3850 EPV: IV LA VÍA DE LA UNIDAD
La fe perfecta depende de la evidencia metafísica del UNO y del amor innato a lo Sagrado o a la Santidad. El sentido de lo Sagrado, que no es otra cosa que la predisposición casi natural al amor a Dios y la sensibilidad para las manifestaciones teofánicas o para los perfumes celestiales, este sentido de lo Sagrado implica esencialmente el sentido de la belleza y la tendencia a la virtud; siendo la belleza, por decirlo así, la virtud exterior, y la virtud, la belleza interior. El sentido de lo Sagrado implica igualmente el sentido de la transparencia metafísica de las cosas, la capacidad de captar lo increado en lo creado; o de percibir el rayo vertical – mensajero del Arquetipo – independientemente del plano de refracción horizontal, que determina el grado existencial pero no el contenido divino. 3866 EPV: IV LA VÍA DE LA UNIDAD
Para ser feliz, el hombre debe tener un centro; ahora bien, este centro es ante todo la certeza del UNO. La mayor calamidad es la pérdida del centro y el abandono del alma a los caprichos de la periferia. Ser hombre es estar en el centro; es ser centro. 3933 PP LAS PERLAS DEL PEREGRINO LA VÍA DE LA UNIDAD
El alma debe sustraerse a la dispersión del mundo; es la cualidad de interioridad. Después la voluntad debe vencer a la pasividad de la vida; es la cualidad de actualidad. Por último, el espíritu debe trascender la inconsciencia del ego; es la cualidad de simplicidad. Percibir intelectualmente la Substancia, más allá del estrépito de los accidentes, es realizar la simplicidad. Ser uno es ser simple; pues la simplicidad es al UNO lo que la interioridad es al centro y lo que la actualidad es al presente. 3937 PP LAS PERLAS DEL PEREGRINO LA VÍA DE LA UNIDAD
Toda virtud es una participación en la belleza del UNO y una respuesta a su amor. 4061 PP LAS PERLAS DEL PEREGRINO LA VÍA DE LA UNIDAD
Las manifestaciones más eminentes del Gran Espíritu son los puntos cardinales con el Cénit y el Nadir, o con el Cielo y la Tierra, y después formas tales como el Sol, el Lucero del Alba, la Roca, el Aguila, el Bisonte; todas estas manifestaciones se encuentran en nosotros mismos y tienen sus raíces en la Divinidad: aunque el Gran Espíritu sea UNO, implica en Sí-mismo estas cualidades de las que vemos las huellas -y sufrimos los efectos- en el mundo de las apariencias (Los sabios entre los indios nunca ignoran el carácter contingente e ilusorio del cosmos: «He visto más de lo que puedo decir y he comprendido más de lo que no he visto; pues he visto de una manera sagrada las sombras de todas las cosas en el Espíritu y la forma de las formas tal y como deben vivir simultáneamente, parecidas a un solo Ser.» «Crazy Horse fue al Mundo donde nada es, salvo los Espíritus (las Ideas eternas) de todas las cosas. Este es el Mundo real que se encuentra (escondido) tras éste (el nuestro), y cada cosa que vemos es como una sombra de aquel Mundo.» «Sabía que lo Real estaba lejos (de nuestro mundo) y que el sueño obscurecido de lo Real estaba aquí abajo.» (HEHAKA SAPA, en Black Elk Speaks, Lincoln, 1961: traducción española: Los últimos sioux. Ed. Noguer, Barcelona. (N. del T.) Según Hartley Burr ALEXANDER, «la idea fundamental (del mito mexicano de Quetzalcoatl) es la misma (que en la mitología de los pieles rojas): la de una fuerza o una potencia casi panteísta que se encarna en los fenómenos del mundo actual y de la que este mundo no es más que la imagen y la ilusión». (L’art et la phitosophie des Indiens de l’Amérique du Nord, París, 1926.)). 4865 FSRMA: CHAMANISMO PIEL-ROJA LA VÍA DE LA UNIDAD
La polarización en Cualidades distintas se produce a partir del grado «Ser» y se acentúa a partir del grado «Existencia». Entre las Cualidades divinas, las que manifiestan el Rigor, la Justicia, la Cólera, corresponden en último término y de una forma particular al polo «Absoluto», que en sí no puede ser un polo, pero aparece así cuando se considera separativamente su shakti de Infinitud; correlativa y complementariamente, las Cualidades que manifiestan la Dulzura, la Compasión, el Amor, corresponden de modo análogo al polo «Infinito»: ésta es la distinción islámica entre la «Majestad» (NA: Jalâl) y la «Belleza» (NA: Jamâl). Pero el «Justo» es el «Santo» como el «Misericordioso» es el «Santo»; pues Dios es UNO, y es santo en virtud de su Esencia, no en virtud de una determinada Cualidad. 5324 STRP: DIMENSIONES, MODOS Y GRADOS DEL ORDEN DIVINO LA VÍA DE LA UNIDAD
El Islam extrae toda su fuerza de la evidencia de que la verdad del UNO, luego del Absoluto, es la verdad decisiva, luego la más importante de todas; y que el hombre se salva, esencial e inicialmente, por la aceptación de esta suprema verdad. Esta posibilidad de aceptación de la Realidad trascendente y la virtud salvadora de esta aceptación, constituyen, por así decirlo, la naturaleza y la vocación del hombre. 5524 STRP: ENIGMA Y MENSAJE DE UN ESOTERISMO LA VÍA DE LA UNIDAD