Paraíso (SFCS)

Se dice luego que el Graal fue confiado a Adán en el PARAÍSO terrestre, pero que, a raíz de su caída, Adán lo perdió a su vez, pues no pudo llevarlo consigo cuando fue expulsado del Edén; y esto también se hace bien claro con el sentido que acabamos de indicar. El hombre, apartado de su centro original por su propia culpa, se encontraba en adelante encerrado en la esfera temporal; no podía ya recobrar el punto único desde el cual todas las cosas se contemplan bajo el aspecto de la eternidad. El PARAÍSO terrestre, en efecto, era verdaderamente elCentro del Mundo” asimilado simbólicamente en todas partes al Corazón divino; ¿y no cabe decir que Adán, en tanto estuvo en el Edén, vivía verdaderamente en el Corazón de Dios? 35 SFCS EL SAGRADO CORAZON Y LA LEYENDA DEL SANTO GRAAL

Lo que sigue es más enigmático: Set logró entrar en el PARAÍSO terrestre y pudo así recuperar el precioso vaso; ahora bien: Set es una de las figuras del Redentor, tanto más cuanto que su nombre mismo expresa las ideas de fundamento y estabilidad, y anuncia de algún modo la restauración del orden primordial destruido por la caída del hombre. Había, pues, desde entonces, por lo menos una restauración parcial, en el sentido de que Set y los que después de él poseyeron el Graal podían por eso mismo establecer, en algún lugar de la tierra, un centro espiritual que era como una imagen del PARAÍSO perdido. La leyenda, por otra parte, no dice dónde ni por quién fue conservado el Graal hasta la época de Cristo, ni cómo se aseguró su transmisión; pero el origen céltico que se le reconoce debe probablemente dejar comprender que los druidas tuvieron una parte de ello y deben contarse entre los conservadores regulares de la tradición primordial. En todo caso, la existencia de tal centro espiritual, o inclusive de varios, simultánea o sucesivamente, no parece poder ponerse en duda, como quiera haya de pensarse acerca de la localización; lo que debe notarse es que se adjudicó en todas partes y siempre a esos centros, entre otras designaciones, la de “Corazón del Mundo”, y que, en todas las tradiciones, las descripciones referidas a él se basan en un simbolismo idéntico, que es posible seguir hasta en los más precisos detalles. ¿No muestra esto suficientemente que el Graal, o lo que está así representado, tenía ya, con anterioridad al cristianismo, y aun de todo tiempo, un vínculo de los más estrechos con el Corazón divino y con el Emmanuel, queremos decir, con la manifestación, virtual o real según las edades, pero siempre presente, del Verbo eterno en el seno de la humanidad terrestre? 36 SFCS EL SAGRADO CORAZON Y LA LEYENDA DEL SANTO GRAAL

Después de la muerte de Cristo, el Santo Graal, según la leyenda, fue llevado a Gran Bretaña por José de Arimatea y. Nicodemo; entonces comienza a desarrollarse la historia de los Caballeros de la Tabla Redonda y sus hazañas, que no es nuestra intención seguir aquí. La Tabla Redonda estaba destinada a recibir al Graal cuando uno de sus caballeros lograra conquistarlo y transportarlo de Gran Bretaña a Armórica; y esa Tabla (o Mesa) es también un símbolo verosímilmente muy antiguo, uno de aquellos que. fueron asociados a la idea de esos centros espirituales a que acabamos de aludir. La forma circular de la mesa está, por otra parte, vinculada con elciclo zodiacal” (otro símbolo que merecería estudiarse más especialmente) por la presencia en torno de ella de doce personajes principales, particularidad que se encuentra en la constitución de todos los centros de que se trata. Siendo así, ¿no puede verse en el número de los doce Apóstoles una señal, entre multitud de otras, de la perfecta conformidad del cristianismo con la tradición primordial, a la cual el nombre de “precristianismo” convendría tan exactamente? Y, por otra parte, a propósito de la Tabla Redonda, hemos destacado una extraña concordancia en las revelaciones simbólicas hechas a Marie des Vallées (Ver Reg., noviembre de 1924), donde se menciona “una mesa redonda de jaspe, que representa el Corazón de Nuestro Señor”, a la vez que se habla de “un jardín que es el Santo Sacramento del altar” y que, con sus “cuatro fuentes de agua viva”, se identifica misteriosamente con el PARAÍSO terrestre; ¿no hay aquí otra confirmación, harto sorprendente e inesperada, de las relaciones que señalábamos? 37 SFCS EL SAGRADO CORAZON Y LA LEYENDA DEL SANTO GRAAL

Nos vemos, pues, reconducidos, como se observará, a lo que decíamos al comienzo sobre el “lenguaje de los pájaros”, que podemos llamar también “lengua angélica”, y cuya imagen en el mundo humano es el lenguaje ritmado, pues sobre la “ciencia del ritmo” que comporta por lo demás múltiples aplicaciones, se basan en definitiva todos los medios que pueden utilizarse para entrar en comunicación con los estados superiores. Por eso una tradición islámica dice que Adán, en el PARAÍSO terrestre, hablaba en verso, en decir, en lenguaje ritmado; se trata de esa “lengua siríaca” (logah sûryâniyah) sobre la cual hemos hablado en nuestro precedente estudio sobre la “ciencia de las letras” ( (Véase supra, cap. VI)), y que debe considerarse como traducción directa de la “iluminación solar” y “angélica” tal como se manifiesta en el centro del estado humano. Por eso también los libros sagrados están escritos en lenguaje ritmado, lo cual, como se ve, hace de ellos otra cosa que los simples “poemas” en el sentido puramente profano del término que quiere ver el prejuicio antitradicional de los “críticos” modernos; y, por lo demás, la poesía no era originariamente esa vana “literatura” en que se ha convertido por una degradación cuya explicación ha de buscarse en la marcha descendente del ciclo humano, y tenía un verdadero carácter sagrado (Puede decirse, por otra parte, de manera general, que las artes y las ciencias no se han hecho profanas sino en virtud. de tal degradación, la cual las ha despojado de su carácter tradicional y, por consiguiente, de toda significación de orden superior; nos hemos explicado sobre este asunto en L’Ésotérisme de Dante, cap. II, y en La Crise du monde moderne, cap. IV. (Cf. también La Régne de la quantité et les signes des temps, cap. VIII)). Pueden encontrarse rastros de ello hasta en la antigüedad occidental clásica, en la cual la poesía era llamada aún “lengua de los Dioses”, expresión equivalente a las que hemos indicado, pues los “Dioses”, es decir los Deva (El sánscrito Deva y el latín Deus son una sola y misma palabra) son, como los ángeles, la representación de los estados superiores. En latín, los versos se llamaban carmina, designación referente a su uso en el cumplimiento de los ritos, pues la palabra carmen es idéntica al sánscrito karma, que debe tomarse aquí en su sentido particular de “acción ritual” (La palabra “poesía” deriva también del verbo griego poieîn, el cual tiene la misma significación que la raíz sánscrita kr. de donde proviene Karma, y que se encuentra también en el verbo latino creare entendido en su acepción primitiva; en el origen se trataba, pues, de algo muy distinto que de la simple producción de una obra artística o literaria, en el sentido profano, único que Aristóteles parece haber tenido presente al hablar de lo que él ha llamado “ciencias poéticas”); y el poeta mismo, intérprete de la “lengua sagrada” a través de la cual se transparentaba el Verbo divino, era el vates, palabra que lo caracterizaba como dotado de una inspiración en cierto modo profética. Más tarde, por otra degradación, el vates no fue sino un vulgar “adivino” (La palabra “adivino” misma no está menos desviada de su sentido, pues etimológicamente tiene relación directa con divinus, y significa entonces “intérprete de los dioses”. Los “arúspices” (de aves spicere, ‘observar las aves’) extraían presagios del vuelo y el canto de las aves, lo cual es de relacionar más especialmente con el “lenguaje de los pájaros”, entendido aquí en el sentido más material, pero identificado aun así con la “lengua de los dioses”, pues se consideraba que éstos manifestaban su voluntad por medio de tales presagios, y las aves desempeñaban entonces un papel de “mensajeros” análogo al que se atribuye generalmente a los ángeles (de donde su nombre mismo, pues es precisamente el sentido propio de la palabra griega ángelos), bien que tomado en un aspecto muy inferior); y el carmen (de donde la voz francesa charme, ‘encanto’), un “encantamiento”, es decir, una operación de baja magia; es éste otro ejemplo de que la magia, e incluso la hechicería, constituye lo que subsiste como último vestigio de las tradiciones desaparecidas” ( (Sobre este asunto de los orígenes de la magia y de la hechicería. véase infra, cap. XX, “Shet”, último párrafo)). 108 SFCS EL LENGUAJE DE LOS PÁJAROS

“…Debemos agregar que si el árbol es uno de los símbolos principales del ‘Eje del Mundo’, no es el único: la montaña también lo es, y común a muchas tradiciones diferentes; el árbol y la montaña están también a veces asociados entre sí. La piedra misma (que por lo demás puede tomarse como una representación reducida de la montaña, aunque no sea únicamente eso) desempeña igualmente el mismo papel en ciertos casos; y este símbolo de la piedra, como el del árbol, está muy a menudo en relación con la serpiente. Tendremos sin duda oportunidad de volver sobre estas diversas figuras en otros estudios; pero queremos señalar desde luego que, por el hecho mismo de referirse todas al ‘Centro del Mundo’, no dejan de tener un vínculo más o menos directo con el símbolo del corazón, de modo que en todo esto no nos apartamos tanto del objeto propio de esta revista como algunos podrían creer; y volveremos a él, por lo demás, de manera más inmediata, con una última observación. Decíamos que, en cierto sentido, el ‘Árbol de Vida’ se ha hecho accesible al hombre por la Redención; en otros términos, podría decirse también que el verdadero cristiano es aquel que, virtualmente al menos, está reintegrado a la dignidad y los derechos de la humanidad primordial y tiene, por consiguiente, la posibilidad de retornar al PARAÍSO, a la ‘morada de inmortalidad’. Sin duda, esta reintegración no se efectuará plenamente, para la humanidad colectiva, sino cuando ‘la nueva Jerusalén descienda del cielo a la tierra’ (Apocalipsis, XXI), puesto que será la consumación perfecta del cristianismo, coincidente con la restauración no menos perfecta del orden anterior a la caída. No es menos verdad, empero, que la reintegración puede ser encarada ya actualmente de modo individual, si no general; y. en esto reside, creemos, la significación más completa del ‘hábitat espiritual’ en el Corazón de Cristo, de que hablaba. recientemente L. Charbonneau-Lassay (enero de 1926), pues, como el PARAÍSO terrestre, el Corazón de Cristo es verdaderamente elCentro del Mundo’ y la ‘morada de inmortalidad’.” 114 SFCS LA IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS

A este respecto, conviene señalar que entre las dos formas, circular y cuadrada, de la figura de los tres recintos existe un matiz importante de diferenciar: se refieren, respectivamente, al simbolismo del PARAÍSO terrestre y al de la Jerusalén celeste, según lo que hemos explicado en una de nuestras obras (Le Roi du Monde, cap. XI; sobre las relaciones entre el PARAÍSO terrestre y la Jerusalén celeste, véase también L’Ésotérisme de Dante, cap. VIII). En efecto, hay siempre analogía y correspondencia entre el comienzo y el fin de un ciclo cualquiera; pero, en el fin, el círculo se reemplaza por el cuadrado, y esto indica la realización de lo que los hermetistas designaban simbólicamente como la “cuadratura del círculo” (Esta cuadratura no puede obtenerse en el “devenir” o en el movimiento mismo del ciclo, puesto que expresa la fijación resultante del “paso al límite”, y, siendo todo movimiento cíclico propiamente indefinido, el límite no puede alcanzarse recorriendo sucesiva y analíticamente todos los puntos correspondientes a cada momento del desarrollo de la manifestación): la esfera, que representa el desarrollo de las posibilidades por expansión del punto primordial central, se transforma en un cubo cuando ese desarrollo ha concluido y el equilibrio final ha sido alcanzado por el ciclo que se considera (Sería fácil establecer aquí una relación con el símbolo masónico de la “piedra cúbica”, que se refiere igualmente a la idea de terminación y perfección, es decir, a la realización de la plenitud de las posibilidades implicadas en determinado estado. (Cf. cap. XLVIII: “Piedra negra y piedra cúbica”)). Para aplicar más particularmente estas observaciones a la cuestión que ahora nos ocupa, diremos que la forma circular debe representar el punto de partida de una tradición, tal como es el caso en lo que concierne a la Atlántida (Por otra parte, hay que dejar establecido que la tradición atlantea no es empero la tradición primordial para el presente Manvántara, y que no es sino secundaria con respecto a la tradición hiperbórea; solo relativamente se la puede tomar como punto de partida, en lo que concierne a determinado período, que no es sino una de las subdivisiones del Manvántara. (Manvántara: un ciclo total de “humanidad”, dividido en 4 períodos, según la tradición hindú. (N. del T).)), y la forma cuadrada, su punto terminal, correspondiente a la constitución de una forma tradicional derivada de aquélla. En el primer caso, el centro de la figura sería entonces la fuente de la doctrina, mientras que en el segundo sería más propiamente su depósito, teniendo en tal caso la autoridad espiritual un papel sobre todo de conservación; pero, naturalmente, el simbolismo de la “fuente de enseñanza” se aplica a uno y otro caso (La otra figura que hemos reproducido supra (fig. 8) se presenta a menudo también con forma circular: es entonces una de las variedades más habituales de la rueda, y esta rueda de ocho rayos es en cierto sentido un equivalente del loto de ocho pétalos, más propio de las tradiciones orientales, así como la rueda de seis rayos equivale al lirio de seis pétalos (véanse nuestros artículos sobre “Le Chrisme et le Coeur dans les anciennes marques corporatives” y “L’idée du Centre dans les traditions antiques”, en Reg., noviembre de 1925 y mayo de 1926 (en esta compilación, respectivamente, cap. L: “Los símbolos de la analogía”, y VIII, con el mismo título citado))). 157 SFCS EL TRIPLE RECINTO DRUÍDICO

La conclusión que debe sacarse de estas consideraciones es que hay tantas “Tierras’ Santas” particulares como formas tradicionales regulares existen, puesto que representan los centros espirituales que corresponden respectivamente a las diferentes formas; pero, si igual simbolismo se aplica uniformemente a todas esas “Tierras Santas”, ello se debe a que los centros espirituales tienen todos una constitución análoga, y a menudo hasta en muy precisos pormenores, porque son otras tantas imágenes de un mismo centro único y supremo, solo el cual es verdaderamente elCentro del Mundo”, pero del cual aquéllos toman los atributos como participantes de su naturaleza por una comunicación directa, en la cual reside la ortodoxia tradicional, y como representantes efectivos de él, de una manera más o menos exterior, para tiempos y lugares determinados. En otros términos, existe una “Tierra Santa” por excelencia, prototipo de todas las otras, centro espiritual al cual todas las demás están subordinadas, sede de la tradición primordial, de la cual todas las tradiciones particulares derivan por adaptación a tales o cuales condiciones definidas de un pueblo o de una época. Esa “Tierra Santa” por excelencia es la “comarca suprema”, según el sentido del término sánscrito Paradeça, del cual los caldeos hicieron Pardés y los occidentales PARAÍSO; es, en efecto, elPARAÍSO terrestre”, ciertamente punto de partida de toda tradición, que tiene en su centro la fuente única de donde parten los cuatro ríos que fluyen hacia los cuatro puntos cardinales (Esta fuente es idéntica a la “fuente de enseñanza” a la cual hemos tenido precedentemente oportunidad de hacer aquí mismo diferentes alusiones), y es a la vez “morada de inmortalidad”, como es fácil advertirlo refiriéndose a los primeros capítulos del Génesis (Por eso la “fuente de enseñanza” es al mismo tiempo la “fuente de juvencia” (fons iuventutis), porque quien bebe de ella se libera de la condición temporal; está, por otra parte, situada al pie del “Árbol de Vida” (ver nuestro estudio sobre “Le Langage secret de Dante et des Fidèles d’Amour’” en V. I., febrero de 1929) y sus aguas se identifican evidentemente con el “elixir de longevidad” de los hermetistas (la idea de “longevidad” tiene aquí la misma significación que en las tradiciones orientales) o al “elixir de inmortalidad”, de que se trata en todas partes bajo nombres diversos) 168 SFCS LOS GUARDIANES DE TIERRA SANTA

De estas dos posiciones de la concha, que se encuentran en las dos mitades del símbolo de Cáncer, la primera corresponde a la figura del arca de Noé (o de Satyávrata en la tradición hindú), que puede representarse como la mitad inferior de una circunferencia, cerrada por su diámetro horizontal, en cuyo interior se contiene el punto en que se sintetizan todos los gérmenes en estado de completo repliegue (La semicircunferencia debe considerarse aquí como un equivalente morfológico del elemento espiral a que nos hemos referido antes; pero en éste se ve netamente el desarrollo efectuándose a partir del punto-germen inicial). La segunda posición está simbolizada por el arco iris que aparece “en la nube”, es decir, en la región de las Aguas superiores, en el momento que señala el restablecimiento del orden y la renovación de todas las cosas, mientras que el arca, durante el cataclismo, flotaba sobre el océano de las Aguas inferiores; es, pues, la mitad superior de la misma circunferencia; y la reunión de las dos figuras, mutuamente inversas y complementarias, forma una sola figura circular o cíclica completa, reconstitución de la forma esférica primordial: esta circunferencia es el corte vertical de la esfera, cuyo corte horizontal está representado por el recinto circular del PARAÍSO terrestre (Ver Le Roi du Monde, cap. XI. Esto tiene igualmente una relación con los misterios de la letra nûn del alfabeto árabe (cfr. cap. XXIII: “Los misterios de la letra Nûn”)). En el yin-yang extremo-oriental, se encuentran en la parte interior las dos semicircunferencias, pero desplazadas por un desdoblamiento del centro, que representa una polarización, la cual para cada estado de manifestación, es análoga a la de Sat o el Ser puro en Púrusha-Prákrti para la manifestación universal (Es una primera distinción o diferenciación, pero aún sin separación de los complementarios; a este estadio corresponde propiamente la constitución del Andrógino, mientras que, anteriormente a esa diferenciación, no puede hablarse sino de la “neutralidad” que es la del Ser puro (ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XXVIII)). 263 SFCS EL JEROGLIFICO DE CÁNCER

Podría causar asombro el que figuremos aquí el triángulo invertido más pequeño que el triángulo derecho, pues, desde que éste es reflejo de aquél, parecería que debería serle igual; pero tal diferencia en las proporciones no es cosa excepcional en el simbolismo: así, en la Cábala hebrea, el Macroprosopo o “Gran Rostro” tiene por reflejo el Microprosopo o “Pequeño Rostro”. Además, hay en ello, en el caso presente, una razón más particular: hemos recordado, con motivo de la relación entre la caverna y el corazón, el texto de las Upáníshad donde se dice que el Principio, residente en “el centro del ser” es “más pequeño que un grano de arroz, más pequeño que un grano de cebada, más pequeño que un grano de mostaza, más pequeño que un grano de mijo, más pequeño que el germen que está en un grano de mijo”, pero también, al mismo tiempo, “más grande que el cielo, más grande que todos estos mundos juntos” (Chhândogya-Upánishad, Prapàthaka 3º, Khanda 14º, çruti 3); ahora bien: en la relación inversa de los dos símbolos que ahora consideramos, la montaña corresponde a la idea de “grandor” y la caverna (o la cavidad del corazón) a la de “pequeñez”. El aspecto del “grandor” se refiere, por otra parte, a la realidad absoluta, y el de la “pequeñez” a las apariencias relativas a la manifestación; es, pues, perfectamente normal que el primero se represente aquí por el símbolo que corresponde a una condición “primordial” (Sabido es que Dante sitúa el PARAÍSO terrestre en la sumidad de una montaña; esta situación es, pues, exactamente la del centro espiritual en el “estado primordial” de la humanidad), y el segundo por el que corresponde a una condición ulterior de “oscurecimiento” y de “envoltura” o repliegue” espiritual. 396 SFCS LA MONTAÑA Y LA CAVERNA

A este respecto, importa destacar ante todo que el “Huevo del Mundo” es la figura, no del “cosmos” en su estado de plena manifestación, sino de aquello a partir de lo cual se efectuará su desarrollo; y, si este desarrollo se representa como una extensión que se cumple en todas las direcciones desde el punto de partida, es evidente que este punto coincidirá necesariamente con el centro mismo; así, el “Huevo del Mundo” es realmente “central” con relación al “cosmos” (El símbolo del fruto tiene también, a este respecto, la misma significación que el del huevo; sin duda volveremos sobre ello en el curso de nuestros estudios (cf. Aperçus sur 1’Initiation, cap. XLIII); y haremos notar desde luego que ese símbolo tiene además un vinculo evidente con el del “jardín”, y por lo tanto con el del PARAÍSO terrestre). La figura bíblica del PARAÍSO terrestre, que es también elCentro del Mundo”, es la de un recinto circular, que puede considerarse la sección horizontal de una forma ovoide tanto como esférica; agreguemos que, de hecho, la diferencia entre estas dos formas consiste esencialmente en que la de la esfera, al extenderse igualmente en todos los sentidos a partir de su centro, es verdaderamente la forma primordial, mientras que la del huevo corresponde a un estado ya diferenciado, derivado del anterior por una especie de “polarización” o desdoblamiento del centro (Así, en geometría plana, el centro único del círculo, al desdoblarse, origina los dos focos de una elipse; el mismo desdoblamiento está también figurado con toda nitidez en el símbolo extremo-oriental del Yin-Yang, que tampoco carece de relación con el del “Huevo del Mundo”); tal “polarización” puede considerarse, por lo demás, como efectuándose desde que la esfera cumple un movimiento de rotación en torno de un eje determinado, puesto que desde ese momento ya no todas las direcciones del espacio desempeñan uniformemente un mismo papel; y esto señala, precisamente, el paso de la una a la otra de esas dos fases sucesivas del proceso cosmogónico que se simbolizan respectivamente por la esfera y el huevo (Señalemos además, acerca de la forma esférica, que en la tradición islámica la esfera de pura luz primordial es la Rûh mohammediyah (‘espíritu de Mahoma’), que es a su vez el “Corazón del Mundo”; y el “cosmos” entero está vivificado por las “pulsaciones” de esa esfera, que es propiamente el bárzaj (‘intervalo, istmo’ (entre el Principio y la Manifestación)) por excelencia; ver sobre este asunto el articulo de T. Burckhardt en É. T., diciembre de 1937). 402 SFCS EL CORAZON Y “EL HUEVO DEL MUNDO”

En apoyo de esta consideración, A. K. Coomaraswamy cita los dos árboles invertidos descriptos por Dante (Purgatorio, XXII-XXV) como próximos a la cima de la “montaña”, o sea inmediatamente debajo del plano donde se sitúa el PARAÍSO terrestre; mientras que, cuando éste se alcanza, los árboles aparecen restituidos a su posición normal; y así esos árboles, que parecen ser, en realidad, diferentes aspectos del “Árbol” único, “están invertidos solamente por debajo del punto en que ocurre la rectificación y regeneración del hombre”. Importa señalar que, si bien el PARAÍSO terrestre es todavía, efectivamente, una parte del “cosmos”, su posición es virtualmente “supracósmica”; podría decirse que representa la “sumidad del ser contingente” (bhavâgra), de modo que su plano se identifica con la “superficie de las Aguas”. Con esta superficie, que debe ser considerada esencialmente como un “plano de reflexión”, nos vemos reconducidos al simbolismo de la imagen invertida por reflejo, a la cual nos hemos referido al hablar de la analogía; “lo que está arriba”, o por sobre la “superficie de las Aguas”, es decir, el dominio principal o “supracósmico”, se refleja en sentido inverso en “lo que está abajo”, o sea debajo de dicha superficie, en el dominio “cósmico”; en otros términos, todo lo que está encima del “plano de reflexión” es recto, todo lo que está debajo es invertido. Por lo tanto, si se supone al árbol erigido por sobre las Aguas, lo que vemos en tanto permanecemos en el “cosmos” es su imagen invertida, con las raíces hacia arriba y las ramas hacia abajo; al contrario, si nos situamos por encima de las Aguas, no vemos ya esa imagen, que entonces está, por así decirlo, bajo nuestros pies, sino la fuente de ella, es decir el árbol real, que, naturalmente, se nos presenta en su posición recta; el árbol es siempre el mismo, pero ha cambiado nuestra posición con respecto a él, y también, por consiguiente, el punto de vista desde el cual lo consideramos. 562 SFCS EL “ÁRBOL DEL MUNDO”

Hay más aún: una de las designaciones más difundidas del árbol axial, en las diversas tradiciones, es la de “Árbol de Vida”; y sabida es la relación inmediata establecida por las doctrinas tradicionales entre la “Vida” y la “Luz”; no inisistiremos más sobre este punto, pues es una cuestión que ya hemos tratado ( “Verbum, Lux et Vita” (cap. XLVIII de Aperçus sur l’Initiation)); recordaremos solamente, con referencia inmediata a nuestro tema, que la Cábala hebrea une las dos nociones en el simbolismo del “rocío de luz” que emana del “Árbol de Vida”. Además, en otros pasajes del Zóhar que Coomaraswamy cita también en su estudio sobre el “árbol invertido” ( (The Inverted Tree.)), y donde se trata de dos árboles, uno superior y otro inferior y por lo tanto en cierto sentido superpuestos, esos dos árboles se designan respectivamente como “Árbol de Vida” y “Árbol de Muerte”. Esto, que recuerda, por lo demás, el papel de los dos árboles simbólicos del PARAÍSO terrestre, es también particularmente significativo para completar la conexión a que nos referimos, pues esas significaciones de “vida” y “muerte” están efectivamente vinculadas también con el doble aspecto del rayo, representado por las dos direcciones opuestas del vajra, según lo hemos explicado con anterioridad (Ver “Les armes symboliques” y también “Les pierres de foudre” (aquí, cap. XXVI: “Las armas simbólicas”, y cap. XXV: “Las ‘piedras del rayo’”)). Como decíamos entonces, se trata en realidad, en el sentido más general, del doble poder de producción y destrucción, del cual la vida y la muerte son la expresión en nuestro mundo, y que está en relación con las dos fases, el “expir” y el “aspir”, de la manifestación universal; y la correspondencia de estas dos fases está netamente indicada también en uno de los textos del Zóhar a los cuales aludíamos, pues los dos árboles se representan allí como ascendente y descendente, de modo de tomar cada uno el lugar del otro, según la alternancia del día y la noche: ¿no hace ello más plenamente evidente aún la perfecta coherencia de todo este símbolismo? 572 SFCS EL ÁRBOL Y EL VAJRA

Si se compara con el simbolismo bíblico del PARAÍSO terrestre, la única diferencia notable a este respecto es que la inmortalidad no está dada por un licor extraído del “Árbol de Vida” sino por su fruto mismo; se trata aquí, pues, de un “alimento de inmortalidad” más bien que de una bebida (Entre los griegos, la “ambrosía”, en cuanto se distingue del “néctar”, es también un alimento no líquido, aunque su nombre, por otra parte, sea etimológicamente idéntico al del ámrta); pero, en todos los casos, es siempre un producto del árbol o de la planta, y un producto en el cual se encuentra concentrada la savia, que es en cierto modo la “esencia” misma del vegetal (En sánscrito, la palabra RASA significa a la vez ‘savia’ y ‘esencia’). Es de notar también, por otra parte, que, de todo el simbolismo vegetal del PARAÍSO terrestre, solo el “Árbol de Vida” subsiste con ese carácter en la descripción de la Jerusalén celeste, mientras que en ella todo el resto del simbolismo es mineral; y ese árbol porta entonces doce frutos, que son los doce “Soles”, es decir, el equivalente de los doce Aditya de la tradición hindú, siendo el árbol mismo su naturaleza común, a la unidad de la cual retornan finalmente (Cf. Le Roi du Monde, caps. IV y XI; puede leerse también lo que en el mismo libro decíamos acerca de la “bebida” de inmortalidad y sus diversos “sustitutos” tradicionales (caps. V y VI)); se recordará aquí lo que hemos dicho sobre el árbol considerado como “estación del Sol”, y sobre los símbolos que figuran al sol como acudiendo a posarse en el árbol al final de un ciclo. Los Aditya son los hijos de Aditi, y la idea de “indivisibilidad” que este nombre expresa implica evidentemente “indisolubilidad”, y por lo tanto “inmortalidad”; Aditi, por lo demás, no carece de relación, en ciertos respectos, con la “esencia vegetativa”, por lo mismo que se la considera como “diosa de la tierra” (Cf. A. K. Coomaraswamy, The Inverted Tree, p. 28), al mismo tiempo que es la “madre de los Deva”; y la oposición entre Áditi y Diti, oposición de que procede la existente entre los Deva y los Ásura, puede vincularse, según la misma relación, con la existente entre el “Árbol de Vida” y el “Árbol de Muerte” a que nos hemos referido en un anterior estudio. Esa oposición se encuentra también, por lo demás, en el simbolismo mismo del sol, puesto que éste se identifica también con la “Muerte” (Mrtyu) en cuanto al aspecto según el cual está vuelto hacia elmundo de abajo” (A este respecto podrían también desarrollarse consideraciones sobre la relación del sol y sus revoluciones con el tiempo (Kâla) que “devora” los seres manifestados), y es al mismo tiempo la “puerta de inmortalidad”, de suerte que podría decirse que su otra faz, la que está vuelta hacia el dominio “extracósmico”, se identifica con la inmortalidad misma. Esta última observación nos reconduce a lo que antes decíamos acerca del PARAÍSO terrestre, que es aún, efectivamente, una parte del “cosmos”, pero cuya posición es, ‘empero, virtualmente “supracósmica”: así se explica que pueda alcanzarse allí el fruto del “Árbol de Vida”, lo que equivale a decir que el ser llegado al centro de nuestro mundo (o de cualquier otro estado de existencia) ha conquistado ya, por eso mismo, la inmortalidad; y lo que es cierto del PARAÍSO terrestre lo es también, naturalmente, de la Jerusalén celeste, puesto que uno y otra no son,en definitiva sino los dos aspectos complementarios que presenta una misma realidad según se la considere con respecto al comienzo o al fin de un ciclo cósmico. 577 SFCS EL “ÁRBOL DE VIDA” Y EL LICOR DE INMORTALIDAD

Cabe señalar todavía que hay aquí a la vez una semejanza y una diferencia con el simbolismo de los cuatro ríos del PARAÍSO terrestre: éstos fluyen horizontalmente por la superficie de la tierra, y no verticalmente, según la dirección “axial”; pero tienen su fuente al pie del “Árbol de Vida”, el cual, naturalmente, es el mismo “Eje del Mundo” y también el árbol sefirótico de la Cábala. Puede decirse, pues, que los influjos celestes, descendiendo del “Árbol de Vida” y llegando así al centro del mundo terrestre, se difunden inmediatamente por éste en la dirección de los cuatro ríos; o bien, reemplazando el “Árbol de Vida” por el “río celeste”, que este río, llegando a tierra, se divide y fluye según las cuatro direcciones del espacio. En tales condiciones, el acto de “remontar la corriente” podrá considerarse como efectuado en dos fases: la primera, en el plano horizontal, conduce al centro de este mundo; la segunda, partiendo de aquí, se realiza verticalmente según el eje, y ésta es la considerada en el caso precedente; agreguemos que las dos fases sucesivas tienen, desde el punto de vista iniciático, su correspondencia respectiva en los dominios de los “pequeños misterios” y los “grandes misterios”. 603 SFCS EL PASO DE LAS AGUAS

Cada mundo, o cada estado de existencia, puede representarse por una esfera que el hilo atraviesa diametralmente, de modo de constituir el eje que une los dos polos de la esfera; se ve así que el eje de este mundo no es, propiamente hablando, sino un segmento del eje mismo de la manifestación universal íntegra, y de ese modo se establece la continuidad efectiva de todos los estados incluidos en esa manifestación. Antes de adentrarnos,en el examen de este simbolismo, debemos disipar ante todo una confusión harto molesta acerca de lo que en tal representacioón debe considerarse como lo “alto” y lo “bajo”: en el dominio de las apariencias “físicas”, si se parte de un punto cualquiera de la superficie esférica, lo “bajo” es siempre la dirección que va hacia el centro de la esfera; pero se ha observado que esta dirección no se detiene en el centro, sino que se continúa desde él hacia el punto opuesto de la superficie, y después más allá de la esfera misma, y se ha creído poder decir que el descenso debía proseguirse de la misma manera, de donde se ha querido concluir que no solo habría un “descenso hacia la materia”, es decir, en lo que conejerne a nuestro mundo, hacia lo que de más burdo hay en el orden corporeo, sino también un “descenso hacia el espíritu” (R. P. V. Poucel, La Parabole du Monde, p. III. El abuso que harto a menudo se hace en nuestros días de las palabras “espíritu” y “espiritual” tiene ciertamente algo que ver con esa mala inteligencia; pero habría sido necesario precisamente denunciar el abuso en vez de parecer aceptarlo y sacar así consecuencias erróneas), de modo que, si hubiera de admitirse tal concepción, el espíritu mismo tendría un aspecto “maléfico”. En realidad, las cosas deben encararse de muy otra manera: en tal figuración el centro es el punto más bajo (Es, al contrario, el punto más alto cuando puede operarse una especie de “reversión” de la figura para efectuar la aplicación del “sentido inverso”, que, por otra parte, es el que corresponde al verdadero papel del centro como tal (ver La Grande Triade, cap. XXIII)), y, más allá de éste, no se puede sino ascender, como Dante fue subiendo desde el Infierno siguiendo la misma dirección en la cual se había efectuado primero su descenso, o por lo menos lo que parece ser geométricamente la misma dirección (Hacemos esta reserva porque el paso mismo por el centro o el punto más bajo implica ya un “enderezamiento” (representado en Dante por el modo en que contornea el cuerpo de Lucifer), es decir, un cambio de dirección, o, más precisamente aún, un cambio del sentido “cualitativo” en el cual esa dirección es recorrida), ya que la montaña del PARAÍSO terrestre se halla situada, en su simbolismo espacial, en los antípodas de Jerusalén (Ver L’Ésotérisme de Dante, cap. VIII). Por lo demás, basta reflexionar un instante para advertir que de otro modo la representación no sería coherente, pues no estaría acorde en modo alguno con el simbolismo de la pesantez., cuya consideración es aquí particularmente importante, y además, ¿cómo lo que es lo “bajo” para un punto de la esfera podría ser al mismo tiempo lo “alto” para el punto diametralmente opuesto a aquél, y cómo se presentarían entonces las cosas si, al contrario, se hubiese partido”de este último punto? (Por un error semejante, pero limitado al orden “físico” y al sentido literal, se ha representado a veces a los antípodas con la cabeza hacia abajo) Solo es verdad que el punto de detención del descenso no se sitúa en el orden corpóreo, pues existe, real y verdaderamente, un “infracorpóreo” en las prolongaciones de nuestro mundo; pero este “infracorpóreo” es el dominio psíquico inferior, que no solo no podría asimilarse a nada espiritual, sino que inclusive es precisamente lo más alejado de toda espiritualidad, a tal punto que parecería en cierto modo ser su contrario en todos los respectos, si cupiera decir que el espíritu tiene un contrario; la confusión que acabamos de señalar no es, pues, en definitiva, sino un caso particular de la harto difundida confusión entre lo psíquico y lo espiritual (Agreguemos a este respecto que, contrariamente a lo que dice también en el mismo pasaje el autor que acabamos de citar, no puede haber “ilusión espiritual”; el temor constante (y, ha de reconocerse, muy a menudo justificado en cierta medida) que la mayoría de los místicos tienen de ser éngañados por el diablo prueba muy netamente que ellos no sobrepasan el dominio psíquico, pues, según lo hemos explicado en otro lugar, el diablo no tiene acceso directo sino a éste (e indirecto, por medio de él, al dominio corporal), y todo lo que realmente pertenece al orden espiritual le está, por su naturaleza misma, absolutamente cerrado). 643 SFCS LA CADENA DE LOS MUNDOS

En la tradición islámica, el número de cuentas es 99, número también “circular” por su factor 9, y en este caso referido además a los nombres divinos (Las 99 cuentas se dividen, además, en tres series de 33; se encúentran, pues, aquí los múltiplos cuya importancia simbólica ya hemos señalado en otras ocasiones); puesto que cada cuenta representa un mundo, esto puede ser referido igualmente a los ángeles considerados como “rectores de las esferas” (Se recordará que, en Occidente también, santo Tomás de Aquino ha enseñado expresamente la doctrina según la cual angelus movet stellam (‘el ángel mueve a la estrella’); esta doctrina era, por lo demás, cosa corriente en el Medioevo, pero es de aquellas que los modernos, incluso cuando se dicen “tomistas”, prefieren pasar por alto para no chocar demasiado con las concepciones “mecanicistas” comúnmente aceptadas), representando o expresando en cierto modo cada uno un atributo divino (Aunque ya hemos señalado este punto en varias oportunidades, nos proponemos volver especialmente sobre él en un próximo artículo), el cual estará así más particularmente vinculado con aquel de entre los mundos del cual ese ángel es el “espíritu”. Por otra parte, se dice que falta una cuenta para completar la centena (lo que equivale a reducir la multiplicidad a la unidad), ya que 99=100-1, y que ese grano, que es el referido al “Nombre de la Esencia” (Ismu-dhDhât), no puede encontrarse sino en el PARAÍSO (En la correspondencia angélica que acabamos de mencionar, esa centésima cuenta debía referirse al “Ángel de la Faz” (que es, en realidad, mas que un ángel): Metatrón (en la Cábala hebrea) o er-Rûh (en la tradición islámica)); y es éste un punto que requiere aún algunas explicaciones. 651 SFCS LA CADENA DE LOS MUNDOS

El número 100, como 10, del cual es el cuadrado, no puede referirse normalmente sino a una medida rectilínea y no a una circular (Cf. La Grande Triade, cap. VIII), de modo que no puede contárselo sobre la circunferencia misma de la “cadena de los mundos”; pero la unidad faltante corresponde precisamente a lo que hemos llamado el punto de unión de los extremos de esa cadena, punto que, recordémoslo una vez más, no pertenece a la serie de los estados manifestados. En el simbolismo geométrico, ese punto, en lugar de estar sobre la circunferencia que representa el conjunto de la manifestación, estará en el centro mismo de ella, pues el retorno al Principio se figura siempre como un retorno al centro (Este “retorno” está expresado en el Corán (II 156) por las palabras: innâ li-Llâhi wa ínnâ râdji’ún (‘En verdad somos de (o para) Dios, y a Él volveremos’1). El Principio, en efecto, no puede aparecer en cierto modo en la manifestación sino por sus atributos, es decir, según el lenguaje de la tradición hindú, por sus aspectos “no-supremos”, que son, podría decirse también, las formas revestidas por el sûtrâtmâ con respecto a los diferentes mundos que atraviesa (aunque, en realidad, el sûtrâtrnâ no sea en modo alguno afectado por esas formas, que no son en definitiva sino apariencias debidas a la manifestación misma); pero el Principio en sí, es decir, el “Supremo” (Paramâtmâ no ya sûtrâtmâ), o sea la “Esencia” encarada como absolutamente independiente de toda atribución o determinación, no podría considerarse como entrando en relación con lo manifestado, así fuera en modo ilusorio, aunque la manifestación procede y depende de él enteramente en todo lo que ella es, sin lo cual no tendría grado alguno de realidad (La trascendencia absoluta del Principio en sí entraña necesariamente la “irreciprocidad de relación”, lo que, como hemos explicado en otro lugar excluye formalmente toda concepción “panteísta” o “inmanentista”): la circunferencia no existe sino por el centro; pero el centro no depende de la circunferencia de ninguna manera ni en ningún respecto. El retorno al centro, por lo demás, puede encararse en dos niveles diferentes, y el simbolismo del “PARAÍSO”, del cual hablábamos hace poco, es igualmente aplicable en uno y otro caso: si en primer término se consideran solamente las modalidades múltiples de determinado estado de existencia, como el humano, la integración de estas modalidades culminará en el centro de ese estado, el cual es efectivamente el PARAÍSO (el-Djannah) entendido en su acepción más inmediata y literal; pero no es éste aún sino un sentido relativo, y, si se trata de la totalidad de la manifestación, es menester, para estar liberado de ella sin resíduo alguno de existencia condicionada, efectuar una transposición del centro de un estado al centro del ser total, que es propiamente lo que se designa por analogía como elPARAÍSO de la Esencia” (Djánnatu-dh-Dhât). Agreguemos que, en este último caso, la “centésima cuenta” del rosario es, a decir verdad, la única que subsiste, pues todas las demás han sido finalmente reabsorbidas en ella: en la realidad absoluta, en efecto, no hay ya lugar para ninguno de los nombres que expresan “distintivamente” la multiplicidad de atributos en la unidad de la Esencia; no hay nada sino Allàh, exaltado ‘ammâ yasifùn, es decir, allende todos los atributos, los cuales son solamente, de la Verdad divina, los aspectos refractados que los seres contingentes, como tales son capaces de concebir y expresar. 652 SFCS LA CADENA DE LOS MUNDOS

No nos parece dudoso, en efecto, que se trate ante todo de un símbolo cuaternario, no tanto a causa de su parecido con la cifra 4, que podría en suma no ser sino “adventicio” en cierto modo, sino por otra razón más decisiva: esa cifra 4, en todas las marcas en que figura, tiene una forma que es exactamente la de una cruz en la cual el extremo superior del travesaño vertical y uno de los extremos del travesaño horizontal están unidos por una línea oblicua; ahora bien: es incontestable que la cruz, sin perjuicio de todas sus demás significaciones, es esencialmente un símbolo del cuaternario (La cruz representa al cuaternario en su aspecto “dinámico”, mientras que el cuadrado lo representa en su aspecto “estático”). Confirma aún esta interpretación el hecho de que hay casos en que el “cuatro de cifra”, en su asociación con otros símbolos, tiene manifiestamente un lugar que ocupa la cruz en otras figuraciones más habituales, idénticas a aquellas con esa sola diferencia; ocurre particularmente así cuando el “cuatro de cifra” se encuentra en la figura del “globo del Mundo”, o bien cuando está encima de un corazón, como sucede con frecuencia sobre todo en marcas de impresores (El corazón coronado de una cruz es, naturalmente, en la iconografía cristiana, la representación del “Sagrado Corazón”, el cual, por otra parte, desde el punto de vista simbólico, es una imagen del “Corazón del Mundo”; y es de notar que, siendo el esquema geométrico del corazón un triángulo con el vértice hacia abajo, el del símbolo entero no es otra cosa que el símbolo alquímico del azufre en posición invertida, el cual representa el cumplimiento de la “Gran Obra”, (En el artículo “Le Chrisme et le Coeur dans les anciennes marques corporatives”, de Regnabit. noviembre de 1925, Guénon agregaba, con respecto a esa misma vinculación simbólica: “Encontramos aquí el triángulo invertido, cuya equivalencia con el corazón y la copa hemos señalado ya; aislado, ese triángulo es el signo alquímico del agua, mientras que el triángulo recto, o sea con el vértice hacia arriba, es el del fuego. Ahora bien; entre las diversas significaciones que el agua tiene constantemente en las tradiciones más diversas, hay una particularmente interesante de registrar aquí: es el símbolo de la Gracia y de la regeneración por ella operada en el ser que la recibe; bastará recordar, a este respecto, el agua bautismal, las cuatro fuentes de agua viva del PARAÍSO terrestre, y tamién el agua que junto con la sangre mana del Corazón de Cristo, fuente inextinguible de la Gracia. Por último —y ello viene a corroborar aún estas explicaciones—, la inversión del símbolo del azufre significa el descenso de los influjos espirituales al “mundo de abajo”, es decir, al mundo terrestre y humano; es, en otros términos, el “rocío celeste” de que hemos hablado ya”)). 692 SFCS EL “CUATRO DE CIFRA”


  1. la referencia al texto coránico parece equivocada (N. del T 

René Guénon