Miguel Asín Palacios — Escatologia mulçumana na Divina Comédia
4. El murciano Ibn Arabi, glosando en su Futühát las palabras atribuidas a Mahoma sobre este punto, dice, en efecto, que «las almas que no entrarán al infierno, serán detenidas en el sirát, donde se tomará estrecha cuenta de sus culpas y se les castigará». Y añade que «el sirát o sendero estará sobre la espalda del infierno, y sólo caminando por él se podrá entrar en el paraíso». Y en otro lugar precisa más todavía esta descripción diciendo que «el sirát se alzará desde la tierra en línea recta hasta la superficie de la esfera de las estrellas, y que su término será una pradera, que se extiende al exterior de los muros del paraíso celestial, a la cual pradera, denominada paraíso de las delicias, es adonde entrarán primeramente los hombres». No podía Ibn Arabi puntualizar más claramente los rasgos topográficos de la montaña del purgatorio dantesco, la cual álzase también derechamente desde la tierra hasta tocar la esfera celeste, y en cuya cima, como luego veremos, se sitúa el jardín del paraíso terrenal, vestíbulo del cielo.
Hay otras leyendas que desdoblan en dos este sirát único, suponiendo que, recorrido el sirát o sendero principal por todas las almas, volverán a ser encarceladas en otro sirát aquellas que salieron indemnes de la prueba primera, sin caer al infierno; más concretamente aún aparece este desdoblamiento en aquellas otras tradiciones que, reservando el nombre de sendero o sirát para el primer paso, conciben el segundo ya como un edificio altísimo (cantara), entre el infierno y el cielo, que sirve de lugar de expiación temporal, «en el cual quedarán detenidas las almas hasta tanto que restituyan mutuamente las deudas que con sus culpas contrajeron en este mundo y se tornen limpias y puras». Y una vez acabada su expiación, los ángeles las acogerán con frases de benevolencia y afecto, les darán el parabién porque, puras y limpias, pueden ya entrar en el cielo para toda la eternidad y les guiarán, finalmente, por el camino hasta que en él penetren.
Pero cuando la semejanza entre el purgatorio islámico y el dantesco se torna en identidad es cuando, en manos de los místicos, se desdobla y multiplica la primitiva qantara o lugar de expiación, poblándola de un número variadísimo de estancias, cámaras, recintos, mansiones o moradas, en las que progresiva y separadamente van purificándose las almas de sus vicios. Es, como siempre, el murciano Ibn Arabi el que con más lujo de pormenores nos ha conservado la extensa leyenda profética que describe escrupulosamente esta subdivisión del purgatorio islámico, poniéndola en boca de Ali, yerno de Mahoma, pero como narrada por éste. Cincuenta son en total las estancias que en esa leyenda se enumeran, distribuidas en cuatro principales agrupaciones; pero de todas éstas, la que más hace a nuestro propósito es la última, porque a semejanza del purgatorio dantesco consta de siete diferentes cámaras o recintos, que Ibn Arabi denomina aquí puentes o pasos resbaladizos, llenos de arduos y difíciles obstáculos, para salvar los cuales el alma habrá de ir subiendo una tras otra siete empinadísimas cuestas o rampas, cuya elevación hiperbólicamente se mide por millares de años. El criterio de clasificación para distinguir una de otra estas diferentes mansiones de prueba y de expiación, es también exactamente igual que el dantesco, quiero decir, es un criterio ético que se basa en los siete pecados que son capitales dentro del islam, o sea los opuestos a sus siete preceptos religiosos: fe, oración, ayuno, limosna, peregrinación, ablución e injusticia contra el prójimo.
La fantasía e inventiva popular, una vez dentro de esta dirección, no era fácil que se satisficiese con tan exigua y pobre topografía; además de esas siete mansiones expiatorias de los pecados capitales, ideáronse y se insertan en la misma leyenda otros parciales purgatorios, cuyas estancias, cámaras o recintos, en variado número de diez o doce o quince, obedecen a iguales criterios éticos, pero en los cuales no siempre brilla — hay que confesarlo — la lógica ni el sistema característicos de las concepciones del filósofo o del teólogo, sino más bien el prurito casuístico del moralista que sólo tiende a agotar la materia, es decir, a no dejar sin condigna expiación vicio alguno, ni grande ni pequeño, mezclando así en las clasificaciones desordenadas los más heterogéneos os y defectos.
Se ve, por consiguiente, que la escatología islámica había concebido el lugar de expiación con tan rica y profusa variedad de descripciones topográficas, pertenecientes todas al mismo tipo concebido después por Dante, que la presunta originalidad de éste debe quedar ya reducida a muy exiguas proporciones, por lo que toca a la topografía.